Resurrección (30 page)

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Authors: Craig Russell

Tags: #Intriga, #Policíaco

BOOK: Resurrección
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Fabel ponderó las palabras de Lang. Lo que había dicho sobre Hauser también podía aplicarse a Griebel, pero de manera diferente.

—Todos somos así —dijo—. En un grado u otro.

En el coche, de regreso al Polizeipräsidium, Fabel habló sobre Lang con sus dos subordinados.

—Volveré a verificar los detalles —dijo Anna—. Pero, para ser honesta, su coartada no lo deja totalmente fuera de sospecha por la muerte de Hauser. Si hubiera ido directamente del restaurante al apartamento de Hauser y si permitimos un margen de error en la hora estimada de la muerte, entonces es posible que hubiera llegado a hacerlo.

—Eso sería estirar demasiado los tiempos —dijo Fabel—. Aunque tengo que admitir que hay algo en Lang que me molesta. De todas maneras, lo que más lo deja fuera del cuadro es el hecho de que tu secuencia de los acontecimientos no coincide con la declaración de Schüler. El vio a Hauser sentado con un invitado que encaja aproximadamente con la descripción de Lang entre las once y las once y media; la coartada de Lang para ese lapso es sólida.

Fabel dejó a Henk y a Anna en el Polizeipräsidium y condujo hasta su casa, en Pöseldorf. Hamburgo brillaba bajo el oscuro calor de la noche de verano. Había algo en la mente de Fabel que oscurecía todo lo relacionado con el caso, pero su cansado cerebro no podía esquivarlo. Mientras conducía, se dio cuenta de que estaba enfrentándose a un caso que se enfriaba cada vez más. Un caso sin pistas. Y eso significaba que tal vez no podría seguir avanzando hasta que el asesino atacara nuevamente. Considerando que había matado a dos personas en un período de veinticuatro horas y que no había dado otro golpe desde entonces, era totalmente posible que el trabajo del criminal estuviera terminado.

Y que se hubiera salido con la suya.

Medianoche, Grindelviertel, Hamburgo

Mientras Fabel conducía a su casa desde el Polizeipräsidium, Leonard Schüler estaba sentado en su apartamento de un dormitorio de Grinderviertel, dando las gracias de lo que se había librado. No lo habían acusado de nada. Había admitido el robo de la bicicleta y que aquella noche llevaba encima las herramientas para robar casas pero, como había dicho el policía mayor de edad, nada de eso les había interesado. Aquel policía le había afectado bastante con su cháchara sobre tirárselo como carnaza al chiflado que le había arrancado el cuero cabelludo a esos tipos. Pero a pesar de que Leonard se había asustado, también había sido listo; sabía que no le convenía entregarles más que el mínimo. La razón por la que la amenaza del policía más viejo lo había asustado tanto era que Leonard había podido ver al tipo del apartamento mucho mejor de lo que había admitido. Y el tipo del apartamento también le había echado una buena mirada a Schüler, Su intención había sido entrar en el apartamento, si no había nadie. Había planeado su huida con un poco más de anticipación de lo habitual. Después de forzar el cerrojo de la bicicleta, la había dejado contra la pared del callejón, antes de deslizarse hacia el patio interior. No estaba muy oscuro aquella noche, pero cuando Leonard llegó a hurtadillas a la parte posterior del apartamento, los edificios que rodeaban el patio proyectaron unas sombras muy espesas. A Schüler le pareció que era un golpe de suerte para un ladrón. Pero era evidente que a uno de los ocupantes le preocupaba mucho la seguridad y había instalado un sistema de detección de movimientos que inundó el patio con una luz cegadora. Schüler quedó temporal' mente deslumbrado por la luz y dio un paso en falso hacia atrás. Los cubos para reciclar la basura debían de haber estado demasiado llenos, porque Schüler derribó algunas botellas que estaban al lado de los cubos y éstas hicieron un fuerte estrépito en el empedrado del patio. Schüler tomó un momento para acomodar los ojos a esa luz fuerte y repentina. Fue entonces cuando los vio. Estaba claro que la torpeza de Schüler les había interrumpido la conversación. Ellos se acercaron a la ventana y miraron directamente a Schüler, que estaba a apenas un metro y medio de distancia. Eran dos: un tipo de más edad, el que ahora sabía que era Hauser, y otro más joven. La expresión, o la falta de ella, en el rostro del tipo más joven, le había asustado realmente. Incluso más ahora, que se había enterado de lo que aquel joven había cometido después.

Era la cara muerta e inexpresiva de un asesino.

Ahora, cuando recordaba aquella mirada, aquella calma terrible en la cara de un hombre que seguramente sabía los horrores que estaba por perpetrar, sentía un escalofrío en lo más profundo de su ser.

El policía de más edad, Fabel, tenía razón. Había descrito a un monstruo que llevaba a la gente al infierno antes de morir. Schüler no quería tener nada que ver con eso. Fuera quien fuese —fuera lo que fuese— aquel asesino, la policía jamás lo atraparía.

Schüler ya estaba fuera de todo aquello.

10

Miércoles 31 de agosto de 2005, trece días después del primer asesinato

9.10 H, POLIZEIPRÁSIDIUM, HAMBURGO

Fabel llevaba desde las siete y media en su escritorio. Había vuelto a revisar los expedientes de la BKA que le había prestado Ullrich y había cogido el bloc de dibujo de su escritorio y volcado en él toda la información que tenía.

Llamó al despacho de Bertholdt Müller-Voigt. Después de explicar quién era, le informaron de que el senador de medio ambiente estaba trabajando en su casa, lo que era habitual en él, para demostrar también de esa manera su interés en reducir los kilómetros de sus desplazamientos y, por lo tanto, su impacto en el medio ambiente. Su secretaria añadió que, de todas maneras, volvería a llamar a Fabel para darle una cita para ese mismo día.

Fabel hizo otra llamada. Henk Hermann le había conseguido el número telefónico de Ingrid Fischmann, la periodista.

—Hola, ¿Frau Fischmann? Le habla Herr Kriminalhauptkommissar Jan Fabel, de la Polizei de Hamburgo. Pertenezco a la Mordkommission y en la actualidad investigo el homicidio de Hans-Joachim Hauser. Me preguntaba si podríamos encontrarnos. Creo que usted podría ayudarme con algunos datos de contexto…

—Oh… Ya veo… —La voz de la mujer al otro lado de la línea sonaba mucho más joven y tenía menos autoridad de la que Fabel, por alguna razón, había esperado—. De acuerdo… ¿qué le parece a las tres de la tarde en mi despacho?

—Muy bien. Gracias, Frau Fischmann. Tengo la dirección.

Pocos minutos después de cortar la comunicación con Ingrid Fischmann, lo llamó la secretaria de Bertholdt Müller-Voigt para informarle de que el senador podría hacerle un hueco si él se trasladaba directamente a su casa particular. Le pasó a Fabel una dirección cerca de Stade en la Altes Land, en las afueras de Hamburgo y en la costa sur del Elba. «A él no le molesta que yo sí haga kilómetros de más», pensó Fabel cuando colgó el teléfono.

Müller-Voigt vivía en una casa enorme y moderna en la que cada ángulo y cada detalle dejaban a las claras que allí había trabajado un arquitecto muy caro, y Fabel reflexionó sobre la manera en que los activistas ecologistas de izquierdas de antaño parecían haber abrazado el consumo conspicuo con gran entusiasmo. Sin embargo, cuando se acercó a la puerta principal, notó que lo que parecía ser un tejado de mármol azul sobre toda la fachada principal era, en realidad, un grupo de paneles solares.

Müller-Voigt abrió la puerta. Era igual a como Fabel recordaba haberlo visto en el restaurante de Lex: un hombre pequeño pero en buena forma, con hombros anchos y un rostro bronceado, abierto en una sonrisa amplia y de dientes blancos.

—Herr Kriminalhauptkommissar, por favor… pase.

Fabel había oído hablar del encanto de Müller-Voigt; al parecer era su arma principal tanto con las mujeres como con sus opositores políticos. Como todos sabían de sobra, podía desactivarlo cada vez que le resultaba necesario y transformarse en un opositor agresivo y muy directo. El político hizo pasar a Fabel a una amplia sala con un techo abovedado del doble de altura de lo normal y con paneles de madera de pino. Le ofreció un trago a Fabel, que éste rehusó.

—¿Qué puedo hacer por usted, Herr Fabel? —preguntó Müller-Voigt, mientras se sentaba en un gran sofá esquinero y le indicaba a Fabel que hiciera lo propio.

—Estoy seguro de que se habrá enterado de las muertes de Hans-Joachim Hauser y Gunter Griebel —dijo Fabel.

—Por Dios, sí. Un asunto terrible, terrible.

—Usted conocía bastante bien a Herr Hauser, al parecer.

—Sí, es cierto. Pero desde hacía muchos años no lo trataba socialmente. De hecho, en los últimos tiempos casi no lo veía. Tal vez me topara con Hans-Joachim en alguna conferencia o reunión. Y, por supuesto, también conocía a Gunter. No tanto, desde luego, y llevaba más tiempo sin verlo que a Hans-Joachim, pero sí le conocía.

Fabel parecía sorprendido.

—Lo siento, Herr Müller-Voigt. ¿Ha dicho usted que conocía a ambas víctimas?

—Sí, desde luego. ¿Qué tiene de extraño?

—Bueno… —dijo Fabel—. El único propósito de esta visita era averiguar si usted podía arrojar alguna luz sobre alguna conexión posible entre las víctimas. Una conexión, debo añadir, que hasta ahora no habíamos podido encontrar. Ahora parece que ese nexo es usted.

—Me halaga que me considere tan importante para su investigación —dijo Müller-Voigt con una sonrisa—, pero puedo asegurarle que yo no era la única conexión. Ellos se conocían.

—¿Está seguro?

—Por supuesto. Gunter era un tipo raro. Alto y desgarbado, no hablaba mucho, pero participó activamente en el movimiento estudiantil. De todas maneras, no me sorprende que esa conexión no apareciera en su radar. El se esfumó después de un tiempo, como si hubiera perdido interés en el movimiento. Pero tanto él como Joachim fueron miembros del Colectivo Gaia durante un tiempo. Yo también.

—Ah, ¿sí?

—Debo admitir que el Colectivo Gaia tuvo muy corta vida. Era más que nada un grupo de charlas. Yo lo abandoné cuando se volvió… cómo podría decirle… demasiado esotérico. La objetividad política se embarró con filosofía barata. Paganismo, esa clase de cosas. El Colectivo terminó evaporándose. Eso ocurría muy a menudo en aquel entonces.

—¿Cuán bien se conocían entre sí? —preguntó Fabel.

—Oh, no lo sé. No eran amigos ni nada parecido. Sólo a través del Colectivo Gaia. Tal vez se vieran fuera, pero no podría decirlo. Sé que a Griebel se lo tenía en muy alta estima por su intelecto, pero tengo que admitir que a mí me resultaba un tipo muy aburrido, muy serio y bastante unidimensional… como muchas de las personas que se metieron en el movimiento. Y tampoco era especialmente comunicativo.

—¿Y usted no había tenido ningún contacto con Griebel desde los días del Colectivo Gaia?

—Ninguno —dijo Müller-Voigt.

—¿Quién más participaba?

—Fue hace mucho tiempo, Herr Fabel. Toda una vida.

—Tiene que acordarse de alguien.

Fabel observó a Müller-Voigt mientras éste se frotaba con aire reflexivo su barba cortada que empezaba a ponerse gris. Le resultó imposible darse cuenta de cuánto estaba ocultando aquel hombre, si es que lo hacía.

—Recuerdo que había una mujer con la que tuve una relación durante un tiempo —dijo Müller-Voigt—. Se llamaba Beate Brandt. No sé qué ha sido de ella. Y Paul Scheibe… Él también era miembro del Colectivo Gaia.

—¿El arquitecto?

—Sí. Acaba de ganar la licitación de un importante proyecto arquitectónico en HafenCity. Él es el único miembro del grupo con quien todavía mantengo un contacto regular, si excluye las escasas ocasiones en las que me he topado con Hans-Joachim. Paul Scheibe era y es un arquitecto muy talentoso… muy innovador en sus diseños de edificios de impacto ambiental mínimo. Este último concepto para el Überseequartier de HafenCity es inspirado.

Fabel apuntó los nombres de Beate Brandt y Paul Scheibe. —¿Recuerda a alguien más?

—No, en realidad… ningún nombre, en cualquier caso. En realidad nunca estuve muy metido en el Colectivo Gaia, ¿sabe?

—¿Recuerda si Franz Mülhaus participaba del Colectivo?

Müller-Voigt pareció desconcertado por la mención de ese nombre, pero luego su expresión se oscureció con un gesto de sospecha.

—Oh… ya veo. A usted no le interesa para nada mi posible conexión con las víctimas, ¿verdad? Si ha venido a interrogarme sobre Franz
el Rojo
Mülhaus debido a las falsas acusaciones que ha hecho circular Ingrid Fischmann, entonces salga ya mismo de mi casa.

Fabel levantó una mano.

—En primer lugar, he venido aquí exclusivamente porque estoy tratando de averiguar la conexión que existía entre las víctimas. En segundo lugar, y esto se lo aseguro, Herr Senator… estoy llevando a cabo la investigación de un homicidio y usted va a responder a todas las preguntas que le haga. No me importa su posición; hay un maníaco suelto mutilando y asesinando personas que estaban relacionadas con su círculo en los años setenta y ochenta. Podemos hacerlo aquí o en el Polizeipräsidium, pero lo vamos a hacer.

Los ojos de Müller-Voigt estaban clavados en Fabel, y éste se dio cuenta de que la intensidad de la mirada del político no se debía a la furia, sino al hecho de que estaba evaluando a Fabel, tratando de decidir si estaba marcándole un farol o no. Estaba claro que Müller-Voigt había estado en demasiadas peleas políticas como para ponerse nervioso fácilmente. A Fabel ese distanciamiento frío y carente de emoción le resultaba perturbador.

—No sé qué piensa usted de mí y de la gente de mi clase, Herr Kriminalhauptkommissar. —Müller-Voigt relajó la tensión de su postura y se echó hacia atrás en el sofá—. Me refiero a los que participamos activamente en el movimiento de protesta. Pero cambiamos Alemania. Muchas de las libertades, muchos de los valores fundamentales que todos dan por sentado en nuestra sociedad pueden atribuirse directamente a que nosotros en aquella época defendimos una posición. Nos acercamos a un momento, si es que de hecho ya no lo hemos alcanzado, en que una vez más podemos sentirnos orgullosos de ser alemanes. Una nación liberal y pacifista. Y eso lo hicimos nosotros, Fabel. Mi generación. Nuestras protestas sacudieron las últimas y oscuras telarañas de los rincones de nuestra sociedad. Nosotros fuimos la primera generación con un recuerdo directo de la guerra, del Holocausto, y dejamos bien claro que nuestra Alemania no tendría nada que ver con aquella Alemania. Admito haber marchado en las calles. Admito que los ánimos estaban caldeados. Pero en el fondo de mis convicciones está mi pacifismo: no creo en ejercer violencia contra la Tierra y no creo en ejercer violencia contra otro ser humano. Como he dicho, he hecho cosas, en el fragor del momento, de las que ahora me arrepiento, pero yo jamás, ni en aquel entonces ni ahora, podría sustraer una vida humana por una convicción política, no importa lo fuerte que ésta sea. Para mí, eso es lo que me diferencia de lo que ocurrió entonces. —Hizo una pausa, clavando la mirada en Fabel—. Si hay una pregunta acechando por allí que tal vez usted no quiera formularme, entonces permítame que se la conteste de todas maneras. A pesar de las insinuaciones de Ingrid Fischmann, y a pesar del capital político que ha tratado de ganar la esposa del Erster Bürgermeister con esas acusaciones, yo no tuve ninguna clase de participación en el secuestro y asesinato de Thorsten Wiedler. No tuve nada que ver ni con ese episodio ni con el grupo que estaba detrás.

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