»Se instaló en Little Paddocks, hizo amistad con sus vecinos y, cuando recibió una carta en la que se pedía a la querida Letitia que fuese bondadosa aceptó con gusto la visita de dos primos a los que en su vida había visto. Que éstos la aceptaran a ella como tía Letitia aumentaba su seguridad.
»El asunto marchaba viento en popa. Y entonces, cometió un gran error. Fue un error exclusivamente hijo de su bondad de corazón y de su temperamento de natural afectuoso. Recibió una carta de una antigua amiga de colegio que había venido a menos, y corrió en su ayuda. Quizá fuera porque se sentía, a pesar de todo, muy sola. Su secreto la hacía alejarse hasta cierto punto de la gente. Y le había tenido verdadero afecto a Dora Bunner y la recordaba como un símbolo de los alegres y despreocupados días de colegiala. Sea como fuere, el caso es que, obedeciendo a un impulso, contestó a la carta de Dora en persona. Y ¡lo sorprendida que debió quedar ésta! Le había escrito a Letitia y la hermana que se presentaba en su casa era Charlotte. No hubo ni el menor intento de hacerse pasar por Letitia ante Dora. Ésta era una de las pocas amigas a las que se les había permitido visitar a Charlotte durante sus días de soledad y tristeza.
»Y porque sabía que Dora vería las cosas de la misma manera que ella, le contó lo que había hecho. Dora aprobó de todo corazón su proceder. Para su confusa mente era justo que Lotty no se quedara sin herencia por culpa de la muerte a deshora de Letty. Lotty merecía una recompensa por todo el sufrimiento que había soportado con tanto valor y tanta paciencia. Hubiera resultado muy injusto que todo aquel dinero hubiese ido a parar a alguien de quien nadie hubiera oído hablar.
»Comprendió perfectamente que no debía dejar traslucir nada. Era lo mismo que adquirir una libra suplementaria de mantequilla. No se podía hablar de eso, pero no había nada malo en tenerla. Así que Dora vino a Little Paddocks y Charlotte no tardó en darse cuenta de su enorme error. No era sólo que resultaba casi imposible vivir con Dora por culpa de sus enredos y equivocaciones. Charlotte hubiese podido soportar eso, porque quería a Dora de verdad y, de todas formas, sabía por el médico que a la pobre le quedaba poco tiempo de vida, pero Dora no tardó en convertirse en un verdadero peligro. Aunque Charlotte y Letitia se habían llamado siempre por su nombre completo, Dora era de las que empleaban siempre abreviaturas. Para ella, las dos hermanas habían sido siempre Letty y Lotty. Y aunque procuró acostumbrarse a llamar Letty a su amiga, el verdadero nombre se le escapaba de vez en cuando. También solían acudirle con frecuencia a los labios recuerdos del pasado y Charlotte tenía que andar siempre alerta para poner freno a las alusiones de su olvidadiza compañera. Empezó ponerse nerviosa.
»No obstante, no era fácil que nadie se fijara en las incongruencias de Dora. El verdadero golpe a la seguridad de Charlotte fue, como he dicho, el que recibió al reconocerla y dirigirle la palabra Rudi Scherz en el hotel
«Royal Spa»
.
»Creo que el dinero que empleó Rudi Scherz para cubrir sus primeros desfalcos puede haber salido del bolsillo de Charlotte Blacklock. El inspector Craddock no cree, ni yo tampoco, que Rudi Scherz le pidiera dinero con la menor intención de hacerla víctima de un chantaje.
—No creía saber nada útil para sacarle dinero —dijo el inspector—. Sabía que era un joven bastante atractivo, y sabía también, por experiencia, que los jóvenes atractivos pueden sacarles a veces dinero a las señoras de edad si saben contar historias tristes de una manera lo bastante convincente.
»Pero ella pudo haberlo interpretado de otra manera. Quizá se lo tomara como un chantaje ejercido de manera insidiosa, como prueba de que sospechaba algo, y pensara que más adelante, si se daba publicidad al asunto cuando muriese Belle Goedler, cosa muy probable, pudiera darse cuenta de que había encontrado una mina de oro.
»Ya no podía dar marcha atrás en su fraude. Se había establecido con el nombre de Letitia Blacklock. Como tal la conocían en el banco. Como tal la conocía Mrs. Goedler. El único escollo era aquel suizo empleado de un hotel, un individuo de muy poca confianza y posiblemente un chantajista. Si él desaparecía, estaría segura.
«Quizá lo proyectara como una fantasía al principio. Había sufrido escasez de emociones y de situaciones dramáticas durante su vida. Se recreó imaginando los detalles. ¿Cómo haría para librarse de él?
«Trazó su plan. Y finalmente, decidió ponerlo en práctica. Le contó el cuento de un supuesto atraco a Rudi Scherz, le explicó que necesitaba a un desconocido que hiciera el papel de gángster y le ofreció una buena suma por su cooperación.
»Y el hecho de que aceptara sin desconfiar es lo que me convence de que Scherz no tenía la menor idea de que sabía algo comprometedor de ella. Para él, no era más que una anciana un poco tonta, dispuesta a soltar su dinero sin vacilación.
»Le dio el anuncio para que lo publicase, arregló las cosas para que hiciera una visita a Little Paddocks y estudiara la distribución de la casa, y le enseñó el lugar donde se encontraría con él para permitirle entrar la tarde en cuestión. Dora Bunner, naturalmente, no sabía una palabra de esto. Llegó el día... —hizo una pausa.
Miss Marple retomó el hilo del relato con su dulce voz.
—Debió pasarlo muy mal, porque aún no era demasiado tarde para volverse atrás. Dora Bunner nos dijo que Letty estaba asustada aquel día. Asustada de lo que iba a hacer, asustada de que el plan pudiera ir mal, pero no lo bastante asustada para dar marcha atrás.
«Había sido divertido, quizá, sacar el revólver del cajón del coronel Easterbrook. Llevarle huevos o mermelada y subir al piso de la casa vacía. Había resultado excitante engrasar la segunda puerta de la sala para que se abriera y cerrara sin hacer ruido. Divertido sugerir que se moviera la mesa para que lucieran más las flores de Phillipa. Quizá le pareciese un juego aunque lo que iba a suceder ya no lo era. Oh, sí, estaba asustada. Dora Bunner no se equivocó en eso.
—Pese a lo cual siguió adelante —intervino Craddock—, y todo resultó a medida de sus deseos. Salió poco después de las seis a encerrar a los patos y entonces le franqueó la entrada a Scherz, dándole un antifaz, una capa, unos guantes y una linterna. Luego, a las seis y media, cuando sonaron las campanadas, ella estaba preparada junto a la mesita de la arcada, con la mano en la caja de cigarrillos. Todo resulta tan natural. Patrick, haciendo de anfitrión, busca las bebidas. Ella, la anfitriona, va en busca de los cigarrillos. Ha creído correctamente que cuando sonaran las campanadas de la media, todas las miradas se concentrarían en el reloj. Así sucedió. Sólo una persona, la devota Dora, siguió con la mirada fija en su amiga. Y nos dijo, en su primera declaración, exactamente lo que había hecho miss Blacklock. Dijo que Letitia había cogido el florero de violetas.
«Había raspado con anterioridad el cordón de la lámpara, de modo que los hilos de cobre quedaran casi al descubierto. La cosa requirió una fracción de segundo. La caja de cigarrillos, el florero y el interruptor se hallaban muy cerca unos de otros. Tomó las violetas y derramó el agua sobre el cordón pelado. El agua es un buen conductor de la electricidad. Se fundió el fusible.
—¡Igual que la otra tarde en la vicaría! —exclamó Bunch—. Eso fue lo que te sobresaltó tanto, ¿verdad, tía Jane?
—Sí, querida. Había estado inquieta por eso de las luces. Me di cuenta de que tenía que haber dos lámparas, una pareja, y que se había cambiado una por otra.
—Así es —asintió Craddock—. Cuando Fletcher examinó aquella lámpara por la mañana estaba como todas las demás, en perfecto estado de funcionamiento.
—Comprendí lo que había querido decir Dora Bunner al asegurar que la noche anterior estaba la pastora —prosiguió miss Marple—, pero caí en el mismo error que ella: creer que Patrick era el responsable. Lo interesante de Dora es que jamás podía una fiarse de ella cuando repetía las cosas que había oído. Siempre empleaba su imaginación para exagerarlas o retorcerlas y, generalmente, se equivocaba en lo que pensaba, pero describía con exactitud lo que veía. Vio a Letitia tomar el florero de violetas...
—Y vio lo que ella describió como un chispazo y un chasquido —intercaló Craddock.
—Y claro está, cuando la querida Bunch derramó el agua de las rosas de Navidad sobre el cable de la lámpara, caí en la cuenta en seguida de que sólo la propia miss Blacklock podía haber provocado el cortocircuito, porque ella era la única que en aquellos momentos estuvo junto a la mesa.
—De buena gana me daría a mí mismo un puntapié por estúpido —manifestó Craddock—. Dora Bunner habló incluso de la quemadura de la mesa, donde alguien había dejado un cigarrillo. Y las violetas estaban marchitas por falta de agua en el florero, un resbalón por parte de Letitia; debería haberlo vuelto a llenar. Pero supongo que creería que nadie se daría cuenta y, en realidad, miss Bunner estaba completamente dispuesta a creer que era ella quien no había puesto agua en el florero.
»Era altamente impresionable, claro. Y miss Blacklock se aprovechó de eso más de una vez. Yo creo que fue ella quien indujo a Bunner a sospechar de Patrick.
—¿Y por qué me escogió a mi? —exclamó Patrick con pesar.
—No creo que lo sugiriera en serio —respondió el inspector—. Su objetivo era simplemente distraer a Bunny de modo que no sospechara que la propia miss Blacklock estaba dirigiéndolo todo. Bueno, ya sabemos lo que ocurrió después. En cuanto se apagaron las luces y todo el mundo soltaba exclamaciones, salió por la puerta previamente engrasada y se acercó por detrás de Rudi Scherz, que hacía girar por toda la habitación la luz de su linterna y que estaba disfrutando de lo lindo con su papel en la comedia. No creo que se diera cuenta de que estaba detrás de él con los guantes de jardín puestos y un revólver en la mano. Esperó a que la luz de la linterna llegara al punto hacia el que debía apuntar: la pared cerca de la cual se la suponía a ella de pie. Entonces disparó dos veces muy aprisa y, al volverse él con sobresalto, le pegó el revólver al cuerpo y disparó otra vez. Luego dejó caer el arma junto al cadáver, echó los guantes sobre la mesa del pasillo y volvió por la segunda puerta al lugar donde estaba en el momento de apagarse las luces. Se hirió la oreja, no sé exactamente cómo.
—Con unas tijeritas de uñas quizás —apuntó miss Marple—. Un simple pellizco en el lóbulo de la oreja hace salir mucha sangre. Eso fue muy inteligente. Al ver correr la sangre por la blusa blanca, dio la sensación de que habían disparado contra ella y de que se había salvado por un pelo.
—Todo podía haber salido perfecto —afirmó Craddock—. La insistencia de Dora en que Scherz había apuntado deliberadamente a miss Blacklock tuvo su utilidad. Sin saberlo, Dora Bunner dio la impresión de que ella había visto cómo herían a su amiga. Hubiera podido decirse en el juicio que se trataba de un suicidio o de muerte accidental. Y el caso se hubiese dado por resuelto. El hecho de que no fuera así se debe a miss Marple, aquí presente.
—Oh, no, no —protestó miss Marple, sacudiendo la cabeza con vigor—. Cualquier averiguación que yo haya hecho ha sido puramente accidental. Era usted el que no estaba satisfecho, Craddock. Era usted el que no quería permitir que el caso se diera por cerrado.
—No me sentía satisfecho, en efecto —asintió Craddock—. Sabía que había algo extraño en alguna parte, aunque no me di cuenta de dónde se hallaba el problema hasta que usted me lo señaló. Y, después de eso, miss Blacklock tuvo otro golpe de mala suerte. Descubrí que alguien había manipulado la segunda puerta. Hasta aquel momento, fuera lo que fuere lo que creyéramos que había podido ocurrir, no teníamos nada excepto una bonita teoría. Pero aquella puerta engrasada constituía una prueba. Y di con ella por pura casualidad, por equivocarme al asir el tirador.
—Yo creo que le condujeron a ella, inspector —comentó miss Marple—. Pero, después de todo, hay que reconocer que soy muy anticuada.
—Así que la caza empezó de nuevo —manifestó Craddock—. Con una diferencia esta vez. Buscábamos ahora a alguien que tuviese motivos para asesinar a Letitia Blacklock.
—Y sí que había alguien que tuviese motivos. Y miss Blacklock lo sabía —dijo miss Marple—. Yo creo que reconoció a Phillipa casi inmediatamente. Porque Sonia Goedler parece haber sido una de las pocas personas a las que recibió Charlotte cuando hacía vida de ermitaña. Y cuando una es vieja (usted no puede saber eso aún, Mr. Craddock), recuerda con mayor facilidad un rostro visto hace mucho tiempo que otro que vio hace sólo dos o tres años. Phillipa debe tener aproximadamente la edad que tenía su madre cuando Charlotte la veía, y debe parecerse mucho a ella. Lo raro del caso es que yo creo que Charlotte se alegró mucho al reconocer a Phillipa. Llegó a cobrarle afecto y creo que eso, inconscientemente, ayudó a ahogar cualquier remordimiento que pudiera haber experimentado.
»Se dijo a sí misma que, en cuanto heredara el dinero, iba a cuidar de Phillipa. La trataría como a una hija. Phillipa y Harry irían a vivir con ella. Se sintió muy feliz y muy altruista con este pensamiento. Sin embargo, en cuanto el inspector se puso a hacer preguntas y descubrió lo de Pip y Emma, Charlotte se inquietó. No quería usar a Phillipa como cabeza de turco. Su idea había sido darle al asunto el aspecto de un atraco realizado por un joven que después había muerto accidentalmente. Con el descubrimiento de la puerta engrasada, todo cambiaba.
»Excepción hecha de Phillipa, no había, que ella supiese, pues desconocía por completo cuál era la verdadera identidad de Julia, nadie que pudiera tener motivo alguno para desear su muerte. Hizo lo que pudo por proteger la identidad de Phillipa. Fue lo bastante astuta para decirle, cuando usted se lo preguntó, que Sonia era pequeña y morena, y retiró las fotografías del álbum para que no notara usted ningún parecido, al mismo tiempo que arrancaba todas las fotografías suyas y de Letitia.
—¡Y pensar que llegué a sospechar que Mrs. Swettenham era Sonia Goedler! —exclamó Craddock disgustado.
—Mi pobre mamá —murmuró Edmund—, mujer de vida sin tacha. O al menos así lo había llegado a creer yo siempre.
—Pero, claro —prosiguió miss Marple—. Era Dora Bunner la que representaba el verdadero peligro. Cada día se volvía más olvidadiza y más charlatana. Recuerdo la manera cómo la miraba miss Blacklock el día en que fuimos a tomar el té allí. ¿Saben por qué? Dora acababa de llamarla Lotty otra vez. A nosotros nos pareció una simple equivocación, pero asustó a Charlotte. Y así continuó. La pobre Dora era incapaz de callarse. El día que tomamos café juntas en
«El Pájaro Azul»
, tuve la extraña impresión de que estaba hablando de dos personas distintas, no de una, y así era, en efecto. De pronto hablaba de su amiga diciendo que no era guapa, pero que tenía tanta personalidad, y casi a continuación la descubría como una muchacha muy bonita y alegre. Hablaba de Letty como de una mujer muy lista y que tenía un gran éxito, y comentaba la vida tan triste que había llevado. Y luego esa cita de una triste aflicción valerosamente soportada, que no parecía cuadrar en absoluto con Letitia. Yo creo que Charlotte debió sorprender gran parte de la conversación aquella mañana cuando entró en el café. Seguro que debió oírle mencionar que la lámpara había sido cambiada, que era el pastor y no la pastora. Entonces se dio cuenta de la terrible amenaza que constituía la pobre y fiel Dora Bunner para su seguridad.