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Authors: Chuck Palahniuk

Tags: #Humor, Relato

Superviviente (26 page)

BOOK: Superviviente
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—Así de claro: no me gusta conducir —dice Fertility—. Además, el sistema de viaje de tu hermano es mucho más divertido.

Al día siguiente de lo del Hogar Ronald McDonald, estamos los tres en el aparcamiento de grava del bar de camioneros cuando Adam se saca un cúter del bolsillo trasero y abre la cuchilla.

—¿Qué será, pues? —pregunta.

Nada aquí va camino del norte. Adam ha estado dentro charlando con los camioneros. Lo que tenemos para elegir es esto, dice Adam, y va señalando.

Hay una Westbury State que va hacia el oeste por la autopista 10 hacia Houston.

Hay una Plantation Manor que va hacia el nordeste por la 55 hacia Jackson.

Hay una Springhill Castle que va hacia el noroeste por la 49 hacia Bossier City, con parada en Alexandria y Poineville y que luego sigue hacia el oeste por la 20 hasta Dallas.

Aparcadas a nuestro alrededor hay casas prefabricadas, casas transportables,
roulottes
. Están partidas en dos o tres y cargadas en la parte trasera de camiones. La parte abierta de cada módulo está sellada con una hoja de plástico translúcido, y dentro pueden verse las siluetas borrosas de sofás, camas y rollos de moqueta. Electrodomésticos. Mobiliario de comedor. Butacones.

Mientras Adam charlaba con los camioneros para saber hacia dónde iban, Fertility estaba conmigo en el baño del bar tiñéndome el pelo de negro y quitándome el bronceado de pote de la cara y las manos. Rellenamos los suficientes sobres como para comprarme ropa de mercadillo y luego conseguir una bolsa de pollo frito con servilletas de papel y ensalada de col.

Adam describe un círculo con el cúter y dice:

—Elegid. Los tíos que transportan estos preciosos hogares no van a estar cenando toda la noche.

La mayoría de los camioneros hacen los transportes largos de noche, nos cuenta Adam. Hay menos tráfico. Hace fresco. De día, cuando hay tráfico y hace calor, salen de la autopista y duermen en la litera que hay en la parte trasera de cada cabina.

Fertility pregunta:

—¿Qué más da lo que escojamos?

—Lo que da —dice Adam— es el grado de comodidad.

Así ha estado Adam circulando por todo el país durante diez años.

La Westbury State tiene un comedor muy puesto y un salón con chimenea de obra.

La Plantation Manor tiene armarios empotrados y un rinconcito para el desayuno.

La Springhill Castle tiene bañera de burbujas en un cuarto de baño de ensueño. Este baño tiene dos lavabos y una pared de espejo. En el salón y en el dormitorio principal hay luz cenital. En el rinconcito del desayuno hay un armarito de vidrio plomado para la loza.

Depende de en qué mitad nos metamos. Porque, repito, son partes de hogares. Hogares rotos.

Hogares divorciados.

Puede que la mitad en que te metas sea todo dormitorios, o sólo una cocina y un baño, sin dormitorios. Puede que haya tres baños y nada más, o puede que no haya ningún baño.

Las luces no funcionan. No hay agua en las cañerías.

Tanto da el lujo que haya, siempre faltará algo. No importa el cuidado que puedas poner al escoger, nunca estarás contento del todo.

Nos decidimos por el Springhill Castle, y Adam corta con el cúter la parte inferior del plástico que sella la cara abierta de la casa. Adam corta sólo medio metro, lo justo para meter la cabeza y los hombros.

De la ranura sale un aire caliente y seco.

Adam está metido ya hasta la cintura, el trasero y las piernas aún de nuestro lado, y dice:

—Éste tiene un interior decorado en azul aciano.

Su voz nos llega desde dentro del muro de plástico translúcido:

—En éste tenemos el mobiliario de lujo. Un grupo modular completo de salón. Con microondas empotrado en la cocina. Candelabros de plexiglás en el salón.

Adam acaba de colarse dentro, saca la cabeza por la ranura y nos sonríe.

—Camas californianas de tamaño extra. Cabeceras de imitación de pino. Cómoda a la europea y persiana vertical. Excelente decisión para tu viaje a casa.

Fertility primero y yo después atravesamos el plástico.

Igual que el interior de la casa y las siluetas y colores de los muebles aparecían borrosos desde fuera, desde dentro el mundo exterior, el mundo real, parece desenfocado e irreal. Los fluorescentes del bar acaban de encenderse y desde dentro parecen mortecinos y sucios. El ruido de la autopista nos llega suave y ahogado.

Adam se arrodilla con un rollo de cinta adhesiva transparente y sella la abertura desde dentro.

—Ya no nos hará falta —nos dice—. Cuando lleguemos a donde vamos, saldremos por la puerta trasera, como las personas.

El enmoquetado está enrollado y apoyado contra la pared, a la espera del resto de la casa. Los muebles y los colchones están todos cubiertos con guardapolvos finos de plástico. Los armaritos de la cocina están sellados con cinta adhesiva.

Fertility le da al interruptor del candelabro en el salón. No sucede nada.

—Tampoco uséis el baño —dice Adam—, o tendremos que convivir con vuestros materiales hasta que salgamos.

El fluorescente del bar y los faros de la autopista parpadean a través de las ventanas del comedor mientras comemos el pollo frito sentados a la mesa de arce.

Esta parte de nuestro roto hogar tiene un dormitorio, el salón, la cocina y medio baño.

Si seguimos hasta Dallas, nos dice Adam, podemos trasladarnos a otra casa que va a Oklahoma por la interestatal 35. En la 35 podremos coger casas que vayan hacia Kansas. Luego, en la 135, habrá casas de camino a Denver por la interestatal 70. En Colorado cogeremos una casa que vaya hacia el nordeste por la 76 hasta que en Nebraska se convierta en la 80.

¿Nebraska?

Adam me mira y dice:

—Sí. Nuestro antiguo lugar de juegos, tuyo y mío.

Lo dice con la boca llena de pollo frito a medio masticar.

¿Por qué Nebraska?

—Para llegar a Canadá —dice Adam, y mira a Fertility, que mira su comida—. Seguiremos la interestatal 80 hasta la 29, que cruza la frontera del estado con Iowa. Luego hay que seguir al norte por la 29 a través de Dakota del Sur y del Norte y llegamos a Canadá.

—Hasta el mismo Canadá —dice Fertility, y me muestra una sonrisa que se me hace falsa porque Fertility no sonríe nunca.

Al darnos las buenas noches, Fertility se adueña del colchón del dormitorio. Adam se duerme sobre parte de las secciones de moqueta aterciopelada.

Envuelto en la tela azul, parece muerto y metido en un ataúd.

Durante largo rato sigo despierto en otro trozo de moqueta y pienso en las vidas que he ido dejando atrás. Trevor, el hermano de Fertility. La asistente social. El agente. Mi familia muerta. Casi todos muertos.

Adam ronca, y cerca, un motor diesel arranca.

Me pregunto si huir a Canadá resolverá algo. Aquí tumbado en la oscuridad azul, me pregunto si salir corriendo no es más que el apaño de un apaño de un apaño de un apaño de un apaño de un problema que ya no recuerdo.

La casa entera tiembla. El candelabro se balancea. Las hojas de los heléchos falsos vibran en sus cestas de mimbre. Los visillos de la ventana se ondulan. En silencio.

Más allá del plástico, el mundo se mueve, pasa veloz, cada vez más rápido, hasta que desaparece.

Hasta que me duermo.

13

Al segundo día en la carretera me noto los dientes amarillos y mates. Siento menos tono muscular. No puedo vivir siendo moreno. Necesito algo de tiempo, un minuto sólo, medio minuto, bajo los focos.

Tanto da lo mucho que intente ocultarlo, poco a poco me voy derrumbando.

Estamos en Dallas, en Texas, pensando en media Wilmington Villa con repisas de falso mármol y bidé en el baño principal. No hay dormitorio, pero tiene una lavandería preparada para lavadora y secadora. Evidentemente, no tiene agua ni luz ni teléfono. Los electrodomésticos de la cocina son de color almendra. No hay chimenea, pero en el comedor hay cortinas que llegan hasta el suelo.

Esto es después de haber mirado más casas de las que puedo recordar. Casas con chimeneas de gas. Casas de mobiliario provenzal, enormes mesitas de vidrio para el café y focos ajustables en el techo.

Esto es bajo el atardecer rojo y dorado del horizonte de Texas, en el aparcamiento de un bar de carretera en las afueras de Dallas. Yo quería ir a una casa que tenía dormitorios para todos pero sin cocina. Adam quería la casa con dos dormitorios y cocina sin baño.

Se nos acababa el tiempo. Ya casi se había puesto el sol, y los camioneros iban a empezar su ruta nocturna.

Me notaba la piel fría y cubierta de sudor. Me dolía todo, incluso la raíz del pelo rubio. Me dio por ponerme a hacer flexiones en medio del aparcamiento de grava. Me tumbé de espaldas y empecé a hacer abdominales con una intensidad que más parecía compulsión.

La grasa subcutánea se estaba acumulando. Los músculos abdominales desaparecían. Los pectorales empezaban a colgar. Necesitaba bronceador. Necesitaba pasar tiempo debajo de una lámpara de rayos UVA.

Sólo cinco minutos, les ruego a Adam y a Fertility. Antes de volver a la carretera, sólo cinco minutos en una cama de bronceado Wolff.

—No hay nada que hacer, hermanito —dice Adam—. El FBI estará vigilando todos los gimnasios y salones de bronceado y todas las tiendas de dietética del Medio Oeste.

Pasados sólo dos días, estaba harto de las porquerías fritas que sirven en los bares de carretera. Quería judías. Quería fibra y cereales y arroz silvestre y diuréticos.

—Lo que te decía —le dice Fertility a Adam—, ya empieza. Tenemos que encerrarle o incomunicarle en algún sitio. Le está entrando el síndrome de pérdida de atención.

Entre los dos me metieron en una Maison d’Elegance justo cuando el conductor se ponía en marcha. Me empujaron a un dormitorio trasero con un colchón desnudo y un enorme armario mediterráneo con luna incluida. Pude oír que al otro lado de la puerta amontonaban el mobiliario mediterráneo, tresillos y mesas de esquina, lámparas que parecen viejas botellas de vino, mesitas bajas y taburetes contra la puerta.

Texas pasa a toda velocidad por la ventana del dormitorio. En el ocaso puedo ver una señal que se aleja y dice: Oklahoma City, 380 kilómetros.

La habitación entera tiembla. Las paredes están empapeladas con florecitas amarillas, y vibran tanto que me entra un mareo. Vaya a donde vaya de la habitación puedo verme en el espejo.

Mi piel está cogiendo un tono pálido normal sin la luz ultravioleta que tanta falta me hace. Puede que sea mi imaginación, pero me parece que me ha saltado una corona. Intento que no me entre el pánico.

Me arranco la camisa y estudio los daños. Me pongo de perfil y meto tripa. Ahora mismo me iría muy bien una jeringa cargada de Durateston. O de Anavar. O de Deca-Durabolin. Con mi nuevo color de pelo parezco desvaído. La última operación de estética no ha aguantado y ya se me empiezan a ver las ojeras. Me noto sueltos los implantes de pelo. Me doy la vuelta para mirar en el espejo si ha empezado a salirme pelo en la espalda.

Pasa un cartel junto a la ventana en el que se lee: Márgenes resbaladizos.

Hay restos de pote apegotonados alrededor de los ojos y en las arrugas que tengo junto a la boca y en la frente.

Intento echar una cabezada. Desmigajo el colchón con las uñas.

Pasa un cartel junto a la ventana en el que se lee: Manténgase a la derecha si circula despacio. Llaman a la puerta.

—Tengo una hamburguesa, si la quieres —dice Fertility a través de la puerta y de los muebles amontonados.

No quiero una puta hamburguesa repleta de puta grasa, le chillo.

—Tienes que comer azúcares y grasas y sales hasta que vuelvas a la normalidad —dice Fertility—. Es por tu bien.

Necesito una depilación completa, le grito. Necesito espuma de pelo.

Me pongo a aporrear la puerta.

Necesito un par de horas en la sala de pesas. Necesito subir trescientos pisos en la máquina de subir escaleras. Fertility dice:

—Te hace falta una intervención. Te pondrás bien.

Me está matando.

—Te estamos salvando la vida.

Estoy reteniendo agua. Estoy perdiendo definición en los hombros. Necesito taparme las ojeras. Se me mueven los dientes. Necesito que me ajusten los alambres. Necesito a mi dietista. Que alguien llame al ortodoncista. Mis muslos se están cayendo a cachos. Os daré lo que queráis. Os daré dinero.

Fertility dice:

—No tienes dinero.

Soy famoso.

—Te buscan por asesinato múltiple.

Adam y ella tienen que conseguirme diuréticos.

—En cuanto paremos —dice Fertility—, te conseguiré un cortado doble.

No es suficiente.

—Es más de lo que te darán en la cárcel.

Vamos a reconsiderarlo, le digo. En prisión tendría pesas. Tendría tiempo al sol. Seguro que en prisión tienen aparatos de flexiones. Puede que en el mercado negro consiguiese algo de Winstron. Le digo que me deje salir. Que desbloquee la puerta.

—No hasta que seas sensato.

¡QUIERO IR A LA CÁRCEL!

—En la cárcel está la silla eléctrica.

Me la jugaré.

—Puede que te maten.

Pues bueno. Sólo necesito ser el centro de atención una vez más. Sólo una vez más.

—Pues si vas a la cárcel, ya te digo yo que serás el centro de atención.

Necesito hidratarme. Necesito ser fotografiado. No soy como la gente normal, para sobrevivir necesito que me hagan entrevistas constantemente. Necesito estar en mi habitat natural, en televisión. Necesito ser libre y firmar libros.

—Te voy a dejar solo un rato —dice Fertility desde el otro lado de la puerta—. Necesitas un descanso.

Odio ser mortal.

—Piensa que esto es
My fair lady
o
Pigmalión
, pero al revés.

12

La siguiente vez que me despierto estoy delirando, y Fertility está sentada al borde de la cama y me frota los brazos y el pecho con una crema hidratante barata rica en petróleo.

—Bienvenido —me dice—. Ya creíamos que no saldrías de ésta.

¿Dónde estoy?

Fertility echa un vistazo alrededor.

—Estás en una Maplewood Chateau con equipamiento interior de gama media —dice—. Linóleo de una pieza en la cocina y vinilo sin cera en el suelo de los dos baños. En las paredes tiene paneles en relieve de vinilo de limpieza fácil, y está decorado en tonos costeros azules y verdes.

BOOK: Superviviente
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