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Authors: Alexander Kent

Tags: #Histórico

Rumbo al Peligro (44 page)

BOOK: Rumbo al Peligro
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Bolitho tenía la boca reseca. Sin darse cuenta había cogido el sable y lo mantenía agarrado a la altura de la cadera; la cubierta osciló, y entonces, lenta pero regularmente, sus capitanes de artillería vieron el extremo decorado con molduras doradas del
San Agustín
a través de las portas abiertas.

El flanco del
San Agustín
se erizó de lenguas de fuego como saetas, y Bolitho oyó el estremecedor silbido de las balas encadenadas pasando muy altas sobre su cabeza. Sintió lástima por el guardiamarina Henderson, colgado de las crucetas con su catalejo enfocado hacia el enemigo mientras una mortífera maraña de cadenas y barras de hierro pasaba junto a él.

—¡Fuego!

Bolitho vio el mar bullendo de espuma alrededor del otro barco, y le pareció ver que por lo menos un proyectil había atravesado su flameante vela mayor.

Mientras sus hombres se abalanzaban a coger los cebadores y pisones, pidiendo a gritos más pólvora y munición, prescindiendo de todo lo que no fueran las insaciables bocas de los cañones y la voz de Palliser llegándoles desde el alcázar, Bolitho miró hacia el comandante.

Estaba con Gulliver y Slade junto a la aguja magnética, señalando hacia el enemigo, las velas, el humo, como si tuviera dominado en la palma de su mano cada movimiento y sus consecuencias.

—¡Fuego!

Abajo, en el flanco de estribor de la
Destiny
, los cañones de doce libras, uno a uno, retrocedían hacia el interior, sus cureñas chirriando como si se tratara de perros enfurecidos.

—¡Listos para cambiar de rumbo! ¡Esté preparado, señor Rhodes! ¡Carguen la batería de babor con carga doble!

Bolitho se agachó para evitar chocar con marineros que corrían y vociferantes suboficiales. La constante y dura instrucción que habían recibido durante toda la larga travesía desde Plymouth había hecho que aprendieran bien la lección. No importaba lo que hicieran los cañones; se tenía que maniobrar y mantener el barco a flote.

Se oyó una vez más el desafiante rugido de los cañones, aunque el sonido fue distinto esta vez, chirriante y doloroso, debido a la doble carga.

Bolitho se secó el rostro con la muñeca. Se sentía como si hubiera estado bajo el sol durante horas. En realidad, apenas si eran las ocho. Sólo hacía una hora que se habían llevado abajo a Spillane.

Dumaresq corría cierto riesgo poniendo doble carga a sus cañones. Pero Bolitho había visto a las dos goletas maniobrando hacia barlovento, como si quisieran acercarse a la
Destiny
por popa. Tenían que atacar al
San Agustín
, y atacarlo con fuerza, aunque sólo fuera para enlentecer su marcha.

Dumaresq gritó:

—¡Busque al condestable! ¡Inmediatamente!

Bolitho se estremeció al ver el agua entrando como una cascada por encima de la pasarela opuesta, y notó cómo el casco saltaba bajo la fuerza de un gran impacto. Dos blancos, por lo menos, quizá en la línea de flotación.

Pero el contramaestre estaba ya dando órdenes, y sus hombres pasaron corriendo junto a los centinelas de infantería de marina que vigilaban en las escotillas, dispuestos a examinar el casco y reparar cualquier daño.

Vio al condestable bizqueando como un búho bajo la luz del sol, la cara desencajada por la irritación que le producía haber sido requerido fuera de su almacén de pólvora, incluso aunque lo hubiera ordenado el comandante.

—¡Señor Vallance! —El rostro de Dumaresq tenía una expresión feroz—. Hubo un tiempo en que usted era el mejor capitán de artillería de toda la armada en el Canal, ¿no es cierto?

Vallance arrastraba sus caídas zapatillas, un calzado muy necesario para evitar provocar chispas en un lugar tan letal como el almacén de munición.

—Es cierto, señor. No le quepa duda. —A pesar del ruido, le halagaba el ser recordado de aquella forma.

—Bien, quiero que se haga cargo personalmente de los cañones de mira y nos libre de esa goleta de velacho. Llevaré el barco lo bastante cerca. —Mantuvo su tono de voz—. Tiene usted que estar más vivo.

Vallance se alejó arrastrando los pies, moviendo el pulgar para llamar por señas a dos capitanes de artillería de la batería de Bolitho sin ni siquiera pedir permiso. Vallance era el mejor en lo suyo, aunque solía mostrarse como un hombre taciturno. No necesitó a Dumaresq para elaborar su propia estrategia. Porque cuando la
Destiny
virase en redondo para acercarse a las goletas, presentaría toda su eslora a la andanada de su enemigo.

Los cañones de mira de proa de la
Destiny
tenían nueve libras de calibre. Aunque no tan potentes como muchas otras armas navales, el de nueve libras siempre había sido considerado el cañón de puntería más precisa.

—¡Fuego!

Las dotaciones de Rhodes estaban limpiando con la esponja de nuevo, y la piel de los marinos brillaba por el sudor que les resbalaba por todo el cuerpo formando túneles en la pólvora que les cubría, como si fueran marcas de latigazos.

La distancia no superaba las dos millas, y cuando Bolitho levantó la vista vio varios agujeros en la gavia y algunos marineros trabajando para reemplazar partes de jarcia rota mientras la batalla se hacía cada vez más violenta en aquella estrecha franja de agua.

Vallance había subido a las amuras de proa ahora, y Bolitho pudo imaginárselo sacudiendo su canosa cabeza sobre el nueve libras de babor, recordando quizá los tiempos en que él mismo había sido capitán de artillería.

La voz de Dumaresq se dejó oír durante una breve pausa en el fuego.

—Cuando esté preparado, señor Palliser. Supondrá unos cinco puntos hacia babor. —Unió los puños cerrados—. ¡Si por lo menos se levantase viento! —Volvió a llevarse las manos a la espalda, como para contener su excitación—. ¡Larguen los juanetes!

Momentos después, respondiendo lo mejor que podía a sus flácidas velas, la
Destiny
viró en redondo hacia babor, y en cuestión de segundos, o eso pareció, las goletas estuvieron ante sus amuras de proa.

Bolitho oyó el estallido de un nueve libras, y luego el otro, en la amura opuesta, cuando Vallance hizo fuego.

La goleta de velacho pareció tambalearse, como si hubiera topado de frente contra un arrecife. El palo trinquete, las velas y la verga se desplomaron sobre el castillo de proa y dejaron a la goleta sin control.

Dumaresq gritó:

—¡Rompa su acción! ¡Acerquémonos, señor Palliser! Bolitho sabía que la segunda goleta difícilmente se arriesgaría a correr la misma suerte que su compañera.

Era una obra maestra en lo que se refería a la colocación de los cañones. Vio a sus hombres bajar deslizándose por los estays hasta cubierta tras haber largado más vela, y se preguntó cómo aparecería la
Destiny
a los ojos de las dotaciones de artillería del enemigo cuando escrutaran a través del humo y vieran que a uno de los suyos lo habían puesto fuera de combate con tanta facilidad.

La diferencia de armamento existente entre los dos barcos apenas si afectaría, pero aquello daría ánimos a los marineros ingleses cuando más los necesitaban.

—¡Así derecho! ¡Norte cuarta nordeste, señor!

Bolitho gritó:

—¡La próxima nos tocará a nosotros! —Vio cómo varios marineros se giraban para sonreírle, con los rostros como máscaras, los ojos deslumbrados por los constantes estallidos de los cañones.

La cubierta pareció brincar bajo los pies de Bolitho; vio con sorpresa que un cañón de doce libras de la batería opuesta caía hacia su lado, dos hombres gritaban aplastados bajo su peso, mientras otros se agachaban para esquivarlo o caían todo lo largos que eran sobre peligrosas astillas.

Oyó a Rhodes gritar intentando restablecer el orden y los disparos de varias armas a modo de respuesta; los daños habían sido importantes, y mientras los hombres de Timbrell corrían a apartar la madera hecha astillas y el cañón volcado, el enemigo volvió a hacer fuego.

Bolitho no tenía forma de saber cuántos de los proyectiles del
San Agustín
habían dado en el blanco, pero la cubierta se sacudió tan violentamente que no le cupo duda de que había recibido el impacto de un peso considerable de hierro. Madera astillada y pedazos de metal cayeron con estruendo a su alrededor, y él se cubrió el rostro con los brazos mientras una gran sombra invadía la cubierta.

Stockdale le empujó al suelo y graznó:

—¡La mesana! ¡La han hecho volar por los aires!

Entonces llegó el atronador golpe, cuando el palo y las vergas de mesana segaron como una guadaña el alcázar para caer luego sobre la pasarela de estribor, rompiendo jarcias y llevándose hombres a su paso.

Bolitho se puso en pie tambaleándose y buscó el barco enemigo. Pero éste parecía haber cambiado de posición, sus vergas más altas desvaneciéndose entre la bruma, sin dejar de disparar. La
Destiny
se estaba escorando; la mesana la arrastraba en círculos mientras los hombres corrían dando traspiés entre la jarcia enmarañada, con los oídos demasiado ensordecidos aún por la explosión como para reaccionar a sus órdenes.

Dumaresq fue hasta el alcázar y recuperó el sombrero de manos de su timonel. Miró rápidamente hacia el combés y dijo:

—¡Más hombres a popa! ¡Limpien esto de restos!

Palliser pareció surgir del caos como un espectro. Agarraba su arma, que resultó estar rota también, y tenía aspecto de ir a derrumbarse de un momento a otro.

Dumaresq rugió:

—¡Muévanse! ¡Y quiero otra bandera para el palo mayor, señor Lovelace!

Pero fue un segundo del contramaestre quien trepó por los obenques entre el humo para reemplazar la bandera que había caído con la mesana. El guardiamarina Lovelace, que había cumplido catorce años hacía dos semanas, se apoyaba en las redes, casi partido en dos por una de las burdas.

Bolitho se dio cuenta de que había permanecido casi sin hacer nada mientras el barco se balanceaba y temblaba bajo el impacto de los cañones.

Agarró a Jury del hombro y dijo:

—Elija a diez hombres y ayuden al contramaestre. —Lo sacudió suavemente—: ¿De acuerdo?

Jury sonrió:

—Sí, señor —Desapareció apresuradamente entre el humo, gritando nombres mientras se alejaba.

Stockdale masculló:

—¡Tenemos menos de seis cañones que puedan servirnos de algo en este lado!

Bolitho sabía que la
Destiny
continuaría fuera de control mientras no se desembarazaran de los restos del mesana. Sobre uno de los lados vio a un infante de marina colgando todavía de la cofa caída, y a otro que observaba asfixiándose bajo la enorme maraña de jarcia. Se giró y miró a Dumaresq, que se mantenía en pie, fuerte como una roca, dando instrucciones a los timoneles, observando a su enemigo y asegurándose de que su propia tripulación podía verle allí.

Bolitho apartó la vista. Se sentía conmocionado y culpable, como si accidentalmente le hubiera robado su secreto a Dumaresq.

Así que aquélla era la razón de que llevara un chaleco escarlata. Así que ninguno de sus hombres debía verlo.

Pero Bolitho había visto las frescas y húmedas manchas cuando se le había deslizado hasta las fuertes manos mientras su timonel, Johns, le ofrecía apoyo junto a la batayola.

El guardiamarina Cowdroy trepó por encima de los desechos y gritó:

—¡Necesito más ayuda en la parte de delante, señor! —Parecía estar al borde del pánico.

Bolitho dijo:

—¡Soluciónelo usted! —Lo mismo que Dumaresq le había dicho acerca del reloj robado: «Soluciónelo usted».

Se oía el sonido metálico de las hachas entre el humo, y notó cómo la cubierta se equilibraba cuando el mástil caído y su correspondiente jarcia fueron separados del costado.

¡Qué desnudo se veía sin aquel palo y sus velas desplegadas!

Sobresaltado, se dio cuenta de que el
San Agustín
flotaba directamente frente a las amuras de proa. Seguía disparando, pero el cambio de dirección de la
Destiny
, provocado por el desastre del mesana que la había arrastrado a la deriva, hacía de ella un blanco difícil. Los proyectiles se estrellaban cerca del flanco o se hundían en el agua junto a uno u otro costado, también los cañones de la
Destiny
habían quedado inutilizados, con la única excepción de los de las amuras de proa; Bolitho oyó el sonido más agudo de sus explosiones cuando volvieron a abrir fuego.

Pero otro pesado proyectil cayó bajo la pasarela de babor, volcando dos cañones y tiñendo las cubiertas de rojo con la sangre de un grupo de hombres que ya estaban heridos.

Bolitho vio caer a Rhodes, vio cómo intentaba recuperar el equilibrio junto a los cañones y cómo se desplomaba de nuevo de costado.

Corrió en su ayuda, protegiéndose del humo de los cañones mientras el mundo entero se volvía loco a su alrededor.

Rhodes le miró de frente, sin que se reflejara dolor en su mirada al tiempo que susurraba:

—Nuestro amo y señor tiene su propia manera de hacer las cosas, ya lo ve, Dick. —Miró hacia el cielo, más allá de las jarcias—. El viento. Al fin llega, aunque demasiado tarde. —Se incorporó para tocar el hombro de Bolitho—. Tenga cuidado. Siempre he sabido… —Sus ojos se quedaron abiertos con la mirada fija, una mirada vacía.

Bolitho se puso en pie ciegamente y se quedó mirando la destrucción y el dolor que le rodeaban. Stephen Rhodes había muerto. El hombre que le había dado la bienvenida al barco, que había aceptado la vida por lo que valía y según se presentara el día a día.

Entonces, más allá de las redes rotas y las hamacas perforadas, vio el mar. Los rizos del oleaje habían desaparecido. Levantó la vista hacia las velas. Quizá estuvieran llenas de agujeros, pero se hinchaban tan tensas como las piezas pectorales de una armadura, recogiendo el viento e impulsando a la fragata en la batalla. Todavía no les habían vencido. Rhodes lo había visto. «El viento», había dicho. Era lo último que había captado su mente en esta tierra.

Corrió hacia el costado y vio al
San Agustín
alarmantemente cerca, justo al lado de la amura de estribor. Algunos hombres le gritaban, todo estaba lleno de humo y ruido, pero él no era capaz de sentir nada. Visto de cerca, el barco enemigo dejaba de parecer tan gallardo e invulnerable; pudo ver dónde las garras de la
Destiny
habían dejado su marca.

Oyó la voz de Dumaresq siguiéndole por la cubierta, dándole órdenes, poderosa aun en medio del desastre. «¡Preparados por estribor, señor Bolitho!».

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