Saga Vanir - El libro de Jade (50 page)

BOOK: Saga Vanir - El libro de Jade
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Aileen asintió con la cabeza, calibrando la importancia que estaba dando Caleb a lo sucedido
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entre ellos y lo importante que también era para ella que él le revelara todo. Lo miró y sacó valor
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para la siguiente pregunta.

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—¿Tenías previsto para mí algo como lo que Gall le hizo a tu madre, verdad? —no titubeó ni por un segundo. —¿Querías atarme a ti a la fuerza? Que fuera tu concubina, que no es lo mismo que compañera. ¿Querías eso, verdad? De ahí que Daanna recriminara tu comportamiento. ¿Qué

hubiera pasado si hubieras encontrado a tu verdadera compañera? ¿Qué hubieras hecho conmigo?

Caleb apretó la mandíbula y frunció el ceño.

—Tendría que matarte. Correrías el riesgo de convertirte en una vampiresa. Sin mi sangre, sin mi sustento, beberías de otros y te convertirías y eso es muy peligroso.

—No lo hubiera permitido. No habría dejado que ninguno de vosotros acabara con mi vida. Yo me hubiera entregado al sol, como decís vosotros.

Caleb se estremeció al pensarlo.

—Pero yo no sabía quién eras en realidad. Aunque desde que te vi titubeé en mi decisión, pero no lo quise reconocer —se encogió de hombros, conforme con su contestación. —Luego las cosas fueron como fueron... —deslizó sus manos hasta sus caderas y las dejó allí. —Si no hubieras provocado lo que provocas en mí y tan sólo fueras una humana inocente y no quién eres en realidad te habría dejado libre y con un buen lavado de cerebro. Pero eres quién eres y ahora estás aquí.

Sus palabras a veces frías y sin emociones no concordaban con su manera tierna y dulce de tocarla. Aileen no se dio cuenta de que retenía el aire hasta que lo exhaló nerviosamente cuando él la acercó a su cuerpo.

—No te doy miedo ¿verdad? Después de todo lo que has visto de mí... —No exactamente.

¿Debería tenerte miedo, Caleb? —no era miedo lo que tenía, sino terror a que él acabara convirtiéndose en alguien indispensable para ella. Aileen jamás había dependido de nadie. Caleb era un hombre peligroso. Un luchador, un guerrero y un rival mortal para cualquiera que se enfrentara a él. No tenía compasión en el campo de batalla y además disfrutaba de lo que les hacía a sus adversarios. Era un verdadero artista de la guerra, en el caso de que la guerra tuviera algún tipo de arte. Pero era un hombre apasionado y lleno de recuerdos amorosos. Amaba a sus padres y se los habían arrebatado. Quería a Thor con devoción y se lo habían arrebatado. Ambos se habían salvado la vida mutuamente en varias ocasiones, pero Thor había desaparecido una vez de su vida y ya no lo había vuelto a ver más. Ahora sólo le quedaba Daanna, su única familia. En más de dos mil años de existencia no había conseguido vincularse con nadie más que no fueran ella, su padre Thor, Menw y Cahal. Era celoso de los suyos y muy protector. En el clan todos lo respetaban y lo consideraban el líder después de la muerte de Thor. Y él actuaba según esa etiqueta pero no por aparentar nada, sino porque eran valores que estaban en su propia
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naturaleza, en su corazón. No daba nunca el brazo a torcer, porque casi siempre llevaba razón,
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como también creía al cien por cien que él llevaba la razón respecto a Aileen y su relación con ella.
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Era un hombre duro e imponente por fuera, pero cuando ese caparazón se agrietaba, aparecía
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parte del niño que una vez había sido y el miedo por perder a aquellos que quería lo dejaba
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indefenso e inseguro. Sólo ella había visto esa parte de él y por eso él quería someterla
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constantemente. Él quería mandar. No le gustaba sentirse débil ante ella ni ante nadie.
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Aileen tenía muchísimo poder sobre él, y se sentía turbada por el descubrimiento.
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—No tienes que tenerme miedo si te portas bien, pequeña.

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Aileen alzó las cejas incrédula.

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—¿Y eso qué quiere decir?

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—Somos pareja, ángel. Tienes que obedecerme.

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—Espera, espera —le dijo ella sacudiendo la cabeza. —Lo que has dicho no me gusta nada. Nos hemos acostado pero —lo empujó intentando liberarse de su abrazo— eso... no quiere decir que yo te pertenezca, ni que tú me pertenezcas a mí ni nada que se le asemeje... ¿me oyes? Suficiente estoy haciendo al tomarme con la máxima calma posible todo lo que me ha sucedido como para que ahora me tenga que regir a tus objeciones —Caleb la apretó más contra él hasta que ni el aire corría entre sus cuerpos desnudos. —Caleb, no. Basta.

—¿Es que no has entendido nada? ¿Te ha gustado hacer el amor conmigo? —murmuró contra sus labios. —Dímelo.

Aileen intentó apartar la cara, pero Caleb le tomó la nuca con una mano brusca y autoritaria y la inmovilizó.

—Entiendo que parte de tu mente humana esté luchando todavía contra tu verdadera naturaleza —aclaró dulcemente. —Deja de pelear conmigo —le ordenó bajando la voz. El cuerpo de Aileen quedó flexible como la gelatina. —Si intentas separarte de mí, si intentas...

—No puedo creer que me estés sugestionando de este modo. Déjame moverme... —replicó

intentando mover sus extremidades. Ese era el hombre con el que acababa de hacer el amor de un modo insultantemente íntimo y confiado y ahora estaba dominándola y sometiéndola a su voluntad como si su opinión no valiera nada. Se le llenaron los ojos de lágrimas. No debía de ser así, pero así era, y por eso ella no quería entregarse a él por completo. Siempre la vapulearía.

—Si intentas —volvió a poner su boca sobre la de ella lamentándose al ver sus ojos enrojecidos— hacer una vida aparte de la mía, no sólo no serás feliz, sino que además algo se te romperá por dentro. ¿Recuerdas la sensación que tuviste cuando perdí el contacto mental contigo? Pues a ver si se te mete esto dentro de esa preciosa y adorable cabecita terca que tienes. Entonces, no nos habíamos acostado después de tu conversión y lloraste toda la noche. Temblabas y sentías dolor físico ante mi ausencia. ¿Cómo crees que será ahora después de habernos vinculado de un modo tan íntimo, Aileen? Ni tú ni yo somos ya humanos. Ellos pueden acostarse con quiénes les apetezca e incluso pueden hacer la vista gorda en cuanto se les aparece su media naranja, pueden atreverse a ignorarla y escoger no estar con ella. Pueden serles infieles si les apetece. Nosotros no. Los vanirios no. La pasión que sentimos nos duele. Nosotros vivimos para la pareja. Tú eres mi cáraid y tú vivirás también para mí. Y no porque yo te lo esté ordenando, Aileen, sino porque es nuestra manera de correspondemos, de pertenecer a alguien, de involucrarse con alguien y de comprometerse. Así nos relacionamos. ¿Lo entiendes?

Aileen abrió los ojos consternada. El recuerdo de lo mal que lo había pasado ante la ausencia del contacto mental de Caleb la dejó fría y temblorosa. No quería volver a sentirse así, jamás. Un miedo atroz le recorrió el espinazo. ¿Pero cómo iba a poder convivir con un hombre que la

sometía constantemente? Y no sólo eso. ¿Cómo iba a comprometerse de esa manera?

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—Soy dominante —le dijo él— y tú una cabezona, Aileen. Pero me convierto en un pusilánime
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inofensivo cuando estoy a solas contigo —reconoció pidiendo un poco de colaboración con la
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mirada. —No tienes de qué preocuparte cuando estemos en la intimidad. Soy una marioneta en
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tus manos, pero mi actitud protectora ante las multitudes puede que te moleste. No puedo hacer
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nada ante eso. Desde ahora tú eres responsabilidad mía, de nadie más. Lo siento, pero tú me has
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elegido. Tu olfato ha escogido por ti. Tú eres lo más importante, ahora es mi obligación velar por
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nosotros dos.

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Aileen comprendió lo mucho que había marcado a Caleb el suceso de la vigía de su clan cuando
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era humano. Quería controlarlo todo, responsabilizarse de todo. Por eso todo debía de hacerse a

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su modo.

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—¿Y qué hay de lo que yo quiero?

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—No tienes elección.

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—Claro que la tengo —contestó ella con un gruñido. —Elegí acostarme contigo. Puedo elegir no volver a hacerlo y esto puede quedarse en un simple revolcón.

Si le hubiera escupido, no se habría sorprendido tanto. ¿Un revolcón? Y no un revolcón cualquiera, sino uno simple. ¿Eso creía Aileen que había sido la frenética unión que habían experimentado? Él nunca había hecho el amor antes. Sexo, sí. Revolcones, a montones. Pero con Aileen no había sido nada de eso, ni siquiera la primera vez.

El mismo desconcierto que había sentido al descubrir que había algo más entre ellos que la dependencia de las parejas vanirias fue el que le hizo colocarse sobre ella y aplastarla contra el colchón.

—¿Un revolcón has dicho? —repitió con la voz cortante. —¿De verdad crees que hay algo que puedas controlar entre tú y yo? ¿Entre lo que sentimos? —su melena caía a ambos lados de su cara.

—No me gusta esta posición, Caleb —observó nerviosa como su cuerpo estaba literalmente aplastado por el de él. —Salte de encima.

—Quítate esa idea homosapiens de la mente. Esto es completamente distinto a nada de lo que hayas conocido —la zarandeó. —La relación entre cáraids es arrolladora, abrasadora y casi humillante de lo dependiente que es.

—Yo no te he elegido —replicó ella débil. —Yo no voy a depender de ti. Yo... no te quiero —

alzó el mentón con orgullo. —No hay amor, sólo lujuria desenfrenada y tú tampoco estás enamorado de mi —lo desafió a que la contradijera. —¿A qué no?

Caleb la fundió con sus ojos verdes. ¿Estaba enamorado de ella? Sabía que la necesitaba, que la deseaba con locura, que no dejaba de pensar en ella, pero ¿era eso amor? ¿O era obsesión? ¿Qué

sabía él del amor hacia una mujer? Nada. Jamás había estado con una tanto tiempo. Su hermana era la única que lo conocía y aun así procuraba que ella no viera todo lo débil que él podría llegar a ser. ¿Y con Aileen? Aileen ya era una debilidad de por sí. ¿Estaba enamorado?

Aileen esperaba una respuesta. Ella había visto qué y quién era él. Cómo era su corazón y lo difícil que era acceder a sus pensamientos, sus recuerdos, a su alma. Había hecho el amor con él y nunca se había sentido tan completa cómo cuando había estado entre sus brazos. Pero... ¿qué

implicaba reconocer que se estaba enamorando de él? ¿Era eso amor? ¿Qué quería oír de él? No podía doblegarse a la voluntad de Caleb. Ya lo había hecho durante muchos años con Mikhail como para que ahora él se comportara igual. ¿Por qué se sintió ligeramente deshinchada cuando Caleb no respondió?

—No es mi corazón el que te ha elegido, sino mi instinto, mi olfato, mi... paladar —necesitaba defenderse de él. —Y a ti te ha pasado lo mismo— aseguró rotunda. —No tenemos que fingir que
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estamos enamorados, ¿entiendes?

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—No me amas, todavía —dijo más dulcemente mordiéndole el labio inferior. —Pero tampoco
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lo necesitamos ahora. No hay opción para nosotros.

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Aileen intentó sacárselo de encima, pero él gruñó sobre su boca.
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—No me apartes —le advirtió seriamente.

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—Caleb, eres tan romántico —se burló ella más frágil de lo que deseaba.
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—¿Quién necesita el romanticismo si tenemos esto?

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Caleb la besó apasionadamente hasta que ella perdió el hilo de lo que iba a decir.
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—Quiero ser libre de elegir —él seguía besándola, mordiéndole los labios, —quiero poder
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escoger. Necesito saber que controlo mi vida... y tú no me ayudas. Lo que nos pasa es... una
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reacción física, no emocional.

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Caleb asintió con la cabeza, dándole la razón sólo para que ella se callara y le dejara besarla.
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—No. Lo que nos pasa es un milagro —puso sus labios sobre su garganta, lamiéndola y mordisqueándola con pericia. —Hay un hombre para cada mujer —deslizó sus labios por la clavícula y descendió hasta el enhiesto pezón, —un alma que complementa a otra a la perfección. Los humanos se conforman con que sus parejas sean algo compatibles, no necesitan la verdadera alma gemela porque les da igual —dio un osado lametón al rosado pezón. —Mientras tengan sexo, una vida social sana y no se queden solos al final, que sean o no su media naranja no les quita el sueño. Ellos piensan: «mientras se parezca, aunque sea un poquito a lo que yo quiero...»

—abrió la boca y la cerró sobre el montículo duro y suave.

Aileen espiró todo el aire de sus pulmones y lo cogió del pelo.

—¿Qué... haces, Caleb? —no sabía si retirarlo o apretarlo más contra ella.

—Se pasan la vida con otra persona que cumpla sólo un poco sus expectativas, que comparta un poco sus gustos... y con eso se conforman. Hasta que un día descubren que ese poco no es suficiente —volvió a arremeter contra el pezón mientras con la mano le masajeaba el otro pecho— y entonces... van a por otra flor o a por otro capullo, que seguramente tampoco les complemente ni les dé la paz que necesiten. Esa otra flor será algo nuevo que comparta otro tipo de gustos y que cumpla otro tipo de expectativas, pero seguirá teniendo carencias. Y así se pasan la vida, buscando sin llegar a encontrar lo que realmente necesitan. Nosotros no. ¿Sabes por qué?

Aileen tenía los ojos cerrados y se mordía los labios, para evitar chillar del placer. Negó con la cabeza y Caleb sonrió.

—El alma gemela, la de verdad, desprende un olor especial. Todos liberamos unas feromonas que llaman a nuestras parejas. Si tenemos los sentidos suficientemente desarrollados, podemos llegar a diferenciar el olor. Así nos elegimos, por el olor. Yo te huelo a mango y tú me hueles a pastel de frambuesa y queso, que casualmente son nuestros sabores favoritos —ascendió

rozándole la piel con la lengua y los labios, hasta que llegó a su boca y la invadió. Aileen no rechazó el beso, sino que abrió bien los labios y entrelazó su lengua con la de él profundizando más en su boca, disfrutando del sabor masculino y excitante del vanirio, olvidándose de todos los peros y los contras de estar con él y entregándose a su dulce pasión. Caleb enmarcó sus piernas con las suyas, impidiéndole que se moviera. El calor empezó a emerger de su piel. La carne le vibraba, la sangre corría a gran velocidad por todo su cuerpo y se le agolpaba en los pechos, la cabeza y el vientre.

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