Después de aquella terrible experiencia con el cubo, la arrastraron de vuelta a la cocina. Uno de los miembros de la tripulación (el que parecía encargado de la cocina) le puso una taza de té delante. Ella estaba mareada y temblorosa, tosía y le dolía el pecho, pero básicamente estaba ilesa, así que cogió la taza, sujetándola fuerte con las dos manos, que temblaban de manera incontrolable, y bebió. Era un té bastante bueno. No tan bueno como el
gaoshan cha
, pero compartía algunas de las mismas propiedades medicinales, que eran lo que ordenaba el médico para todo el que hubiera estado recientemente boca abajo respirando agua del mar.
Hasta ahora, lo que impulsaba principalmente sus acciones era la preocupación por Zula. Y seguía muy preocupada por ella. Pero esa emoción había sido sustituida por una mucho más intensa e inmediata: el deseo de ver muertos a todos los hombres de este barco. No era ni siquiera un deseo, sino una exigencia absolutamente innegociable.
Sus manos no temblaban de miedo. Era cólera.
Después de unos minutos, la trasladaron a un camarote: el mismo, supuso, donde habían encerrado antes a Zula. Lo cual planteó la pregunta: ¿Qué le habían hecho a Zula?
Debían de haberla llevado a Xiamen por algún motivo. Todo el propósito del incidente con el cubo era obligar a Zula a hacer algo por ellos.
Se sentía tan preocupada con eso que durante un rato no advirtió que el teléfono zumbaba contra su tobillo. No solo una vez, para anunciar un mensaje, sino una y otra vez, con ritmo firme.
Lo sacó llena de pánico, temiendo que saltara el buzón de voz antes de poder responder. El número que aparecía en la pantalla era el suyo: era Marlon, llamándola con su propio teléfono.
—
Wei?
—susurró.
Al fondo, pudo oír un ruido rítmico y chirriante.
—¿Qué es ese sonido? —preguntó.
—Csongor remando —respondió Marlon.
Durante el largo viaje a Isla Sin Corazón, Marlon y Csongor habían aprendido a través de la observación directa lo que todos los marinos sabían por experiencia, y lo que los ingenieros sabían por la teoría de ondas: los barcos más largos van más rápido que los más cortos. Le habían dado cierta ventaja al barco grande, ya que no querían seguirlo de manera descarada. Poco después del principio del viaje, habían advertido que su presa se alejaba, a pesar de que usaban el motor fuera borda a toda potencia y sentían como si su frágil estructura de madera fuera a hacerse pedazos con las olas a cada momento. El barco al que seguían no parecía ir a mucha velocidad y sin embargo se distanciaba gradualmente de ellos.
Como habían sorteado unas cuantas islas pequeñas por el camino, habían podido recuperar un poco de terreno perdido cortando directamente entre las olas donde el barco grande se había visto obligado a dar un amplio rodeo. Pero para cuando tuvieron a la vista la apiñada isla que parecía ser su destino, el barco de los terroristas se había convertido en un punto casi invisible, y Csongor tuvo que echar mano a todos sus poderes de concentración para mantenerlo a la vista e impedir que no se perdiera contra un fondo de incontables barcos más.
Pero naturalmente había reducido velocidad conforme se iba acercando a su destino, y por eso Marlon y Csongor habían podido por fin ganarle terreno. El problema de seguirlo se hizo más fácil, y más todavía cuando decidió apartarse del apiñamiento de la había y amarrar junto a un barco de pesca que permanecía apartado de los demás.
Csongor no podía estar seguro de haberse confundido y perdido durante aquellos ansiosos minutos, así que con una lenta sensación de alivio acumulado pudo distinguir las planchas dañadas, los palés aplastados, y otras marcas identificativas que había memorizado durante los primeros minutos de la persecución.
Entonces se quedaron sin combustible y se vieron obligados a emplear los remos.
Gran parte del resto del día se consumió con asuntos igualmente importantes aunque enfurecedores como conseguir agua y comida. Sin Csongor, a Marlon le habría resultado más fácil, pero no demasiado, en el sentido de que no habría tenido que explicar la presencia de un hombretón blanco en el barco. Pero habría continuado siendo obvio a la sociedad del muelle de esta pequeña isla que no era ni de lejos marino. Si hubiera aparecido con un resplandeciente barco blanco de fibra de vidrio, podrían haberlo etiquetado de nuevo rico con un juguete nuevo y habrían prestado poca atención a su obvia falta de pericia náutica. Pero venía en una barca vieja y trabajada, por decirlo de manera caritativa, que no tenía motivo alguno para cruzar la mar desde Xiamen en primer lugar. La explicación más sencilla posible para esta combinación de pistas era que Marlon había robado el barco a un honrado marinero xiamenés y ahora era prófugo de la justicia.
Todo eso resultaba obvio, y por eso no pareció inteligente acercarse remando a la parte más poblada de la había. En cambio, aunque ya sufrían de sed y de la sensación general de estar en las últimas, remaron por turnos para trazar un amplio arco alrededor de la isla, buscando un lugar menos sospechoso donde recalar. Por el camino, pasaron ante el barco de pesca junto al que habían amarrado los terroristas, sin acercarse a menos de varios centenares de metros y sin atreverse a mirarlo directamente. No había nada que ver de todas formas. Un par de hombres eran visibles a través de los ventanos del puente, y otros dos más descargaban en la cubierta principal a popa, pero aparte de eso no había nada que hiciera sospechar que el barco estuviera ocupado por gente distinta a los pescadores habituales.
Durante su interminable y lento acercamiento a la isla, quedó claro que tenía forma de hueso de perro, ya que había una colina, cubierta de vegetación verde oscuro, a cada extremo, y la población se extendía a través de un valle intermedio. Se orientaba mas o menos norte-sur y los barcos de los terroristas estaban anclados hacia el extremo meridional de la bahía, donde las plataformas de barcos abarloados se establecían en cuadrículas de piscifactorías flotantes. Mientras avanzaban despacio hacia el sur, la población dejó bruscamente de existir y fue sustituida por un inhóspito terreno compuesto de roca sedimentaria marrón, vieja y erosionada, que surgía del agua para ser colonizado por matojos oliváceos en las faldas inferiores y una mata revuelta de vegetación tropical verdinegra más arriba. Csongor observó el hecho, para él extraño, de que en China algunos lugares estaban increíblemente poblados y otros totalmente deshabitados, pero no había término medio. A Marlon le resultó curioso que esto le pudiera parecer notable a nadie. Si un lugar iba a ser habitado, entonces debería ser utilizado lo más intensamente posible, y si era un lugar salvaje, todas las personas cuerdas debían evitarlo.
Csongor supuso que la pendiente del terreno era contraproducente. Era lo bastante suave para que los peligrosos bajíos rocosos se extendieran a considerable distancia de la línea de la marea, creando una trampa mortal para los barcos, y sin embargo era lo bastante empinada para que, por encima de la línea del agua, fuera difícil construir. Y por eso aunque se movieran a un ritmo que parecía agónicamente lento, pasaron, en el curso de unos cinco minutos, de estar en un lugar donde podían verlos diez mil ojos a otro donde eran perfectamente invisibles. Los estratos de roca, erosionados en diversos estadios, se internaban en el agua con largos dedos huesudos separados por profundas grietas en sombras, y la colina se alzaba sobre ellos, sin ningún objeto creado por el hombre excepto una torre de radio en la cumbre.
Después de otra media hora, quedó claro que habían rodeado el extremo meridional de la isla y se encontraban ahora en el lado oriental. Extendida entre colinas a cada lado, como una vela tensa entre dos palos, había una larga playa absolutamente desierta. Piedrecillas desgastadas corrían de un lugar a otro, pero en su mayor parte era una extensión casi completamente plana que había sido dejada por la corriente mientras rodeaba el cabo que acababan de circunnavegar. Por encima se alzaba una duna sujeta por vegetación baja y verde moteada de flores amarillas y salpicada por basuras dispersas que al parecer habían sido arrojadas por el borde del precipicio de arriba. Pues apoyada contra la cima de la pendiente había un amasijo de casas bajas que, advirtieron ahora, era simplemente el otro lado de la única población de la isla. Habían recorrido la mitad de la isla y estaban contemplando ahora la espalda de la ciudad, acurrucada contra el clima que procedía del mar del Sur de China.
Acercaron la barca a la playa, que estaba cubierta de basura de naturaleza más marina, y la dejaron entre unos peñascos medio carcomidos donde podría resultar menos sospechosa. Csongor se sentó a la sombra de una roca, protegiéndose con el parasol, y esperó, contando con que Marlon regresaría pronto y nadie vendría a preguntarle qué hacía aquí. Marlon subió hasta la ciudad, llevando un poco de dinero del bolso de hombre de Ivanov, y regresó media hora después con dos paquetes de botellas de agua y unos tallarines en cuencos desechables, tibios ya pero exquisitamente satisfactorios para Csongor. Marlon ya había comido, así que se encargó ahora de los remos y volvieron al sur mientras Csongor se llenaba la barriga. En su primera vuelta al extremo sur de la isla, habían advertido unas cuantas hendiduras profundas en las rocas: pasillos de agua de no más de un par de metros de anchura, donde suaves capas de roca habían sido devoradas por las olas. Caía la tarde y ya los cubrían las sombras. Dirigieron la barca hacia una de ellas y dejaron que una ola los impulsara hasta que la quilla rozó contra el lecho de grava y material arrastrado por la resaca que intentaba llenar ese hueco. Hacía fresco ahí dentro, y se sintieron invisibles y a salvo. Tanto, que ambos casi se sintieron abrumados por una poderosa necesidad de dormir. Pero se turnaron manteniéndose despiertos el uno al otro hasta que sus estómagos digirieron la comida y la sensación pasó. Entonces Marlon salió del hueco y desapareció de nuevo durante un rato.
Csongor despertó cuando alguien lo sacudió por el hombro. Era Marlon. En el cielo se veía un profundo crepúsculo.
—El barco se mueve —anunció Marlon.
Csongor todavía estaba intentando comprender dónde se hallaba: no se trataba solo de un mal sueño.
—¿Vuelve a Xiamen?
—No. ¡Viene hacia nosotros!
La marea había bajado, y por eso los dos hombres tuvieron que bajar de la barca y empujarla por el canal de roca durante unos metros para volver a ponerla a flote. El espacio era demasiado estrecho para desplegar los remos, y por eso tuvieron que protegerse de la acción de las olas empujando con las manos las paredes de roca. Pero al final consiguieron llegar a una zona donde pudieron volver a remar, y entonces Csongor vio inmediatamente al barco en cuestión. El barco más pequeño, el del agujero del taxi en su bodega de carga, no estaba a la vista. El barco de pesca se movía directamente ante ellos, a solo unos pocos cientos de metros de su proa, navegando hacia la zona oscura y deshabitada de la isla.
Sin combustible para su motor, quedaba fuera de toda cuestión seguir al barco. Csongor supuso que viraría hacia mar abierto y desaparecería. Pero en cambio redujo los motores a un bajo ronroneo y se mantuvo delante de la playa durante un rato, el suficiente para que pudieran cubrir remando la mitad de la distancia que los separaba. Luego les dio un susto de muerte un barco más pequeño, similar en líneas generales al que antes había absorbido los impactos del taxi y la furgoneta, que salió del extremo norte de la isla y navegó directamente hacia el barco de pesca, hasta abarloar junto a él. Marlon y Csongor mientras tanto ciaron y se pusieron al socaire de las rocas. A estas alturas estaba ya tan oscuro que había pocas posibilidades de ser vistos, mientras mantuvieran una separación prudente.
Pasó una hora. Voces y golpes apagados les dijeron que estaban pasando gente y artículos del barco de pesca a la lancha. Entonces la lancha dio marcha atrás y se dirigió al sur, hasta desaparecer rápidamente al rodear la isla, lo cual sugirió que tal vez volvía a Xiamen.
Después de un ratito, el barco de pesca empezó también a dirigirse al sur, moviéndose a un ritmo enormemente lento, quizá como forma de ahorrar combustible. Pero para entonces Marlon y Csongor ya habían salido remando a mar abierto y se habían colocado directamente en su camino.
El barco que llevaba a Zula, Jones y la tripulación deshizo el camino emprendido antes entre Xiamen y Gulangyu. Pero justo cuando rebasaban el extremo septentrional de la batería de terminales de ferris de pasajeros, el piloto redujo la marcha y puso rumbo a la orilla, para dirigirse a una oscura extensión del muelle. A medida que se acercaban, la luz ambiental de los edificios del centro hizo posible ver unos cuantos embarcaderos de mala muerte, carentes de zonas de espera acristaladas o bares y que albergaba un grupo disperso de barcos más pequeños. Sin embargo, eran lo bastante recios para albergar vehículos. Un taxi esperaba en uno de ellos. Apoyado contra él, una oscura forma humana suspendida entre el cristal azulado de una pantalla de teléfono y la intermitente estrella roja de un cigarrillo.
Además del piloto, Jones y Zula, había seis hombres en el barco. Dos de ellos saltaron de la proa al embarcadero y amarraron el barco, luego se acercaron al taxi y saludaron al hombre que los estaba esperando.
Siguiendo a Jones un paso por detrás, como le había instruido, Zula desembarcó. Él la condujo hasta el taxi. Los dos subieron al asiento trasero donde las ventanas tintadas los harían invisibles.
Un hombre subió alegremente al maletero. Otros dos se apretujaron en el asiento de atrás con Zula y Jones, y otro se sentó delante. Los demás se quedaron en el barco.
Se dirigieron al rascacielos donde estaba el piso franco. Los hombres hicieron preguntas, que Jones tradujo al inglés para Zula; luego tradujo sus respuestas al árabe. Eran todas preguntas mundanas pero prácticas sobre salidas de emergencia, puestos de guardia, el aparcamiento subterráneo, y esas cosas. El interrogatorio duró más que el trayecto, y por eso el conductor dio la vuelta a la manzana unas cuantas veces mientras los hombres de Jones satisfacían su curiosidad.
Finalmente el taxi aparcó en la misma entrada cubierta donde, mucho tiempo atrás, Zula, Peter, Csongor y todos los rusos habían subido a la furgoneta alquilada y tontearon con Qian Yuxia.
El hombre del asiento de pasajeros se bajó del taxi y entró en el vestíbulo, donde se puso a charlar con un guardia de seguridad sentado tras un mostrador de mármol.