Studio Sex (22 page)

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Authors: Liza Marklund

Tags: #Intriga, #Policiaco

BOOK: Studio Sex
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—El lunes recibí una oferta —dijo con voz queda—. Un grupo que se hacía llamar las Barbies Ninja me quería vender una primicia. Por cincuenta mil coronas en metálico me permitían acompañarlas cuando realizaran una especie de atentado contra un policía.

Observó penetrantemente a Carl Wennergren. El joven había dejado de sonreír, el sonrojo le llegaba hasta las orejas. Apretó la boca hasta convertirla en una pequeña línea.

—¿Qué quieres decir? —dijo algo sofocado.

—¿Cómo te las arreglaste para hacer el trabajo del periódico de hoy?

Carl Wennergren lanzó el flequillo hacia atrás.

—¿A ti qué coño te importa? —replicó—. ¿Desde cuándo eres la responsable de la publicación?

Ella le miró sin responder. Carl se volvió para subir las escaleras. Annika no se movió. Después de subir tres peldaños dio media vuelta y regresó, colocó su cara a cinco centímetros de la de Annika.

—No he pagado ni una jodida corona —repuso él—. ¿Qué coño piensas de mí?

—No pienso nada —respondió, y notó que la voz le temblaba un poco—. Solo me pareció extraño de cojones.

—Querían transmitir su mensaje —repuso Carl Wennergren—, pero no me vendieron ninguna primicia. Ningún periódico es tan jodidamente estúpido de pagar por un atentado contra la policía, eso lo sabes hasta tú misma.

—Así que al final te dieron la noticia gratis —dijo Annika.

—Exacto.

—¿Y a ti te pareció correcto acudir?

Carl Wennergren dio media vuelta y subió las escaleras, de dos en dos.

—¿Esperaron a prender fuego hasta que cargaste la cámara? —gritó Annika a su espalda.

El reportero desapareció en la redacción sin volverse.

Annika continuó bajando las escaleras. Carl Wennergren podía tener razón. No valía la pena quemar coches si nadie sabía el porqué. Las Barbies Ninja le podían haber dado la noticia.

De lo que estaba segura es de que no sabía que la propuesta se la habían ofrecido antes a ella, porque se había sorprendido mucho.

Annika se dirigió hacia la salida, fingiendo no oír las quejas de Tore Brand.

Hacía más calor que nunca. El sol daba de lleno en el cambio de sentido frente al periódico y el asfalto se había reblandecido. Se encaminó hacía el quiosco de salchichas de Rålambsvägen, compró un pan de pita con ensalada de gambas y se lo comió de pie.

El avance deAktuelltno mencionó nada en los titulares, ni de la muerte de Josefin, ni del ministro, ni de las Barbies Ninja. Probablemente los temas aparecerían como teletipos en medio de la transmisión, pero de momento nadie del periódicoKvällspressenseguía aquel programa de televisión. Toda la actividad se detuvo cuando la guitarra eléctrica de la sintonía deStudio sexcomenzó a sonar a las 18.03. Annika estaba sentada a la mesa de Berit y miraba fijamente el altavoz de la radio.

—La investigación sobre la muerte de la joven de diecinueve años, Josefin Liljeberg, es cada vez más compleja —anunció el presentador mientras la guitarra sonaba de fondo—. En realidad la mujer era bailarina destripteaseen un conocido club de alterne de la ciudad. El ministro de Comercio Exterior, Christer Lundgren, ha sido interrogado hoy de nuevo. Ampliaremos esta información en el programa de actualidad, con debates y análisis, en directo desdeStudio sex.

Sin levantar la vista, Annika sintió las miradas desde la mesa de redacción, la desconfianza traspasaba la tela de su camisa.

— 1 de agosto, bienvenidos aStudio sexdesde Radiohuset, Estocolmo —tronó el presentador.

»Josefin Liljeberg era bailarina de striptease de un conocido club de alterne que tiene el mismo nombre que este programa de radio, Studio Sex. En gran parte de los medios, sobre todo en el periódico Kvällspressen se la ha descrito como una joven cuyo sueño era ser periodista y ayudar a los niños necesitados. La verdad, sin embargo, es completamente distinta. Ahora oiremos una grabación hecha por la joven.

Pusieron una cinta en el cuarto de control. Una voz femenina que intentaba parecer sensual daba la bienvenida a Studio Sex, el club más caliente de Estocolmo, a todos los curiosos y clientes con ganas de sexo. Informaba de las horas de apertura, desde la una del mediodía a las cinco de la madrugada. Y añadía que se podía encontrar a jóvenes agradables, invitarlas a champaña, asistir al show o a un pase privado, ver y comprar películas eróticas.

A Annika le resultó difícil respirar y ocultó su rostro entre las manos. Ella no sabía que esa voz fuera la de Josefin.

El programa prosiguió con datos sobre el asesinato. El ministro había acudido de nuevo a Bergsgatan en Estocolmo para proseguir su interrogatorio. Pusieron una nueva cinta, una puerta que se cerraba, algunos reporteros que gritaban sus preguntas mientras Christer Lundgren se dirigía a la comisaría central.

Annika se levantó, se colgó el bolso del hombro y salió por la puerta trasera. Las miradas que sentía sobre su espalda quemaban el oxígeno de sus pulmones. Tenía que respirar o moriría.

Patricia había puesto el radio despertador para que se encendiera en P3 a las 17.58. Eso significó que le dio tiempo a orinar y beber agua antes de que comenzara el programaStudio sex.Había dormido pesadamente y sin soñar y se sentía casi drogada cuando regresó trastabillando al colchón. Con movimientos torpes puso los cojines contra la pared. Escuchaba en la oscuridad tras las cortinas negras, las cortinas de Josefin. El hombre de la radio estaba machacando a Josefin, ensuciaba todo lo que era cierto y la convertía en una persona malvada. Patricia lloró. Qué injusto era todo.

Apagó la radio y se dirigió a la cocina. Se preparó una tetera con manos temblorosas. Justo cuando se servía la primera taza llamaron a la puerta. Abrió, era la periodista.

—¡Qué cabrón! —exclamó Annika, y entró alborotada en el apartamento—. ¿Cómo coño la pueden retratar como si fuera una puta de mierda? ¡No hay derecho!

Patricia se secó las lágrimas.

—¿Quieres una taza de té? Yo me iba a tomar una.

—Gracias —contestó Annika Bengtzon y se dejó caer en una silla—. Me pregunto qué se puede hacer, acusarles ante el defensor del oyente o algo por el estilo. ¡No se puede tolerar!

Patricia sacó una taza y la colocó delante de la periodista. Annika no parecía encontrarse bien. Estaba aún más pálida y delgada que la última vez.

—¿Quieres una rebanada de pan? Tengo roscón duro.

Era el favorito de Patricia, conport salut.

—No gracias, me he pasado el día comiendo.

Annika Bengtzon apartó la taza y se acodó sobre la mesa, la miró fijamente a los ojos.

—¿Estoy completamente equivocada, Patricia? —preguntó—. ¿Mis artículos estaban equivocados?

Patricia tragó saliva y bajó la mirada.

—Que yo sepa, no —respondió.

—Patricia, respóndeme sinceramente. ¿Has visto alguna vez a ese ministro, Christer Lundgren?

Patricia se mordió el labio inferior, los ojos se le llenaron de lágrimas.

—No lo sé —murmuró—. Quizá.

Annika se recostó en la silla, acongojada.

—¡Dios mío! —exclamó—. Así que puede ser cierto. ¡Un ministro!

Se levantó y empezó a ir de un lado para otro.

—De cualquier manera, es una cabronada imperdonable pintarla como si fuera una furcia. Y poner esa cinta con su voz, qué putada.

—Esa no era Jossie —apuntó Patricia y se sonó.

—¿No? ¿Y quién coño era?

—Sanna, la cajera. Ella se ocupa del contestador. Bébete el té, se te va a enfriar.

La periodista se sentó.

—Los de la radio no están tan informados como pretenden —dijo ella.

Patricia no respondió. Se tapó el rostro con las manos. Su vida se había desvanecido al mismo tiempo que la de Josefin, reemplazada por una realidad descontrolada que cada día la arrastraba a nuevos abismos.

—Todo esto es una pesadilla —dijo, era una voz apagada la que llegaba desde detrás de sus manos. Sintió la mirada de la periodista.

—¿Has recibido alguna ayuda? —preguntó Annika Bengtzon.

Patricia apartó las manos del rostro, suspiró y cogió la taza de té.

—¿A qué te refieres?

—¿Psicólogo o asistente social o algo por el estilo?

Miró sorprendida a la reportera.

—¿Por qué?

—A lo mejor necesitas ayuda de algún grupo de crisis.

Patricia bebió, el té estaba templado, tragó.

—¿Qué podrían hacer? Josefin está muerta.

Annika Bengtzon la miró durante un buen rato.

—Patricia —dijo—, por favor, cuéntame todo lo que sabes. Es importante para mí. ¿Fue Joachim?

Patricia colocó la taza sobre el plato y miró fijamente sus rodillas.

—No lo sé —contestó en voz baja—. También pudo haber sido otra persona. Algún pez gordo...

La voz enmudeció, de pronto el silencio llenaba toda la cocina.

—¿Por qué piensas eso?

Los ojos llenos de lágrimas una vez más.

—No te lo puedo contar —murmuró.

—¿Por qué no?

Miró a la periodista con los ojos arrasados en lágrimas, la voz se le convirtió en un grito agudo.

—¡Porque él sabría que he sido yo quien se ha ido de la lengua! ¡No comprendes nada! ¡No puedo! ¡No quiero!

Se levantó precipitadamente y salió de la cocina, se tiró sobre su colchón y se cubrió la cabeza con la colcha. La reportera permaneció sentada un rato, luego oyó su voz desde el umbral de la puerta.

—Lo siento —dijo Annika Bengtzon—. No deseaba entristecerte. Veré si se puede demandar aStudio sexpor la mierda que propagan sobre Josefin. Te llamaré mañana.Okey?

Patricia no respondió, respiraba jadeante, y susurraba bajo la sábana, donde un aire irrespirable consumía rápidamente el oxígeno.

La periodista abrió la puerta de la calle y la cerró silenciosamente. Patricia apartó la colcha. Permaneció tumbada inmóvil y miró a través de una rendija de las cortinas negras.

Pronto se haría de noche de nuevo.

¡Gracias a Dios, Jansson había llegado! Él por lo menos tenía cerebro, a diferencia de Spiken.

—Tienes mala cara —dijo Jansson.

—Muy amable —respondió Annika—. ¿Puedo hablar contigo un momento?

Él hizo clic y cerró algo en su pantalla.

—Claro. ¿La burbuja de humo?

Se sentaron en la habitación acristalada junto a la redacción de deportes, el jefe de noche encendió un cigarrillo y soltó el humo hacia el extractor.

—El ministro vive a sólo cincuenta metros del lugar del crimen —informó ella—. Todos los inquilinos de la casa han sido interrogados.

Jansson silbó.

—Esto le da otra dimensión al asunto. ¿Te has enterado de algo más?

Ella bajó la mirada.

—El novio tiene una coartada. Una de mis fuentes dice que pudo ser algún pez gordo quien la asesinó.

Jansson fumaba y observaba a la joven becaria en silencio. No la comprendía. Era inteligente, sin experiencia y deseosa de hacer carrera, una combinación que no era especialmente sana.

—Dime las cosas claras. ¿Cuáles son tus fuentes?

Ella se mordió los labios.

—No dirás nada, ¿verdad?

Jansson asintió.

—La compañera de piso de la muchacha asesinada y el responsable de la investigación en la criminal. Ninguno de los dos habla abiertamente, pero dicen unas cuantas cosasoff the record.

Jansson abrió los ojos de par en par.

—No está mal —comentó—. ¿Cómo coño lo has conseguido?

Ella se encogió de hombros.

—Llamando y dando la lata. Fui a casa de la chica. Se llama Patricia. Me preocupa.

Jansson apagó el cigarrillo.

—Hoy tenemos que ir a por el ministro —anunció él—. Ya ha estado en tres interrogatorios. Debe de haber otra razón además de lo del apartamento. Que viva tan cerca es muy interesante, no lo he leído en ninguna parte. Haremos un artículo sobre eso. ¿Cómo lo supiste?

Ella suspiró.

—Tomé un café con su vecina. Luego llamé a su puerta.

Jansson se sorprendió.

—¿Y abrió?

Ella se sonrojó.

—Necesitaba orinar.

El jefe de noche se reclinó contra el respaldo de plástico de la silla.

—¿Qué coño dijo?

Ella rió algo ruborizada.

—Me echó.

Jansson sonrió.

—¿Dónde está Carl? —preguntó Annika.

—Recibió una información de esas muñecas Barbies. Al parecer están de nuevo en acción.

Annika se quedó de piedra.

—¿Qué fue lo que pasó ayer? —indagó ella.

—En realidad no lo sé —respondió Jansson—. Llegó con las fotos a las nueve.

—¿Tú sabías que las tenía?

Jansson movió la cabeza negativamente y encendió un cigarrillo más.

—No —respondió—. Fueron una especie de regalo.

—¿Te parece éticamente defendible que acudamos a actos terroristas? —repuso ella.

Jansson suspiró y apagó el cigarrillo después de dos caladas.

—Hay un gran debate sobre eso —dijo y se levantó—. Ponte de acuerdo con Carl si deseas añadir algunos datos a su artículo.

Annika también se levantó.

—Sure babe—contestó.

El teléfono de Jansson sonaba como un poseso en la mesa de la redacción, él se apresuró a cogerlo.

—Hola, Berit, ¿cómo coño te va? ¿No? ¡Qué cabrón!

Annika se sentó a la mesa de Berit y escribió sus artículos. La conexión del ministro con el lugar del crimen. No tenía mucho que contar. Estuvo sentada durante un largo rato mirando la pantalla, luego descolgó el auricular y llamó a la secretaria de prensa de Christer Lundgren.

—Karina Björnlund —contestó la mujer.

Annika se presentó y preguntó si molestaba.

—Sí, tengo una invitación a comer. ¿Podrías llamar mañana?

Annika se sorprendió.

—¿Lo dices en serio?

—Te he dicho que estoy ocupada.

—¿Por qué están interrogando al ministro?

—No tengo ni idea.

—¿Es porque vive junto al lugar del crimen?

La sorpresa de la secretaria de prensa parecía auténtica.

—¿Sí?

Annika carraspeó.

—Gracias por dejar que te molestara —dijo irónica—. Has sido de gran ayuda.

—De nada —entonó Karina Björnlund—. ¡Buenas tardes!

¡Jesús!, pensó Annika.

Llamó a la centralita y preguntó dónde se hospedaba Berit, le dieron el número de un hotel de Visby. La reportera estaba en su habitación.

—¿Qué tal la caza? —preguntó Annika.

Berit exhaló un suspiro.

—El presidente del parlamento se niega a asumir que tuviera conocimiento sobre IB.

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