Siempre el mismo día (30 page)

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Authors: David Nicholls

Tags: #Romance

BOOK: Siempre el mismo día
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–Caliente, caliente. ¿Y quién es?

Se está sirviendo el vodka: tres dedos.

–¿Quién es quién?

–Tu nuevo novio. Venga, dímelo, que no me afectará –se burla él–. Seguimos siendo amigos, después de todo.

Emma bebe del vaso a trago limpio. Luego se agacha un momento, acodada en el mármol, apretándose los ojos con las bases de las manos al sentir cómo le corre el líquido helado por la garganta. Pasa un momento.

–Es el señor Godalming. El director. Llevamos nueve meses liados, aunque yo creo que es más que nada sexual. Si te soy sincera, es un poco degradante para los dos. A mí me da un poco de vergüenza. Me entristece un poco. ¡Pero bueno, es lo que digo siempre: al menos no hay hijos! Pues nada. –Habla en el vaso–. Ya lo sabes.

La cocina queda en silencio, hasta que…

–Es broma.

–Mira por la ventana y lo verás tú mismo. Está esperando en el coche. Un Sierra azul marino.

Ian, incrédulo, aspira por la nariz.

–Coño, Emma, que no tiene gracia.

Emma deja el vaso vacío en el mármol, y exhala despacio.

–No, ya lo sé. La situación no se podría describir como graciosa de ninguna de las maneras. –Se gira a mirarle–. Ya te he dicho que no salgo con nadie, Ian. No estoy enamorada de nadie, ni quiero estarlo. Sólo quiero que me dejen en paz.

–¡Tengo una teoría! –dice él con orgullo.

–¿Qué teoría?

–Sé quién es.

Ella suspira.

–A ver, ¿quién, Sherlock?

–¡Dexter! –dice él, triunfante.

–¡Dios mío!

Emma se acaba el vaso.

–¿A que tengo razón?

Se ríe amargamente.

–Ya me gustaría, ya…

–¿Eso qué quiere decir?

–Nada. Ian, sabes perfectamente que hace meses que no hablo con Dexter…

–¡Eso es lo que tú dices!

–No digas tonterías, Ian. ¿Qué te crees, que es un amor secreto, sin que lo sepa nadie?

–Es lo que parecen indicar las pruebas.

–¿Pruebas? ¿Qué pruebas?

Es la primera vez que a Ian se le ve algo avergonzado.

–Tus cuadernos.

Un momento. Luego Emma aparta el vaso, para evitar la tentación de tirarlo.

–¿Has estado leyendo mis cuadernos?

–Alguna que otra ojeada, con los años.

–Desgraciado…

–Los trocitos en verso, los diez días mágicos en Grecia, tantas ansias y deseo…

–¡Cómo te atreves! ¡Cómo te atreves a espiarme así!

–¡Si los dejabas tirados por el piso! ¿Qué esperas?

–Esperaba un poco de confianza, y esperaba que tuvieras algo de dignidad…

–Joder, si es que además no me hacía falta leerlos; lo de vosotros dos era tan obvio…

–¡… pero mis reservas de compasión son limitadas, Ian! Todos estos meses contigo por la casa, lamentándote, poniendo cara de perro apaleado, lloriqueando… Pues como te presentes otra vez de esta manera y me revuelvas los cajones, te juro que llamo a la puta poli…

–¡Pues venga! ¡Llama, venga! –Ian se acerca separando los brazos, que llenan la pequeña habitación–. Te recuerdo que también es mi piso.

–¿Ah, sí? ¿Desde cuándo? ¡Si nunca has pagado la hipoteca! ¡La pagaba yo! Nunca has hecho nada que no fuera quedarte aquí tirado, compadeciéndote de ti mismo…

–¡No es verdad!

–Y lo que ganabas te lo gastabas en vídeos chorras y comida a domicilio.

–¡Sí que aportaba algo! Cuando podía…

–¡Pues no era bastante! Dios, cómo odio este piso, y cómo odio mi vida en este piso… Tengo que salir de aquí o me volveré loca…

–¡Era nuestra casa! –protesta él, desesperado.

–Yo aquí nunca he sido feliz, Ian. ¿Por qué no te dabas cuenta? Lo que pasa es que… me quedé aquí atascada. Como tú. Seguro que lo sabes.

Él no la ha visto nunca así, ni la ha oído decir cosas así. Azorado, con los ojos muy abiertos, como un niño con pánico, se acerca a trompicones.

–¡Cálmate! –Le ha cogido el brazo–. No digas esas cosas.

–¡Suéltame, Ian! ¡Lo digo en serio, Ian! ¡Vete!

Se están gritando. Emma piensa: ay, Dios mío, que nos hemos convertido en una de esas parejas de locos que se oyen de noche a través de las paredes. En algún sitio hay alguien pensando: ¿llamo a la policía? ¿Cómo hemos llegado a este punto?

–¡Sal! –grita, mientras Ian intenta abrazarla desesperadamente–. Dame las llaves y vete, no quiero volver a verte.

Y de manera igual de repentina empiezan los dos a llorar, derrumbados en el suelo del estrecho pasillo del piso que con tantas esperanzas se compraron juntos. Ian se tapa la cara con la mano. Intenta hablar entre fuertes sollozos, respirando a bocanadas.

–No lo aguanto. ¿Por qué me tiene que pasar a mí? Es un infierno. ¡Estoy en el infierno, Em!

–Ya lo sé. Lo siento.

Emma le pasa un brazo por los hombros.

–¿Por qué no me puedes querer, y ya está? ¿Por qué no puedes estar enamorada de mí? Antes sí que lo estabas, ¿no? Al principio.

–Pues claro que lo estaba.

–Pues entonces ¿por qué no puedes volver a enamorarte?

–Es que no puedo, Ian. Lo he intentado, pero no puedo. Lo siento. Lo siento tanto, tanto…

Poco después están tirados por el suelo, en el mismo sitio, como traídos por el oleaje. Con la cabeza apoyada en el hombro de Ian, y el brazo encima de su pecho, Emma respira su olor, ese olor cálido y confortable al que tanto se había acostumbrado. Al final, él dice algo.

–Tendría que irme.

–Creo que sí.

Apartando la cara, roja e hinchada, Ian se incorpora y señala con la cabeza el amasijo de papeles, cuadernos y fotos del suelo del dormitorio.

–¿Sabes qué me da pena?

–¿Qué?

–Que no haya más fotos de nosotros. Quiero decir juntos. Hay miles de tú y Dex, y casi ninguna de tú y yo solos; al menos recientes. Es como si hubiéramos parado de hacer fotos.

–Por falta de una buena cámara –dice ella, poco convencida, aunque él decide aceptarlo.

–Perdona por… pues eso, que se me haya ido la olla y te haya revuelto las cosas. Totalmente inaceptable.

–No pasa nada, pero no vuelvas a hacerlo.

–Por cierto, algunos cuentos están bastante bien.

–Gracias. Aunque no eran para enseñarlos.

–¿Y eso qué sentido tiene? Algún día se los tienes que enseñar a alguien. Darte a conocer.

–Vale, pues igual lo hago. Algún día.

–Las poesías no. Enséñales los cuentos, no las poesías. Son buenos. Eres buena escritora. Inteligente.

–Gracias, Ian.

Se le empieza a arrugar la cara.

–Tan mal no estaba, ¿no? Vivir aquí conmigo.

–Estaba muy bien. Lo único que pasa es que te he hecho pagar el pato.

–¿Quieres contármelo?

–No hay nada que contar.

–Pues nada.

–Pues nada.

Se sonríen. Ian ya está en la puerta, con una mano en el pomo. Parece que no puede marcharse aún.

–Sólo una cosa más.

–Venga.

–¿De verdad que no sales con él? Con Dexter, digo. Son paranoias mías.

Emma suspira y sacude la cabeza.

–Ian, te lo juro por que me muera ahora mismo. No estoy saliendo con Dexter.

–Es que he visto en el periódico que ha roto con su novia, y he pensado que al haber roto tú y yo, y estar él libre…

–A Dexter hace que no le veo… siglos.

–Pero ¿pasó algo? ¿Cuando estábamos juntos? ¿Entre tú y Dexter, a mis espaldas? Es que no soporto la idea…

–Ian… Entre Dexter y yo no pasó nada –dice ella, esperando que se vaya sin hacer la siguiente pregunta.

–Pero ¿tú querías que pasara?

¿Que si quería? Sí, a veces. A menudo.

–No. No, no quería. Sólo éramos amigos.

–Vale. Me alegro. –Ian la mira, intentando sonreír–. Te echo tanto de menos, Em…

–Ya lo sé.

Se pone una mano en la barriga.

–Me mareo y todo.

–Ya se te pasará.

–¿Sí? Es que creo que me estoy volviendo un poco loco.

–Ya lo sé, pero no puedo ayudarte, Ian.

–Siempre podrías… pensártelo mejor.

–No puedo. No me lo pensaré. Lo siento.

–Vale, vale. –Se encoge de hombros y sonríe con los labios hacia dentro, su sonrisa de Stan Laurel–. En fin. Por preguntar no pierdo nada, ¿no?

–Supongo que no.

–Ojo, que me sigues pareciendo la bomba, ¿eh?

Emma sonríe porque él quiere que sonría.

–No, el que es la bomba eres tú.

–¡Bueno, bueno, no me voy a quedar a discutirlo! –Ian suspira, sin poder seguir fingiendo, y coge la puerta–. Pues nada. Recuerdos a la señora Morley. Ya nos veremos.

–Ya nos veremos.

–Adiós.

–Adiós.

Se gira y abre la puerta de golpe, dándole una patada por la parte inferior para que parezca que le da en la cara. Como es de rigor, Emma se ríe. Ian respira hondo y se va. Ella se queda sentada en el suelo otro minuto. Después se levanta de golpe y, sintiendo una nueva determinación, coge las llaves y sale dando zancadas del piso.

Ruidos de noche de verano en Walthamstow, voces y gritos resonando por los edificios, y algunas banderas de san Jorge que aún cuelgan fláccidas. Cruza rápidamente el patio. ¿No debería tener un círculo de amigos íntimos medio chiflados para ayudarla a superarlo? ¿No debería estar sentada en un sofá bajo y desfondado con seis o siete urbanitas atractivos y estrafalarios? ¿No es eso, en principio, vivir en la ciudad? Sin embargo, o viven a dos horas de viaje, o tienen familia o novio; por suerte, a falta de colegas medio chiflados, está la tienda de bebidas alcohólicas, cuyo desconcertante y deprimente nombre es Booze’R’Us
[3]
.

Cerca de la entrada hay unos chavales en bicicleta y con pinta peligrosa, dibujando lentos círculos, pero en este momento a Emma no le da miedo nada; cruza por el centro sin girarse. En la tienda, elige la botella de vino menos sospechosa y se pone a la cola. El de delante tiene una telaraña tatuada en la cara. Mientras espera a que cuente calderilla para dos litros de sidra fuerte, Emma se fija en la botella de champán que hay en una vitrina cerrada con llave. Tiene polvo, como si fuera una reliquia de un pasado de lujos inimaginables.

–Y póngame también el champán, por favor –dice.

El dependiente la mira con recelo, pero ahí está el dinero, en el puño de Emma.

–Qué, una fiesta, ¿no?

–Exacto. Una fiesta muy, muy grande. –Luego, un capricho–: Y un paquete de Marlboro.

Sale de la tienda con las botellas en una bolsa de plástico fino, que choca con su cadera, a la vez que se embute un cigarrillo entre los labios como si fuera el antídoto de algo. Oye inmediatamente una voz.

–¿Señorita Morley?

Mira a su alrededor con cara de culpable.

–¿Señorita Morley? ¡Aquí!

Quien se acerca deprisa, sobre largas piernas, es Sonya Richards, su protegida, su proyecto. La niña flaca y tensa que hacía de Jack Dawkins se ha transformado. Ahora está espectacular: alta, con el pelo recogido, segura de sí misma. Emma tiene una visión perfecta de cómo debe de verla Sonya: encorvada, con los ojos rojos, fumándose un piti a la salida de Booze’R’Us. Un modelo, una inspiración. Esconde el cigarro encendido en la espalda, aunque sea absurdo.

–¿Qué tal, señorita?

Ahora a Sonya se la ve un poco incómoda, mirando a los lados, como si se arrepintiese de haberse acercado.

–¡Estupendamente! Muy bien. ¿Y tú, Sonya?

–Bien, señorita.

–¿Y el bachillerato? ¿Todo bien?

–Sí, la verdad es que sí.

–Y el año que viene los exámenes preuniversitarios, ¿no?

–Exacto.

Sonya mira furtivamente la bolsa de plástico que hace ruido de botellas junto a Emma, y la cinta de humo que forma volutas a su espalda.

–¿El año que viene a la universidad?

–Espero que a Nottingham. Si saco suficiente nota…

–Seguro que sí. Seguro que sí.

–Gracias a usted –dice Sonya, pero no muy convencida.

Se quedan en silencio. Emma, desesperada, levanta las botellas en una mano y el tabaco en la otra, y los agita.

–¡LA COMPRA DE LA SEMANA! –dice.

Sonya parece confusa.

–Bueno, me tengo que ir.

–Vale, Sonya. Me alegro mucho de haberte visto. Oye, Sonya, buena suerte, ¿eh? Muy buena suerte.

Pero Sonya ya está dando zancadas sin girarse, y Emma, una profesora de esas de
carpe diem
, la ve irse.

Por la noche pasa algo raro. Medio dormida en el sofá, con la tele encendida y la botella vacía a sus pies, la despierta la voz de Dexter Mayhew. No entiende del todo lo que dice; algo de FPS, y opciones de multijugador, y no parar de disparar. Confusa, preocupada, abre los ojos a la fuerza, y se lo encuentra justo delante.

Se incorpora, sonriendo. Ya había visto el programa,
Game On
. Se emite tarde, y es un resumen de lo último en el panorama de los videojuegos. El plató es un castillo con luz roja, compuesto de bloques de poliestireno, como si jugar a videojuegos fuera una especie de purgatorio. Dentro del castillo hay jugadores paliduchos encorvados ante una pantalla gigante, a los que Dexter Mayhew incita a apretar cada vez más deprisa los botones: rápido, rápido, dispara, dispara.

Los juegos, los «torneos», alternan con entrevistas serias en las que Dexter y una mujer con el pelo naranja (para cumplir la cuota femenina) comentan las novedades de la semana. Puede que sea un efecto del minúsculo televisor de Emma, pero últimamente a Dexter se le ve un poco inflado, un poco gris. Quizá no sea más que el tamaño de la pantalla, pero algo falta. Ya no tiene la chulería que ella recuerda. Está hablando de
Duke Nukem 3D
, y se le ve inseguro, por no decir un poco incómodo. Aun así, Emma se siente henchida de cariño hacia Dexter Mayhew. No ha pasado un solo día en ocho años sin pensar en él. Le echa de menos, y quiere recuperarlo. Quiero recuperar a mi mejor amigo, piensa, porque sin él nada vale la pena, y todo falla. Le llamaré, piensa al dormirse.

Mañana. Mañana a primera hora le llamo.

Capítulo 11

Dos reuniones

MARTES 15 DE JULIO DE 1997

Soho y South Bank

Bueno, la mala noticia es que cancelan
Game On
.

–¿Ah, sí? ¿En serio?

–Pues sí.

–Ya. Vale. Bueno. ¿Han dado alguna razón?

–No, Dexy; es que no tienen la impresión de haber encontrado la manera de transmitirle al público de madrugada el romanticismo picante de los videojuegos. A la cadena le parece que los ingredientes no son los que deberían ser. Por eso cancelan el programa.

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