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Authors: Margaret Weis

Tags: #Fantástico, Juvenil e Infantil

Raistlin, crisol de magia (34 page)

BOOK: Raistlin, crisol de magia
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—Entonces, que los dioses le concedan lo que sea para bien —dijo de manera repentina—. Va a necesitarlo, me temo. ¿Recibiste mi último informe?

—Sí. —Par-Salian suspiró—. Quiero saber una cosa: ¿estás absolutamente seguro de esos datos?

—¿Seguro? ¡No, claro que no! ¡No puedo estar seguro de nada hasta que lo vea con mis propios ojos! —Antimodes agitó una mano—. Son rumores, nada más. Sin embargo...

—Hizo una pausa y después agregó en voz queda—: Sin embargo lo creo.

—¡Dragones! Los dragones regresando a Krynn. ¡Y nada menos que los de Takhisis! Amigo mío —confesó Par-Salian de todo corazón—, espero fervientemente que estés equivocado.

—Empero, todo ello encaja con los hechos que conocemos. ¿Has abordado el asunto con nuestros hermanos Túnica Negras como te aconsejé?

—Discutí de ello con Ladonna —respondió Par-Salian—.

Sin mencionar dónde o cómo me enteré. Se mostró muy evasiva.

—¿Y no lo es siempre? —replicó Antimodes secamente.

—Sí, pero hay modos de interpretar lo que piensa si se la conoce —adujo Par-Salian.

Antimodes asintió. El jefe del Cónclave era un viejo amigo, un amigo de confianza, y no hacía falta que se comentara entre ellos que Par-Salian conocía a Ladonna mejor que la mayoría.

—Ha estado de muy buen humor este último año —continuó Par-Salian—. Muy feliz. Alegre. Y también ha estado muy atareada con algo porque sólo ha visitado la Torre en dos ocasiones, y únicamente para examinar nuestra colección de pergaminos.

—Tengo confirmación de mis otras noticias —anunció Antimodes—. Según he oído, un poderoso señor del norte está reclutando soldados y no es muy exigente con el tipo de gente que toma a su servicio: ogros, goblins, hobgoblins. Incluso humanos dispuestos a vender su alma por el botín. Un amigo mío asistió a una de sus concentraciones. Se están organizando vastos ejércitos, fuerzas de la oscuridad. Sé incluso el nombre de ese señor: Ariakas. ¿Lo conoces?

—Me parecer recordar algo de él. Me suena que es un mago de segunda fila, si no me equivoco, un hombre más interesado en conseguir lo que quiere rápida y brutalmente, con las armas, que con los modos más sutiles y elegantes de la hechicería.

—Esa descripción encaja con él. —Antimodes suspiró y sacudió la cabeza, perturbado—. Llega el ocaso y con él la oscuridad, amigo mío, y nosotros no podemos impedirlo.

—Aun así, quizá podamos mantener algunas luces encendidas en medio de las tinieblas —musitó Par-Salian.

—¡Sin ayuda no! —Antimodes apretó los puños—. ¡Si los dioses nos dieran al menos alguna señal! —Yo diría que eso es exactamente lo que ha hecho Takhisis —apuntó mordazmente el jefe del Cónclave.

—Me refiero a los dioses del Bien. ¿Es que van a dejarla que los derrote sin hacer nada? —exclamó Antimodes, impaciente y exasperado—. ¿Cuándo piensan Paladine y Mishakal dar a conocer su presencia en el mundo?

—Tal vez estén esperando alguna señal de nosotros —argumentó quedamente Par-Salian.

—¿Una señal de qué?

—De fe. De que confiamos y creemos en ellos aunque no comprendemos su plan.

Antimodes observó a su amigo con los ojos entrecerrados.

Luego se recostó en la silla, sin quitar la vista del otro archimago, y se rascó la mandíbula, áspera por la crecida barba.

Par-Salian resistió su intenso escrutinio y sonrió para que su amigo supiera que sus deducciones iban por buen camino.

—Así que de eso de trata —dijo Antimodes al cabo de un momento. Par-Salian asintió con la cabeza—. Estaba intrigado.

Es tan joven... Muy diestro, lo admito, pero también muy joven. E inexperto.

—Acumulará experiencia —afirmó Par-Salian—. Todavía disponemos de algún tiempo, ¿no?

Antimodes reflexionó sobre el asunto.

—Esos ogros, goblins y humanos han de ser entrenados para convertirlos en una fuerza combativa, cosa que podría resultar extremadamente difícil. En sus condiciones actuales, igual podrían matarse entre sí como al enemigo. Ariakas tiene una ardua tarea entre manos. Si los rumores son ciertos y los dragones han regresado, también habrá que controlarlos de algún modo, aunque para conseguirlo harán falta personas con voluntad de hierro y un gran valor. De modo que, respondiendo a tu pregunta, sí, creo que tenemos tiempo. Aunque tampoco mucho. Ese joven nunca vestirá la Túnica Blanca, lo sabes, ¿no?

—Sí, lo sé —respondió tranquilamente Par-Salian—.

Llevo años oyendo a Theobald despotricar y poner el grito en el cielo a causa de Raistlin Majere, prácticamente desde que empezó en la escuela de niño. Conozco sus defectos: es reservado e intrigante, ambicioso, arrogante y calculador.

—También es creativo, inteligente y valiente —añadió Antimodes, que se sentía orgulloso de su protegido—.

Prueba de ello es la pericia con que se ocupó de esa bruja renegada, Judith. Ejecutó un hechizo de un nivel muy superior a sus conocimientos, un conjuro que no tendría que haber sido capaz de leer, y mucho menos realizar. Y lo hizo por sí mismo, sin ayuda.

—Lo que demuestra que soslayará las normas, e incluso las quebrantará, si conviene a sus propósitos —argumentó el jefe del Cónclave—. No, no. No te sientas en la obligación de defenderlo, porque soy consciente de sus méritos al igual que lo soy de sus debilidades. Por ello lo invité a pasar la Prueba en lugar de traerlo ante el Cónclave con cargos, como tendría que haber hecho, supongo. ¿Crees que la asesinó?

—No —repuso Antimodes con firmeza—. Aunque sólo sea por eso, degollar a alguien no es el estilo de Raistlin. Demasiado sucio. Es un experto herbolario y, si hubiera querido verla muerta, le habría puesto un poco de hierba mora en el té.

—Entonces ¿lo crees capaz de asesinar? —inquirió Par- Salian, ceñudo.

—¿Y quién de nosotros no lo es si se da el conjunto de circunstancias adecuado? En mi ciudad hay un sastre rival, un hombre odioso que engaña a sus clientes y propaga bulos malintencionados sobre sus competidores, incluido mi hermano.

Yo mismo me he sentido tentado en más de una ocasión de mandar llamar a su puerta a La Mano Gigante que Aplasta. —Antimodes tenía un aire muy fiero mientras decía esto. Par-Salian ocultó su sonrisa tras la copa de vino.

»Tú mismo solías decir que a aquellos que caminan por la senda de la noche les conviene aprender a ver en la oscuridad —siguió Antimodes—. Supongo que no querrás que el chico vaya por ahí andando a ciegas y tropezando.

—Eso fue parte de mi razonamiento. La Prueba le enseñará unas cuantas cosas sobre sí mismo, cosas que quizá no le guste descubrir, pero que son necesarias para que se conozca bien y entienda el poder que maneja.

—La Prueba es una experiencia que nos hace humildes —convino su amigo, dejando escapar algo entre un suspiro y un estremecimiento.

Sus semblantes se alargaron y se miraron de reojo para comprobar si, una vez más, sus pensamientos llevaban el mismo derrotero. Al parecer era así, como lo puso de manifiesto el hecho de que ninguno de los dos tuvo que nombrar al personaje del que estaban hablando ahora.

—Él estará allí sin duda —dijo Antimodes en voz baja mientras miraba en derredor con desconfianza, como si temiera que hubiera alguien espiándolos en el cuarto, al que

solo ellos dos tenían acceso.

—Sí, eso me temo —repuso Par-Salian con aire grave. Tendrá un particular interés en este joven.

—Deberíamos acabar de una vez por todas con él.

—Ya lo hemos intentado, y sabes el resultado tan bien como yo. Para nosotros es intocable en su plano de existencia.

Y hay algo más. Sospecho que cuenta con la protección de Nuitari.

—No sería de extrañar. Jamás tuvo un servidor más fiel.

Hablando de asesinos! —Antimodes se inclinó hacia adelante y habló en tono conspirador—. Podríamos limitar el acceso del joven a él.

—¿Y dónde quedaría el libre albedrío? Tal ha sido siempre la seña de identidad de nuestras Órdenes. ¡Una libertad por la que muchos han sacrificado la vida para protegerla! ¿Quieres que arrojemos al Abismo el derecho a elegir nuestro propio destino?

—Discúlpame, amigo mío. —Antimodes parecía contrito—.

Hablé sin reflexionar. Sin embargo, aprecio a ese joven, y me siento orgulloso de él. Me ha dejado en buen lugar, honrándome con su trabajo, y odiaría ver que le ocurre algo malo.

—Ya lo creo que te ha honrado, y espero que lo siga haciendo.

Sus propias decisiones serán las que lo conduzcan al camino que ha de recorrer, del mismo modo que a nosotros nos condujeron las nuestras. Confío en que las suyas sean atinadas.

—La Prueba puede resultar muy dura para él. Es un joven frágil.

—La hoja de la espada ha de templarse en el fuego o de lo contrario se quebrará.

—¿Y si muere? ¿Qué será entonces de tus planes?

—En ese caso, buscaré a otro. Ladonna me habló de un joven elfo muy prometedor. Se llama Dalamar...

La conversación tomó otros derroteros: el pupilo de Ladonna, los terribles sucesos que acaecían en el mundo y, finalmente, el tema que más les interesaba y que no era otro que la magia.

Sobre la Torre, la plateada Solinari y la roja Lunitari brillaban radiantemente. Nuitari también estaba en el firma mentó, cual un negro agujero en las constelaciones. Las tres lunas se hallaban en fase llena, como se requería para la Prueba.

En las tierras allende la Torre, lejos del aposento donde dos archimagos bebían vino elfo y hablaban del destino del mundo, los jóvenes magos que viajaban hacia allí para so meterse a la Prueba se agitaban en un sueño intranquilo o estaban desvelados. Por la mañana, el bosque de Wayreth los encontraría y los conduciría hacia su destino.

Al día siguiente, tal vez puede que algunos de ellos durmieran para no despertar jamás.

2

El viaje de los gemelos a la Torre duró un mes, aunque habían calculado que tardarían más ya que pensaban que tendrían que hacer el trayecto a pie. Poco después de que sus amigos abandonaran Solace, llegó un mensajero con la noticia de que se habían entregado dos caballos en el establo público a nombre de Majere. Las monturas eran un regalo del valedor de Raistlin, Antimodes.

Los dos jóvenes viajaron hacia el suroeste, pasando por Haven. Raistlin hizo un alto en la ciudad para presentar sus respetos a Lemuel, quien le informó que había arrasado el templo de Belzor y utilizado los bloques de piedra para hacer casas para los pobres. Ello se había llevado a cabo bajo los auspicios de una nueva y aparentemente inofensiva orden religiosa, conocida como los Buscadores. El mago había abierto otra vez su tienda de artículos de magia. Le mostró a Raistlin la nueza negra, que estaba floreciendo. Preguntó hacia dónde se dirigían y el joven contestó que era un viaje de placer y que iban a Pax Tharkas dando un amplio rodeo.

Lemuel adoptó un aire grave al oír esto, les deseó muchas veces suerte y un trayecto seguro, y suspiró profundamente cuando se marcharon.

Los hermanos prosiguieron viaje cabalgando hacia el sur a lo largo de las vertientes occidentales de las montañas Kharolis y bordeando la frontera de Qualinesti.

Aunque estuvieron muy atentos, no avistaron ningún elfo, si bien los dos eran plenamente conscientes de que los elfos los estaban vigilando. Caramon sugirió visitar a Tanis y así conocer el reino elfo, pero Raistlin le recordó que su viaje era un secreto y se suponía que estaban en Pax Tharkas. Además, dudaba que los elfos les permitieran la entrada en su país. Los qualinestis aceptaban mejor a los humanos que sus parientes, los silvanestis; pero, con los inquietantes rumores que llegaban desde el norte, los qualinestis desconfiaban de los extranjeros.

Cuando los hermanos se despertaron la última mañana de su viaje a lo largo de la frontera, encontraron una flecha elfa hincada a los pies de cada petate. El mensaje de los qualinestis era claro: Os hemos dejado pasar, pero no regreséis.

Los dos jóvenes respiraron más tranquilos cuando dejaron atrás el territorio elfo, pero no podían bajar la guardia porque ahora empezaba la búsqueda del esquivo bosque de Wayreth. Las tierras en esa zona de Abanasinia eran agrestes y desoladas. Una vez fueron atacados por ladrones, y en otra ocasión una banda de hobgoblins pasó tan cerca de los gemelos que éstos sólo habrían tenido que alargar la mano para tocar sus escamosos pellejos.

Los bandidos habían creído que saltaban sobre unos jóvenes viajeros indefensos, pero la espada de Caramon y los feroces conjuros de Raistlin los sacaron pronto de su error.

Los asaltantes dejaron a uno de los suyos muerto en la calzada, y el resto puso pies en polvorosa para curarse las heridas.

Los goblins, empero, eran demasiado numerosos para presentarles batalla, de modo que los hermanos buscaron refugio en una cueva hasta que la tropa se alejó en dirección norte marchando a paso ligero.

Los gemelos pasaron cuatro días buscando la fronda. Caramon, frustrado y nervioso, dijo más de una vez que deberían regresar. Consultó tres mapas, uno de ellos facilitado por Tasslehoff, otro que les proporcionó un posadero de Haven, y un tercero que cogieron del cuerpo del ladrón muerto. En ninguno de ellos coincidía la ubicación del bosque.

Raistlin tranquilizó a su inquieto hermano con toda la calma que fue capaz de demostrar aunque él mismo empezaba a preocuparse. El siguiente día era el séptimo del mes, y todavía no habían visto señales del bosque.

Esa noche extendieron los petates en un claro rodeado por raquíticos pinos. Al despertar, se encontraron tumbados bajo las grandes ramas de unos inmensos robles.

Faltó poco para que Caramon huyera en ese momento.

Los árboles no eran unos robles corrientes; el joven veía ojos en los nudos de la madera, oía palabras en el susurro de las hojas. Y también las oía en el canto de los pájaros. Aunque no los entendía con claridad, parecía que las aves le advertían que se marcharan.

Los gemelos recogieron sus pertenencias y montaron a caballo. Los robles se alzaban ante ellos como las prietas filas de unos robustos guardias que les cerraran el paso. Raistlin contempló los árboles en silencio un momento, haciendo acopio de valor, y luego taconeó a su caballo. Los robles se apartaron a su paso, formando un sendero que conducía directamente a la Torre.

Caramon intentó ir en pos de su hermano; los árboles lo miraban con odio y las hojas susurraban con ira. Perdió el valor y el miedo se apoderó de él, estrujándolo, dejándolo débil e indefenso, incapaz de moverse.

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