Tranquilícese el lector que sienta de verdad la poesía y no se preocupe por no saber japonés. El entendimiento de Bashô, la apreciación de su belleza y profundidad no dependen tanto del traductor como de la sensibilidad poética del lector. Unamuno jamás llegó a comprender la lírica de Rubén Darío. En Japón nadie entendió el valor literario del
Konjaku-monogatari
, obra del siglo XII, hasta que Akutagawa lo descubrió en 1914. No depende la cosa, no, de la raza o de la lengua nativa. Kuwabara Takeo afirmó en 1946 que no ya los haikus de Bashô, sino los haikus todos son un género menor, indigno de una literatura seria. Por el contrario, basta leer los comentarios de Octavio Paz para saber que un mexicano de nuestros días puede entender perfectamente lo que Kuwabara, a pesar de ser japonés y profesor de literatura, fue incapaz de apreciar.
No todo lo que Bashô escribió tiene el mismo valor. Shiki, que con Bashô, Buson e Issa forma el cuarteto de grandes haikistas de la historia, escribió a finales del XIX que el ochenta por ciento de la producción del maestro era mediocre. Y Blyth, admirador de Bashô, dice en nuestros días que de los cerca de dos mil haikus que se conservan del maestro, sólo cien son realmente buenos. De los cincuenta y un haikus de Bashô que aparecen en
Senda hacia tierras hondas
¿cuántos han sido considerados como inmortales? Tal vez no pasen de veinticinco.
Para conmemorar el tercer centenario del viaje de Bashô hacia tierras hondas, el Ministerio de Correos de Japón emitió desde el 26 de febrero de 1987 hasta el 12 de mayo de 1989 una serie de sellos sobre esta obra, en los que recoge veinte haikus como dignos de celebración especial.
Nació en 1644, un año después de darse por clausurado el siglo ibérico de Japón con el martirio de los últimos misioneros extranjeros, que permanecían ocultos en el país.
Fue su villa natal Ueno, a unos cien kilómetros al sur de Kioto, y su familia era de la clase samurai. Bashô, que es sólo un pseudónimo literario, llevaba en realidad el nombre de Kinsaku. De niño fue paje del heredero de su señorío, Tôdô Yoshitada; los dos muchachos estudiaron haiku con Kigín, poeta de la escuela de Teitoku. A la muerte de Yoshitada en 1666, Bashô huyó a Kioto ante la negativa del daimio a permitirle abandonar el servicio de la casa. Siguió estudiando literatura japonesa y china, manteniendo relaciones amorosas con Jutei. En 1672, a los 28 de su edad, se trasladó a Edo, capital militar y política del imperio. Tres años más tarde se afilió a la escuela haikista Danrin, del poeta Sôin. Pronto empezó a crear un estilo propio y a tener discípulos, pero se negó siempre a recibir honorarios por corregir los poemas de sus alumnos, y consta que para vivir obtuvo empleo en el Servicio de Aguas.
A sus 36 años se instaló en una chocilla al otro lado del río Sumida, donde plantó un platanero (
bashô
), que le dio nombre a la rústica villa y le sirvió de pseudónimo literario. Bashô estaba dispuesto a vivir la poesía, apartado del bullicio de la ciudad. Dos años después encontró a Butchô, bonzo del Zen, que lo convirtió en adepto.
Su interés por el Zen fue suscitado por influencia de sus amigos Onítsura y Shintoku, por la lectura de los poetas chinos Tu Fu y Li Po y del filósofo chino Chuang Tzu, y finalmente por su admiración por Saigyô y Sôgi.
Para comprender la poesía de Bashô no creo que haya que aceptar los cuatro principios básicos del budismo en general, ni el específico del Zen, pero no estará de más el conocerlos. Ideas centrales del budismo son:
Todo en el universo es impermanente.
Todo en el universo está interrelacionado.
La salvación consiste en entrar en el nirvana o iluminación, que no es saber la verdad, sino estar en ella.
Se requiere tener un maestro, el cual no enseña la verdad, sino que ayuda a encontrarla.
Idea específica del Zen es que la única vía al nirvana es la meditación.
La conversión al Zen de Bashô se produjo entre los 38 y 39 años de su edad. A los 40 se dio cuenta de que su retiro semimonacal en Villa Platanero no bastaba y decidió lanzarse a viajar. Antes de morir realizó cuatro viajes, que describió en sendos diarios, siendo el cuarto
Senda hacia tierras hondas
: seiscientas leguas o dos mil trescientos cuarenta kilómetros de recorrido.
Murió a los cincuenta años en su quinto y postrer viaje. La muerte le encontró en Osaka, el 12 de octubre de 1694.
Bashô, que se describía a sí mismo como murciélago, mitad pájaro y mitad ratón, tenía un físico tan esmirriado que él mismo bromeó sobre la delgadez de sus piernas en un haiku memorable, ya que no inmortal:
Piernas enclenques
tendré, pero está en flor
el monte Yoshino.
Sus extensos viajes los realizó a base de aguante, siendo atacado muchas veces por dolores abdominales y cólicos, causados probablemente por cálculos en la vesícula biliar.
El caminante
van a llamarme a mí.
Primer chubasco.
LA POESÍA DE BASHÔPor esta senda
no hay nadie que camine.
Tarde de otoño.
Cada haiku de Bashô, o de cualquiera, se presta a tantas interpretaciones, que podrían escribirse libros. Pero hay que ser razonables y limitarse a unas cuantas observaciones concisas y sugestivas.
No dejará de extrañar que un hombre de sentido poético tan refinado, y que en su juventud conoció el amor, excluyese de su lírica el tema erótico. La tradición del país no podía ser en esto más explícita: en el
Man-yô-shû
el setenta por ciento de los poemas son amatorios. Pero el haiku, en general, ha excluido hasta ahora el tema erótico. Este tabú no tiene nada de sacrosanto o intocable. Kikaku, discípulo de Bashô, escribió:
Queman mosquitos
en la alcoba de Pao-Su
entre deliquios.
Buson escribió:
¡Qué bella está
mi esposa cobardona
en la camilla!
Issa:
De no estar tú,
demasiado enorme
sería el bosque.
Y Shiki:
Tan sólo hombres
y en medio una mujer
con qué calor.
La lírica de Bashô es, pues, casi exclusivamente paisajística, pero no podemos soslayar el hecho de que contenga infinitos matices; y lo que se llama paisaje es a veces pura fantasía o premonición. Por eso Octavio Paz dice que la lírica de Bashô es, como el Zen, elusiva y alusiva.
Se ha notado que Bashô parecía incapaz de escribir poemas sobre paisajes grandiosos o especialmente bellos. Del monte Fuji escribió un haiku sorprendente:
Con niebla y lluvia
no se ve el monte Fuji.
Interesante.
En la bahía de Matsúshima, que él mismo declara el mejor paisaje del Oriente, se halla tan abrumado, que no consigue escribir nada.
También se ha observado que muchos lugares aclamados como pintorescos Bashô los vio una sola vez, tal vez un día en que el estado del tiempo no los favorecía. Mushanokôji Saneatsu, crítico literario y artístico del siglo XX, ha dicho que los sitios famosos hay que verlos muchas veces, en distintas estaciones, horas del día y condiciones climatológicas. En este sentido, los poemas de Bashô no son paisajísticos, buscando retratar un paisaje en su mejor momento, sino experiencias personales o visiones de la naturaleza. «Un haiku —decía Bashô— es lo que ocurre aquí y ahora».
Keene afirma que la época de Bashô es muy distinta de la nuestra, incluso en Japón. Lo curioso es que Lesley Downer ha recorrido la misma ruta que Bashô, encontrando que el mundo visitado por el maestro, las tierras hondas, ha cambiado muy poco, tanto en su naturaleza —que es lo importante—, como en sus gentes. Somos nosotros los que hemos cambiado, los occidentales y los japoneses ordinarios, los de Tokio, Osaka, Kioto, Nagoya, Hiróshima… En tiempo de Bashô, el ochenta y tantos por ciento de los japoneses vivían en aldeas, hoy son menos del veinte por ciento.
Pero la poesía de Bashô es eterna. Tiene el poder de evocar un mundo con unas cuantas palabras.
Una vez Butchô, maestro de Zen de Bashô, lo visitó en su chocilla en compañía de varios poetas, y le preguntó cuál era el camino de Buda. En ese momento se zambulló una rana y Bashô improvisó como respuesta:
Se zambulle una rana,
ruido del agua.
Butchô comprendió que Bashô había llegado al nirvana. Le dijeron que completase el poema y algunos de los presentes, infelices ellos, incluso le sugirieron el primer verso: Ocaso obscuro (
Yoiyami ya
), En soledad (
Sabishisa ni
), Unas mosquetas (
Yamabuki ya
). Pero el maestro dijo:
Un viejo estanque.
¿Cómo no recordar el haiku perfecto de otro maestro y profeta español, Antonio Machado?
Junto al agua negra
olor a mar y jazmines:
noche malagueña.
En
Senda hacia tierras hondas
hay otro haiku de Bashô más similar, si cabe, al de Machado:
A la derecha
de un arrozal fragante,
el mar de Ariso.
Bashô decía que un buen haiku debe revelar sólo el setenta u ochenta por ciento del objeto, y si sólo revela el cincuenta o sesenta por ciento será inmortal. El objeto es lo que existe, lo que puede verse o imaginarse. Pero también lo que se desearía existiese:
Islas de Pinos.
Cuclillo, que la grulla
te dé sus plumas.
No creo que sea válido sacar reglas partiendo de la inspiración de un hombre como Bashô, que veía la naturaleza de un modo tan personal.
Noche marina.
La voz del pato
es vagamente blanca.
Ni la voz del pato es blanca sino en la mente de Bashô, ni el chirriar de las chicharras empapa las rocas sino en su imaginación. No puede, pues, decirse que la poesía de Bashô sea siempre pura objetividad.
En ruiseñor
sueña que se convierte
el grácil sauce.
Pero hay que acabar en algún momento. Lo demás, aparte de que lo han dicho ya en español Octavio Paz y Rodríguez Izquierdo, debe apreciarlo de por sí cada lector.
Advertencias sobre la presente edición:
La división en capítulos y los títulos de los mismos son del traductor.
Todo lo que va entre paréntesis dentro del texto de Bashô es también una aclaración rápida del traductor, artificio usado también por Octavio Paz.
Las notas a pie de página no son imprescindibles para apreciar la poesía de Bashô y el valor literario de la obra, pero ayudarán a comprender mejor muchos detalles. Casi todas estas notas son también necesarias para el lector japonés actual.
La transcripción de todas las palabras japonesas se atiene al sistema de Hepburn, leyéndose las vocales como en español y las consonantes como en inglés, si bien hay que tener en cuenta que las sílabas ge y gi se leen siempre como en get y give. Añado dos signos que no son invención de Hepburn: el guión sobre las vocales
[*]
indica que son largas, y el acento agudo ayuda a una pronunciación correcta.
Al final del libro doy un glosario de las plantas que han sido traducidas por neologismos.
Los personajes japoneses llevan primero el apellido y luego el nombre.
Kioto, 2 de junio de 1991,
El traductor.
(
OKU NO HOSOMICHI
)
L
OS
meses y los días son pasajeros de las edades, siendo también viajeros los años, que van y vienen.
Para los que dejan flotar su vida sobre un barco o envejecen llevando los frenos de los caballos, todos sus días son viaje y hacen del viaje su morada.
Antiguamente hubo muchos que murieron durante el viaje.
Yo mismo, desde hace algunos años, como jirón de nube invitado por el viento, no he parado de abrigar pensamientos de vagabundeo, conque estuve vagando por la costa, y el otoño del año pasado volví a mi choza en la ribera, donde quité las viejas telarañas, pero apenas acabado el año, ya en el cielo la niebla que la primavera levanta, se me ocurrió cruzar el paso de Shirakawa
[1]
, como poseído por un dios y con el corazón enloquecido, como que me hacía intimaciones el dios de los caminantes, de forma que nada pude ya traer entre manos.
Remendé los rotos de mis calzones, cambié las cintas de mi sombrero y, tras aplicar moxa a mis rodillas, fue ya todo poner el corazón en la luna de Matsúshima, dejar a otros mi vivienda y mudarme a la villa de Sampû
[2]
. Al salir de mi choza, colgué de uno de sus pilares los ocho primeros poemas de una serie de cien. El primero decía:
DESPEDIDAHasta en mi choza
habrá otros moradores,
y habrá muñecas
[3]
.
E
L
séptimo día del último tercio de marzo
[4]
, pálido por la neblina el cielo de la alborada, la luna en menguante y con luz debilísima, cuando se vislumbra apenas la cumbre del Fuji, empecé a angustiarme pensando en si volvería o no a ver las copas de los cerezos floridos de Ueno y Yanaka.
Todos los íntimos se habían reunido la víspera y nos acompañaron en el barco. Cuando desembarcamos en un lugar llamado Senju, pensé en las tres mil leguas
[5]
de trayecto que me esperaban y se me llenó el corazón de congoja, derramando lágrimas de despedida antes de lanzarme a confines fantasmales.
Se va la primavera.
Lloran las aves, son lágrimas
los ojos de los peces.
Hice de este poema el comienzo de mi viaje, pero la verdad es que apenas podía dar un paso adelante. Los amigos se alinearon en la ruta y parecían querer despedirnos hasta que nuestras espaldas desaparecieran de su vista.
E
STE
año, el segundo de la era de Genroku, se me ocurrió de pronto hacer un largo itinerario a la lejana tierra de Oku, y aunque se acrecentaron mis temores de que las nieves remotas se me convertirían en canas, al pensar que me lanzaba a lugares conocidos de oídas pero nunca vistos, deseé volver vivo y proseguí mi viaje confiando en ello, a pesar de tratarse de algo tan incierto.