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Authors: Anónimo

Tags: #Aventuras, Poema épico

Robin Hood

BOOK: Robin Hood
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Robin Hood es el legendario héroe de baladas inglesas, que robaba a gobernantes y eclesiásticos, acomodados, para entregar parte del botín a necesitados, menesterosos y oprimidos.

Se lo sitúa entre los finales del siglo XIV y principios del XV, se duda si fue un personaje real o legendario.

Pero se lo describe como un cazador que vivía en los bosques reales de Sherwood, en Nottinghamshire, y de Barnsdale, en Yorkshire.

La obra narrativa que circula hasta nuestros días es de autor anónimo. Es una especie de relato épico formado por más de treinta baladas, recopiladas bajo el nombre de The gest of Robin Hood, e impresa alrededor del año 1500, dando cuenta de diversos pasajes de la vida del protagonista.

En su banda se nombraba a Friar Tuck, a Little John y a Will Scarlet, como integrantes.

Frente a las condiciones sociales medievales, Robin Hood defendía y era el héroe (antihéroe) de los necesitados.

Anónimo

Robin Hood

La leyenda de Sherwood

ePUB v1.0

Francisco Javier_2
02.05.12

Título original:
The gest of Robin Hood

Autor: Anónimo

Aparece por primera vez como obra impresa hacia el año 1500

Traducción al castellano: Anónimo

Edición electrónica (epub) realizada para Epubgratis por:

Francisco Javier Gómez
, en Abril de 2012

La leyenda de Robin Hood
[*]

I. Normandos y Sajones

H
ace cientos de años, los vikingos realizaron continuas campañas de conquista por toda Europa.

Estos audaces guerreros —daneses, noruegos o suecos—, tuvieron atemorizado a medio mundo durante tres siglos.

Sus aventuras parecían no tener límites geográficos: Alemania, Francia, España, Portugal o Rusia fueron visitados por los feroces vikingos.

Su ansia de expansión, apoyada en una gran preparación militar, les llevó a emprender arriesgadas expediciones por mares y ríos.

Las poderosas embarcaciones con las que contaban, únicas en la época, y su extraordinaria pericia como navegantes les permitían arribar a cualquier costa y penetrar por cualquier río. Su superioridad naval se hizo incontestable.

Adquirieron una gran experiencia en los ataques por sorpresa, y sus terribles y sangrientos saqueos llegaron a ser tristemente célebres en toda Europa.

Uno de estos pueblos vikingos, asentado desde hacía años en Normandía, emprendió la invasión de la vecina Inglaterra.

Este país, no muy lejano de las costas normandas, resultaba muy vulnerable por mar. La longitud de su litoral no permitía ni una vigilancia completa, ni una concentración rápida de las tropas para rechazar un desembarco.

Todo esto no pasó inadvertido a los ojos del duque normando Guillermo que, movido por su ambición y deseo de gloria, decidió preparar a conciencia el ataque a la isla.

—¡Venceremos a los sajones! —arengaba Guillermo a sus tropas—. Con la conquista de Inglaterra, nuestro poder se extenderá a otros reinos.

—¡Viva el duque Guillermo! —gritaban exaltados los caballeros normandos.

Guillermo de Normandía, animado por el apoyo de los suyos, continuó diciendo:

—Los sajones vencieron a nuestros antepasados muchas veces. Fueron más fuertes, más decididos, más inteligentes… Pero ahora no lo serán. Ha llegado por fin nuestro momento y… ¡ha llegado su hora!

Los aplausos y los vivas al duque Guillermo cesaron al acabar aquella multitudinaria reunión. Pero el fervor y la entrega de su ejército lo acompañarían de forma permanente durante toda la expedición.

Meses después, las naves capitaneadas por el duque Guillermo eran avistadas en las costas inglesas.

—Señor, se acercan barcos normandos —comunicó un vigía al monarca sajón.

Los sajones no estaban preparados para competir contra un peligro que procedía del mar.

—¡Disponed todas las fuerzas posibles en tierra! —ordenó el rey inglés—. Debemos evitar el desembarco.

Una pequeña guarnición intentó impedir que los normandos tomaran tierra. Pero no lo consiguió.

Así, Guillermo de Normandía desembarcó en las costas inglesas, y con sus valerosos guerreros avanzó hacia el interior.

Los sajones, en clara inferioridad numérica, se habían visto obligados a improvisar la decisiva batalla en Hastings. Poco duró el combate. El soberano inglés cayó mortalmente herido y el ejército sajón se rindió incondicionalmente.

Las tropas del duque Guillermo siguieron avanzando hasta Londres, donde se libró una última batalla con la que desapareció la débil resistencia sajona. La expedición normanda había sido un rotundo éxito.

En recuerdo de su victoria, el ya nuevo rey de Inglaterra, Guillermo I el Conquistador, tras ser coronado, mandó construir la célebre torre de Londres. Esta torre serviría de cárcel para numerosos y destacados personajes a lo largo de muchos años de la historia inglesa.

Guillermo I, tras su victoria, dedicó sus esfuerzos a pacificar el país, y tomó algunas medidas para proteger a los sajones.

—Os aconsejo prudencia —recomendaba el rey a sus nobles—. Debemos ser respetuosos con los vencidos. Sólo así conseguiremos la prosperidad en todas nuestras tierras. Sólo así lograremos una pacífica convivencia.

Desgraciadamente, no todos los seguidores del rey Guillermo pensaban como él.

Aprovechando una larga estancia del rey Guillermo en sus posesiones de Francia, los nobles normandos, llevados por su soberbia y ambición, no cesaron de causar humillaciones a los derrotados. Las cargas tributarias se hicieron cada vez más angustiosas, insoportables para los pobres súbditos.

Los sajones se sublevaron en masa contra los opresores. Campesinos, artesanos y nobles unieron sus esfuerzos contra el enemigo común: los normandos.

—¡Ya está bien! —decía indignado un caballero sajón—. No podemos seguir tolerando las injusticias de los normandos. Quieren hacer de nosotros sus esclavos.

—¡Debemos combatirlos y ser capaces de librarnos de ellos para siempre!

—¡Hay que quitarles el poder! ¡Tenemos que ser gobernados por un rey sajón!

El rey Guillermo, que había estado ausente de Inglaterra, encontró a su vuelta un país levantado en armas.

Los sajones se mostraban más rebeldes de lo que en un principio se podía suponer.

Los nobles normandos decían a su rey:

—Señor, llevado por vuestra bondad y magnanimidad, habéis tratado demasiado bien a los sajones. Mirad cómo os lo agradecen.

—Majestad, habéis respetado a vuestros súbditos, no les habéis expropiado sus tierras y, en cambio, ellos se sublevan contra vos. Son unos desagradecidos.

El rey Guillermo, ajeno a los desmanes de sus nobles y desconociendo las razones por las que sus súbditos sajones se rebelaban contra él, creyó las acusaciones de sus barones.

—Caballeros, creí que los ánimos se apaciguarían. Creí que, poco a poco, los sajones olvidarían la derrota de Hastings y acabarían aceptándonos. Ahora creo que no lo harán nunca —dijo el rey en tono de lamento.

Así, tomó la decisión de actuar de inmediato y con contundencia contra los sajones.

Despojó a muchos nobles de sus posesiones bajo acusación de haber promovido o respaldado la rebelión, y aplastó cruelmente a los rebeldes.

Pese a todo, los sajones continuaron organizándose. Crearon un verdadero ejército clandestino que, en forma de guerrilla, hostigaba sin tregua a los normandos. Los focos de resistencia contra los colonizadores se hicieron constantes.

La anhelada paz en Inglaterra se veía cada vez más lejana, y los normandos, aun ricos y poderosos, no podían vivir tranquilos a causa de las frecuentes insurrecciones de los sajones.

Murió Guillermo I el Conquistador en guerra contra Francia y sus inmediatos sucesores, durante años y años, tampoco conseguirían apaciguar Inglaterra.

La desconfianza de los sajones hacia los normandos estaba ya tan arraigada que se había convertido en un obstáculo insalvable entre los dos pueblos.

Los planes de pacificación de los distintos reyes fallaban estrepitosamente y las revueltas continuaban. Éstas eran contestadas con absoluta represión. Lo que daba lugar a nuevos enfrentamientos, cada vez más sangrientos. La espiral de violencia parecía no tener fin.

El rey Enrique de Plantagenet, nieto de Guillermo I, subió al trono y se propuso, como principal objetivo de su reinado, acabar con aquellas luchas sin sentido.

Para este propósito, pensó que debía atraerse, en primer lugar, a algunos influyentes nobles sajones. Para conseguirlo, no escatimó tiempo y esfuerzo el ilusionado rey.

II. Dos nobles familias sajonas

E
n un majestuoso castillo cercano a la bulliciosa ciudad de Nottingham vivía Edward Fitzwalter, conde de Sherwood, y su esposa Alicia de Nhoridon.

Los dos eran sajones. El matrimonio mantenía escasas relaciones sociales y permanecía alejado de las intrigas de la época.

El conde de Sherwood no había participado en ninguna sublevación contra los normandos y éstos, aun de mala gana, se habían visto obligados a respetar al conde y sus posesiones. Aunque no fue atacado nunca frontalmente, Edward Fitzwalter tampoco era mirado con buenos ojos por la nobleza normanda, en la que existía cierto recelo.

Dentro de los planes apaciguadores que llevaba acariciando durante largo tiempo el rey Enrique de Plantagenet, entraba precisamente ganarse la confianza del noble sajón Edward Fitzwalter

—Hablaré con Edward Fitzwalter —comunicó el rey Enrique a uno de sus más estrechos colaboradores—. Si consigo la adhesión del conde, tal vez otros nobles sajones lo secunden y poco a poco logremos el respaldo de todos. ¿Qué pensáis?

—Es una buena idea, señor —contestó el barón normando a su rey—. El conde de Sherwood goza de gran respeto entre la nobleza sajona. Respeto sin duda merecido, ya que es todo un caballero. La mayoría de los normandos comparten también esta opinión.

El rey Enrique de Plantagenet deseaba con sinceridad que finalizaran los enfrentamientos entre sajones y normandos, y centró sus esfuerzos en conseguirlo.

Así, pocos días después de esta conversación, fue a reunirse con el conde de Sherwood. Le tendió su mano y de sus labios salieron algunas promesas impensables en años anteriores.

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