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Authors: Alexander Kent

Tags: #Histórico

Rumbo al Peligro (2 page)

BOOK: Rumbo al Peligro
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Un teniente se abrió paso entre un grupo que había a un lado y preguntó:

—¿El señor Bolitho?

—A sus órdenes, señor —respondió Bolitho quitándose el sombrero—. Dispuesto para incorporarme a bordo.

El teniente asintió secamente.

—Sígame. Haré que lleven sus cosas a popa. —Le dijo algo a un marinero y luego gritó—: ¡Señor Timbren! Ponga más hombres en la cofa del trinquete. ¡La última vez que la inspeccioné reinaba allí la más absoluta confusión!

Bolitho se acordó justo a tiempo de inclinar la cabeza cuando pasaron a popa por debajo del alcázar. Una vez más, el barco le pareció atestado. Más cañones, firmemente amarrados tras cada una de las portas cerradas, los aromas de la brea y la cabuyería, de la pintura fresca y de toda la humanidad allí apiñada, eran los olores de un barco lleno de vida.

Intentó formarse un juicio acerca del teniente que le conducía por popa hacia la cámara de oficiales. Era delgado y tenía la cara redonda, en cuyas facciones se reflejaba ese característico aire de seriedad y preocupación que siente un hombre cuando se le confía por entero la responsabilidad del barco.

—Ya hemos llegado.

El teniente abrió una puerta y Bolitho entró en su nuevo hogar. A pesar de sus cañones laterales de oscura boca y doce libras de calibre —que le recordaban a uno, en el improbable caso de que lo hubiera olvidado, que no existía ningún rincón seguro en un barco de guerra cuando el hierro fundido comienza a volar—, el lugar le pareció sorprendentemente confortable. Contaba con una larga mesa y sillas de altos respaldos en lugar de los duros bancos que les tocaba soportar a los de menor grado, como los guardiamarinas. Había anaqueles para vasos, otros para sostener espadas y pistolas, y la cubierta estaba protegida por una lona pintada.

El teniente se giró y estudió a Bolitho atentamente.

—Me llamo Stephen Rhodes y soy el segundo teniente. —Sonrió al pronunciar estas palabras, lo que le hizo parecer más joven de lo que Bolitho había pensado—. Puesto que éste es el primer navío en que se embarca con el cargo de teniente, intentaré ponerle las cosas lo más fácil que me sea posible. Llámeme Stephen, si así lo desea, pero sólo en privado; delante de los marineros debe llamarme señor. —Rhodes echó la cabeza hacia atrás y gritó—: ¡Poad!

Ataviado con una chaqueta azul y con aire atribulado, apareció por una de las puertas un escuálido hombrecillo.

—Traiga un poco de vino, Poad. Éste es nuestro nuevo tercer teniente.

Poad hizo una especie de reverencia:

—Será un placer, señor, estoy seguro.

Mientras desaparecía apresuradamente, Rhodes señaló:

—Un buen sirviente, pero muy largo de uñas, así que evite dejar nada valioso demasiado a la vista. —Volvió a ponerse solemne antes de continuar—: El primer teniente está en Plymouth haciendo algo. Se llama Charles Palliser, y puede parecer un poco duro y estirado en el primer momento. Ha estado en la
Destiny
con el comandante desde la primera misión del navío. —Cambió súbitamente de tono para decir—: Fue muy afortunado al conseguir este puesto —parecía que estuviera acusándole—; es usted muy joven. Yo tengo veintitrés años y no conseguí que me nombraran segundo teniente hasta que mi predecesor encontró la muerte.

—¿Le mataron?

—Oh, no, no vaya a pensar que fue nada heroico —dijo Rhodes con una mueca—. Se cayó de un caballo y se rompió el cuello. Era un buen tipo en muchos aspectos, pero así es la vida.

Bolitho observó al sirviente de la cámara de oficiales mientras colocaba las copas y una botella al alcance de Rhodes. Luego dijo:

—Yo fui el primer sorprendido de obtener este ascenso.

Rhodes le miró inquisitivamente:

—No parece muy entusiasmado. ¿Es que no está seguro de querer unirse a nosotros? ¡Por Dios, hay cientos de hombres que jamás dejarían escapar una oportunidad como ésta!

Bolitho apartó la mirada. Un mal principio.

—No, no se trata de eso. Pero a mi mejor amigo lo mataron hace sólo un mes. —Aquello había sucedido en mar abierto—. Aún no me he hecho a la idea.

La mirada de Rhodes pareció dulcificarse mientras le alargaba una copa.

—Bébase esto, Richard. No le había interpretado bien. A veces me pregunto por qué nos dedicamos a este trabajo, mientras los demás viven mucho más fácil y cómodamente en tierra firme.

Bolitho le sonrió. Con la única excepción de las que le había dedicado a su madre, no había sido precisamente pródigo en sonrisas durante los últimos tiempos.

—¿Cuáles son nuestras órdenes… ejem… Stephen?

—En realidad no lo sabe nadie excepto el comandante, nuestro dueño y señor. Todo lo que sé es que se tratará de una larga travesía hacia el sur. Al Caribe, o quizá más lejos aún. —Se estremeció y le echó una mirada a la cañonera más cercana—. ¡Dios mío, de veras me alegrará enterarme de una vez cuando zarpemos y se acaben los secretos. Ahora lo único que sabes es que estás calado de humedad hasta los huesos! —Tomó un rápido sorbo de su copa y siguió hablando—: En general tenemos una buena dotación, aunque para darle un poco de sabor a la travesía no falten los inevitables pájaros que deberían estar colgando de la horca. El piloto, el señor Gulliver, acaba de ser ascendido del puesto de segundo, pero es un buen navegante aunque resulte un poco tosco en el trato con sus superiores. Esta noche tendremos la dotación completa de guardiamarinas, dos de los cuales tienen doce y trece años respectivamente. Pero no sea demasiado tolerante con ellos, Richard, sólo porque usted aún era uno de ellos cuando hizo su última media guardia —agregó con una sonrisa burlona—. ¡Si peca de negligencia, será su cabeza la que caiga, no la de ellos!

Rhodes tiró de la cadena de su reloj de bolsillo y dijo:

—El primer teniente está al caer. Será mejor que vaya a la caza de marineros. Le gusta ver mucho movimiento y ser recibido a bordo con un gran despliegue. —Señaló la puerta de un pequeño camarote—: Ése es el suyo, Richard. Hágale saber a Poad cualquier cosa que necesite y él se encargará de pasarles la pelota a los demás sirvientes. —Entonces, impulsivamente, le extendió la mano—. Me alegro de tenerle entre nosotros —dijo—. Bienvenido a bordo.

Bolitho se sentó en la cámara de oficiales vacía mientras oía el entrechocar de los motones y cabos, el incesante ruido de pasos por encima de su cabeza. Roncas voces, de vez en cuando el pito de un contramaestre cuando se izaba algún nuevo aparejo desde un bote, aparejo que sería comprobado y almacenado en el lugar específico que tuviera asignado dentro del casco del navío.

Bolitho conocería muy pronto sus rostros, su resistencia y sus debilidades. Y en aquella cámara de oficiales débilmente iluminada sería donde compartiría ilusiones y vida cotidiana con sus compañeros. Los otros dos tenientes, el oficial de infantería de marina, el recién ascendido piloto, el médico de a bordo y el contador. Unos pocos hombres, lo más selecto de una tripulación que contaba con doscientas almas.

Le hubiese gustado preguntarle al segundo teniente acerca de su «amo y señor», como él lo había descrito. Bolitho era muy joven para su graduación, pero no tanto como para no saber que aquello habría sido un error. Desde el punto de vista de Rhodes, hubiera sido una locura compartir confidencias con él, que acababa de llegar a bordo y al que prácticamente no conocía, o darle su opinión personal del comandante de la
Destiny
.

Bolitho abrió la puerta de su diminuto camarote. Tenía aproximadamente la misma longitud que la balanceante hamaca y espacio suficiente para sentarse. Un lugar en el que gozar de cierta intimidad, o, por lo menos, de lo más parecido a ésta de que uno podía gozar entre la febril actividad de un pequeño barco de guerra. Después de su litera de guardiamarina en el sollado, aquello era un palacio.

Había ascendido con extraordinaria rapidez, tal y como había observado Rhodes. Con todo, si aquel teniente al que él no había llegado a conocer no hubiera muerto al caer de su caballo, tampoco habría quedado vacante el puesto de tercer teniente.

Bolitho abrió el cerrojo de la mitad superior de su arcón y colgó un espejo de una de las sólidas cuadernas de madera junto a la hamaca. Se miró en él y detectó ligeras arrugas provocadas por el cansancio alrededor de la boca, y los ojos grises. Su rostro era enjuto y afilado, y reflejaba una tenacidad poco acorde con su juventud, un tipo de fortaleza que sólo la alimentación de a bordo y el trabajo duro podían haber causado.

Poad le estaba observando.

—Si lo desea, puedo pagar a un barquero para que vaya a la ciudad y le compre provisiones extra, señor —dijo.

Bolitho sonrió. Poad era una especie de feriante en un típico mercadillo de Cornualles.

—Ya me traen provisiones directamente a bordo, gracias —respondió; pero al notar su decepción se apresuró a añadir—: No obstante, si quisiera usted asegurarse de que son estibadas y almacenadas adecuadamente se lo agradecería.

Poad asintió y se escabulló rápidamente fuera del camarote. Ya había jugado su carta. Bolitho había reaccionado como él quería. Habría tiempo de sobra a lo largo del viaje para recibir, de uno u otro modo, su recompensa por cuidar de las provisiones personales del nuevo teniente.

De golpe se abrió con estrépito una puerta y un teniente de considerable estatura irrumpió a grandes zancadas en la camareta de oficiales, llamando a Poad a gritos al mismo tiempo que lanzaba su sombrero sobre uno de los cañones.

Estudió a Bolitho detenidamente; su mirada le recorrió de pies a cabeza sin perder detalle, desde la punta de los pelos hasta las hebillas de sus zapatos nuevos.

—Yo soy Palliser, el primer teniente —dijo.

Su forma de hablar era seca y resuelta. Apartó la mirada cuando Poad cruzó el umbral apresuradamente con una jarra de vino en la mano.

Bolitho observó al primer teniente con curiosidad. Era realmente muy alto, hasta el punto que se tenía que encorvar para no golpearse contra los baos que sostenían la cubierta. Debía de estar cerca de cumplir los treinta años, pero tenía la experiencia de un hombre de mucha más edad. Él y Bolitho vestían el mismo uniforme, pero entre uno y el otro era como si los separara un abismo.

—¿Así que usted es Bolitho? —Aquellos ojos volvieron a posarse en él, mirándole por encima del borde de la copa—. Sus informes son buenos, aunque los informes no son más que palabras. Por eso quiero aclararle, señor Bolitho, que esto es una fragata, no un navío de tercera categoría con exceso de tripulación. Necesito que todos y cada uno de los oficiales y hombres a bordo trabajen hasta que este barco, mi barco, esté listo para levar anclas. Así pues —prosiguió tras otro impetuoso sorbo—, debe presentarse en cubierta ahora mismo, si me hace el favor. Eche un bote al agua y vuelva a tierra. Tiene que tantear el terreno por estos alrededores, ¿qué le parece? —insinuó con una fugaz sonrisa—. Dirigirá un pelotón de reclutamiento hacia la costa oeste e inspeccionarán aquellos poblados. Contará con la ayuda de Little, un ayudante de artillero que sabe muy bien cómo hacer estas cosas. Hay unos cuantos carteles que pueden ir dejando en las posadas a su paso. Necesitamos unos veinte hombres, buenos marineros, no basura. Tenemos ya la dotación completa, pero en una travesía larga, la cosa cambia a medida que uno se acerca al final del viaje. No le quepa duda de que perderemos a unos cuantos. En cualquier caso, el comandante quiere que ese destacamento reclute más hombres.

Tras el largo y traqueteante viaje en coche desde Falmouth, Bolitho tenía en mente desempacar sus enseres, conocer a sus compañeros y sentarse a comer.

Para que las cosas quedaran bien claras, Palliser dijo bruscamente:

—Hoy es martes; debe estar de vuelta el viernes. No pierda a ninguno de los hombres de su destacamento, ¡y no permita que le den gato por liebre!

Salió como una exhalación de la cámara de oficiales llamando a gritos a alguna otra persona.

En el umbral de la puerta abierta apareció Rhodes con una sonrisa entre compasiva y amable.

—Mala suerte, Richard. Pero sus modales son más rudos que sus intenciones. Ha elegido a un buen grupo para que vaya con usted a tierra. He conocido algunos primeros tenientes que le hubieran dado a un joven inexperto un puñado de lunáticos y criminales sólo para darse el gusto de ponerle como un trapo a su vuelta —dijo guiñándole un ojo—. Palliser está decidido a ser comandante de su propia nave en poco tiempo. Siga mi ejemplo y no lo olvide en ningún momento; eso ayuda bastante.

Bolitho sonrió.

—En ese caso, será mejor que me presente de inmediato —dijo, y tras un momento de vacilación agregó—: Y gracias por darme la bienvenida a bordo.

Rhodes se dejó caer pesadamente en una silla y pensó en la comida de mediodía. Oyó el chapoteo de unos remos al costado y el grito del patrón del bote. Lo que hasta ahora había visto de Bolitho le gustaba. Era muy joven, desde luego, pero poseía entre sus cualidades la inquietud propia de una persona que sabe arreglárselas cuando está en un aprieto y capaz de mantener la serenidad en medio de una bramante tempestad.

Era extraño cómo uno no tenía en cuenta las preocupaciones y los problemas de sus superiores mientras era guardiamarina. Un teniente, fuera joven o no, se convertía en una especie de ser superior. Alguien que te censuraba y no perdía ocasión de encontrar defectos en los jóvenes principiantes. Ahora lo comprendía mejor. Incluso Palliser temía al comandante. Y lo más probable era que el propio comandante, su amo y señor, sintiera terror ante la posibilidad de molestar a su almirante, o quizá a alguien de grado aún superior.

Rhodes sonrió. En cualquier caso, ahora podía gozar de unos pocos y preciosos minutos de paz y tranquilidad.

Little, el ayudante de artillero, retrocedió, sus enormes manos a la altura de las caderas, y observó cómo uno de sus hombres clavaba otro cartel de reclutamiento.

Bolitho sacó su reloj de bolsillo y miró a través de la plaza cubierta de césped de la población justo cuando el reloj de la iglesia daba las doce campanadas de mediodía.

—¿Podríamos tomar un trago ahora, señor? —preguntó Little con su bronca voz.

Bolitho suspiró. Un día más, tras otra noche de insomnio en una diminuta pensión no demasiado limpia, preocupado ante la posibilidad de que su pequeño grupo de reclutamiento desertara, a pesar de lo que había dicho Rhodes acerca de su selección. Pero Little se había asegurado de que por lo menos en aquel aspecto todo fuera bien. En realidad, su complexión estaba totalmente reñida con su nombre: achaparrado, entrado en carnes por no decir gordo, tanto que el vientre le caía pesadamente como un costal, formando una espectacular curva sobre el cinturón en forma de alfanje. Cómo conseguía llenarlo con las raciones que daba el contador del barco, constituía un misterio prodigioso. Pero era un buen marino, bregado y con experiencia, y no estaba dispuesto a tolerar ninguna tontería.

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