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Authors: David Nicholls

Tags: #Romance

Siempre el mismo día (13 page)

BOOK: Siempre el mismo día
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–Bueno, pero para prevenir. –Se inclinó y le puso a Dexter una mano en la muñeca–. Creo que deberíamos contarnos algo que el otro no sepa.

–¿Como un secreto?

–Exacto, un secreto; una cosa sorprendente cada noche, hasta que se acaben las vacaciones.

–¿Un poco como el juego de la botella? –Dexter abrió mucho los ojos. Él se consideraba un as del juego de la botella–. Vale, tú primero.

–No, tú primero.

–¿Por qué primero yo?

–Porque tienes más donde elegir.

Era verdad: Dexter tenía reservas casi inagotables de secretos. Podía contarle que esa misma noche la había espiado vistiéndose, o que al ducharse había dejado adrede la puerta del baño abierta. Podía contarle que había fumado heroína con Naomi, o que justo antes de Navidad se había acostado, deprisa y sin gracia, con la compañera de piso de Emma, Tilly Killick; un masaje de pies que se le había ido de las manos de la peor manera, mientras Emma estaba en Woolworths, comprando luces para el árbol. De todos modos, quizá fuera mejor decantarse por algo que no le dejara como una persona superficial, sórdida, embaucadora o fatua.

Pensó un rato.

–Bueno, vale. –Carraspeó–. Hace unas semanas me enrollé con un tío en un club.

Emma se quedó boquiabierta.

–¿Un tío? –Se echó a reír–. Me quito el sombrero, Dex. La verdad es que estás lleno de sorpresas.

–Bueno, tampoco pasó nada; sólo un morreo, y yo iba ciego.

–Eso dicen todos. A ver, explícame qué pasó.

–Pues mira, era Sexface, la noche gay
hardcore
de un club de Vauxhall que se llama Strap…

–¡«Sexface en Strap»! ¿Ya no hay discos que se llamen Roxy, o Manhattan?

–No es ninguna «disco», es un club gay.

–¿Y tú qué hacías en un club gay?

–Siempre vamos. La música es mejor. Más
hardcore
y menos mierda de esa
house

–Qué mal estás…

–Total, que fui con Ingrid y su peña, y cuando estaba bailando va y se me acerca un tío y me empieza a besar; y supongo que…, vaya, que le seguí el rollo.

–¿Y te…?

–¿Qué?

–¿Te gustó?

–Estuvo bien. Un simple beso. Total, las bocas son bocas, ¿no?

Emma soltó una fuerte risotada.

–Dexter, tienes alma de poeta. «Las bocas son bocas.» ¡Pero qué cosa más bonita! Precioso. ¿No es de
As Time Goes By
?

–Tú ya me entiendes.

–Las bocas son bocas. Deberían grabarlo en tu lápida. ¿Y qué dijo Ingrid?

–Nada, se rio. No le molestó. De hecho le gustó bastante. –Dexter se encogió de hombros, como de vuelta de todo–. Además, Ingrid es bisexual, o sea, que…

Emma puso los ojos en blanco.

–¡Cómo no va a ser bisexual!

Dexter sonrió como si la bisexualidad de Ingrid hubiera sido idea suya.

–Oye, que no pasa nada, ¿eh? A nuestra edad, lo normal es experimentar con la sexualidad.

–¿Ah, sí? Si es que nadie me dice nada.

–Tienes que ponerte al día.

–Una vez dejé la luz encendida, pero prefiero que no se repita.

–Pues más vale que te pongas las pilas, Em. Déjate de inhibiciones.

–Si es que lo que no sepas tú de sexo, Dex… ¿Y tu amigo de El Strap qué llevaba?

–No, El Strap no, sólo Strap. Arnés y pantalones de cuero. Era un ingeniero de la British Telecom, y se llamaba Stewart.

–¿Y crees que volveréis a veros, tú y Stewart?

–Sólo si se me estropea el teléfono. No era mi tipo.

–Tengo la impresión de que tu tipo es todo el mundo.

–Sólo fue un episodio pintoresco. ¿De qué te ríes?

–Es que se te ve taaaan pagado de ti mismo…

–¡Mentira! Homófoba.

Dexter empezó a mirar por encima del hombro de Emma.

–¿Qué pasa, que le estás tirando los tejos al camarero?

–Intento que nos traigan otra copa. Te toca. Tu secreto.

–Huy, no, me rindo; con eso no puedo competir.

–¿Ningún rollo chica-chica?

Emma sacudió la cabeza, resignada.

–¿Sabes que un día se lo dirás a una lesbiana de verdad y te partirá la cara?

–O sea, que nunca te ha atraído ninguna…

–No seas patético, Dexter. Bueno, ¿quieres que te cuente mi secreto o no?

Llegó el camarero con un par de copas de aguardiente griego invitación de la casa, el tipo de bebida que sólo se puede regalar. Emma bebió un sorbito e hizo una mueca. Después se apoyó suavemente la mejilla en una mano, sabiendo que era un gesto que insinuaba intimidad y un punto de embriaguez.

–Un secreto. A ver, a ver…

Se dio golpecitos con el dedo en la mejilla. Podía contarle que le había mirado en la ducha, o que sabía lo de Tilly Killick en Navidad, el masaje de pies que se había ido de las manos de la peor manera. Hasta podía decirle que en 1983 le había dado un beso a Polly Dawson en su dormitorio, pero era consciente de que entonces Dexter se pasaría la vida tomándole el pelo. Además, ya sabía lo que quería contar desde el principio de la velada. Mientras la cítara tocaba
Like a Prayer
, se humedeció los labios y puso una mirada sensual, junto con varios pequeños ajustes que, sumados, compusieron lo que consideraba su mejor cara, la más atractiva, la que usaba para las fotos.

–Cuando nos conocimos, en la universidad, antes de ser… colegas, vaya, estuve un poco enamorada de ti. Bueno, un poco no, perdidamente. Me duró muchísimo tiempo. Hasta escribía chorradas en verso.

–¿En verso? ¿De verdad?

–No es que me enorgullezca.

–Ah, ya. Ya. –Dexter se cruzó de brazos, los apoyó en el borde de la mesa y bajó la mirada–. Pues lo siento, Em, pero eso no vale.

–¿Por qué no?

–Porque has dicho que tenía que ser algo que yo no supiera.

Sonreía de oreja a oreja. Para Emma fue un recordatorio más de su capacidad casi ilimitada de decepcionar.

–¡Pero qué rabia me das!

Le dio un golpe con el dorso de la mano donde más le había quemado el sol.

–¡Ay!

–¿Cómo lo sabías?

–Me lo dijo Tilly.

–Qué simpática es Tilly.

–Bueno, y ¿qué pasó?

Emma miró el fondo de la copa.

–Pues que es de esas cosas que se curan con el tiempo, supongo, como un herpes.

–No, en serio, ¿qué pasó?

–Que te conocí. Tú me curaste de ti.

–Pues yo quiero leer los poemas. ¿Con qué rima «Dexter»?

–«Peste.» Es una rima asonante.

–Lo digo de verdad. ¿Dónde están?

–Ya no existen. Los quemé hace años. –Sintiéndose tonta y defraudada, Emma bebió otra vez del vaso vacío–. Demasiado aguardiente. Tendríamos que irnos.

Buscó al camarero con cara de agobiada, y Dexter también empezó a tener la sensación de estar haciendo el tonto. Con tantas cosas como podía haber dicho, ¿a qué venía tanta suficiencia y displicencia, tan poca generosidad? Ansioso de encontrar la manera de congraciarse con ella, le dio un empujoncito en la mano.

–¿Qué, vamos a pasear?

Ella titubeó.

–Vale, vamos a pasear.

Se fueron por la bahía, dejando atrás las casas a medio construir con las que el pueblo se extendía por la costa: una nueva urbanización para turistas que deploraron convencionalmente. Mientras hablaban, Emma resolvió en silencio ser más sensata en el futuro. En el fondo, la audacia y la espontaneidad no iban con su forma de ser. No le salían bien. El resultado nunca era el que esperaba. Su confesión a Dexter le había dado la sensación de golpear con todas sus fuerzas una pelota, verla subir por los aires, y poco después, oír un ruido de cristales rotos. Resolvió mantenerse serena y sobria durante el tiempo que les quedaba juntos, y acordarse de las Reglas. Acordarse de Ingrid, la hermosa, desinhibida y bisexual Ingrid, que esperaba a Dexter en Londres. No más revelaciones inapropiadas. De momento no tenía más remedio que arrastrar aquella estúpida conversación por donde fuera, como un trozo de papel de váter pegado al talón.

Ya estaban fuera del pueblo. Dexter le cogió la mano para que no se cayera al ir medio borrachos, dando tumbos, por las dunas secas, que aún conservaban el calor del sol; llegando al mar, donde la arena estaba húmeda y firme. Emma observó que Dexter aún le cogía la mano.

–Por cierto, ¿adónde vamos? –preguntó, oyéndose hablar raro.

–Yo a nadar. ¿Vienes?

–Estás mal de la cabeza.

–¡Venga!

–Me ahogaré.

–Qué va. Mira qué bonito.

El mar estaba muy tranquilo y transparente, como un maravilloso acuario color jade, de un fulgor fosforescente; al cogerlo con las manos, seguro que tenía luz propia. Dexter ya se estaba quitando la camisa por la cabeza.

–Venga, que así se nos pasa la borrachera.

–Es que no llevo el traje de ba… –Se dio cuenta de golpe–. Ah, ya lo entiendo. –Se rio–. Ya veo lo que pasa.

–¿Qué?

–He caído con todas las de la ley, ¿eh?

–¿Qué?

–El viejo truco de bañarse desnudos. Emborrachas a una chica y buscas la extensión de agua que te quede más cerca.

–Pero qué mojigata eres, Emma. ¿Por qué eres tan mojigata?

–Ve tú, que yo te espero.

–Vale, pero te arrepentirás.

Ahora Dexter estaba de espaldas, quitándose los pantalones, y después la ropa interior.

–¡Déjate los calzoncillos! –exclamó ella, mirando su espalda, larga y morena, y su trasero blanco al irse con paso decidido hacia el mar–. ¡Que no estás en Sexface!

Dexter se lanzó de cara a las olas. Emma se quedó donde estaba, balanceándose sobre sus pies, con una sensación de soledad y absurdo. ¿No era precisamente una de las experiencias que anhelaba? ¿Por qué no podía ser más espontánea y atrevida? Si le daba miedo nadar sin bañador, ¿qué esperanzas tenía de decirle a algún hombre que quería darle un beso? No había acabado de pensarlo y ya tenía las manos en el borde del vestido. Se lo quitó por la cabeza de un solo movimiento. Después se quitó la ropa interior y la arrojó por los aires de una patada, sin recogerla. Corrió hacia el borde del agua, riéndose y diciendo palabrotas.

Dexter, que ya no se atrevía a ir más lejos, estaba de puntillas, quitándose el agua de los ojos, contemplando el mar y preguntándose qué pasaría. Reparos. Sentía nacer los primeros reparos. Se avecinaba una Situación. ¿No había resuelto hacer lo posible por evitar las Situaciones, y ser menos atrevido y espontáneo? A fin de cuentas se trataba de Emma Morley, y Em era un tesoro, probablemente su mejor amiga. ¿E Ingrid, más conocida como Ingrid la Tremenda en su círculo íntimo? Oyó en la playa una atropellada risa de entusiasmo, y al girarse casi estuvo a tiempo de ver a Emma cayéndose desnuda al agua, como si la hubieran empujado por detrás. Sinceridad y franqueza: ésa sería su divisa. Emma chapoteó hacia él, con un torpe crol. Dexter decidió ser franco y sincero, para variar, a ver adónde le llevaba.

Emma llegó jadeando. De pronto se había dado cuenta de la translucidez del mar, y estaba buscando la manera de aguantarse en el agua con un brazo cruzado sobre el pecho.

–¡O sea, que es esto!

–¿El qué?

–¡Bañarse desnuda!

–Sí. ¿Qué te parece?

–Está bien, supongo. Muy refrescante. ¿Ahora qué tengo que hacer, jugar con el agua, salpicarte, o qué? –Ahuecó una mano y le tiró un poco de agua a la cara–. ¿Lo hago bien?

Justo después la corriente la llevó hacia Dexter, sin que él tuviera tiempo de contraatacar. Él se quedó donde estaba, con los pies plantados en el fondo. La cogió, y sus piernas se enroscaron como dedos entrelazados. Sus cuerpos se tocaron y volvieron a apartarse, como dos bailarines.

–Qué cara más pensativa –dijo ella para romper el silencio–. ¡Oye, no te estarás meando en el agua!

–No…

–Pues ¿entonces?

–Pues que te quería decir que lo siento. Lo que he dicho antes…

–¿Cuándo?

–En el restaurante, para hacerme el enrollado, o no sé qué.

–No pasa nada. Estoy acostumbrada.

–Y también que yo pensaba lo mismo. En esa época. Quiero decir, que me gustabas; «románticamente», quiero decir. No es que escribiera poemas, pero pensaba en ti; quiero decir, que pienso en ti, en los dos. Quiero decir, que me gustas.

–¿En serio? Ah… ¿En serio? Ya. Ah. Ya.

Al final va a pasar –pensó Emma–; aquí y ahora, desnudos en el mar Egeo.

–El problema que tengo es que… –Dexter suspiró, y sonrió con un lado de la boca–. ¡Pues que supongo que me gusta casi todo el mundo!

–Ya –fue lo único que pudo decir ella.

–… cualquiera, en serio. Voy por la calle y… es lo que has dicho tú de que mi tipo es todo el mundo.

–Pobrecito –dijo ella inexpresivamente.

–Lo que quiero decir es que no creo que estuviera, que esté, preparado para… lo de novio y novia, ¿sabes? Creo que querríamos cosas diferentes. De una relación.

–¿Porque… eres gay?

–Que estoy hablando en serio, Em.

–¿Ah, sí? Nunca lo tengo claro.

–¿Estás enfadada conmigo?

–¡No! ¡Me da igual! Ya te he dicho que fue hace mucho, mucho tiempo…

–Ahora… –Bajo el agua, las manos de él buscaron la cintura de ella y la cogieron–. Ahora, que si quisieras divertirte un poco…

–¿Divertirme?

–Infringir las Reglas…

–¿Jugar al Scrabble?

–Ya me entiendes. Una aventurilla. Sólo ahora, de viaje, sin obligaciones, y sin decirle nada a Ingrid. Como un secreto entre los dos. Yo me apuntaría. Nada más.

Emma hizo un ruido gutural, con algo de risa y de gruñido. «Me apuntaría.» La sonrisa de Dexter era expectante, como la de un comercial ofreciendo una muy buena financiación. «Un secreto entre los dos», a añadir a muchos más, probablemente. Se acordó de una frase: las bocas son bocas. Sólo podía hacer una cosa. Sin pensar en que estaba desnuda, saltó fuera del agua y hundió la cabeza de Dexter en el mar con todo su peso, manteniéndola dentro. Empezó a contar despacio. Uno, dos, tres…

Creído, más que soberbio…

Cuatro, cinco, seis…

Y tú qué tía más tonta, qué tonta por gustarte un tío así, qué tonta por pensar que a él le gustabas…

Siete, ocho, nueve…

Se mueve mucho. Lo mejor será dejarle salir y tomárselo a broma, tomárselo a broma…

Diez. Le apartó las manos de la cabeza y le dejó saltar hacia la superficie. Dexter se reía, sacudiéndose el agua del pelo y de los ojos. Emma también se rio: un tenso «ja ja ja».

–Supongo que eso es que no –dijo él finalmente, sonándose el agua salada de la nariz.

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