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Authors: Matsuo Bashô

Tags: #Clásico, Poesía, Relato

Senda hacia tierras hondas (3 page)

BOOK: Senda hacia tierras hondas
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Ese mismo día llegué a una posada llamada Sôka. Lo primero, me dolían los hombros por el peso de la carga. Yo había salido con la idea de ir a cuerpo gentil, pero un abrigo de papel resguarda del frío de la noche, y luego una
yukata
[6]
, un impermeable, tinta, pinceles, regalos para bienhechores en ruta, así que me resultó difícil prescindir de muchas cosas y no hubo forma de evitar estas penalidades del camino.

PARTO ÍGNEO Y PECES TABÚ

R
EZAMOS
en el santuario de Muro-no-Yáshima. Mi compañero Sora
[7]
me dijo: «La diosa de este santuario se llama Konohana-Sakuya-Hime (Princesa de los Árboles Floridos)
[8]
, y es la misma del monte Fuji. Dicen que se encerró en un recinto tapiado, exponiéndose a una ordalía de fuego, pero como de ella nació el príncipe Hohodemi-no-Mikoto (Dios que nace viendo llamas)
[9]
, a este lugar se le llama Muro (Estufa) no-Yáshima. Y por eso también es costumbre en poesía usar la palabra humo en los poemas que celebran este lugar».

Aparte de todo esto, está prohibido comer el pescado llamado
konoshiro
(en lugar de la hija)
[10]
. Las tradiciones sobre el origen de este santuario parecen haberse transmitido a lo ancho y largo del país.

EL MONTE SOL Y LA CASCADA ERMITA

E
L
treinta nos hospedamos a la falda del monte Nikkô. El posadero me dijo: «Me llamo Hotoke (Buda) Gozaemón. La gente me ha puesto este nombre por mi rectitud en todo, conque descansen tranquilos de las fatigas del viaje». Preguntándome qué Buda había aparecido en este turbio mundo de tierra y polvo para asistir a gente como nosotros, mendigos boncescos y peregrinantes, me puse a ponderar la conducta del buen hombre, y lo hallé ser sin dolo ni egoísmo, todo honradez. De aquellos que Confucio dice: «Firme, honrado, cercano a la benevolencia». Un natural limpio, que merece todo respeto.

El primero de abril rezamos en el santuario de la montaña sagrada. Antaño se conocía este monte por el nombre de Futara, pero el gran maestro Kûkai
[11]
, al fundar aquí un monasterio, cambió su nombre a Nikkô (Luz del sol). Quizás adivinase lo que pasaría mil años después, ya que ahora esta luz sagrada resplandece por todo el cielo, se desborda por los ocho puntos cardinales y hace prosperar en paz a las cuatro clases del pueblo
[12]
. Pero hay en este tema mucho que respetar, por lo que dejo aquí mi pincel.

¡Qué majestad!

En hierbas verdes, tiernas,

la luz del sol.

La niebla cubría el monte Kurogami (Pelo negro), donde aún se veía blanca la nieve. Sora escribió:

Rapado llego

al monte Pelonegro

con otras ropas.

Sora se apellida Kawai y su verdadero nombre es Sôgorô. Ha levantado un techo a la sombra de mi platanero y me ayuda en traer leña y agua. Se alegró de poder contemplar conmigo Matsúshima y Kisagata, se ofreció a compartir las penalidades del viaje y la mañana de nuestra salida se rapó el cabello, cambió su ropa por otra negra y hasta alteró los ideogramas de su nombre, adoptando otros más piadosos. Esto explica lo que escribió sobre el monte Kurogami. El último verso tiene mucha fuerza y así parecerá al que lo leyere.

Subiendo el monte, a unos veinte
chô
(dos kilómetros) de distancia, hay una cascada. Se despeña desde lo alto de una cueva, cayendo unos cien pies a un abismo de mil rocas, lleno de verdor. Me refugié en la oquedad y miré el panorama desde detrás de la cascada, comprendiendo por qué se le llama la cascada de Urami (Ver desde detrás).

Me quedo un rato

detrás de la cascada.

Entra el verano.

EL CABALLO COMO GUÍA

C
OMO
tenía un conocido en un lugar llamado Kurobane, me decidí a atravesar los campos, avanzando en línea recta. Cuando divisé a lo lejos un pueblo, empezó a llover y se puso el sol. Nos alojamos en casa de un labrador para reanudar el camino al amanecer. Encontramos un caballo suelto. Como expusiésemos nuestras dificultades a un hombre que cortaba hierba, aunque era rudo, resultó no desconocer la compasión. «¿Qué hacer? —dijo—. Los senderos se bifurcan continuamente por estos campos y los forasteros suelen perderse con gran peligro, así que sigan al caballo hasta que se pare, y allí devuélvanmelo».

Dos pequeñuelos nos siguieron, corriendo tras el caballo. Una era niña y dijo llamarse Kasane (Casada)
[13]
. Era un nombre extraño, pero suave. Sora escribió:

Así, Casada,

debería llamarse

la clavellina doble.

Por fin llegamos al pueblo. En la silla de montar dejé una gratificación y devolví el caballo con los niños.

DISPARANDO A PERROS Y ABANICOS

N
OS
presentamos ante el consejero mayor y administrador del señorío de Kurobane, un tal Jôbôji. Con la alegría de este señor ante nuestra visita inesperada, charlamos días y noches, y su hermano menor, llamado Tôsui, nos estuvo visitando por las mañanas y por las tardes, nos llevó a su casa y nos presentó a sus familiares, pasando así varios días, uno de los cuales salimos de excursión a las afueras del pueblo, donde vimos una cacería de perros, atravesando por unos bambudales famosos en el lugar y llegando hasta la vieja tumba de la señora Tamamo
[14]
. Después fuimos al santuario de Hachimán
[15]
. Me enteré de que Yoichi, antes de disparar al abanico
[16]
, juró también «por el dios Hachimán, que es el tutelar de mi tierra», el mismo que allí se veneraba, lo que me emocionó aún más. Al atardecer volvimos a casa de Tôsui.

Hay en Kurobane un monasterio de yamabushis llamado Kômyôji. Nos invitaron allá y estuvimos rezando en el pabellón de Gyôja
[17]
. Escribí:

Monte estival.

Venero unas galochas

a mi partida.

En esta región al fondo del monasterio de Zen Unganji está la ermita abandonada del venerable Butchô. Una vez me dijo que había escrito sobre una roca, con cisco de pino, el siguiente poema:

Tener que albergarme

en choza de hierba,

que de ancho y largo

ni cinco pies tiene.

¡Ay, si no lloviera!

Para ver lo que quedara de esta ermita, fui con mi báculo hasta el monasterio, donde algunos se ofrecieron a acompañarnos, y como había muchos jóvenes, se animó la marcha, de forma que antes de que me diera cuenta, ya habíamos llegado a la falda del monte. La espesura era casi impenetrable, seguía infinito el camino a lo largo de una quebrada, negros los pinos y cedros, con musgo por doquier, y era todavía frío el cielo de abril.

Vimos los diez famosos panoramas y, atravesando un puente, entramos en la montaña.

Pues bien, dónde estaría la ermita sino, trepando por detrás del monasterio, allá en lo alto de un risco: una chocilla adosada a la boca de una cueva. Me pareció como si me hallase ante la ermita llamada Barrera de la Muerte, del maestro de Zen chino Yuen-Miau, o ante la caverna del maestro chino Fa-yun.

En uno de los pilares de la choza dejé colgado este poema:

Ni aun los picos
[18]

destrozaron la choza.

Bosque estival.

LA PIEDRA VENENOSA

C
ERCA
de Kurobane está la piedra asesina. El administrador del señorío me prestó un caballo para ir a verla. El hombre que llevaba el caballo por el freno me rogó compusiese un poema. Para no defraudar su gentileza escribí:

Para el caballo

y oriéntalo hacia allí,

hacia el cuclillo.

La piedra asesina está al otro lado de la montaña, junto a unas solfataras. Aún no se ha extinguido la ponzoña de la piedra. Tantas son las abejas y mariposas que ha matado, que cubren totalmente el suelo alrededor, sin que se pueda ver ni un trozo de la arena en que la piedra se asienta
[19]
.

LOS SAUCES DEL PEREGRINO

E
N
la aldea de Ashino están los sauces «donde corre agua clara»
[20]
. Todavía quedan, en los senderillos que dividen los arrozales. El alcalde del lugar, un tal Kohô, me había invitado varias veces a verlos, y cuando anhelaba que llegara el día, por fin me encontré a la sombra de uno de ellos.

Cuando quedó

plantado el arrozal,

me fui del sauce.

DE GALA EN EL MONTE

C
ON
el corazón pertinazmente inquieto durante un buen número de días, llegué al paso de Shirakawa, donde me tranquilicé, imbuido por el espíritu del camino. ¡Qué razón tenía el que antaño dijo: «¿Cómo explicar a los capitalinos?»!
[21]

Este paso es uno de los tres más famosos del país y las personas sensibles no dejan de quererlo. Resonaba en mis oídos la expresión «viento de otoño» del maestro Nôin
[22]
, y en mi imaginación «los arces rojos» de Minamoto Yorimasa
[23]
pero también eran conmovedores los manchones de hierba verde que tenía ante mis ojos. Blancas como el güiro las
deutzias
, florecían a la par las blancas flores de las zarzas, pareciéndome estar en plena temporada de nieve. Cuenta Kiyósuke
[24]
que antiguamente hubo un palaciego que al llegar a este lugar se retocó su birrete de gala y se puso el atuendo de la corte. Sora escribió:

Una flor
deutzia

es mi traje de gala

en este paso.

ELEGANCIA RÚSTICA

A

cruzamos el paso y al poco atravesamos el río Abúkuma. Eran altas a la izquierda las cimas de Aizu; a la derecha quedaban los poblados de Iwaki, Sôma y Miharu; y seguían las montañas que dividen esta región de las de Hitachi y Shimótsuke. Fuimos a un lugar llamado Laguna de los Reflejos
[25]
, pero como hoy estaba el cielo nublado, no se reflejaba nada.

En la estación del río Suka visitamos a un cierto Tôkyû, que nos hospedó cuatro o cinco días. Lo primero, me preguntó: «¿Cómo pasaron el paso de Shirakawa?» Le dije: «Con la dureza de un viaje tan largo, me dolía todo el cuerpo; pero arrobado por la belleza del paisaje, recordé también a tantos personajes como se relacionaron con el paso en tiempos antiguos: así que no tuve mucho sosiego para escribir poesía». Pero conseguí hacer un solo poema:

Como comienzo

de la elegancia de Oku,

cantes de siembra.

Tôkyû remató este poema, Sora siguió con un tercero y así compusimos una renga.

Junto a la posada había un ermitaño que vivía acogido a la sombra de un gran castaño. Me conmoví pensando que en parecidas circunstancias debió de verse Saigyô cuando escribió aquello de «hasta cogí bellotas», y anoté en mi cuaderno lo siguiente: «El ideograma de castaño se escribe pintando arriba el signo de Oeste y abajo el de árbol, aludiendo al Paraíso de Occidente, y por eso el báculo y los pilares de la ermita del santo Gyôki eran de madera de castaño».

Junto al alero,

flores que nadie advierte:

las del castaño.

LA FLOR QUE NADIE CONOCÍA

A unas cinco leguas de la casa de Tôkyû, poco después de la posada de Hiwada, está el monte Asaka. Muy cerca del camino. Abundan las lagunas. Como estaba próxima la temporada de la cosecha de
katsumi
[26]
, pregunté a la gente, pero nadie la conocía. Llegué hasta una laguna y volví a preguntar: «¿
Katsumi
,
Katsumi
?». El sol se ponía entonces por el filo de la montaña.

LA PIEDRA TINTORERA Y MOLINERA

T
ORCIENDO
a la derecha en Nihonmatsu, echamos un vistazo a la caverna de Kurótsuka y nos albergamos en Fukúshima. Al amanecer fuimos a la aldea de Shinobu para ver la piedra con que se hacían los estampados en maraña
[27]
. En una aldehuela perdida a la sombra de un monte estaba la piedra, medio enterrada en el suelo. Unos niños del pueblo nos dijeron: «Antiguamente estaba en lo alto del monte, pero como la gente recogía cebada y la molía sobre esta piedra, los del pueblo la echaron acá abajo al valle y la pusieron boca abajo». ¿Conque ésas teníamos?

Plantan arroz

unas manos que antaño

teñían sedas.

LA ESPADA DEL CABALLERO Y EL BAÚL DEL VASALLO

C
RUZANDO
el vado de Tsukinowa, salimos a una posada llamada Senoue. Las ruinas de la mansión de Satô Shôji
[28]
distan legua y media del monte de la izquierda. Nos dijeron que el sitio se llamaba Sabano, en la aldea de Iízuka, y fuimos allá, llegando al monte Maruyama a base de preguntar; en el Maruyama estaban las ruinas del castillo de Shôji. En la falda del monte estaban los restos de las poternas, nos atuvimos a las explicaciones de los aldeanos y con las lágrimas en la cara hallé que en un viejo monasterio cercano se conservaban las tumbas de toda la familia. Me conmovió especialmente leer los nombres de sus dos hijas políticas, las esposas de Tsugunobu y Tadanobu. Pensé cómo, a pesar de ser mujeres, dejaron a la posteridad el renombre de su heroísmo, y empapé de llanto mis mangas. No era aquella tumba muy diferente de la que en China se llamó «Lápida de las lágrimas». Cuando entré en el monasterio y pedí una tacita de té, me enseñaron sus tesoros: la espada de Yoshitsune y el baúl de Benkei
[29]
.

Luzcan en mayo

el baúl y la espada.

Y gallardetes
[30]
.

Era el día primero de mayo.

MUERTE ANUNCIADA

P
OR
la noche nos hospedamos en Iízuka. Como allí hay fuentes termales, primero nos bañamos y luego buscamos posada, la cual era tan pobre que por suelo tenía esterillas de paja. No había lámpara, por lo que tuve que extender mi estera de dormir a la luz del hogar. Durante la noche empezó a tronar y a llover intensamente: caían goteras sobre mi lecho, me picaban pulgas y mosquitos y no pude dormir. Tuve también un ataque de mi vieja dolencia y el cólico me puso a morir. Pero en aquella estación las noches eran cortas y clareó, por fin, el cielo del amanecer, con lo que reanudamos la marcha. Con la resaca de la noche me sentía deprimido.

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