Read Rama II Online

Authors: Arthur C. Clarke y Gentry Lee

Tags: #Ciencia Ficción

Rama II (45 page)

BOOK: Rama II
12.31Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Una cosa es segura,
se dijo Nicole mientras se acurrucaba en el reborde de abajo.
Ese tanque es alguna especie de centinela.
Se preguntó si tendría algún tipo de sensores — ciertamente, no había ofrecido ninguna indicación de haberla oído—, pero decidió que no podía permitirse el lujo de descubrirlo.
No sería un buen guardia si no pudiera al menos ver un intruso.

Descendió de nuevo lentamente hasta el nivel del comedor. Se sentía agudamente decepcionada y ahora furiosa consigo misma por haberse metido en aquel nido de aves. Seguía sin tener sentido que las aves pudieran estar reteniéndola allí como cautiva. Después de todo, ¿no la había invitado la criatura a aquella visita después que Nicole le salvó la vida?

Nicole estaba desconcertada también por el tanque centinela. Su existencia era desconcertante, y completamente inconsistente con el nivel de desarrollo técnico de todo lo demás en aquel lugar. ¿Cuál era su finalidad? ¿De dónde había salido?
Curioso y curioso,
pensó.

Cuando estuvo de vuelta en el segundo nivel subterráneo, Nicole miró alrededor para ver si había alguna otra forma en que pudiera salir de allí. Había un conjunto idéntico de rebordes en el lado opuesto del corredor vertical. Si pudiera saltar al otro lado, quizá...

Antes de considerar seriamente aquel plan, tenía que decidir si había o no un tanque, o un centinela equivalente, custodiando el túnel horizontal opuesto en el primer nivel. No podía decirlo desde donde se hallaba ahora, así que, riñéndose por su estupidez, volvió a subir los rebordes de su lado para conseguir una buena vista al otro lado del corredor. Tuvo suerte. El reborde frente a ella en el túnel opuesto estaba vacío.

Cuando llegó de nuevo al segundo nivel subterráneo, Nicole estaba agotada de todo aquel trepar. Miró al otro lado del corredor y a las luces en el abismo debajo de ella. Si caía, era la muerte segura. Sabía juzgar bien las distancias, y calculó que habría unos cuatro metros desde el reborde frente a su túnel al del lado opuesto.
Cuatro metros,
meditó,
cuatro y medio como máximo. Dejando un poco de margen por ambos lados, necesito un salto de cinco metros para cruzarlo. Con el overol de vuelo y la mochila.

Recordó una tarde de domingo en Beauvois cuatro años antes, cuando Geneviéve tenía diez años y tanto madre como hija contemplaban las Olimpíadas de 2196 por la televisión.

—¿Todavía puedes saltar mucho, mamá? —le había preguntado la niña, que tenía dificultades en imaginar a su madre como una campeona olímpica.

Pierre la había animado a que llevara a Geneviéve al campo de atletismo adyacente a la escuela secundaria en Luynes. Estaba sin entrenamiento en el triple salto, pero después de treinta minutos de calentamiento y prácticas Nicole consiguió saltar seis metros y medio. Geneviéve no se mostró demasiado impresionada.

—Mamá —dijo mientras volvían en bicicleta a casa por entre los verdes campos—, la hermana mayor de Danielle puede saltar casi lo mismo, y sólo es una estudiante universitaria.

El recuerdo de Geneviéve despertó una profunda tristeza en Nicole. Ansiaba oír de nuevo la voz de su hija, ayudarla con su pelo, salir a navegar con ella en su pequeño estanque privado junto al Bresme.
Nunca valoramos lo que tenemos,
pensó,
hasta que ya no está alrededor de nosotros.

Regresó por el túnel hasta el lugar donde la habían conducido las aves. No intentaría el salto. Era demasiado peligroso. Si resbalara...

—Nicole des Jardins, ¿dónde demonios está usted? —Nicole se inmovilizó por completo en el momento en que oyó la llamada, muy débil, muy lejana. ¿Era su imaginación?. —Nicole —oyó de nuevo. Era definitivamente la voz de Richard Wakefield. Corrió de vuelta hacia el pozo vertical y se puso a gritar.
No,
pensó rápidamente,
eso las despertará. No me tomará más de cinco minutos. Puedo saltar...

La adrenalina bombeó en su cuerpo a un ritmo increíble. Tomó impulso y saltó por encima del abismo con impulso más que suficiente. Trepó por los rebordes a una terrible velocidad. Cuando ya casi estaba en la parte superior, oyó a Wakefield llamarla de nuevo.

—¡Estoy aquí, Richard, debajo de usted! —gritó—. ¡Debajo de la plaza! Nicole alcanzó el reborde superior y empezó a empujar la cubierta. No se movió.

—Mierda —gritó mientras el desconcertado Richard iba de un lado para otro en las inmediaciones—. Richard, venga hacia aquí. Allá donde pueda oír mi voz. Golpee en el suelo.

Richard empezó a golpear con fuerza la cubierta. Estuvieron gritándose el uno al otro. El ruido era ensordecedor. Desde muy abajo Nicole oyó aletear. Apenas salieron al corredor, las aves empezaron a chillar y a parlotear.

—Ayúdenme —les gritó Nicole cuando se le acercaron. Señaló hacia la cubierta, sobre su cabeza. —Mi amigo está ahí fuera.

Richard siguió golpeando. Sólo las dos aves que habían hallado originalmente a Nicole en su pozo habían subido hasta donde estaba ella ahora. Flotaron alrededor de ella, aleteando y parloteando a las otras cinco que estaban un nivel más abajo. Las criaturas estaban al parecer discutiendo, porque el ave de terciopelo negro extendió dos veces el cuello hacia abajo, hacia sus asociados, y emitió terribles chillidos.

La cubierta se abrió bruscamente. Richard tuvo que saltar hacia un lado para no caer. Cuando miró al agujero vio a Nicole y a dos gigantescas criaturas como pájaros, una de las cuales voló directamente junto a él mientras Nicole se arrastraba fuera de la abertura.

—¡Santísimo cielo! —exclamó, siguiendo con la mirada el vuelo del ave. Nicole se sentía abrumada por la alegría. Corrió a los brazos de Wakefield.

—Richard, oh Richard —dijo—. Me alegra tanto verlo. Él sonrió mientras le devolvía el abrazo.

—Si hubiera sabido que iba a ser recibido así —dijo—, habría venido antes.

42 - Dos exploradores

—Déjeme plantearlo claramente. ¿Me está diciendo que estamos solos? ¿Y que no tenemos ninguna forma de cruzar el Mar Cilíndrico?

Richard asintió. Aquello fue demasiado para Nicole. Cinco minutos antes se había sentido exultante. Su prueba había terminado al fin. Había imaginado regresar a la Tierra, ver de nuevo a su padre y a su hija. Y ahora él le estaba diciendo...

Se alejó rápidamente y apoyó la cabeza contra uno de los edificios que rodeaban la plaza. Las lágrimas resbalaron por sus mejillas mientras daba salida a su decepción. Richard la siguió a la distancia.

—Lo siento —dijo.

—No es culpa suya —respondió Nicole tras recuperar su compostura—. Se trata sólo de que nunca se me ocurrió que podía ver de nuevo a alguien del equipo y pese a todo seguir sin ser rescatada... —Se detuvo. No era justo que hiciera sufrir a Richard de aquel modo. Se dirigió hacia él y forzó una sonrisa. —Normalmente no soy tan emocional — explicó—. E interrumpí su historia justo en la mitad. —Hizo una pausa de un segundo para secarse los ojos. —Me estaba hablando de los tiburones biots que persiguieron su motora. ¿Los vio por primera vez cuando estaba en medio del mar?

—Más o menos —respondió Richard. Su decepción se había apaciguado. Intentó una risa nerviosa. —¿Recuerda, después de una de las simulaciones, cuando el tribunal revisor nos criticó por no haber enviado primero una versión sin piloto de nuestra motora, sólo para asegurarnos de que no había nada peculiar en el nuevo diseño que perturbara de alguna manera el "equilibrio ecológico"? Bueno, por aquel entonces pensé que su sugerencia era ridícula. Ahora no estoy tan seguro. Esos tiburones biot apenas molestaron a las embarcaciones de
Newton
, pero definitivamente se pusieron furiosos con nuestros botes a motor super-rápidos.

Richard y Nicole se habían sentado juntos en una de las grises cajas de metal que sembraban la zona de la plaza.

—Conseguí eludirlos una vez —prosiguió Richard—, pero fui extremadamente afortunado. Cuando no tuve otra elección, simplemente salté y me puse a nadar. Por suerte para mí, iban sobre todo detrás del bote. No vi ninguno más mientras nadaba hasta que estuve a tan sólo un centenar de metros de la orilla.

—¿Cuánto tiempo lleva ahora en el interior de Rama? —preguntó Nicole.

—Unas diecisiete horas. Abandoné la
Newton
dos horas después del amanecer. Pasé demasiado maldito tiempo intentando reparar la estación de comunicaciones en Beta. Pero fue imposible.

Nicole palpó el overol de vuelo de él.

—Excepto por su pelo, ni siquiera puedo decir que esté húmedo. Richard se echó a reír.

—Oh, los milagros de las nuevas telas. ¿Creerá que este traje estaba casi seco cuando cambié mis elementos térmicos? Entonces incluso a mí me costó convencerme de que había pasado los últimos veinte minutos nadando en agua helada. —Miró a su compañera. Nicole se estaba relajando muy lentamente. —Pero estoy sorprendido ante usted, cosmonauta des Jardins; ni siquiera me ha formulado la pregunta más importante.

¿Cómo sabía yo que estaba usted aquí?

Nicole había sacado su escáner y estaba leyendo la biometría de Richard. Todo estaba dentro de las tolerancias, pese a su reciente sesión de natación. Fue un poco lenta en comprender la pregunta.

—¿Sabía usted dónde estaba yo? —dijo al fin, frunciendo el entrecejo—. Pensé que simplemente estaba vagando al azar...

—Oh, vamos, señorita. Nueva York es pequeña, pero no
tan
pequeña. Hay veinticinco kilómetros cuadrados de territorio dentro de estos muros. Y ahí dentro no puede confiarse en absoluto en la radio. —Sonrió. —Veamos, si me detuviera para llamarla a cada metro cuadrado, hubiera tenido que hacerlo veinticinco millones de veces. A una llamada cada diez segundos, a fin de darme tiempo para escuchar una respuesta y trasladarme al siguiente metro cuadrado... eso hubiera sido seis llamadas por minuto. Así que hubiera necesitado cuatro millones de minutos, lo cual es un poco más de sesenta mil horas, o dos mil quinientos días terrestres...

—De acuerdo, de acuerdo —interrumpió Nicole. Finalmente estaba riendo. —Dígame cómo supo que yo estaba aquí. Richard se puso de pie.

—¿Puedo? ——dijo teatralmente, extendiendo los dedos hacia el bolsillo en el pecho del overol de vuelo de Nicole.

—Supongo que sí —respondió ella—. Aunque no puedo imaginar lo que... Richard metió la mano en su bolsillo y extrajo al príncipe Hal.

—Él me condujo hasta usted. Eres un buen hombre, mi príncipe, pero por unos momentos pensé que me habías fallado.

Nicole no tenía ni la menor idea de lo que estaba hablando Richard.

—El príncipe Hal y Falstaff poseen radiofaros de navegación gemelos —explicó él—. Lanzan quince fuertes pulsos por segundo. Con Falstaff fijado en mi cabaña en Beta y un transceptor equivalente en el campamento Alfa, pude seguirla por triangulación. Así que supe exactamente dónde estaba... al menos en términos de coordenadas x-y. Mi sencillo algoritmo de rastreo no fue designado para excursiones en z.

—¿Es eso lo que un ingeniero llamaría a mi excursión al nido subterráneo de las aves?

—dijo Nicole con otra sonrisa—. ¿Una excursión en z?

—Es una forma de describirlo. Nicole sacudió la cabeza.

—No lo entiendo, Wakefield. Si sabía usted realmente dónde estaba yo todo el tiempo, ¿por qué demonios aguardó tanto...?

—Porque la perdimos, o creímos haberla perdido, antes que la encontráramos... después que yo volví a recuperar a Falstaff.

—¿Me he vuelto un tanto torpe estas últimas semanas, o esta explicación suya es increíblemente confusa?

Ahora fue el turno de Richard de echarse a reír.

—Quizá deba intentar explicarme de una forma un poco más ordenada. —Hizo una pausa para disponer sus notas mentales. —Estaba realmente irritado —empezó—, allá en junio, cuando el grupo de ingeniería de localización decidió no utilizar los radiofaros de navegación como localizadores de personal de reserva. Yo había argumentado, sin éxito, que podían presentarse situaciones de emergencia, o circunstancias imprevistas, en las cuales la señal en relación con el ruido en los habituales enlaces por voz estuviera por debajo del umbral de audición. Así que equipé tres de mis propios robots, sólo por si acaso...

Nicole estudió a Richard Wakefield mientras éste hablaba. Había olvidado que era a la vez sorprendente y divertido. Estaba segura de que, si le formulara las preguntas correctas, podría hablar exclusivamente de ese tema durante más de una hora.

—...entonces Falstaff perdió la señal —estaba diciendo—. Yo no estaba presente en aquel momento, porque me estaba preparando para acudir con Hiro Yamanaka para recogerlas a usted y a Francesca en el helicóptero. Pero Falstaff posee una pequeña grabadora y registra todos los datos. Después que usted no apareció, revisé esos datos de la grabadora y descubrí que la señal había desaparecido bruscamente.

"Volvió sólo brevemente, mientras estábamos hablando por radio unos minutos más tarde, pero varios segundos después de nuestra última conversación la señal desapareció definitivamente. La signatura sugería para mí una falla del equipo. Pensé que el príncipe Hal se había estropeado. Cuando Francesca dijo que usted había estado con ella hasta la plaza, entonces estuve virtualmente seguro de que el príncipe Hal...

Nicole había estado escuchando solamente con un oído, pero prestó atención cuando Richard mencionó a Francesca.

—Espere —interrumpió, alzando una mano—. ¿Qué es lo que ha dicho que dijo ella?

—Que usted y ella abandonaron el cobertizo juntas, y que usted se alejó de ella varios minutos más tarde para ir en busca de Takagishi...

—Eso es una absoluta tontería —dijo Nicole.

—¿Qué quiere decir?

—Es una mentira. Una absoluta y total mentira. Caí en ese pozo que le dije mientras Francesca estaba ahí, o al menos no más de un minuto después que ella se fuera. Ella no volvió a verme nunca.

Richard pensó por unos instantes.

—Eso explica por qué Falstaff la perdió. Estuvo en el cobertizo todo el tiempo, y la señal quedó bloqueada. —Ahora era su turno de estar desconcertado. —Pero, ¿por qué Francesca contó una historia así?

Esto es lo que querría saber yo,
se dijo Nicole.
Debió de haber envenenado a Borzov a propósito. De otro modo, ¿por qué intentaría deliberadamente...?

—¿Había algo entre ustedes dos? —estaba diciendo Richard—. Siempre creí detectar...

BOOK: Rama II
12.31Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Heart of the Hunter by Madeline Baker
Souls in Peril by Sherry Gammon
Tedd and Todd's secret by Fernando Trujillo Sanz
Slice by David Hodges
Chewing Rocks by Alan Black
Solomon's Keepers by Kavanagh, J.H.