Mariana se quedó a vivir en el bosque de Sherwood. Empezó a ayudar al padre Tuck. En poco tiempo se ganó el corazón de los niños y de todos los allí refugiados.
R
obin y Mariana aprovechaban los ratos libres para pasear por el bosque, a pie o a caballo, y disfrutar de las maravillas de la naturaleza. Mariana también practicaba con el arco y logró convertirse en una experta tiradora. Pero una noticia vino a cambiar la tranquilidad de Sherwood.
Una persona de la ciudad de Nottingham vino a informar a Robin de que se preparaba un nuevo ataque contra él. La expedición estaba organizada por los hermanos Reinault y en ella participarían Ralph de Bellamy, el frustrado pretendiente de Mariana, y Guy de Gisborne, ya restablecido de sus heridas.
Robin hizo sonar inmediatamente el cuerno de caza con el que convocaba a sus hombres bajo el roble centenario. Era necesario que conocieran detalles sobre esta ofensiva. Sabía que esta vez sus enemigos prepararían a conciencia la incursión en Sherwood. Ellos tendrían que organizarse y repeler la agresión. Estaba claro que los atacantes no habrían olvidado las numerosas humillaciones y querrían vengarse de una vez por todas. Robin y los suyos sabían que la situación era delicada.
Robin decidió que uno de los suyos debería infiltrarse en el castillo de Hugo de Reinault para obtener información de primera mano. El elegido para esta misión fue Much, hombre de absoluta confianza de Robin y que, por su aspecto, bien podría hacerse pasar por sirviente en la casa del noble.
Much llegó a la ciudad y se presentó en el castillo del señor de Reinault bajo el pretexto de ser sobrino de uno de los cocineros, que a la sazón se encontraba realizando compras en una feria cercana. Todo salió a la perfección y Much consiguió llegar hasta las cocinas del caballero sin obstáculo alguno.
El impostor se movió sin problemas por el castillo. Entabló conversación con todos los sirvientes y logró sonsacarles valiosos datos. Además, tuvo la gran suerte de ser el encargado de retirar la vajilla de la cena de gala que ofrecía Hugo de Reinault aquella noche a sus distinguidos invitados.
Aunque Much sólo podía oír retazos de conversación, los datos que obtenía eran una preciosa información para él y los suyos.
—Yo aportaré cien hombres —dijo el señor de Bellamy.
—Yo, unos noventa —añadió Robert de Reinault.
Much entraba y salía. Tenía que actuar con cautela para no dar lugar a ninguna sospecha que pudiera dar al traste con sus planes. Estaba retirando las copas, cuando oyó el plan que exponía el señor Hugo de Reinault a sus amigos.
—Dividiremos el bosque en distintas zonas. Cada grupo de hombres realizará la batida en la parte que le corresponde. Todos nos encontraremos posteriormente en lo más intrincado del bosque, donde se supone que Robin Hood tiene su campamento. Así, quedará completamente rodeado.
Mientras Guy de Gisborne oía con atención a Hugo de Reinault, reparó en la presencia de Much, que en ese momento seguía retirando las copas de vino de la mesa.
«¿A quién me recuerda este criado?» —pensó el caballero—. «¡Ya lo tengo! ¡Es él! Es uno de los hombres de Robin. Lo recuerdo con claridad. Estaba allí el día de nuestro duelo. Lo recuerdo por su pequeña estatura. Es inconfundible».
Guy de Gisborne tomó una rápida decisión. Aprovechó la salida de Much para llamar a los dos centinelas apostados en la puerta de la sala, a los que murmuró unas palabras al oído. Much volvió con unas grandes fuentes de fruta y las dispuso sobre la mesa. Después abandonó la sala dispuesto a huir del castillo. No quería tentar más a la suerte.
Cuando se disponía a atravesar las puertas del castillo, Much fue apresado y conducido ante la presencia de los caballeros.
—¡Un espía de Robin ante nuestros propios ojos! ¡No volverás a ver la luz, enano! —dijo con verdadero odio Guy de Gisborne.
Much, ensangrentado por la cruel paliza que recibió de unos y de otros, fue arrastrado a las lóbregas mazmorras del castillo. Allí, el carcelero lo arrojó de un empujón a una de las celdas.
Pasaron varias horas hasta que el desdichado Much recobró el sentido. Cuando sus ojos se acostumbraron a aquella oscuridad, pudo distinguir una silueta en un rincón. No podía saber de quién se trataba, pero al menos no estaba solo.
—¿Qué hacéis aquí? ¿Por qué os han recluido? —preguntó Much.
—Soy Richard At Lea. Un día confié en el que creí que era un amigo. Le pedí ayuda y fui traicionado. Desde ese día me pudro en sus cárceles. No recuerdo ya ni la fecha en que eso ocurrió.
Much no podía creer lo que estaba oyendo. Muy nervioso, tartamudeando, explicó al anciano que era amigo de Robin. Tuvo que ponerle también al corriente de que el heredero del conde de Sherwood había tenido que refugiarse en el bosque huyendo de los secuaces del príncipe Juan. También le tranquilizó sobre la suerte de su querida hija, que se hallaba a salvo, junto a Robin.
El pobre Richard At Lea no pudo contener las lágrimas al oír aquellos nombres y aquellas penosas circunstancias. Pero por tristes que fueran aquellas noticias, las prefería al terrible aislamiento al que estaba sometido.
—Nunca saldremos de aquí —dijo Richard al que consideraba ya un auténtico confidente y amigo.
—No debemos perder la esperanza, señor —contestó Much intentando mostrarse animado.
Mientras tanto, Robin ya había sido informado de que el leal Much había caído prisionero en el castillo de Hugo de Reinault. Preocupado, convocó con urgencia a todos sus hombres.
Robin expuso los hechos, así como su decisión de asaltar el castillo del señor de Reinault. Era la única forma de liberar a Much y, a la vez, intentar frenar el ataque que se preparaba contra ellos.
—Robin, nunca he dicho a nadie que conozco muy bien ese castillo —dijo uno de sus hombres—. Trabajé en él como albañil y cerrajero durante su construcción. Su anterior propietario mandó realizar un pasadizo secreto desde los sótanos hasta una casa situada a unas leguas. Esa casa es hoy un molino. Sus dueños ignoran todo esto. Debemos hallar una fórmula para alejar de allí al molinero y su familia. Yo os conduciré hasta las celdas.
Se preparó minuciosamente la arriesgada operación. Tres de ellos, haciéndose pasar por mercaderes, llegaron al molino y pidieron que les dejaran descansar antes de proseguir su largo viaje. Fue tal la hospitalidad brindada por aquellas gentes, que los falsos mercaderes les invitaron a distraerse un poco en una taberna próxima.
Robin, el cerrajero y cuatro hombres más se internaron en el pasadizo. Cubrieron la larga distancia que separaba el molino del castillo, hasta llegar ante una puerta que el hábil cerrajero forzó con una ganzúa. La herrumbrosa cerradura saltó y se encontraron junto a la antesala de las mazmorras. Allí dormía el carcelero ajeno a todo. Rápidamente lo ataron y amordazaron. Le arrebataron el manojo de llaves de las celdas y, con gran sigilo, las fueron recorriendo hasta localizar al desdichado Much.
El prisionero estaba tan débil que no podía andar por sí mismo. Robin lo sujetó con sus brazos y Much, antes de perder el sentido, pudo decir a su jefe con un hilo de voz:
—Ocúpate de mi compañero de celda. Te sorprenderás.
El anciano al que liberaron tampoco podía dar un paso por sí solo. Cargaron con él y recorrieron de vuelta el largo pasadizo.
Much recuperó la consciencia y explicó a su jefe quién era el anciano caballero.
Llegaron a Sherwood. Robin se adelantó para anunciar a su amiga la feliz noticia. Mariana, sin poder contener el llanto, se acercó a su padre. Los dos, entre lágrimas, se fundieron en un gran abrazo. Fue la escena más conmovedora que se había vivido en Sherwood.
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asaron varios meses hasta que Richard At Lea se restableció del desgaste sufrido en el cautiverio. Su hija y el padre Tuck desempeñaron un papel fundamental en su recuperación. Los años de encierro, en el reducido espacio de la celda, habían provocado en el caballero un debilitamiento tal de sus músculos, que le impedía andar. Poco a poco, gracias al tesón de Mariana y del fraile, Richard At Lea consiguió volver a caminar
Durante su recuperación, el noble caballero fue informado de todos los pormenores que habían arrastrado al hijo de su inolvidable amigo Edward Fitzwalter, así como al resto de las personas que lo respaldaban, a la situación de proscritos en la que se hallaban desde hacía tiempo.
A pesar de sus más profundas convicciones, Richard At Lea comprendió al joven Robin. Tal vez, él habría hecho lo mismo ante aquellos acontecimientos. Y más, como era el caso, si la fuerza de la juventud le hubiera hecho hervir la sangre ante las flagrantes injusticias.
Los días transcurrían tranquilos en Sherwood. Pero los enemigos de Robin Hood no descansaban. Habían abandonado el plan de la incursión en el bosque tras ser liberado Much. Esa acción, si fallaba el factor sorpresa, estaba condenada al fracaso.
—Señores, debemos emplear la astucia para capturar a Robin Hood. No debemos entrar en Sherwood, sino intentar que ese bandolero salga de allí —dijo Hugo de Reinault.
—Ha salido muchas veces y no hemos conseguido nada —dijo Ralph de Bellamy—. Debemos llevar a cabo nuestro proyecto.
—Escuchadme, caballeros. Tengo una idea que puede dar frutos. Como sabéis, Mariana vive ahora en ese bosque. Si logramos apoderamos de ella, él saldrá a buscarla y caerá en nuestras manos. Son amigos desde niños y tal vez lleguen a casarse pronto.
—Debemos evitarlo a toda costa —dijo De Bellamy indignado.
Así es, amigo —continuó Hugo de Reinault. Tengo a dos hombres que simularán unirse a la banda de Robin. Después de un tiempo, aprovecharán cualquier descuido para raptar a la joven y traerla hasta aquí. Robin atacará el castillo para intentar liberarla y nosotros podremos vencerlo. Todas nuestras fuerzas estarán concentradas aquí. ¡No fallaremos! Seremos más que ellos.
Todos los caballeros se convencieron del plan urdido por Hugo.
A los pocos días, los vigilantes de Robin encontraron, en uno de los caminos lindantes al bosque, a dos hombres tendidos en el suelo. Los recogieron y los llevaron ante el padre Tuck para que los reanimara Cuando se recobraron, los desconocidos contaron que habían sido torturados por hablar bien de Robin Hood.
—Aceptadnos en vuestra banda, señor —suplicaron los dos hombres—. El señor Robert de Reinault nos matará si volvemos.
Los desconocidos fueron aceptados. Se les advirtió que durante un mes estarían sometidos a vigilancia y, si su comportamiento era satisfactorio, acabarían siendo miembros de pleno derecho.
La conducta de los hombres durante ese tiempo fue intachable. Según lo previsto, dejaron de ser observados y comenzaron a moverse libremente por el campamento.
Un día que Mariana volvía con el padre Tuck de una aldea cercana de ver a un enfermo, los dos traidores se abalanzaron sobre ellos. Ataron y amordazaron al padre Tuck, y raptaron a Mariana
La traición produjo un gran dolor entre las gentes de Sherwood. Nunca les había sucedido nada igual. Pero estaba claro que los enemigos de Robin utilizarían cualquier arma contra él. Además, eran muy ricos y podían pagar a gente que actuara por dinero.
Robin reunió a todos sus hombres. Ya sabía que Mariana se hallaba en el castillo de Hugo de Reinault, como antes había sucedido con Much y Richard At Lea. Debían trazar minuciosamente el plan que les permitiera conseguir su liberación.
Estaban discutiendo cómo realizar el ataque al castillo, cuando los vigilantes advirtieron que un caballero se acercaba al galope.
A los pocos minutos, un misterioso caballero apareció ante ellos. Robin sujetó las bridas del caballo.
—¿Quién eres que te interpones en mi camino? —preguntó.
—¿Acaso no sabéis que en Sherwood no se puede entrar sin mi autorización? ¿Por qué habéis elegido este camino?
—¿Me encuentro frente a Robin Hood y los suyos? Me habían advertido sobre este peligro, pero deseaba conocerlos y conocer las razones que les han llevado a enfrentarse a los normandos.
—Pero vos lleváis escudo y armas normandas —dijo Robin, muy impresionado por la misteriosa figura y por la seguridad de su tono.
—Lo soy, joven. Pero no debes considerarme un enemigo por el momento. Deseo conocer los motivos que os han llevado a enfrentaros al príncipe Juan. Si me parecen razonables, podéis contar conmigo. Si no es así, os combatiré.
Durante algunas horas, Robin contó su historia al desconocido. Éste escuchó con gran atención y después pidió a Robin que le dejara descansar un rato para meditar su decisión.
—Os ayudaré —anunció el caballero poco después—. Vuestras razones me han convencido. Estoy a vuestras órdenes.
Todos aplaudieron calurosamente y Robin expuso el plan que había ideado para liberar a Mariana.
—Algunos entraremos en el castillo por el pasadizo secreto. Desde el sótano subiremos hasta la habitación en la que se encuentra Mariana, y Much será el encargado de ponerla a salvo. A continuación, haremos bajar el puente levadizo para que entréis en el castillo todos los demás. Debemos conseguir prender fuego al castillo y dispersar a todos los soldados. Sólo así viviremos tranquilos y en paz durante algún tiempo.
Esa misma noche iniciaron la arriesgada operación. Robin, Much y algunos hombres más entraron por el pasadizo hasta llegar a los sótanos del castillo. Pero el carcelero se puso a gritar y dio la voz de alarma. Lograron amordazarle y subieron al piso superior. Allí encontraron a cuatro guardias, alertados por las voces. Se inició un breve combate, suficiente para que los ruidos llegaran a oídos de Guy de Gisborne. Éste corrió a la habitación de Mariana y se encerró con ella dentro.
El contratiempo hizo que Robin tuviera que improvisar un nuevo plan. Dos hombres quedarían ante la puerta. Much trataría de alcanzar la ventana del aposento de Mariana para intentar entrar. Él y los demás hombres se dirigirían hasta el puente levadizo.
AI cruzar el patio, Robin y los suyos tuvieron que enfrentarse a veinte soldados bien armados. Los redujeron con bastante rapidez y comenzaron a hacer descender el puente para permitir la entrada de los demás. En ese mismo momento aparecieron ante ellos los hermanos Reinault y Ralph de Bellamy escoltados por un grupo de soldados. Todas las fuerzas del castillo estaban allí concentradas.