Saga Vanir - El libro de Jade (49 page)

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—¿Y qué pasó con tu madre?

—Gall la vendió como esclava por un puñado de monedas —dijo asqueado. —Duró con ella un mes, hasta que se cansó. Ni Daanna ni yo volvimos a saber de ella. Tampoco Menw, Cahal y el resto supieron de las suyas. Nos dejaron huérfanos, pero el tiro les salió por la culata.

—Erais niños, Caleb—alzó la barbilla para mirarle a los ojos. Tenía la mirada perdida y el rostro lleno de determinación. —No debisteis vivir nada de eso.

—Éramos fuertes, altos y expertos en el arte de la guerra y de la magia —volvió a enfocar su mirada en ella y le acarició la barbilla hundiendo el dedo índice en el pequeño hoyuelo de Aileen.

—Muchos de nosotros tenemos sangre druida en nuestras venas. No nos hizo falta nada más que la rabia y el orgullo keltoi para dar con todos y matarlos. Luego fuimos invencibles, y nos encargamos de que los romanos salieran de nuestras tierras. Vencieron al rey Cassivellaunus, es cierto, pero nunca pudieron llegar a dominarnos. Nosotros fuimos los culpables —su voz se manchó de orgullo. —Britannia nunca fue de Roma.

—No dice eso los textos históricos —musitó ella sin querer ofenderlo.

—Cuando los vanir nos convirtieron, nos prohibieron participar en guerras entre humanos —

hizo una mueca. —Nosotros sólo debíamos equilibrar la balanza en caso de que algún lobezno o nosferátum abusara de su poder contra los débiles. No pudimos evitar que Roma finalmente obligara a los keltoi a pagar tributo y jurar fidelidad. No nos dejaron luchar al lado de los nuestros, de ser así hoy pondría otra cosa en los libros de historia.

—¿Cuántos fuisteis transformados, exactamente?

—Éramos veinte, pero luego se nos unieron trece miembros más que recogimos por el camino, procedentes de otros clanes. —Treinta y tres entonces. —Aha.

—¿Seguís todos juntos?

—No. Muchos se dispersaron por otras partes del mundo y hemos perdido el contacto. No permanecimos unidos. Sin embargo, somos más de treinta y tres —la miró a los ojos. —Algunos empezaron a tener relaciones...

—Ya, claro, como los berserkers. Os relacionasteis con hombres y mujeres humanas y...
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tachan... nacieron mini-vanirios por todo el mundo.

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—Hay muy pocos niños en nuestro clan, al menos aquí en la Black Country. La verdad es que
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Beatha y Gwyn tenían dos pequeños, pero desaparecieron hace diez años. Cuando capturamos a
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uno de los cazadores, vimos en sus recuerdos lo que les hicieron a los pequeños. No sé si murieron
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o no. Gwyn no cesa en su búsqueda, desde luego, y Beatha cada día pierde un poco más la
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esperanza. Luego hay otra pareja más del clan, Iain y Shenna, también originarios. Hace siete años
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que alumbraron a dos mellizos, niña y niño. Y hay tres niños más de diez años que forman parte de
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los vanirios que se hospedan en Segdley.

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—¿Sólo cinco en dos mil años?

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—Bueno. Luego están los hijos de los híbridos. Al principio, con nuestro don y nuestra

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necesidad de beber sangre y de encontrar a nuestras parejas cometimos muchos errores.
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—¿Habéis transformado a mucha gente?

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—Yo nunca, pero sé de otros que no lo han llevado nada bien. Como no establecimos comunicación entre nosotros y nos esparcimos por todo el mundo, yo no sé lo que ha sido de ellos. No sé si hay más niños, no sé si hay más híbridos.

—Y... ¿los hijos de los vanirios de qué se alimentan?

—Maman del pecho de la madre porque de él obtienen proteínas para su crecimiento, pero luego tenemos que lidiar con ellos para que aprendan a soportar el hambre.

—¿Y el alimento humano les sirve para crecer?

—No, pero es como la nicotina para un fumador adicto. Pueden comer, pero gracias a Menw descubrimos que crecen mejor y con menos ansiedad si les damos suplementos ricos en hierro.

—Ah... —agrandó los ojos interesada. —No debe de ser fácil ser un niño vanirio.

—No —la miró de arriba abajo con ojos hambrientos. —No lo es.

Se miraron fijamente, intentando leerse la mente el uno al otro.

—Caleb, no hemos utilizado protección.

—No te preocupes, no tengo ninguna enfermedad. Somos inmunes.

—Ya, me dejas más tranquila aunque ya me lo imaginaba. Pero, podéis tener hijos... Yo me estoy tomando la píldora desde los dieciocho años.

—Chica lista —sonrió él.

Caleb acercó su boca a la de ella y rozó sus labios en un beso que pareció más un aleteo de una mariposa. Al volver a apartarse, notó la mirada llena de fuego de ella. Aileen miró sus labios y luego alzó la vista para estudiar sus facciones. Era puro pecado.

—¿Por qué me miras así? —preguntó él inseguro.

Aileen pasó un dedo por su viril mandíbula y añadió:

—Te responsabilizas de lo que les sucedió a tus padres y a toda la aldea. ¿Por qué? —dijo ella solemne.

Caleb tomó aire incómodo. Ella era su cáraid. Su pareja. Sorprendido y terriblemente confiado como nunca descubrió que tenía ganas de hablarle de ello a su apasionada y dulce amante.

—Cada poblado tenía un vigía, un observador que alerta al pueblo encendiendo un fuego cuando se acercan enemigos u hostiles. Mi padre era el de nuestro clan —tomó la mano de ella y le besó la palma para luego dejarla sobre su cara. A Aileen le rascó la barba incipiente que iba a crecerle. —El día que fue arrasada nuestra aldea mi padre no se encontraba bien, tenía mal el estómago.

Mi madre y yo le aconsejamos que se quedara en el
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. Le aseguré que yo me encargaría
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de la guardia, y así hice. Gall, que conocía nuestro proceder, nos tendió una emboscada esperando
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encontrar a mi padre en su puesto de vigía. Junto con él habían los cuatro centuriones romanos
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vestidos de celtas, como nosotros. Yo no les pude diferenciar y dejé que se acercaran. Gall me
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encontró a mí en lugar de mi padre —se encogió de hombros. —Me dieron una paliza entre los
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cuatro centuriones, no me dio tiempo de alertar a nadie. Me ataron al caballo de Gall. Recorrí todo

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el camino hasta la aldea arrastrado por ese maldito caballo que corría como el viento —Aileen
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cerró los ojos, dolida por lo que él tuvo que sufrir. —No... pude avisar a los míos —musitó con
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reproche hacia sí mismo. —Los mataron a todos. Sacaron a mi padre del chakra y le cortaron la
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cabeza delante de mi madre y de mi hermana. Y luego se llevaron a las mujeres para violarlas,
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venderlas o canjearlas por otras cosas.

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—Caleb... —susurró con el corazón encogido.

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Chakra: nombre que se daba a las casas de los celtas.
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—No. Escúchame, no quiero compasión —le dijo en tono amenazador. —No siento compasión

—contestó ella. —He visto ese recuerdo y creo que te culpas por algo que no podías controlar.

—Era mi deber alertar a la gente y fracasé. Fui débil. —Eras un niño —protestó ella acariciándole la mejilla. —Era un hombre.

—Hasta donde yo sé —puso un dedo sobre sus labios y lo obligó a callarse, —un niño con catorce años no es ningún hombre. Creo que nadie debería culparte por eso. Es más, creo que nadie de tu clan lo hace. Eres admirado y respetado por todos, Caleb. No seas injusto contigo mismo. Para mí no fue culpa tuya —confesó mirándolo con ternura. —Lo que pasó fue que cuatro hombres le dieron una paliza a un muchacho. Eso es un abuso, es juego sucio.

—Yo era mayor para...

—No lo eras.

—Sí, para nosotros. En nuestra cultura un niño deja de serlo cuando puede dejar embarazada a una mujer.

Aileen agrandó los ojos y se esforzó por no reírse.

—De verdad, Caleb, me parece una atrocidad que juzguéis la madurez tan a la ligera.

—¿Cómo?

—Es escandaloso para mí escucharte hablar así... —contestó. —¿Eso os inculcaban? ¿Así os enseñaban?

—Cuidado con lo que dices, pequeña bruja —la advirtió haciéndose el ofendido. —Te estás riendo de una cultura muy antigua y poderosa.

—No me río —dijo ella levantando los brazos. —Os compadezco —tomó una de sus fuertes manos y le besó los nudillos como él había hecho. —Eres muy susceptible ¿sabes? Sólo digo que no me parece justo. Es mucha responsabilidad ser un hombre a los catorce años. Si fuera humana y pudiera realizar ese trabajo de educación sociocultural, propondría que empezáramos con vosotros como un claro ejemplo de qué es lo que no se debe inculcar. Pero no puedo — dijo con pesar. —Yo ya no puedo realizar lo que me gusta y vosotros se supone que ya no existís, así que...

—se encogió de hombros rindiéndose ante la evidencia.

Caleb miró su gesto de derrota y se sintió furioso por ella, porque ya no podría desempeñar algo que le gustaba. Él quería ayudarla, sus problemas eran ahora los suyos y no iba a permitir que ella se sintiera infeliz. Tal vez él podría hacer algo al respecto. Aileen era terriblemente buena en lo que hacía y además era muy convincente hablando. Podría enseñar miles de valores nuevos a muchos niños. Puede que Aileen fuera importante para los clanes, no sólo para los vanirios, sino también para los berserkers. Moldearía una idea sobre las posibilidades de tener a alguien como
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Aileen no sólo en su vida, sino en la de los clanes. Puede que ella fuese clave en ese cambio que
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debía instalarse entre las dos razas para una mejor convivencia y una fluida comunicación. Pero ya
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pensaría en eso más tarde. Ahora la tenía en su cama, tierna y cariñosa, y eso era más de lo que
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podía soportar su ya de por sí endurecido cuerpo.

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—¿Qué más has visto, pequeña intrépida? —sonrió maliciosamente.
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A Aileen le pareció increíblemente sexy haciendo esa media sonrisa devastadora. Ella quería
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seguir hablando del tema de Caleb y su autoinculpación, pero entendió que ya había sido mucho
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para él hablarle de eso. Probaría en otro momento. Le dolía que él sintiese ese dolor hacia algo
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que no estaba en sus manos. Le sonrió y contestó a su pregunta.
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—No os podéis transformar en nada —contestó ella mirándole los colmillos. —Pensaba que

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podíais convertiros en bruma o en murciélagos y en cosas de esas... en lobos como Drácula de
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Bram Stoker ¿sabes?

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—Son mitos. Nosotros somos como una especie de magos inmortales con colmillos. No bebemos sangre humana para sobrevivir, a no ser que como en mi caso —rozó su nariz con la de ella— haya encontrado a mi pareja.

— Entonces los colmillos sólo son estéticos. Se os desarrollaron sólo para el goce de vuestra pareja, únicamente. Qué romántico —entornó los ojos con guasa. —Por cierto, no me dejarás marca ¿verdad?

—Quiero dejártela.

—¿Por qué? —preguntó ella curiosa.

—Todos sabrán que eres mía.

—¿Así que por eso tenéis colmillos? ¿Tú Tarzán y yo Jane? —se mofó ella algo enfadada.

—Nuestros colmillos son muy funcionales —replicó él riéndose. —Puedo desgarrar un cuello entero sólo con un mordisco. Puedo arrancar extremidades con un pequeño movimiento de mi cabeza y con estos —se señaló los dientes— bien clavados en la carne. Puedo beber sangre. Pero no para alimentarme, sino para extraer información. Por supuesto no necesito grandes cantidades, únicamente con un sorbito tengo suficiente. Es Loki el que ha creado lobeznos y nosferátums a partir de nuestra naturaleza. Ellos sí que son vampiros. Bueno, ya los has visto...

—Uno de ellos quería raptarme. Se me quería llevar con él... creo que fue el que tú mataste.

—Notan que eres distinta, sabían quién eras. Mikhail te tenía encerrada por algo, Aileen. Él esperaba tu transformación para luego someterte a sus estudios. Pero no hay de qué preocuparse, no dejaré que te pase nada —acarició su hombro desnudo con los nudillos.

—Necesito que me hagas partícipe de lo que vais a hacer, Caleb —confesó con la piel de gallina por su caricia. —No sólo os persiguen a vosotros y a los berserkers, sino que también me persiguen a mí. Puede que todavía no sepa controlar mis poderes, pero me sentiré más segura si formo parte de esto. No estoy hecha para quedarme asustada en un rincón esperando a que me salven y lo sabes. Has estado en mi cabeza, has visto toda mi vida. Caleb la miró fijamente, valorando sus palabras y analizando la situación. Era cierto, Aileen no quería ser protegida, ella quería luchar también. Pero él no iba a permitírselo. Cerró su mente a la intromisión de Aileen, y cambió de tema rápidamente.

—Ya veremos... ¿Qué más sabes de mí?

—No tienes hijos —era una afirmación. —Nunca has tenido una relación con ninguna mujer.

—He tenido montones —contestó él serio.

Aileen alzó la mano y le acarició el labio inferior.

—Has tenido encuentros de una o dos horas, Caleb. No has tenido ninguna pareja, jamás. Ni
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siquiera cuando eras humano.

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—No. Mi clan era lo más importante, no tenía tiempo para tonterías románticas —espetó. —

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Luego cuando fui tocado por los dioses, me centré en la protección de los humanos. Sabía que
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había una mujer destinada para mí, pero no me obsesioné hasta el punto de ir a buscarla.
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—Claro —bajó la mirada. —¿Para qué, no? Si ya tenías a todas las demás que se abrían de
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piernas para calmarte la libido, las usabas y punto.

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—No quería que vieras eso —se lamentó alzándole la barbilla y acariciando su boca con la suya.
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—Pero me he abierto a ti con todas las consecuencias, no quería reservarme nada. Quiero que me
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conozcas.

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