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Authors: Margaret Weis

Tags: #Fantástico, Juvenil e Infantil

Raistlin, crisol de magia (33 page)

BOOK: Raistlin, crisol de magia
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Ahora se afanaban restregando los tableros de las mesas y fregando el suelo; de la cocina llegaba el tintinear de la loza.

Sin embargo, los compañeros continuaron sentados, poco dispuestos a marcharse porque, en el fondo de su corazón, todos sabían que la separación sería larga.

Finalmente, Raistlin, que llevaba un rato dando ligeras cabezadas, susurró:

—Es hora de que nos marchemos, hermano. Mañana tengo mucho que estudiar y necesito descansar.

Caramon dio una respuesta ininteligible; había bebido más cerveza de la cuenta, tenía la nariz roja y se encontraba en ese estado de embriaguez en el que algunos hombres les da por pelearse y a otros por ponerse a gimotear. Caramon era de estos últimos.

—Yo también tengo que irme —dijo Sturm—. Hemos de salir muy temprano para tener recorrido un buen trecho cuando empiece a hacer calor.

—Me gustaría que cambiaras de opinión y te vinieras con nosotros —musitó Kitiara, con los ojos prendidos en Tanis.

Kit había sido la más escandalosa, animada y dicharachera del grupo, salvo cuando su mirada se detenía en Tanis, y entonces su ambigua sonrisa se desdibujaba un poco. Al cabo de unos instantes, la mueca se endurecía, su risa volvía a estallar estrepitosamente, y de nuevo la mujer se convertía en la persona más bullanguera de la mesa. Pero, a medida que el jolgorio perdió intensidad y la quietud se adueñó de la posada mientras las sombras ceñían el cerco alrededor del grupo, Kit dejó de reír y aunque empezaba a contar anécdotas nunca las acababa. Se fue acercando más y más al semielfo y le apretó fuertemente la mano por debajo de la mesa.

—Por favor, Tanis, ven al norte —dijo—. En la batalla hallarás gloria, riqueza y poder. ¡Lo juro!

Tanis vaciló. Los oscuros ojos de la mujer eran cálidos y dulces, y sus labios temblaban por la intensidad de su pasión.

Jamás le había parecido tan hermosa. Cada vez le resultaba más difícil renunciar a ella.

—Sí, Tanis, ven con nosotros —insistió, afectuoso, Sturm—. Yo no puedo prometerte riqueza o poder, pero sin duda la gloria será nuestra.

El semielfo abrió la boca; parecía que iba a decir «sí». Iodos pensaban que daría esa respuesta, incluido él mismo, di modo que cuando pronunció la palabra «no» se quedó tan sorprendido como los demás.

Como Raistlin le comentaría después a Caramon, de camino a casa esa noche: «La parte humana de Tanis se habría marchado con ella, pero fue su mitad elfa la que lo contuvo»,

—De todos modos, ¿quién necesita tu compañía? —espetó Kit, furiosa, herida en su orgullo. No había imaginado este desenlace. Se apartó de él y se puso de pie—. Viajar contigo sería tanto como hacerlo con mi abuelo. Sturm y yo lo pasaremos mucho mejor sin ti.

El joven solámnico pareció algo sobresaltado ante este último comentario. Para él, el peregrinaje a su tierra natal era algo sagrado; no iba al norte para «pasarlo bien». Frunció el ceño, se atusó el bigote y reiteró que tenían que ponerse en camino muy pronto.

Se hizo un incómodo silencio; nadie quería ser el primero en marcharse, sobre todo ahora, cuando daba la impresión de que su despedida iba a acabar con una nota discordante.

Incluso Tasslehoff parecía afectado; el kender estaba silencioso y sumiso, tan desanimado que llegó a devolver a Sturm su bolsa de dinero. Mejor dicho, se la devolvió a Caramon, pero lo que contaba era la intención.

—Tengo una idea —dijo finalmente Tanis—. Acordemos reunimos en otoño, la primera noche de la Cosecha.

—A lo mejor vuelvo y a lo mejor no —manifestó Kit mientras se encogía de hombros con aire indiferente—. No cuentes conmigo.

—Yo espero no estar de vuelta para entonces —adujo categóricamente Sturm, y sus amigos entendieron a lo que se refería. Su regreso a Solace en otoño significaría que su misión de encontrar a su padre y su herencia habría fracasado.

—Entonces, nos reuniremos cada año la primera noche de la Cosecha, en otoño, todos los que nos encontremos aquí —sugirió el semielfo—. Y juraremos que de aquí a cinco años regresaremos a la posada, nos hallemos donde nos hallemos o hagamos lo que hagamos.

—Aquellos de nosotros que aún sigamos vivos —apuntó Raistlin.

Lo había dicho en broma, pero Caramon se sentó erguido al penetrar en su mente embotada por el alcohol las palabras de su gemelo. Lanzó a Raistlin una mirada asustada, una mirada que su hermano atajó estrechando los ojos.

—Sólo era un intento de bromear, hermano mío.

—Pues no deberías decir esas cosas —suplicó el mocetón—.

Trae mala suerte.

—Bébete la cerveza y cállate —repuso, irritado, Raistlin.

—Es una buena idea. —La expresión severa de Sturm se

había suavizado—. Dentro de cinco años, sí. Yo me comprometo a regresar en ese plazo.

—¡También yo, Tanis! —exclamó Tas, que brincaba de excitación—. Aquí estaré dentro de cinco años.

—Donde seguramente estarás dentro de cinco años será en alguna prisión —rezongó el enano.

—Bueno, si es así, tú me sacarás, ¿verdad, Flint?

El enano juró que haría un día frío en el Abismo antes que él volviera a sacar de la cárcel al kender.

—¿Hará días fríos en el Abismo? —se preguntó Tasslehoff—. ¿Habrá lo que entendemos por días allí o será os curo y espeluznante como un inmenso agujero en el suelo o estará lleno de fuego abrasador? ¿Crees que el Abismo sería un buen sitio para visitar, Raistlin? Realmente me encanta ría ir allí algún día. Apuesto a que ni siquiera tío Saltatrampas ha...

Tanis pidió silencio justo a tiempo de impedir que Flint volcara la jarra de cerveza sobre la cabeza del kender. El semielfo apoyó la mano en el centro de la mesa.

—Juro por el cariño y la amistad que os tengo —su m i rada pasó sobre sus amigos, abarcándolos a todos— que regresaré a la posada El Último Hogar la primera noche de la Cosecha dentro de cinco años.

—Estaré de regreso dentro de cinco años —dijo Kit, que puso su mano sobre la del semielfo. La expresión de la mujer se había suavizado, y apretó la mano con fuerza—. Si no antes. Mucho antes.

—Juro por mi honor como el caballero que espero llegar a ser que regresaré en ese plazo —prometió solemnemente Sturm Brightblade, que puso la mano sobre las de Tanis y Kitiara.

—Aquí estaré —dijo Caramon. Su manaza cubrió las de sus amigos.

—Y yo —se sumó Raistlin al juramento mientras posaba las puntas de los dedos sobre el envés de la mano de su ge meló.

—¡No os olvidéis de mí! ¡Aquí estaré! —Tasslehoff se encaramo en la mesa para añadir su pequeña mano a las demás.

—¿Y bien, Flint? —lo apremió Tanis, sonriendo a su viejo amigo.

—¡Condenados insensatos! Quién sabe si para entonces tengo cosas más importantes de las que ocuparme que regresar aquí para ver vuestras feas caras —rezongó el enano, pero tomó entre sus encallecidas y nudosas manos las de sus amigos—. ¡Que Reorx os acompañe hasta que volvamos a encontrarnos! —deseó, y luego volvió la cabeza hacia la ventana y dejó la mirada prendida en el vacío.

Hacía mucho rato que la posada había cerrado sus puertas hasta el día siguiente, pero se había quedado por allí una camarera, que no dejaba de bostezar, para abrirles. Raistlin se despidió rápidamente; estaba ansioso por llegar a casa para descansar y aguardó con impaciencia a su hermano en la puerta. Caramon abrazó a Sturm; los dos viejos amigos se estrecharon con fuerza. Se separaron en silencio, incapaces de hablar ni el uno ni el otro. El mocetón le estrechó la mano a Tanis y habría abrazado a Flint, pero el enano, escandalizado, le dijo que «se largara a casa de una vez». Tasslehoff ciñó los brazos hasta donde le llegaban alrededor de Caramon, quien, en respuesta, tiró del copete del kender juguetonamente.

Kitiara se adelantó para abrazar a su hermano, pero Caramon hizo como si no la viera. Raistlin había empezado a dar golpecitos con el pie en el suelo, impaciente. Su gemelo se apresuró a salir y dio un beso de refilón a Kitiara, sin pronunciar palabra. La mujer lo siguió con la mirada y luego sonrió y se encogió de hombros. La despedida de Sturm fue corta y ceremoniosa, acompañada por profundas y respetuosas reverencias para Tanis y Flint. Kit acordó con él el lugar donde encontrarse al día siguiente, y Sturm se marchó.

—Me quedaré un rato más —dijo Tasslehoff. Estaba a punto de volcar sus saquillos para echar una ojeada a los «hallazgos» del día, cuando sonó una fuerte llamada en la puerta.

—Oh, buenas noches, alguacil —saludó alegremente

Tas—. ¿Buscáis a alguien?

Tasslehoff se marchó con el alguacil. Las últimas palabras del kender fueron que alguien se acordara de sacarlo de la cárcel al día siguiente.

Kit estaba parada en la puerta, esperando a Tanis.

—Flint, ¿vienes? —preguntó el semielfo.

La camarera se había llevado las velas y Flint seguía sentado en la oscuridad. No respondió.

—La chica está esperando para cerrar —señaló el semielfo.

Tampoco hubo respuesta esta vez.

—Yo me ocuparé de él —se ofreció la camarera en voz queda.

Tanis asintió con la cabeza. Se reunió con Kit, rodeó a la mujer con el brazo y la ciñó contra su costado. Así, caminando muy juntos, se perdieron en la noche.

El enano siguió sentado a la mesa, solo, hasta que ama necio.

Libro 3

«La hoja de la espada ha de templarse en el fuego o de l o contrario se quebrará.»

Par-Salian

1

Era el día sexto del séptimo mes. Antimodes estaba asomado a la ventana de su cuarto en la Torre de Wayreth y escudriñaba la noche. Su habitación era una más entre las muchas que la Torre tenía a disposición de los magos que llegaban allí para estudiar, conferenciar o, como en el caso de Antimodes, participar en la ejecución de la Prueba que tendría lugar al día siguiente.

Los aposentos de la Torre eran de diversos tamaños y diseños, desde cuartos reducidos como una celda monacal, destinados a los aprendices de mago, hasta las espaciosas y lujosísimas estancias reservadas para los archimagos. Antimodes estaba cómodamente instalado en la misma habitación en la que se alojaba siempre, su preferida. Puesto que al hechicero le gustaba viajar y solía aparecer en la Torre en los momentos más inesperados, Par-Salian se ocupaba de que estos aposentos estuvieran siempre listos para acoger a su amigo.

Localizado cerca de la planta alta de la Torre, el alojamiento contaba con un dormitorio y una sala, cuyo balcón se asomaba a veces al bosque de Wayreth y en otras ocasiones, no, dependiendo de dónde se encontrara en ese momento la mágica fronda.

Cuando se daba la circunstancia de que el bosque no estaba allí, Antimodes conjuraba un paisaje, ya fueran vastos y dorados trigales o el oleaje del mar rompiendo en una costa, dependiendo de su estado de ánimo. El bosque no estaba allí aquella noche, pero, como reinaba la oscuridad y Antimodes se encontraba cansado del viaje, el mago no se molestó en crear un paisaje. Había pasado un rato en el balcón, disfrutando de la fresca brisa nocturna. Ahora, dejando los postigos abiertos para que corriera el aire, ya que la noche era inusitadamente bochornosa, regresó al pequeño escritorio y reanudó la lectura de un pergamino, fruncido el entrecejo; esta tarea ya había sido interrumpida por la cena.

Una llamada a la puerta lo interrumpió por segunda vez.

—Adelante —contestó con timbre irritado.

La puerta se abrió silenciosamente y Par-Salian asomó la cabeza.

—¿Te molesto? Puedo volver más tarde...

—No, no, mi querido amigo. —Antimodes se incorporó, presuroso, para recibir a su visitante—. Pasa, pasa, me alegro mucho de verte. Confiaba en tener la oportunidad de hablar contigo antes de mañana. Habría ido a buscarte, pero temí interrumpir tu trabajo, y sé que debes de estar muy atareado en las horas precedentes a una Prueba.

—Sí, y ésta será más compleja que la mayoría. ¿Estudias un nuevo conjuro? —preguntó Par-Salian mientras echaba una ojeada al pergamino medio desenrollado que había sobre el escritorio.

—Es uno que compré —respondió Antimodes con una mueca—. Por lo que he podido ver, creo que me han timado.

No es lo que aquella mujer me prometió.

—Mi querido Antimodes, ¿es que no lo leíste antes de comprarlo? —inquirió Par-Salian, escandalizado.

—Sólo le eché un vistazo por encima. La culpa es mía y eso me pone de más mal humor.

—Supongo que no podrás devolverlo.

—Me temo que no. Fue uno de esos tratos hechos en una posada. Debería saber a qué atenerme, por supuesto, pero llevo mucho tiempo buscando este conjuro y la mujer era muy amable, por no mencionar su belleza, y me aseguró que esto haría precisamente lo que yo quería. —Se encogió de hombros—. En fin, se aprende de los errores. Siéntate, por favor. ¿Quieres un poco de vino?

—Gracias. —Par-Salian paladeó el caldo, de un pálido color dorado—. ¿Es comprado o conjurado?

—Comprado —respondió Antimodes—. Los conjurados no tienen cuerpo, para mi gusto. Sólo los elfos silvanestis saben cómo hacerlo bien y en la actualidad es cada vez más difícil adquirir un buen caldo de su producción.

—Eso es muy cierto —se mostró de acuerdo Par-Salian—.

El rey Lorac solía traerme varias botellas cada vez que venía de visita, pero han pasado muchos años desde la última vez que lo vimos por aquí.

—Está contrariado —comentó Antimodes—. Pensaba que tendría que haber sido elegido jefe del Cónclave.

—No creo que sea por eso. Opinaba que merecía ese puesto, cierto, pero no tuvo inconveniente en admitir que estaba demasiado ocupado con sus deberes como gobernante de los silvanestis. Si acaso, creo que lo que deseaba era que se le concediera ese honor para así rechazarlo cortésmente.

—Par-Salian frunció la frente en un gesto pensativo.

»¿Sabes una cosa, amigo mío? Tengo la extraña sensación de que Lorac nos está ocultando algo y que ya no viene a verme por miedo a que se descubra lo que quiera que sea.

—¿Y qué crees que es? ¿Algún poderoso artefacto? ¿Falta alguno?

—No que yo sepa. También cabe la posibilidad de que me equivoque. Ojalá sea así.

—Lorac ha sido siempre de los que actúan por su propia cuenta, pasando por alto al Cónclave —observó Antimodes.

—Empero, cumple nuestras reglas todo lo que un elfo es capaz de atenerse a unas normas que no han dictado ellos.

—Par-Salian apuró el vino y consintió en tomarse otra copa.

Antimodes permaneció callado y pensativo unos momentos.

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