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Authors: Hans Küng

Tags: #Ensayo, Religión

Ser Cristiano (93 page)

BOOK: Ser Cristiano
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El Espíritu de Dios y de Cristo Jesús es esencialmente un
Espíritu de libertad
[18]
: libertad de la culpa, de la Ley, de la muerte; libertad y audacia para actuar, para amar, para vivir en paz; justicia, alegría, esperanza y gratitud. Las cartas paulinas están llenas de todo esto. Pero, dicho sea de paso, ¿es esto una realidad? A ello podemos contestar: desde la época paulina hasta nuestros días la libertad de los hijos y las hijas de Dios ha sido incesantemente atestiguada, experimentada y vivida en la práctica, las más de las veces sin ostentación, sin posibilidad de constatación histórica directa, más por parte de los pequeños que de los grandes. Pese a todas las deficiencias y fracasos de la Iglesia, son innumerables los fieles que desde los tiempos apostólicos hasta hoy han abrazado con fe y obediencia esta libertad, la han vivido con amor y alegría, la han sufrido con esperanza y paciencia, han luchado por ella, la han esperado. En esta libertad innumerables desconocidos han encontrado valor, apoyo, fuerza y consuelo en sus grandes y pequeñas decisiones, temores, peligros, anhelos y esperanzas. El Espíritu de la libertad es así el Espíritu del futuro que orienta a los hombres hacia adelante, no a un más allá consolador, sino a un presente comprometido en el mundo de cada día hasta que llegue la consumación final, de la que ya tenemos en el Espíritu una garantía
[19]
.

b) Trinidad

Bajo las perspectivas descritas, todavía es hoy posible entender la
relación del Padre, el Hijo y el Espíritu
y las numerosas
fórmulas
triádicas o trimembres del Nuevo Testamento en su sentido originario y sin adherencias mitológicas. La doctrina teológica sobre la «Trinidad» intradivina elaborada a partir de tales fuentes, que trata de pensar con conceptos helenísticos la verdadera distinción e inseparable unidad del Padre, el Hijo y el Espíritu, tiene sus propios problemas y, por desgracia, resulta casi incomprensible para el hombre de hoy.

El término griego
trías
aparece por vez primera en el apologeta Teófilo de Antioquía, en el siglo II, y su equivalente latino
trinitas
, en el africano Tertuliano, en el siglo III. Es bien conocida la
fórmula helenística
que, tras un proceso especulativo extremadamente complejo, en parte contradictorio y, en todo caso, largo y penoso, recibió sus perfiles clásicos de los tres Padres capadocios (Basilio, Gregorio de Nacianzo y Gregorio de Nisa) en el siglo IV: Dios es trino en «personas» («hypóstasis», «subsistencias», «prósopa») y, sin embargo, uno en «naturaleza» («physis», «usía», «esencia», «sustancia»). Partiendo de las afirmaciones triádicas de las profesiones de fe (en especial de la fórmula bautismal triádica perteneciente a la tradición de la comunidad de Mateo
[20]
, nacida de la sencilla fórmula bautismal cristológica
[21]
), se estructuró una
especulación trinitaria
intelectualmente ambiciosa: una especie de matemáticas superiores sobre la Trinidad que, no obstante todos sus esfuerzos por lograr una claridad conceptual, no dieron con soluciones duraderas. Tal vez podría decirse que esta especulación griega, alejándose de su propio terreno bíblico y tratando osadamente de explorar las alturas vertiginosas del misterio de Dios, repitió el drama de Icaro, el hijo de Dédalo, precursor de la artesanía ateniense, cuyas alas de plumas y cera se derritieron al llegar demasiado cerca del sol. Menos mal que en la predicación práctica, aunque se habla del Padre, el Hijo y el Espíritu, se suele silenciar esta doctrina trinitaria. Poco cambiaron las cosas con la nueva
liturgia de la Trinidad
(que se propaga en Francia a partir del siglo VIII, a pesar de la tenaz oposición romana) y con la fiesta de la Trinidad, introducida por el papa Juan XXII en 1334 y que, por lo demás, es la primera fiesta no consagrada a un acontecimiento salvífico, sino a un dogma. Si se prescinde del unitarismo, el dogma apenas fue controvertido, pero tampoco se le concedió especial importancia.

Por su parte, el
Nuevo Testamento
afirma en la forma ya descrita la unidad de Dios, de Jesús y del Espíritu. Sobre todo en los discursos de despedida del Evangelio de Juan
[22]
, este Espíritu aparece con los rasgos personales de un «abogado», de un «asistente» (esto, y no «consolador», es lo que significa «el otro Paráclito»
[23]
) : el representante, por decirlo así, del Glorificado en la tierra, enviado por el Padre en nombre de Jesús y que no habla por sí mismo, sino que se limita a recordar todo lo que Jesús ha dicho
[24]
. Pero, no obstante ser tan numerosas en el Nuevo Testamento las afirmaciones triádicas sobre Padre, Hijo y Espíritu, ni siquiera el Evangelio de Juan contiene una doctrina trinitaria propiamente dicha sobre un Dios en tres personas (modos de ser), al igual que ocurre más tarde en el Símbolo «apostólico».

El testimonio más claro, el célebre
Comma Johanneum
, cuya autenticidad todavía era defendida por la autoridad magisterial romana a comienzos de siglo, es una «interpolación» ajena a la primera carta de Juan
[25]
(menciona los tres testigos celestes: el Padre, la Palabra y el Espíritu, que son uno) y suele considerarse hoy en general como una falsificación aparecida en el siglo III o IV en el norte de África o en España. El texto original presenta una «Trinidad» completamente distinta, lo que de paso demuestra qué arriesgado es deducir de una tríada como tal una determinada unidad: «Por tanto, los que dan testimonio son tres: el Espíritu, el agua (= bautismo) y la sangre (= la cena del Señor) y los tres apuntan a lo mismo» (= ambos sacramentos son testimonios por la fuerza del único Espíritu)
[26]
.

Como ocurre con las fórmulas diádicas de Padre e Hijo, más antiguas, también aparece un número respetable de fórmulas triádicas, más evolucionadas, de Padre, Hijo y Espíritu
[27]
. tanto en las cartas
[28]
como en los evangelios
[29]
. Pero lo que importa, ¿no es la
coordinación
de estas dos o tres entidades entre sí y con la única naturaleza divina? O ¿acaso ha de ser el elemento triádico (¿o diádico?) por sí mismo el elemento específicamente cristiano («misterio central», «dogma fundamental» del cristianismo)?

Lo específico del cristianismo —lo hemos visto a lo largo de este libro— es el mismo Cristo, naturalmente en su relación decisiva con Dios su Padre y, por tanto, con el Espíritu de Dios. Pero el número tres, que desde tiempos inmemoriales tanto fascina como primordial unidad dentro de la multiplicidad, y tan enorme importancia tiene para la religión, el mito, el arte, la literatura y la misma vida cotidiana, así como la divinidad trina (extendida desde Roma y Grecia hasta la India y la China), distan mucho de ser elementos específicamente cristianos. Lo mismo que distan de ser específicamente cristianos el ritmo ternario de la vida (identidad donsigo mismo —salida de sí— vuelta a sí mismo) o el de la dialéctica (tesis-antítesis-síntesis). Específico es lo cristológico, de donde parece derivarse, así en el plano bíblico como en el dogmático, todo lo relativo a la Trinidad. Cierto es que en la fe cristiana popular, y a consecuencia del cambio de significado de los términos, la Trinidad es muchas veces erróneamente entendida en un sentido tri-teísta: tres «personas», ahora entendidas en el sentido de la psicología moderna como tres «autoconciencias», como tres «sujetos»; es decir, en última instancia, tres dioses. Semejante
triteismo
de hecho —que no sólo se manifiesta en ciertas representaciones de la Trinidad en iconos bizantinos y rusos, en miniaturas carolingias y en pinturas medievales, donde aparecen tres hombres de igual figura (práctica reprobada por Benedicto XIV en 1745), sino también en expresiones teológicas y litúrgicas— tiene poco que ver con la unidad bíblica del Padre, el Hijo y el Espíritu. Como tampoco se ajusta al dato bíblico el
modalismo
, que sólo ve en el Padre, el Hijo y el Espíritu tres
modos
de la revelación, tres manifestaciones sucesivas del único Dios; ni su expresión correlativa en el campo del arte, la famosa imagen del Tricéfalo o Dios de los tres rostros, que a pesar de las advertencias de teólogos como Antonio de Florencia y Belarmino, no dejó de aparecer una y otra vez hasta fines del siglo XVIII.

Contra el triteísmo, por una parte, y el modalismo, por otra, el Nuevo Testamento marca una clara
unidad de acción y revelación
de Padre, Hijo y Espíritu, los cuales, como bellamente realzan las representaciones artísticas del bautismo de Jesús, son
tres entidades muy diversas
definidas con conceptos sumamente afines. Según el Nuevo Testamento no se puede encuadrar al Padre, Hijo y Espíritu en una naturaleza divina de forma tan esquemático-ontológica («tres personas en una esencia divina»), como elaboraron de forma lógico-formalista los Padres capadocios y como más tarde profundizó especialmente Agustín —consciente de la innovación
[30]
— en línea antropológico-psicológica. El autodesenvolvimiento de Dios lo concibe Agustín en genial (aunque discutible) analogía con el espíritu
(mens)
tridimensional del hombre: la memoria
(memoria)
, el entender
(intelligentia)
y el querer
(voluntas)
. Así el Hijo es «engendrado» de la sustancia del Padre por el entendimiento (en el acto intelectivo de Dios) como imagen suya. En cambio, el Espíritu «procede» del Padre (el amante) y del Hijo (el amado) por la voluntad (en un único aliento =
spiratio)
como amor personificado. De ahí que Padre, Hijo y Espíritu sean concebidos como tres «relaciones» subsistentes, realmente distintas entre sí, pero al mismo tiempo coincidentes con la única naturaleza divina. Esto lo llevaría más tarde Tomás de Aquino, con ayuda sobre todo de categorías aristotélicas, hasta sus últimas y necesarias consecuencias, separando del tratado de Dios uno el tratado de la Trinidad.

Por este camino se llegó también a una estéril y oficialmente aún no resuelta
controversia entre las Iglesias latina y griega
. Agustín, sobre la base de su concepción trinitaria, había afirmado que el Espíritu procede del Padre y del Hijo
(filioque)
; esta doctrina fue adoptada gradualmente a partir del siglo VI y definitivamente introducida en el Símbolo niceno-constantinopolitano por el papa Benedicto VIII en 1014. De este modo se convirtió en dogma para el Occidente lo que al Oriente parecía un falseamiento de la profesión de fe ecuménica y de la tradición antigua y, por tanto, una herejía manifiesta. Los orientales se atuvieron estrictamente a la doctrina de que el Espíritu procede del Padre
a través
del Hijo y protestaron, especialmente a partir del siglo IX, contra el desarrollo trinitario en Occidente, que venía a empeorar hasta en el plano teológico las relaciones entre Roma y Constantinopla. Hoy se suele admitir que esta controversia carece de fundamento: la interpretación occidental no pone en duda que el Padre constituye la fuente de las procesiones intratrinitarias, de suerte que las dos interpretaciones son de suyo compatibles. Pero no acaban aquí los problemas.

Las verdaderas dificultades de la doctrina trinitaria específicamente occidental provienen del hecho de que su fundador,
Agustín
, sirviéndose de las ideas de los otros grandes africanos Tertuliano y Cipriano,
no toma como punto de partida la trinidad de personas
, como los griegos,
sino la unidad de la naturaleza divina
. Con lo cual Agustín no sólo se aparta de los griegos y de algunos occidentales como Hilario de Poitiers, sino también del Nuevo Testamento
[31]
. Para los Padres griegos la fuente
(ἀρχή, arjé)
de la unidad entre Padre, Hijo (Verbo) y Espíritu no es la única naturaleza divina, sino el único Dios y Padre en cuanto origen que se revela por la Palabra (Hijo) en el Espíritu. Su concepción se ilustra con una imagen: tres estrellas, mas no dispuestas una junto a otra en forma de triángulo como en la tradición occidental (Agustín había protestado contra la interpretación que del triángulo hacían los maniqueos), sino tres estrellas puestas una tras otra, de las cuales la primera presta su luz a la segunda y luego a la tercera, de manera que para el ojo humano las tres aparecen como una sola. Quien en el Espíritu ve al Hijo, ve también al Padre.

La
unidad
de que en el
Nuevo Testamento
se trata es sin duda una
unidad en el acontecimiento de la revelación
; en ella no se debe eliminar la diversidad de «funciones», ni invertir la «sucesión» ni, sobre todo, perder de vista en ningún momento la humanidad de Jesús. En el mismo Evangelio de Juan, tanto las afirmaciones sobre el Padre, Hijo y Espíritu como las definiciones de Dios como espíritu
[32]
. luz
[33]
y amor
[34]
no son proposiciones ontológicas sobre Dios en sí y su más íntima naturaleza, sobre la esencia estática y autosuficiente de un Dios Trino. Son más bien, como en todo el Nuevo Testamento, proposiciones sobre la forma y el modo de la revelación de Dios: sobre su intervención dinámica en la historia, sobre la relación de Dios con el hombre y del hombre con Dios. Las fórmulas triádicas del Nuevo Testamento reflejan una teología trinitaria no «inmanente», sino «económica»: no se refieren a una unidad-trinitaria esencial intradivina (inmanente) en sí, sino a una unidad histórico-salvífica (económica) de Padre, Hijo y Espíritu en su encuentro con nosotros. No tratan del Dios en sí, sino del Dios para nosotros, del Dios que, por Cristo Jesús, ha actuado en el Espíritu sobre nosotros, y de cuya actuación depende la realidad de nuestra salvación
[35]
.

En todo esto no hay que olvidar que la Trinidad no fue originariamente objeto de especulación teórica. Era objeto de fe y de alabanza (doxología). La yuxtaposición que aparece en la fórmula «gloria al Padre
y
al Hijo
y
al Espíritu Santo», que surge en la polémica antiarriana, es equívoca. Es preferible atenerse a la forma clásica de las oraciones romanas, afortunadamente conservada hasta nuestros días, pues responde mejor al enfoque originario de la teología trinitaria griega: invocando siempre al
Padre «por» el Hijo
«era»
el Espíritu Santo
[36]
. No es otra la perspectiva del Nuevo Testamento y menester es recuperarla y repensarla. Recurriendo de nuevo a una comparación, se podría decir: Dios Padre «sobre» mí, Jesús, Hijo y hermano, «junto a» mí, el Espíritu de Dios y de Cristo Jesús «en» mí.

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