Refugio del viento (46 page)

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Authors: George R. R. Martin & Lisa Tuttle

Tags: #Ciencia ficción, Fantasía

BOOK: Refugio del viento
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Únete a los alados negros. Llora por Tya. Únete a los otros. Cuando se difunda la noticia de que Dorrel de Laus está con los un-ala en su duelo, otros le seguirán.

¿Llorarla? ¿Quieres que me vista de negro y vuele en círculo? —La voz de Dorrel estaba cargada de sospechas—. ¿Y qué más? ¿En qué voy a unirme a tus alados negros? ¿Es que pretendes forzar la sanción contra Thayos haciendo que todos los alados vuelen en formación sobre la isla?

No. No se trata de una sanción. No detendrán al alado que traiga o lleve mensajes de Thayos. Y si tú, o cualquiera de los que te sigan, tiene que dejar el círculo, nadie os detendrá. No tienes más que hacer ese gesto simbólico.

Esto es algo más que un gesto, algo más que un velatorio. Estoy seguro. Sé honrada conmigo. Maris. Hace muchos años que nos conocemos, haría cualquier cosa por el cariño que aún siento por ti. Pero no puedo ir contra lo que creo. Por favor, no participes en los juegos de Val, y no intentes utilizarme. Creo que me debes un poco más de sinceridad.

Maris le miró directamente a los ojos, pero sintió una punzada de culpabilidad. Estaba intentando utilizarle. Era una parte importante del plan. Y, por lo que habían sido el uno para el otro, estaba seguro de que no la abandonaría. Pero no quería engañarle.

—Siempre te he considerado mi amigo, Dorr, incluso cuando estábamos en bandos opuestos. Pero no te estoy pidiendo esto por nuestra amistad. Es algo más importante que todo eso. Creo que estás tan interesado como yo en que desaparezca la escisión entre los alados de cuna y los un-ala.

—Entonces, cuéntame toda la historia. Cuéntame qué pretendes hacer y por qué.

—Quiero que te unas a los alados negros para demostrar que los únala no vuelan solos. Quiero que los alados y los un-ala vuelvan a estar juntos para enseñar al mundo que todavía pueden actuar como uno solo.

—¿Crees que si Val Un-Ala y yo volamos juntos olvidaremos nuestras diferencias?

Maris sonrió con tristeza.

—Eso pensé una vez, hace mucho tiempo. Así de ingenua era. Pero ya no. Lo único que espero es que los alados de cuna y los de un-ala actúen conjuntamente.

—¿Cómo, además de en esta extraña ceremonia de duelo?

—Los alados negros no llevan armas, no hacen amenazas, ni siquiera aterrizan en Thayos. Son plañideras, nada más. Pero su presencia pone muy nervioso al Señor de Thayos. No entiende qué está pasando. Para ser exactos, está tan nervioso que ha hecho que sus guardianes se retiraran de Thrane. Mira por donde, los alados negros han triunfado donde Tya fracasó: han terminado con la amenaza de guerra.

—Pero el Señor de la Tierra acabará por vencer su miedo, y los alados negros no pueden sobrevolar Thayos eternamente.

—El Señor de Thayos es un hombre temido, impetuoso y sanguinario. Los violentos siempre acusan a los demás de violentos. Y no tiene por costumbre contemplar cómo otros toman la iniciativa. Creo que, dentro de poco, hará algo. Creo que obligará a actuar a los alados.

¿Qué hará? ¿Disparar una andanada de flechas para derribarnos a nosotros del cielo?

¿«A nosotros»?

Dorrel negó con la cabeza, pero sonreía.

—Podría ser peligroso, Maris. Eso de intentar provocarle para que actúe…

La sonrisa del alado le dio ánimos.

—Los alados negros se limitan a volar. Su Puerto Thayos se siente incómodo cuando ve pasar sus sombras, la culpa es del Señor de la Tierra y de sus súbditos.

—Sobre todo, de los bardos y de los curanderos. ¡Ya sabemos lo agitadores que pueden llegar a ser! Haré lo que sugieres, Maris. Será una buena historia para contar a mis nietos, cuando los tenga. Jan vuela cada vez mejor, no podré retener mis alas mucho más tiempo.

—¡Oh, Dorr!

El alado movió una mano.

—Vestiré de negro en señal de duelo por Tya —dijo cuidadosamente—. Y me uniré al gran círculo que vuela llevando luto en su memoria. Pero no haré nada que pueda dar a entender que perdono su crimen, nada que implique una sanción contra Thayos por su muerte. —Se levantó y se desperezó—. Claro que, si sucediese algo, si el Señor de la Tierra se excediera en sus atribuciones y amenazara a los alados… Entonces, tanto los alados de cuna como los un-ala deberíamos actuar unidos.

Maris también se levantó. Sonreía.

—Sabía que lo entenderías.

Maris le rodeó con los brazos y le atrajo hacia sí en un cariñoso abrazo. Entonces, Dorrel le levantó la cara por la barbilla y la besó. Quizá fue sólo un recuerdo de los viejos tiempos, pero, durante un momento, los años parecieron esfumarse. Volvieron a ser jóvenes, amantes, y el cielo les pertenecía de horizonte a horizonte junto con todo lo que se extendía bajo ellos.

Pero el beso terminó, y volvieron a separarse como viejos amigos unidos por recuerdos y débiles lamentaciones.

—Cuídate mucho, Dorr. Y vuelve pronto.

Mientras volvía de los acantilados, donde había visto a Dorrel alzar el vuelo en dirección a Laus, Maris se sentía esperanzada. Pero, en cierto modo, también triste. La vieja y familiar añoranza la asaltó de nuevo cuando ayudó a Dorrel a desplegar las alas y le vio ascender hacia el cálido cielo azul.

Pero, esta vez, el dolor no era tan intenso. Habría dado cualquier cosa por volar con Dorrel, pero tenía otras cosas en las que pensar, y ya no le resultaba tan difícil dejar de mirar desesperanzadamente al cielo, para centrarse en asuntos más prácticos. Dorrel había prometido volver pronto, con más seguidores, y Maris ya estaba disfrutando por anticipado de la visión de un círculo aún mayor de alados negros.

Un grito que venía del interior de la cabaña de Evan la arrancó bruscamente de sus ensoñaciones.

Salvó corriendo los escasos metros que la separaban de la puerta y la abrió de golpe. En seguida se dio cuenta de que Bari lloraba y de que Evan intentaba en vano consolarla. Un poco apartada, S'Rella contemplaba la escena. A su lado había un niño de Thossi.

—¿Qué pasa? —gritó, temiendo lo peor.

Al oír su voz. Bari se dio la vuelta y corrió llorando hacia su tía.

—Mi padre… Se han llevado a mi padre… Diles que… Diles que me ló…

Maris abrazó a la niña que sollozaba y le acarició el pelo con un gesto instintivo.

¿Qué le ha pasado a Coll?

Le han arrestado y le han llevado a la fortaleza —explicó Evan—.

El Señor de la Tierra ha arrestado también a otra media docena de bardos. A todo el que se sabe que ha cantado la canción de Tya. Quiere juzgarlos por traición.

Maris siguió abrazando a Bari con fuerza.

—Calma, nena, calma, shh.

—En Puerto Thayos se amotinaron —dijo el niño de Thossi—. Los guardianes aparecieron en la Posada del Pez Luna para llevarse a Lanya, la barda, y tuvieron que pelearse con los clientes que querían defenderla. Los guardianes los derrotaron a garrotazos. Nadie resultó muerto.

Maris escuchaba aturdida, intentando asimilarlo, intentando pensar.

—Volaré hasta Val —dijo S'Rella—. Difundiré la noticia entre los alados negros. Acudirán todos. El Señor de la Tierra tendrá que liberar a Coll.

—No —respondió Maris. Seguía abrazando a Bari, y el llanto de la niña había cesado—. No. Coll es un atado a la tierra, un bardo. No tiene ascendencia entre los alados. No se pondrán de su parte para defenderle.

¡Pero es tu hermano!

Eso no cambia nada.

—Tenemos que hacer algo —insistió S'Rella.

—Lo haremos. Intentábamos provocar al Señor de la Tierra, pero para que atacara a los alados, no a los atados a la tierra. Y eso es precisamente lo que ha pasado. Pero Coll y yo, ya tuvimos en cuenta la posibilidad. —Gentilmente, obligó a Bari a levantar la cara, poniéndole un dedo en la barbilla, y le secó las lágrimas—. Ahora tienes que marcharte, Bari.

—¡No! ¡Quiero a mi padre! ¡No me marcharé sin él! —Escúchame, Bari, tienes que irte para que el Señor de la Tierra no te coja. A tu padre no le gustaría.

—¡No me importa! —respondió la chiquilla, testaruda—. ¡No me importa que me coja el Señor de la Tierra! ¡Mejor, así estaré con mi padre!

—¿No quieres volar?

—¿Volar?

El rostro de Bari se iluminó.

—S'Rella te dejará volar con ella sobre el océano, si eres lo bastante mayor para no asustarte. —Miró a S'Rella—. Puedes cargar con ella, ¿verdad?

S'Rella asintió.

Pesa muy poco. Val tiene gente en Thrynel, será un vuelo sencillo.

¿Eres mayor? —preguntó Maris con seriedad —. ¿O tendrás miedo?

—No tengo miedo —respondió Bari enfadada, herida en su amor propio—. Mi padre volaba, ¿sabes?

—Sí —sonrió Maris.

Recordó el pánico a volar de Coll y rezó por que Bari no lo hubiera heredado.

—¿Y tú salvarás a mi padre?

—Sí.

¿Y después de que la lleve a Thrynel? —intervino S'Rella—. ¿Qué hago luego?

Luego —respondió Maris con firmeza, cogiendo a Bari por el brazo—, quiero que vueles hasta la fortaleza con un mensaje para el Señor de la Tierra. Le dirás que todo ha sido culpa mía, que yo he hecho que Coll y los demás bardos actuaran así. Si me quiere, y me querrá, dile que me entregaré en cuanto libere a Coll y a los demás.

—Maris —dijo Evan—, te ahorcará. —Tal vez. Tendré que correr el riesgo.

—Está de acuerdo —informó S'Rella a su regreso—. Y, como señal de buena fe, ha liberado a todos los bardos excepto a Coll. Los llevaron en un bote hasta Thrynel y les prohibieron volver a poner los pies en Thayos.

—¿Y Coll?

—Me permitieron hablar con él. Parece ileso, aunque estaba preocupado por lo que pudiera haber pasado con su guitarra. No le permitieron conservarla. El Señor de la Tierra dijo que retendrá a Coll durante tres días. Si no apareces en la fortaleza antes de que se cumpla el plazo. Coll será ahorcado.

—Entonces, debo ir en seguida.

S'Rella le tomó la mano.

—Coll me dijo que te mantuvieras alejada, que no fueras bajo ningún pretexto. Que es muy peligroso para ti.

Maris se encogió de hombros.

—También para él. Claro que iré.

—Puede ser una trampa —señaló Evan—. El Señor de la Tierra no es de fiar. Es capaz de ahorcaros a los dos.

—Correré el riesgo. Si no voy, colgará a Coll, seguro. No puedo tener eso sobre mi conciencia. Yo le metí en esto.

—No me gusta —dijo Evan.

Maris suspiró.

—El Señor de la Tierra me atrapará tarde o temprano, a no ser que salga inmediatamente de Thayos. Si me entrego, al menos tendré una oportunidad de salvar a Coll. Y quizá de hacer algo más.

¿Qué puedes hacer? Te ahorcará, probablemente haga lo mismo con tu hermano, y ahí terminará todo.

Si me ahorca —replicó Maris con voz sosegada—, ya tendremos el incidente que buscábamos. Mi muerte unirá a los alados como no lo haría ninguna otra cosa.

S'Rella palideció.

—No, Maris —dijo en un susurro.

—Ya se me había ocurrido —dijo Evan, con voz anormalmente tranquila—. Éste era el detalle final de todo el plan, ése que nunca mencionabas. Tenías pensado vivir sólo lo suficiente para ser una mártir.

—No quería contártelo, Evan. Pero sabía que podía suceder algo así. Tuve que tenerlo en cuenta cuando trazaba el plan. ¿Estás enfadado?

—¿Enfadado? No. Desilusionado. Dolido. Y muy triste. Cuando dijiste que habías decidido vivir, te creí. Parecías más feliz, más fuerte, y pensé que me amabas. Que podría ayudarte. —Suspiró—. No me di cuenta de que no habías elegido la vida, sino lo que te parecía una muerte noble. No puedo negártelo, si es eso lo que quieres. Pero la muerte y yo nos enfrentamos todos los días, y nunca me ha parecido noble. Quizá sea porque la veo demasiado de cerca. Puedes tener lo que quieres. Y, cuando ya no estés entre nosotros, los bardos se encargarán de que todo parezca hermoso y bello, no lo dudes.

—No quiero morir —dijo Maris serenamente.

Se acercó a Evan y le puso las manos en los hombros.

—Mírame, escúchame.

Sus ojos se encontraron con los del curandero, tan azules, y vio la pena reflejada en ellos. Se odió a sí misma por ser la causante.

—Tienes que creerme, amor mío —siguió—. Iré a la fortaleza del Señor de la Tierra porque no puedo hacer otra cosa. Intentaré salvar a mi hermano y a mí misma, trataré de convencer al Señor de Thayos de que no debe enfrentarse con los alados.

Mi plan consiste en provocarle hasta que explote y haga alguna locura, lo admito. Y sé perfectamente que se trata de un juego peligroso. Cuando empecé, sabía que podía morir yo, o alguno de mis amigos. Pero no ha sido, no es un plan elaborado para que yo pueda morir noblemente.

Quiero vivir, Evan. Y te quiero. No lo dudes nunca, por favor. —Respiró profundamente —. Necesito que creas en mí. Siempre necesitaré tu ayuda y tu amor.

Sé que el Señor de la Tierra puede matarme, pero tengo que ir, tengo que arriesgarme, si quiero vivir. No hay otro camino. Tengo que hacerlo, por Coll, por Bari, por Tya, por los alados… Y por mí misma. Porque tengo que saber, saber de verdad, si todavía sirvo para algo. Que sigo con vida por algún motivo. ¿Lo comprendes?

Evan la miró, estudiando el rostro de la mujer. Finalmente, asintió.

—Sí. Lo comprendo. Te creo.

Maris se dio la vuelta.

—¿S'Rella?

La alada tenía los ojos llenos de lágrimas, pero también una sonrisa temblorosa en los labios.

—Tengo miedo por ti, Maris, pero es verdad. Tienes que ir. Rezaré por que triunfes, por tu bien y por el de todos nosotros. No quiero que ganemos si es al precio de tu vida.

—Hay un detalle más —intervino Evan.

—¿Cuál?

—Voy contigo.

Los dos vestían de negro.

Llevaban menos de diez minutos de camino cuando se encontraron con una de las hijas de los amigos de Evan, una niñita que corría casi sin aliento por el camino de Thossi para advertirles de que se acercaba media docena de guardianes.

Media hora más tarde, se encontraron con los guardianes. Eran un grupo de hombres y mujeres fatigados, armados con garrotes puntiagudos y arcos. Vestían uniforme color tierra manchados por el sudor de su forzada marcha. Pero trataron a Evan y a Maris de forma casi deferente, y no parecieron sorprendidos de encontrárselos en el camino.

—Venimos a escoltaros hasta la fortaleza del Señor de la Tierra —dijo la joven que iba al mando.

—Espléndido —respondió Maris, reemprendiendo la marcha a paso rápido.

A una hora de distancia del aislado valle del Señor de la Tierra, Maris vio por primera vez a los alados negros.

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