Refugio del viento (14 page)

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Authors: George R. R. Martin & Lisa Tuttle

Tags: #Ciencia ficción, Fantasía

BOOK: Refugio del viento
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Pero el joven ya estaba junto a ella, rodeándola con los brazos. Se besaron brevemente, pero con intensidad. Uno de los jugadores de geechi los miró distraídamente, pero cuando su oponente movió una piedra, volvió a concentrarse en el tablero.

—¿Has venido volando desde Amberly? —le preguntó Dorrel—. Debes de tener hambre. Siéntate junto al fuego, te traeré algo de comer. Hay queso, jamón ahumado y frutas en la cocina.

Maris le tomó de la mano y le llevó de vuelta a la chimenea, eligiendo dos sillas alejadas de los jugadores de geechi.

—Gracias, pero no hace mucho que he comido —respondió—. Y vengo de Gran Shotan, no de Amberly. Un vuelo sencillo. Esta noche hay buenos vientos. Me temo que hace casi un mes que no paso por Amberly. El Señor de la Tierra debe de estar furioso.

Dorrel tampoco parecía demasiado contento. Su rostro agraciado no mostraba ninguna expresión.

—¿Has estado volando? ¿O en Colmillo de Mar, otra vez?

Le soltó la mano y volvió a coger la jarra. Bebió un sorbo cautelosamente. El contenido despedía humo.

—En Colmillo de Mar. Sena me pidió que pasara unos días con los alumnos. Llevo casi diez días trabajando con ellos. Acababa de volver de una misión larga, volé a Deeth, al Archipiélago del Sur.

Dorrel dejó la jarra y suspiró.

—No quieres saber mi opinión —dijo alegremente—. Pero, de todos modos, voy a dártela. Pasas demasiado tiempo fuera de Amberly, trabajando en la academia. La maestra es Sena, no tú. Le pagan buen metal por hacer lo que hace. Y no creo que te haya dado mucho hierro.

—Tengo suficiente hierro —replicó Maris—. Russ me dejó bien provista. Los Alas de Madera me necesitan, ven a muy pocos alados en Colmillo de Mar. —La voz de la joven cobró un matiz cálido, persuasivo—. ¿Por qué no vas tú a pasar unos días con ellos? Laus sobrevivirá una semana sin ti. Podríamos compartir una habitación. Me gustaría que estuvieras conmigo.

—No. —De pronto, ya no había alegría en el tono de Dorrel. Parecía enfadado—. Me encantaría pasar una semana contigo, Maris. En mi casa de Laus, en la tuya de Amberly, o incluso aquí, en el
Nido de Águilas
. Pero no en Alas de Madera. Te lo he dicho otras veces: no entrenaré a un grupo de atados a la tierra para que se lleven las alas de mis amigos.

Las palabras del joven la hirieron. Se echó hacia atrás en la silla y miró el fuego, apartando la vista de él.

—Hablas igual que Corm, hace siete años —dijo.

—No me merezco eso, Maris.

Se volvió para mirarle.

—Entonces, ¿por qué no me ayudas? ¿Por qué desprecias tanto a los Alas de Madera? Les miras por encima del hombro, como el más atado a la tradición de los viejos alados. Pero, hace siete años, estabas conmigo. Luchaste por esto, creíste en esto conmigo. No lo habría conseguido sin tu ayuda. Me habrían quitado las alas para declararme proscrita. Al ayudarme, te arriesgaste a sufrir el mismo destino. ¿Qué te ha hecho cambiar?

Dorrel sacudió la cabeza violentamente.

—No he cambiado, Maris. Escucha. Hace siete años, luché por ti. No me importaban esas preciosas academias con las que soñabas. Luché por tu derecho a conservar las alas, a ser una alada. Porque te amaba, Maris, y habría hecho cualquier cosa por ti. —Siguió con voz más tranquila—: Y porque eras la mejor alada que había visto. Era un crimen, una locura, entregar tus alas a tu hermano y atarte a la tierra. No me mires así. Los principios también me importaban, por supuesto.

—¿Sí? —preguntó Maris.

Era una antigua discusión, pero todavía le molestaba.

—Por supuesto. No habría volado contra todo lo que creía sólo para complacerte. El sistema, tal y como estaba establecido, no era justo. Lo creía entonces y lo creo ahora.

—Lo crees —repitió Maris con amargura—. Eso dices, pero hablar es fácil. No harás nada por demostrarlo, no me ayudarás, aunque estemos a punto de perder todo aquello por lo que luchamos.

—No vamos a perder nada. Vencimos. Cambiamos las leyes, cambiamos el mundo.

—Pero, sin las academias, ¿de qué sirve?

—¡Las academias! Yo no luché por las academias. Luché para cambiar una tradición injusta. Estoy de acuerdo, si un atado a la tierra vuela mejor que yo, debo cederle las alas. Pero lo que no pienso hacer es enseñarle a volar mejor que yo. Y eso es lo que me estás pidiendo. Tú deberías saber mejor que nadie lo que es para un alado perder el cielo.

—También sé lo que es querer volar y saber que nunca lo conseguirás —replicó Maris—. Hay una alumna de la academia que se llama S'Rella. Tendrías que haberla oído esta mañana, Dorrel. No hay nada en el mundo que desee más que volar. Se parece mucho a cómo era yo cuando Russ empezó a enseñarme. Ven a ayudarla, Dorr.

—Si de verdad se parece a ti, volará muy pronto, con o sin mi ayuda. Y tendrá que ser sin mi ayuda. Así, si derrota a un amigo mío en la competición y le quita las alas, no me sentiré culpable.

Vació la jarra de un trago y se levantó.

Maris frunció el ceño y estaba buscando otro argumento, cuando Dorrel habló otra vez.

—¿Quieres tomar té?

Asintió y le observó mientras ponía la tetera al fuego con el fragante té especiado. Las posturas del joven, su manera de andar, la forma de inclinarse para servir el té… ¡Todo resultaba tan familiar! Pensó que le conocía mejor que a nadie en el mundo.

Cuando Dorrel volvió con dos tazas de la humeante bebida dulce y volvió a sentarse junto a ella, la ira había desaparecido, y los pensamientos de Maris corrían en otra dirección.

—¿Qué nos pasó, Dorr? Hace unos años, pensábamos casarnos. Ahora nos miramos desde islas separadas y peleamos como dos Señores de la Tierra por derechos de pesca. ¿Qué sucedió con nuestros planes de vivir juntos, de tener hijos? ¿Qué sucedió con nuestro amor? —Le sonrió con tristeza—. No sé qué sucedió.

—Sí lo sabes —dijo Dorrel amablemente—. Fue esta discusión. Tu amor y tu lealtad están divididos entre los alados y los atados a la tierra. Los míos, no. La vida ya no es sencilla para ti. No querernos las mismas cosas, y nos resulta difícil comprendernos. Una vez nos quisimos mucho…

Tomó un sorbo de té caliente, con la vista baja. Maris le miró aguardando, triste. Por un momento deseó volver a aquellos tiempos en que el amor entre ambos había sido tan fuerte como para capear todos los temporales.

Dorrel volvió a levantar los ojos hacia ella.

—Pero todavía te quiero, Maris. Las cosas han cambiado, pero el amor sigue ahí. Quizá no podamos unir nuestras vidas, pero cuando estemos juntos, querámosnos e intentemos no pelearnos, ¿mmm?

Maris le sonrió un poco temblorosa y le tendió la mano. Él se la estrechó fuertemente y le devolvió la sonrisa.

—Pues basta de discusiones y de charlas tristes sobre lo que habría podido ser. Tenemos el presente, disfrutémoslo. ¿Te das cuenta de que hace casi dos meses que no estamos juntos? ¿Por dónde has volado? ¿Qué has visto? Cuéntame noticias, cariño. Unos cuantos cotilleos que me animen —pidió.

—No creo que las noticias que tengo te animen demasiado —dijo Maris, pensando en los mensajes que había oído y transportado últimamente—. El Archipiélago Oriental ha cerrado Hogar del Aire. Una de las alumnas murió en un accidente. Otro va a tomar un barco para venir a Colmillo de Mar. Supongo que los demás se han rendido y han vuelto a sus casas. No sé que hará Nord.

Le soltó la mano para coger la taza.

Dorrel agitó la cabeza con una ligera sonrisa en los labios.

—Incluso cuando das noticias no sabes hablar de otra cosa que de las academias. Las mías son más interesantes. El Señor del Promontorio de la Escila murió, y se eligió a su hija más joven como sucesora. Corren rumores de que Kreel… ¿Le conoces? ¿El chico pelirrojo que perdió un dedo de la mano izquierda? Tienes que haberle visto en la última competición, hizo unos cuantos giros dobles muy espectaculares. Bueno, pues se dice que se convertirá en el segundo alado del Promontorio de la Escila, ¡porque la nueva Señora de la Tierra está enamorada de él! ¿Te lo imaginas? ¡Un alado y una Señora de la Tierra, casados!

Maris sonrió.

—No es la primera vez que sucede.

—En nuestra época, sí. ¿Has oído lo de la flota pesquera de Amberly Mayor? Una escila la destrozó, pero luego consiguieron matarla, y casi todos salieron con vida, aun sin sus botes. Otra escila, ésta muerta, llegó a la playa de Culhall. Yo mismo vi el esqueleto. —Alzó las cejas y arrugó la nariz—. ¡Se olía incluso con el viento en contra! Y también he oído que, en Artellia, dos príncipes alados luchan por el control sobre las Islas del Hierro.

Dorrel se detuvo bruscamente y volvió la cabeza cuando una violenta ráfaga de viento del exterior sacudió la pesada puerta del refugio.

¡Ah! —dijo volviéndose de nuevo y tomando un sorbo de té—. Sólo era el viento.

¿Qué te pasa? —se interesó Maris—. Pareces intranquilo. ¿Esperas a alguien?

—Pensé que vendría Garth —titubeó—. Quedamos en reunimos esta tarde, pero no ha aparecido. Nada de importancia, es que iba a llevar un mensaje a Culhall y me dijo que le esperara aquí cuando volviera para emborracharnos juntos.

—Quizá se emborrachó solo. Ya conoces a Garth. —Maris hablaba despreocupadamente, pero no dejó de advertir que su amigo estaba verdaderamente intranquilo—. Hay montones de cosas que pueden haberle retrasado. Quizá tuvo que llevar un mensaje de respuesta, o se quedó a alguna fiesta en Culhall. Seguro que está perfectamente.

A pesar de sus palabras, también Maris estaba preocupada. La última vez que vio a Garth, le resultó evidente que el joven había ganado peso, y eso siempre era peligroso para un alado. Y le gustaban demasiado las fiestas, sobre todo el vino y la comida. Esperaba que estuviera sano y salvo. Nunca había sido mal alado —era tranquilizador recordarlo—, pero tampoco una maravilla en el aire. Sólo competente. A medida que envejecía, ganaba peso y perdía reflejos, las habilidades de su juventud eran cada vez más inseguras.

—Tienes razón —asintió Dorrel—, Garth sabe cuidarse solo. Lo más probable es que se encontrara con algunos amigos de Culhall y se olvidara de mí. Le gusta beber, pero nunca vuelve borracho. —Vació su taza y se obligó a sonreír—. Le devolveremos el favor, nosotros también nos olvidaremos de él. Al menos, por esta noche.

Los ojos de los dos jóvenes se encontraron. Se trasladaron a un banco bajo acolchado, más cerca del fuego. Al menos por un tiempo, consiguieron dejar de lado los conflictos y los miedos mientras bebían más té, y luego vino. Charlaron sobre los buenos tiempos del pasado e intercambiaron chismorreos sobre alados a los que ambos conocían. La tarde transcurrió en una plácida neblina, y aquella noche, mucho más tarde, compartieron una cama y algo más que recuerdos. Maris pensó que era maravilloso tener a alguien a quien abrazar, y que la abrazara, después de tantas noches sola en su estrecha cama. Con la cabeza de Dorrel apoyada en su hombro, recostados cálidamente juntos, Maris se durmió tranquila y feliz.

Pero, aquella noche, volvió a soñar con la caída.

Maris se levantó temprano al día siguiente, fría y asustada por el sueño. Dejó a Dorrel durmiendo y tomó un solitario desayuno de queso duro y pan, en la desierta sala de estar. Mientras el sol barría el horizonte, desplegó las alas y se lanzó al viento de la mañana. Al mediodía ya estaba en Colmillo de Mar, escoltando a S'Rella y a un chico llamado Jan, dándoles consejos mientras ensayaban inexpertamente con las alas.

Se quedó una semana más, trabajando con los Alas de Madera, observando sus inseguros progresos en el aire, ayudándoles en los ejercicios y contándoles historias sobre alados famosos todas las noches, alrededor del fuego.

Pero cada vez se sentía más culpable por estar tanto tiempo ausente de Amberly Menor, y por fin decidió marcharse, no sin antes prometer a Sena que volvería con tiempo para ayudarla a preparar a los alumnos para los desafíos.

Había todo un día de vuelo hasta Amberly Menor. Cuando por fin vio la hoguera en la familiar torre, estaba exhausta, y se alegró de poder dejarse caer en su propia cama, tanto tiempo vacía. Pero las sábanas estaban frías y la habitación polvorienta. A Maris le costó dormirse. Su propia casa le resultaba extraña. Se levantó y fue a buscar algo de comer, pero hacía demasiado tiempo que no pasaba por allí. La poca comida que quedaba en la cocina estaba estropeada. Hambrienta y deprimida, volvió a la cama para intentar conciliar el sueño.

Cuando fue a verle a la mañana siguiente, el recibimiento del Señor de la Tierra fue educado, pero distante.

—Ha sido una época muy ajetreada —comentó sencillamente—. He enviado muchas veces a buscarte, sin encontrarte nunca. Corm y Shalli han volado en todas las misiones, Maris. Se están cansando. Y ahora Shalli está con el bebé. ¿Tendremos que conformarnos con un solo alado, como una isla pobre de la mitad de tamaño que la nuestra?

—Si tienes algún vuelo que hacer, dámelo —replicó Maris.

Sabía que la queja del Señor era justa, pero no podía prometerle que no volvería a Colmillo de Mar.

El Señor de la Tierra frunció el entrecejo, pero no podía hacer nada. Le recitó el mensaje, un mensaje largo y complicado para los mercaderes de Poweet, grano a cambio de velas de lona para los barcos a condición de que ellos enviaran las naves, y un soborno en hierro por su apoyo en una disputa entre las Amberly y Kesselar. Maris lo memorizó palabra por palabra, sin dejar que le llegara plenamente a la consciencia, como solían hacer los alados. Y luego saltó desde el risco, hacia el cielo.

Para que no volviera a marcharse, el Señor de la Tierra la mantuvo ocupada. En cuanto volvía de una misión, le tenía preparada otra. Hizo el camino de ida y vuelta a Poweet cuatro veces, dos a Pequeña Shotan, dos a Amberly Mayor, y una a Kesselar, a Culhall, a la Cuenca de Piedra, a Laus (Dorrel no estaba en casa, él también habría salido en alguna misión), y una vez, en un vuelo largo, a la Plataforma del Milano, en el Archipiélago Oriental.

Cuando por fin se encontró libre para volar otra vez a Colmillo de Mar, apenas quedaban dos semanas para la competición.

—¿A cuántos vas a avalar para el desafío este año? —preguntó Maris.

Fuera, la lluvia y el viento azotaban la isla, pero los gruesos muros de piedra que les encerraban también les aislaban del viento. Sena estaba sentada en un taburete bajo, con una camisa rota en las manos. Maris estaba de pie ante ella, calentándose la espalda junto al fuego. Se encontraban en la habitación de Sena.

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