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Authors: Anónimo

Tags: #Aventuras, Poema épico

Robin Hood (5 page)

BOOK: Robin Hood
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Los soldados se internaron en el bosque, pero ni rastro de Robin Hood y los suyos. El más absoluto silencio los acompañaba en la búsqueda. Llegó la noche y se detuvieron en un claro. Allí hicieron una gran hoguera y establecieron los turnos de vigilancia.

AI amor del fuego, los hombres empezaron a charlar de forma animada. Cuando callaban, oían sobrecogidos los ruidos del bosque. Aquello les hacía seguir despiertos a pesar del cansancio que sentían tras la dura jornada.

La conversación iba decayendo y muchos empezaban a quedarse adormecidos, rendidos por el sueño. Era ya bien entrada la madrugada.

De pronto empezaron a oírse extraños ruidos, y los intranquilos hombres de Gisborne se despertaron sobresaltados. AI poco vieron entre los árboles unas sombras blancas semejantes a duendes o fantasmas. Espantosas carcajadas, que parecían salir de ultratumba, acompañaban estas terroríficas visiones.

Los hombres, bien juntos, con los pelos de punta y temblando de pavor, tuvieron que sufrir aún que un grupo de estos fantasmas se abalanzaran sobre ellos y empezaran a molerles a palos.

Los confundidos soldados huyeron despavoridos en medio de la oscuridad de la noche y deambularon por el bosque hasta que, al amanecer, lograron alcanzar la salida.

Sobra explicar que los fantasmas venidos del otro mundo eran Robin y sus hombres. Todo había sido una genial idea del héroe de Sherwood.

El suceso corrió como la pólvora por toda la comarca. Y la expedición de Gisborne fue motivo de burla para las gentes del lugar.

IX. Llegan noticias sobre el rey

H
abía pasado mucho tiempo desde que Ricardo Corazón de León partiera a las Cruzadas. Inglaterra había cambiado mucho bajo la regencia del príncipe Juan y no se tenían noticias del rey

Cuando todos pensaban que habría muerto en la lucha contra los infieles, se supo que el legítimo rey de Inglaterra estaba vivo, aunque prisionero del rey Enrique de Alemania.

Ricardo Corazón de León fue detenido por soldados de Leopoldo de Austria y posteriormente entregado al rey alemán. En el momento de su detención iba acompañado de su buen amigo el príncipe David de Huntington, futuro rey de Escocia, conocido como sir Kenneth.

Sir Kenneth intentó defender a su rey y cayó gravemente herido. Los soldados austríacos prendieron a Ricardo y abandonaron a su amigo, dándolo por muerto.

Sin embargo, sir Kenneth se salvó gracias a un campesino que lo encontró y lo llevó a su choza, donde se restableció por completo.

Consciente de la gravedad del asunto, sir Kenneth, nada más recuperarse, centró todos sus esfuerzos en conseguir la liberación del rey Ricardo. Por ello, se dirigió a Roma para interceder ante el Sumo Pontífice.

Allí se enteró de que Ricardo no estaba en Austria, sino en Alemania, y que el rey Enrique había pedido un fuerte rescate por su liberación.

En efecto, a la corte inglesa había llegado un mensaje del rey alemán en el que se daba cuenta del cautiverio de Ricardo Corazón de León y de la suma exigida para su puesta en libertad.

Juan sin Tierra, ante la reina madre y la esposa de su hermano, declaró que pondría todo su empeño en recaudar fondos, por medio de más impuestos, para salvar a Ricardo, ya que las arcas del reino no disponían de esa exorbitante cantidad.

—Yo venderé mis joyas, Juan —dijo la reina madre—, para restituir en su trono al legítimo rey de Inglaterra. En cuanto a la recaudación de impuestos, sólo te pido que no se haga recaer todo el esfuerzo sobre los humildes. Son los señores, normandos y sajones, los que más deben y pueden aportar

Toda Inglaterra condenó sin reservas la acción del rey alemán. En general, la gente del pueblo fue la que se sintió más afectada. Veía alejarse la posibilidad de que cambiara su situación con la vuelta del buen rey.

Comenzó por todo el país la recaudación de impuestos en favor de Ricardo Corazón de León. Era la gente humilde la que pagaba con mayor satisfacción. Sentía que colaboraba con una causa justa. Tenía la certeza de que su suerte cambiaría si se conseguía la liberación del rey.

Se logró recoger una suma respetable entre los impuestos y la venta de las joyas de la reina. Aun así, no se alcanzaba la cantidad exigida por el rey Enrique.

Juan sin Tierra, reunido con sus incondicionales, no tenía dudas sobre los pasos que se habían de dar.

—Se seguirán recaudando impuestos en favor de mi hermano, pero ese dinero jamás llegará al rey alemán. Ricardo no conseguirá nunca su libertad.

Pasó el tiempo y la gente empezó a cansarse de pagar tributos bajo el pretexto de liberar al rey. Había un hecho claro: el rey seguía cautivo. El príncipe Juan no daba explicaciones a nadie y existían serias dudas sobre sus verdaderas intenciones.

La reina madre comenzó a dudar de la labor que estaba realizando el príncipe para liberar al rey. Algunos rumores que habían llegado a sus oídos y su propia intuición le decían que Juan sin Tierra prestaría un flaco servicio al desdichado Ricardo.

Así pues, mandó a lady Edith que viajara a Escocia y esperara allí a su prometido David de Huntington, del que desconocían su paradero.

—Quizá desde Escocia tengáis que prestarnos ayuda si Juan llega a usurpar la corona a su hermano —dijo la reina madre—. Berengaria permanecerá conmigo a la espera de acontecimientos.

Mientras tanto, David de Huntington, sir Kenneth, consiguió que el Papa mediara ante el rey Enrique para que Ricardo Corazón de León fuese liberado.

El rey alemán recibió una dura reprimenda del Pontífice y no pudo negarse a obedecer El rey de Inglaterra quedó libre a pesar de que su propio hermano había intentado evitarlo.

A los pocos días, Ricardo y sir Kenneth se reunían emocionados en Roma.

Tras un efusivo abrazo, el rey pidió a su amigo que le contara todo lo que supiera de Inglaterra,

—Majestad, envié a un mensajero y tengo noticias recientes. La reina madre y vuestra esposa se encuentran bien. Vuestra prima Edith me espera en Escocia…

—Espléndido. Todo son buenas noticias —interrumpió Ricardo.

—Siento, señor, tener que daros otras no tan buenas. Nada, nada buenas —dijo sir Kenneth con tristeza—. Habréis de saber que vuestro hermano se ha repartido con sus hombres de confianza el dinero recaudado para vuestro rescate.

—Entonces, ¿he sido liberado sin haber satisfecho las condiciones que exigía el rey Enrique?

—En efecto, así es. Gracias a la intervención papal.

—Continuad, sir Kenneth, os lo ruego. Me interesa saber todo lo que ocurre en mi añorada Inglaterra.

—Majestad, en todo este tiempo que lleváis fuera, los abusos del príncipe y sus barones han hecho que proliferen de nuevo las revueltas. Incluso existe una banda de proscritos que ataca constantemente a los intereses de vuestro hermano. Se oculta en el bosque de Sherwood y el jefe es conocido como Robin Hood.

—¿Robin Hood? ¿No será Robin Fitzwalter? —preguntó el rey extrañado.

—Creo que es él, señor.

—¡El hijo del conde de Sherwood! ¡El amigo de Richard At Lea! ¡Dos caballeros de gran lealtad hacia mi persona! ¿Qué puede haber ocurrido para que Robin esté actuando fuera de la ley?

—La ley, señor, ha dejado de existir en Inglaterra. Lo único que importa es el interés personal del príncipe y sus hombres de confianza.

—Sir Kenneth, nadie debe saber que he sido liberado. Regresaré a Inglaterra de incógnito para conocer por mí mismo lo que está ocurriendo.

—Me parece una sabia decisión, majestad. Os acompañaré.

—Gracias, amigo. Pero vos iréis a Escocia y seréis coronado rey. Tal vez necesite de vuestra ayuda.

—Podéis contar conmigo para lo que preciséis en todo momento, señor.

Los dos amigos se despidieron fundiéndose en un fuerte abrazo. Muy pronto, cada uno de ellos estaría en su respectivo país.

X. Mariana

Y
a había transcurrido mucho tiempo desde que Mariana At Lea fuera trasladada al castillo de Hugo de Reinault. Ella no había sabido nada de la visita de Robin. Sólo sabía que su padre había ido a Tierra Santa y que, en la actualidad, el señor de Reinault era su tutor.

Aunque no gozaba de sus simpatías, Mariana pensaba que si su padre había confiado en él, tendría razones para ello. Por eso se limitó a esperar. Pasaba sus días leyendo y realizando alguna labor, recluida en sus aposentos, sin contacto con nadie.

Una tarde, el señor Hugo de Reinault subió a verla y le dio la triste noticia de que el barco de su padre había naufragado. Nada se sabía de él.

Mariana enjugó sus lágrimas y recibió el pésame del señor de Reinault.

—Gracias, señor. Sé que apreciabais a mi padre. Él también os quería y confiaba mucho en vos.

Hugo de Reinault creyó conveniente aprovechar la oportunidad para hablar con Mariana de su futuro. La joven estaba a punto de ser mayor de edad y, cuando esto sucediera, él perdería la ocasión de poder influir en sus decisiones y seguir administrando sus bienes.

—Querida Mariana, ya sé cómo os sentís. Pero tenéis que reponeros. La vida sigue. Debéis ir pensando en casaros…

—¿Casarme? No pienso hacerlo de momento. Además, en los documentos que me habéis mostrado, mi padre pedía que yo ingresara en un convento hasta que él volviera.

—Vuestro padre no volverá, Mariana… Bueno, es improbable que vuelva. Yo soy vuestro tutor y, entre mis obligaciones, entiendo que está el preocuparme por vuestro futuro.

—Gracias, señor de Reinault. Pero, por ahora, el matrimonio no entra en mis planes —dijo Mariana con gran seguridad.

«Ya haré yo que cambies esos planes, joven estúpida» —se fue pensando el ambicioso caballero.

Hugo de Reinault tenía ya todo decidido en relación con Mariana. La casaría con el señor Ralph de Bellamy, barón adepto a Juan sin Tierra.

Pocos días después de producirse la conversación con la joven At Lea, Hugo visitaba al barón de Bellamy en su castillo y le comunicaba sus proyectos.

Ralph de Bellamy, tan codicioso como su amigo, consideró que era una magnífica oportunidad para negociar las condiciones de este interesante ofrecimiento. No estaba dispuesto a aceptar una esposa sin obtener unos buenos beneficios. Además, las propiedades y bienes de los At Lea no eran nada despreciables.

Tras un largo regateo, como si de una mera transacción comercial se tratara, los dos caballeros llegaron, por fin, a un acuerdo. Ralph de Bellamy recibiría dos tercios del patrimonio de la joven. El otro tercio quedaría en manos de Hugo.

Por su parte, Ralph de Bellamy quedaba comprometido a colaborar, con un gran número de hombres armados, en la nueva expedición al bosque de Sherwood que estaban preparando los hermanos Reinault y Guy de Gisborne.

A pesar del gran sigilo con que fueron llevadas estas negociaciones, Robin, que tenía amigos dispuestos a informarle por todas partes, consiguió enterarse de lo que se tramaba. Sólo tenía que esperar a entrar en acción para salvar a Mariana y dar su merecido a esos caballeros sin escrúpulos que actuaban como auténticos bribones.

Hugo de Reinault decidió que fuera Guy de Gisborne el encargado de trasladar a Mariana hasta el castillo de Ralph de Bellamy, donde se celebraría el matrimonio. Irían protegidos por una fuerte escolta. Todo había de hacerse con rapidez, ya que faltaban apenas dos meses para que la joven llegara a su mayoría de edad. Nada podía fallar.

Llegó el día señalado, y Guy de Gisborne y Hugo de Reinault entraron en las dependencias reservadas a la joven.

—Marian, hoy iréis a conocer a vuestro pretendiente: el barón Ralph de Bellamy

—¿Cómo? ¿El señor de Bellamy? —preguntó incrédula—.Nunca será mi esposo. No me interesa conocerlo. Su fama en toda la comarca es suficiente pares mí. No quiero casarme, ¡y menos con ese cruel caballero! Ingresaré en un convento. Ése es mi deseo.

—Os casaréis con Ralph de Bellamy, queráis o no queráis —gritó con violencia el señor de Reinault.

—Vamos, Mariana— intervino Guy de Gisborne—. Yo os conduciré al castillo de vuestro prometido. Conmigo estaréis a salvo.

—La bodas se celebrará dentro de tres días —anunció Hugo de Reinault—. Yo saldré mañana. Seré vuestro padrino, como me corresponde.

Mariana no pudo oponerse más. Se vio obligada a obedecer. En ese momento entendió quién era en realidad el señor de Reinault Su amistad con Guy de Gisborne despejaba cualquier duda Éste siempre había sido un claro partidario del príncipe Juan. Seguramente, su padre desconocía este importante detalle. Ahora estaba segura de que ese caballero estaba implicado también en su muerte.

Mariana era conducida sin remedio a casarse con un miembro de este grupo. Para ella era terrible por lo que significaba de traición a su padre y al legítimo rey de Inglaterra, Ricardo Corazón de León.

Comenzaba ya a atardecer cuando la comitiva de Guy de Gisborne se vio interceptada por un grupo de hombres. El caballero dio orden de retroceder hasta la aldea que acababan de dejar atrás. Unos metros más allá, otro grupo, encabezado por Robin Hood, le aguardaba Lleno de furia se dirigió, lanza en ristre y a todo galope, contra él. Robin esquivó la embestida y Guy de Gisborne rodó por el suelo. Se incorporó con rapidez y, empuñando su espada, se acercó con paso decidido hasta el héroe de Sherwood. Robin le esperaba pacientemente blandiendo su poderosa arma.

El duelo fue un verdadero espectáculo para todos los presentes. Ambos eran hábiles y valientes luchadores y utilizaron todos sus recursos.

Guy de Gisborne combatía en mejores condiciones, ya que su armadura lo hacía prácticamente invulnerable. Pero, precisamente, de esto logró sacar partido Robin. Él estaba más desprotegido, pero tenía mayor libertad de movimientos. Con su gran destreza consiguió acertar con su espada en los escasos flancos sin guarecer que presentaba su enemigo.

Robin hirió gravemente a Guy de Gisborne. ÉI, en cambio, sólo sufrió pequeños rasguños.

Cuando los hombres de Gisborne vieron a su jefe tendido en el suelo y con heridas tan considerables, lo recogieron y emprendieron la huida, sin ocuparse de Mariana At Lea, principal objetivo de su misión.

Mariana, después de tanto tiempo, no había reconocido a Robin durante el combate. Grande fue su sorpresa al reconocer al amigo de su infancia en aquel paraje.

Los dos se abrazaron con cariño y se encaminaron a Sherwood. Allí tuvieron una larguísima conversación. Los jóvenes se contaron todo lo que sabían sobre los sucesos ocurridos en el país durante los últimos años y se confesaron sus sospechas y certezas.

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