Se anuncia un asesinato (31 page)

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Authors: Agatha Christie

Tags: #Intriga, #Policiaco

BOOK: Se anuncia un asesinato
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—¿Por qué estabas metida en el armario de las escobas, tía Jane? —preguntó Bunch—. ¿Por qué no lo dejaste en manos del sargento Fletcher?

—Era más seguro si estábamos los dos, querida. Además, yo me sabía capaz de imitar la voz de Dora Bunner. Si había algo que pudiera quebrantar a Charlotte, era eso.

—Y lo conseguiste...

—Sí, se desmoronó por completo.

Hubo un largo silencio al asaltarles el recuerdo. Luego, hablando con decidida animación para aliviar la tensión, Julia comentó:

—Ha sido una suerte para Mitzi. Ayer me contó que había aceptado un empleo cerca de Southampton. Y dijo (Julia logró una imitación bastante buena del acento de Mitzi): «Yo voy allí», y si me dicen: «Usted tiene que inscribirse en la policía, usted es extranjera», yo les digo: «¡Sí! ¡Me inscribiré! La policía me conoce bien. ¡Yo ayudo a la policía! Sin mí, la policía nunca hubiera logrado detener a una criminal muy peligrosa. Arriesgué la vida porque soy valiente, valiente como un león, no me importan los riesgos». Me dicen: «Mitzi, eres una heroína, eres soberbia». Y yo digo: «¡Ah, eso no es nada».

Julia se interrumpió.

—Y muchísimo más —aseguró.

—Creo —terció Edmund pensativo— que dentro de poco Mitzi habrá ayudado a la policía no en uno, sino en un centenar de casos.

—Ha cambiado de actitud conmigo —señaló Phillipa—. Ha llegado incluso a darme la receta de Muerte Deliciosa como un regalo de boda. Añadió que bajo ningún pretexto debía revelarle el secreto a Julia, porque Julia le había echado a perder la sartén de las tortillas.

—Mrs. Lucas —manifestó Edmund— no sabe qué hacer de Phillipa ahora que, muerta Belle Goedler, ha heredado junto con Julia los millones de Goedler. Nos mandó unas pinzas de plata para espárragos como regalo de boda. Tendré el grandísimo placer de no invitarla a nuestra boda.

—¡Y desde aquel día vivieron muy felices y comieron muchas perdices! —exclamó Patrick. Y agregó tanteando el terreno—: Edmund y Phillipa... ¿Y Julia y Patrick?

—Lo que es conmigo —replicó Julia— no vivirás feliz de aquí en adelante. Los comentarios que improvisó el inspector Craddock para dirigírselos a Edmund te cuadran a ti mucho mejor. Tú sí que eres la clase de joven indolente que quisiera encontrar una mujer rica. ¡No tienes nada que hacer!

—¡Vaya agradecimiento! —protestó Patrick—. ¡Después de lo mucho que hice yo por esta muchacha!

—Lo que por poco conseguiste, gracias a tu mala memoria, fue hacerme dar con los huesos en la cárcel. Jamás olvidaré la noche en que llegó la carta de tu hermana. Creí de verdad que me la había cargado. No veía una salida por ninguna parte. Y en vista de las circunstancias —agregó en un murmullo—, me parece que me dedicaré al teatro.

—¡Cómo! ¿Tú también? —gimió Patrick.

—Sí, quizá vaya a Perth. A ver si consigo el papel de tu hermana Julia. Luego, cuando conozca el oficio, me meteré a empresaria y estrenaré las comedias de Edmund.

—Creí que solamente escribía usted novelas —dijo Julian Harmon.

—Y yo también —le respondió Edmund—. Empecé a escribir una novela. Y era bastante buena. Páginas enteras acerca de un hombre sin afeitar que se levantaba de la cama y de cómo olía, las calles grises, una horrible vieja deforme, una joven viciosa prostituta y babosa, y todos ellos hablaban con intermitencias acerca del estado del mundo y se preguntaban para qué demonios vivían. De pronto empecé yo a hacerme la misma pregunta. Entonces se me ocurrió una idea bastante cómica y la anoté. Luego compuse una escenita que no estaba mal. Todo muy vulgar, pero no sé por qué empezó a despertarse mi interés. Y antes de que tuviera tiempo de darme cuenta de lo que estaba haciendo, acabé una farsa desternillante en tres actos.

—¿Cómo se llama? —preguntó Patrick—. ¿Lo que vio el mayordomo?

—También hubiera podido ser ése su título —reconoció Edmund—. Pero la verdad es que yo la he llamado «Los elefantes sí olvidan». Y lo que es mejor, me la han aceptado y ¡va a ser estrenada!

—«Los elefantes sí olvidan» —murmuró Bunch—. Yo creía que no.

El reverendo Julian Harmon dio un brinco de sobresalto.

—¡Dios mío! ¡Estaba tan absorto! ¡Mi sermón!

—Novelas policíacas otra vez —dijo Bunch—, y novelas de verdad esta vez.

—Podría usted usar como tema del sermón: «No matarás» —sugirió Patrick.

—No —contestó Julian Harmon—. No usaré eso como tema.

—¡No! —exclamó Bunch—. Tienes muchísima razón, Julian. Yo sé de un tema sagrado mucho más bonito, un versículo feliz. —Y declamó con clara voz—: «Porque he aquí que la primavera ha llegado, y la voz de la tortuga
[10]
se escucha en la Tierra...» No lo he recitado bien del todo. Ya sé que no es exactamente así, pero tú ya sabes lo que quiero decir. Aunque el porqué de una tortuga, es algo que no alcanzo a comprender. Y no creo que las tortugas puedan tener una voz bonita ni mucho menos.

—La palabra tortuga —explicó el reverendo Julian Harmon— no es una buena traducción. No se refiere a un reptil, sino a la tórtola. La palabra hebrea del original es...

Bunch le interrumpió dándole un abrazo y diciendo:

—Una cosa sí sé. Ustedes creen que el Ahasverus de La Biblia era Artajerjes II pero, entre nosotros, era Artajerjes III.

Como siempre, el reverendo Julian se preguntó por qué encontraría su mujer aquella anécdota tan cómica.

—Tiglath Pileser quiere ir contigo a ayudarte —dijo Bunch—. Debería sentirse muy orgulloso. Él nos enseñó cómo se fundían los plomos.

Epílogo

Deberíamos encargar los periódicos —le dijo Edmund a Phillipa el día de su regreso a Chipping Cleghorn después del viaje de novios—. Vayamos a la tienda de Totman.

Mr. Totman, hombre de movimientos y respiración fatigosa, les recibió con afabilidad.

—Me alegro de verles de regreso, señor. Y señora.

—Queremos encargar periódicos.

—No faltaba más, señor. ¿Y su madre sigue bien, espero? ¿Está bien instalada en Bournemouth?

—Le encanta —contestó Edmund, que no tenía la menor idea de si era así o de si ocurría todo lo contrario pero que, como la mayoría de los hijos, prefería creer que todo les iba bien a aquellos queridos pero con frecuencia irritantes seres: los padres.

—Sí, señor. Un lugar muy agradable. Allí fui a pasar las vacaciones el año pasado. A Mrs. Totman le gustó mucho.

—Lo celebro. En cuanto a los periódicos, nos gustaría recibir...

—Y me dicen que se está representando una comedia suya en Londres, señor. Muy divertida, según tengo entendido.

—Sí, no va mal.

—Se llama, según oigo decir, «Los elefantes sí olvidan». Usted me perdonará, señor, que se lo pregunte, pero yo siempre tuve entendido que no era así, que no olvidaban, quiero decir.

—Sí, sí, justo. He empezado a creer que fue un error ponerle ese título. ¡Son tantas las personas que me han dicho lo mismo que usted!

—Es un hecho de la historia natural, eso he entendido yo siempre que era...

—Sí, sí, como que las ciempiés son muy buenas madres.

—¿Ah, sí? Vaya, señor, eso sí que es una cosa que yo no sabía.

—Los periódicos...

—¿«The Times», creo que dijo usted, señor?

Mr. Totman hizo una pausa con el lápiz alzado.

—El «Daily Worker» —anunció Edmund con firmeza.

—Y el «Daily Telegraph» —dijo Phillipa.

—Y el «New Statesman» —añadió Edmund.

—El «Radio Times» —pidió Phillipa.

—El «Spectator» —anunció Edmund.

—El «Gardener's Chronicle» —incluyó Phillipa.

—Gracias, señor —dijo Mr. Totman—. Y «The Gazette», supongo.

—No —respondió Edmund.

—No —replicó Phillipa.

—Perdone, sí que quieren «The Gazette», ¿verdad?

—No.

—No.

—Quieren ustedes decir —preguntó Mr. Totman, a quien le gustaba dejar bien aclaradas las cosas— que no quieren «The Gazette».

—No la queremos.

—Claro que no.

—¿No quieren ustedes «The North Benham News and the Chipping Cleghorn Gazette»?

—No.

—¿No quieren que se la mande todas las semanas?

—No. ¿Queda bien claro ahora? —puntualizó Edmund.

—Ah, sí, señor, sí.

Edmund y Phillipa se fueron y Mr. Totman entró en la trastienda.

—¿Tienes un lápiz? —le preguntó inmediatamente a su mujer.

—Deja —dijo Mrs. Totman cogiendo el libro de pedidos—, ya lo haré yo. ¿Qué quieren?

—«Daily Worker», «Daily Telegraph», «Radio Times», «New Statesman», «Spectator...» y... sí... el «Gardener's Chronicle».

—«Gardener's Chronicle» —repitió Mrs. Totman escribiendo aprisa—. Y «The Gazette».

—No quieren «The Gazette».

—¿Cómo?

—Que no quieren «The Gazette». Lo han dicho.

—No digas tonterías —le contestó Mrs. Totman—, no oíste bien. ¡Claro que quieren «The Gazette»! Todo el mundo lee «The Gazette». ¿De qué otra manera iban a enterarse de lo que pasa aquí?

Notas

[1]
Distracción que la afición a la novela policíaca había puesto de moda en Inglaterra.

[2]
Bunch, en inglés, significa manojo, racimo y bulto.

[3]
«Decadencia y caída del Imperio Romano»

[4]
Según la tradición arábigo-persa, rey persa esposo de Esther; aunque Herodoto Astiages asegura que era simplemente gran visir de Nabucodonosor.

[5]
En efecto, el nombre del gato es el de un rey asirio. Hubo tres con dicho nombre: Tiglath Pileser I, que reinó de 1120 a 1105 a. C. y fue un gran conquistador; el segundo (950-930 a.C.) fue contemporáneo de Salomón; y el tercero (745-727 a.C.) acabó de subyugar a Babilonia, reconquistó Siria, Media, Caldea, Damasco, Judea y Gaza, y fue el primero en trasladar poblaciones en masa de un extremo del Imperio a otro.

[6]
«Ver, oír y callar»

[7]
Los telegrafistas llamaban en Inglaterra a la letra P, pip, y a la letra M, emma, lo que hace graciosos estos nombres en inglés. (N. del T.) En las notaciones de fecha y hora, p.m. equivale a post meridiam, después del mediodía.

[8]
El juego de la cuerda india es un juego de ilusionismo muy practicado, según se asegura, en la India. Un faquir se quita la cuerda que lleva enrollada a la cintura, la tira al aire y ésta queda tiesa como si fuera una vara de hierro. Un niño ayudante suyo trepa por la cuerda. Luego, cuando baja, la cuerda pierde su rigidez y queda tan flexible como una cuerda cualquiera. Otra variación, según dicen, es que el propio faquir trepe después por la cuerda tras el niño, le alcance y le descuartice tirando los pedazos al aire. A los pocos momentos se oye un grito allá lejos y el niño descuartizado aparece completamente sano y salvo corriendo hacia el corro en cuyo centro se halla el faquir. El juego, que ha alcanzado sorprendente fama por todo Occidente, se basa, según se cuenta, en la hipnosis colectiva de los espectadores, a quienes se hace ver cosas que no son reales. No obstante, se ha publicado en alguna ocasión alguna fotografía tomada por espectadores, en la que se ve al niño subido a la cuerda, cosa que excluye la posibilidad de que se trate de hipnosis. Curiosamente, se da también el caso de que, en una ocasión, al preguntársele a un faquir indio cómo hacía el juego, éste miró extrañado a su interlocutor y le dijo que en su vida había visto cosa semejante. Parece ser que dicho juego se conoce únicamente en Occidente. Mucho se ha discutido sobre este asunto. Hasta la fecha, no obstante, no ha sido posible llegar a un acuerdo. Muchos son los que no creen que el juego se realice y muchos los que juran y perjuran que sí.

[9]
El original inglés dice: Making enquires, que significa investigar, inquirir, hacer investigaciones, indagar... Es correcto escribir la palabra de las dos formas, tanto enquires como inquires, pero la primera de las dos formas se usa menos. Cada una de las hermanas Blacklock escribía la palabra con una ortografía distinta. Hubiera podido poner aquí como traducción, una vez «indagar» y la otra «endagar», para diferenciarlas. Pero eso hubiera dado la impresión de que una de las dos hermanas hacía faltas de ortografía. Así que he preferido traducir con naturalidad y añadir la nota aclaratoria.

[10]
La tórtola, en inglés, es turtle dove. Turtle, a secas, significa tortuga. El verso a que se refiere Bunch es, en realidad, los versículos once y doce del capítulo segundo de El Cantar de los Cantares, de Salomón, que dicen lo siguiente: «Porque he aquí que ha pasado el invierno, se ha mudado, la lluvia se fue, se han mostrado las flores en la tierra, el tiempo de la canción ha llegado, y en nuestro país se ha oído la voz de la tórtola».

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