Plymouth, 1774. Richard Bolitho es ahora el tercer teniente de la fragata de 28 cañones Destiny. Atrás han quedado los días de aprendizaje como guardamarina, y Bolitho empieza a entender que su lealtad ha de ser para su capitán, su barco y Su Británica Majestad. Enviada a una misión secreta, la Destiny y su tripulación se enfrentan a los peligros de la conspiración, la traición y la piratería. Entre las andanadas de los cañones y el ruido de los sables, Bolitho aprende a ejercer sus responsabilidades como oficial del Rey.
Alexander Kent
Rumbo al peligro
Bolitho #2
ePUB v1.0
Chotonegro15.06.12
Título original:
Stand into Danger
@2000 Alexander Kent.
Traducción: Alejandro Pérez
ISBN: 9788401561740
Editor original: Chotonegro (v1.0)
ePub base v2.0
Richard Bolitho deslizó unas monedas en la mano del hombre que había cargado con su arcón hasta el muelle, estremecido de frío por la humedad que impregnaba el ambiente. Era ya media mañana y, sin embargo, gran parte de la tierra y de las desangeladas casas de Plymouth continuaban sumidas en una espesa bruma. No corría la más leve brisa, por lo que la niebla hacía que todo pareciera lúgubre y misterioso.
Bolitho se acomodó las hombreras y escrutó las revueltas aguas del Hamoaze
[1]
. Al hacerlo, notó el desacostumbrado tacto de su uniforme de teniente, que, como todo lo demás que contenía su arcón, era nuevo: las solapas blancas del gabán, el sombrero de tres picos perfectamente ajustado sobre su negro cabello. Hasta los calzones y los zapatos procedían del mismo comercio de Falmouth, el condado en que él había nacido, justo al otro lado del río, todo trabajado por las manos de un sastre cuya familia se dedicaba a confeccionar la ropa destinada a los oficiales de la marina desde mucho tiempo antes de lo que nadie pudiera recordar.
Aquél debía de ser el momento en que más orgulloso se había sentido de toda su vida. Tenía ante sí todo aquello por lo que había luchado, todo lo que siempre había anhelado. Había conseguido dar aquel primer y aparentemente inalcanzable paso: de la litera de los guardiamarinas a la cámara de los oficiales; había logrado convertirse en un oficial del rey.
Se ajustó con firmeza el sombrero sobre la frente, como para acabar de convencerse de que era cierto. En efecto, aquél era el momento más glorioso de su vida.
—¿Se incorpora a la dotación de la
Destiny
, señor?
Bolitho vio que el hombre que había transportado su arcón estaba todavía tras él. Bajo aquella luz sombría, con sus harapos, tenía un aspecto miserable, pero no cabía duda de lo que alguna vez había sido: un marino.
—Sí, está fondeada por aquí —dijo Bolitho.
El hombre siguió su mirada perdida en la distancia hacia el agua.
—Es una espléndida fragata, señor. Nada vieja; sólo tiene tres años. —Reafirmó sus palabras asintiendo tristemente con un movimiento de cabeza—. Llevan meses armándola. Hay quien dice que para una larga travesía.
Bolitho pensó en aquel hombre y en los centenares que, como él, deambulaban por las costas y los enclaves portuarios en busca de trabajo, ansiosos por volver al mar, que tantas veces habían execrado y maldecido mientras le daban lo mejor de sí mismos.
Pero ahora, en febrero de 1774, y a todos los efectos, Inglaterra llevaba ya años de paz. Desde luego, continuaban estallando conflictos bélicos en el mundo, pero siempre en nombre del comercio o de la propia defensa. Sólo los viejos enemigos continuaban siendo los mismos, y se contentaban con esperar el momento propicio, con buscar sin descanso los puntos débiles de los que algún día poder sacar partido.
Los barcos y los hombres, que hasta no hacía demasiado tiempo valían su peso en oro, ahora se veían devaluados. Los navíos, condenados a pudrirse; los marinos, como aquella figura harapienta que había perdido todos los dedos de una mano y mostraba una profunda cicatriz que le atravesaba la cara, abandonados a su destino, sin medios para sobrevivir.
—¿Dónde sirvió usted? —preguntó Bolitho.
Casi milagrosamente, aquel hombre pareció crecer, como si su pecho se expandiera, e irguió su encorvada espalda mientras respondía:
—En el
Torbay
, señor. Con el comandante Keppel. —Con la misma rapidez con la que había adquirido un orgulloso porte, volvió a encogerse para decir—: ¿Hay alguna posibilidad de encontrar un puesto en su barco, señor?
Bolitho negó con la cabeza.
—Soy nuevo. Todavía no sé exactamente en qué condiciones se encuentra la
Destiny
.
—Bueno, le llamaré un bote, señor —suspiró el hombre.
Se llevó la mano sana a la boca y emitió un penetrante silbido. Enseguida obtuvo la respuesta del chapoteo de unos remos procedente de la niebla, y un barquero se fue acercando lentamente con su bote hacia el muelle.
—¡A la
Destiny
, por favor! —le gritó Bolitho.
Entonces se giró para darle unas monedas más a su desharrapado compañero, pero éste había desaparecido entre la niebla. Como un fantasma. Quizá había ido a reunirse con todos los demás.
Bolitho trepó al interior del bote y se envolvió en su nueva capa, sujetando la espada entre las piernas. El tiempo de espera había concluido. Ya no se trataba de pasado mañana, de mañana mismo. Había llegado el momento.
El bote cabeceaba hundiéndose en la mar picada al navegar contracorriente, mientras el barquero observaba a Bolitho sin demasiado entusiasmo. Otro joven emprendedor dispuesto a convertir la vida de algún pobre desgraciado en un infierno, pensaba. Se preguntó si aquel joven oficial de graves facciones y con el negro cabello recogido en la nuca sería tan novato como para no saber siquiera cuál era la justa remuneración para un barquero. Pero éste, además, tenía un ligero acento del oeste del país, y aunque fuera un extranjero, venido de más allá de la frontera de Cornualles, no se dejaría engañar.
Bolitho repasó mentalmente todo lo que había averiguado acerca de su nuevo barco. Construido hacía sólo tres años, había dicho aquel hombre harapiento. Y él debía saberlo. Probablemente, el excepcional esmero con que se estaba armando y dotando de tripulación una fragata, en los tiempos que corrían, era el principal tema de conversación de todo Plymouth.
Con veintiocho cañones, rápida y maniobrable, la mayoría de los oficiales jóvenes soñaban con una fragata como la
Destiny
. En tiempos de guerra, libre de la servidumbre de pertenecer a una flota, más veloz que un navío de línea y mejor armada que cualquier otra embarcación más pequeña, una fragata constituía una fuerza muy considerable. Además, ofrecía mejores oportunidades de conseguir ascender, y si uno era lo suficientemente afortunado como para llegar a la máxima graduación y estar en el puesto de mando, una fragata proporcionaba también mayores posibilidades de entrar en acción y obtener mayores recompensas monetarias.
Bolitho pensó en el último navío en el que había estado, el
Gorgon
, equipado con setenta y cuatro cañones. Enorme, de movimientos lentos y pesados, con más dotación que personas viven en muchas localidades pequeñas, con kilómetros de cordaje, metros y metros de velamen y todas las vergas necesarias para sujetar las velas. Era, también, una especie de buque es cuela, en el que los jóvenes guardiamarinas aprendían cómo manejar y soportar su pesado cargo… y nadie se lo enseñaba, precisamente, con suavidad y buenas maneras.
Bolitho alzó la vista cuando oyó decir al barquero:
—Deberíamos avistarla de un momento a otro, señor.
Bolitho miró escrutadoramente hacia adelante, agradeciendo aquella súbita interrupción en el curso de sus pensamientos. Como le había dicho su madre cuando la dejó en la gran casa gris de Falmouth: «No pienses en ello Dick. No puedes hacer nada para que él vuelva con nosotros. Así que ahora, cuida de ti mismo. En el mar no se puede ser blando».
La niebla se quebró en una línea oscura y bien delimitada cuando el navío anclado surgió ante su vista. El bote se fue acercando a la amura por estribor y sobrepasó el largo y ahusado botalón de foque. Al igual que el uniforme recién estrenado de Bolitho llamaba la atención en el húmedo muelle, la
Destiny
parecía resplandecer entre las turbulentas tinieblas. Desde su ligero casco negro y bruñido, hasta sus tres palos, aquella nave parecía inmejorable. Todos los obenques y la jarcia firme habían sido embreados recientemente, las vergas igualadas y cada una de las velas diestramente aferrada, de modo que ajustara perfectamente con la que tenía más próxima.
Bolitho levantó la vista hacia el mascarón de proa que despuntaba como dándole la bienvenida. Era el más bello que hubiera visto nunca. Representaba una mujer joven con los pechos desnudos y el brazo extendido, señalando nuevos horizontes. Sostenía en su mano la victoriosa corona de laureles. El color de esos laureles y el azul intenso de su firme mirada eran lo único que rompía su nívea pureza.
—Dicen que el escultor que talló ese mascarón utilizó a su prometida como modelo, señor —dijo el barquero mientras remaba, mostrando los dientes en una sonrisa que se parecía más a una mueca obscena—. ¡Imagino que tuvo que hacer verdaderos esfuerzos para mantenerse a cierta distancia de ella y poder concentrarse en su trabajo!
Desde el bote que se deslizaba por delante de ella Bolitho observó la fragata, la escasa actividad en la pasarela más cercana y arriba, en cubierta.
Se trataba de una nave verdaderamente magnífica. Era un hombre afortunado.
—¡Ah del bote!
El barquero respondió a voz en grito:
—¡A la orden, a la orden!
Bolitho apreció cierto movimiento en el portalón de entrada de babor, aunque no el suficiente como para pensar que su llegada despertara demasiada agitación. La respuesta del barquero al alto de los centinelas no había dejado lugar a dudas. Un nuevo oficial se incorporaba a la dotación, pero no con el suficiente rango como para preocuparse por él, y mucho menos para molestar al comandante.
Bolitho se puso en pie cuando dos marineros saltaron al interior del bote para cargar con su arcón y ayudarle a subir a bordo rápidamente. Bolitho les lanzó una mirada casi imperceptible. Aún no había cumplido los dieciocho años, pero llevaba en el mar desde los doce y había aprendido a valorar al primer golpe de vista la destreza de un marino.
Tenían aspecto de ser duros y robustos, pero el casco de un barco podía esconder muchos secretos. A menudo se encontraba a bordo la peor chusma de las cárceles y los tribunales de justicia, a los que se les había conmutado la deportación o la horca por prestar servicio al rey en el mar.
Los marineros se mantuvieron a un lado en el cabeceante bote mientras Bolitho le entregaba al barquero unas monedas.
El se las metió en el jubón con una mueca diciendo:
—Gracias, señor. ¡Buena suerte!
Bolitho saltó a la plataforma de entrada de la fragata y subió a bordo por el portalón de babor. Se sintió aturdido por la novedad a pesar de que ya se la esperaba. Después de haber estado en un navío de línea, la
Destiny
le pareció atestada hasta el punto que pensó encontrarse ante un auténtico caos. Desde los veinte cañones de doce libras de calibre de la cubierta de baterías hasta las otras armas más pequeñas situadas más cerca de popa, cada milímetro del espacio disponible parecía tener una función y un uso. Observó las líneas del buque, delicadas y diseñadas con habilidad, las drizas y tirantes, los botes a diferentes niveles y los cabulleros al pie de cada mástil. Junto a cada elemento del barco y a su alrededor, había hombres a los que muy pronto conocería por su nombre.