Read Tiempos de gloria Online

Authors: David Brin

Tags: #Ciencia Ficción

Tiempos de gloria (86 page)

BOOK: Tiempos de gloria
9.14Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Los ojos de Maia se nublaron. Aunque el sencillo relato de Brod era apasionante, sus fuerzas eran limitadas y sentía la mente llena hasta reventar. Sin querer apresurar las cosas, esperó a que su visión se aclarara antes de continuar.

Estaba todo hecho un desastre, sobre todo ante el auditorium, donde la gente del
.Manitú
había combatido a las saqueadoras. Por fortuna, había médicos para cuidar de los heridos.

Esa pared de luces nos detuvo en seco un momento, y me asusté cuando vi a Leie, gimiendo en el suelo; pensé que eras tú. Está bien, por cierto, pero eso ya te lo he dicho. Leie quería perseguir a las que te perseguían. Pero me dijeron que ayudara a sacarla donde el aire era más limpio, mientras que las profesionales de Naroin dirigían la persecución desde allí.

Salimos justo a tiempo de ser derribados por lo que pareció un trueno. Alzamos la cabeza y vimos la lanzadera espacial lanzar su vaina al cielo… y lo que sucedió después.

Lo siento, Maia. Sé que debe de ser horrible, como cuando sacamos tu pobre cuerpo y pensé que te estabas muriendo. Yo me sentí como debiste sentirte tú al ver volar en pedazos a tu amigo alienígena.

Una vez más, a Maia se le partió el corazón. Sin embargo, esta vez pudo sonreír amargamente.
.El bueno de Brod
, pensó. Era la cosa más romántica que jamás le había dicho nadie.

Leie y yo esperamos fuera mientras las monjas-médico te operaban (ése es el grupo que aún no comprendo de dónde salió, ni por qué. ¿Las llamaste tú?). Mientras tanto, hubo muchas preguntas. Mucha gente insistía en oír lo que todo el mundo sabía, aunque eso significaba repetirlo una y otra vez. La historia siguió desvelándose, poco a poco, mientras que continuamente llegaban más barcos y zeps.

¡Oh, demonios! Me llaman otra vez, así que esto tendrá que ser todo por ahora. Te escribiré más adelante.

Mejora pronto, Maia. ¡Te necesitamos, como de costumbre, para descubrir qué tenemos que hacer!

Con calor invernal, tu amigo y compañero,

BROD

Había una posdata con otra letra: unos garabatos zurdos que Maia reconoció al instante.

Hola, hermanita:

Ya me conoces. Escribo fatal. Recuerda que somos un equipo. Te alcanzaré, dondequiera que te lleven.

Cuenta con ello. Con amor,

L.

Maia releyó los últimos párrafos, y luego dobló la carta y la guardó bajo la almohada. Se dio la vuelta, para apartarse de la suave luz, y se quedó dormida. Esta vez sus sueños, aunque dolorosos, fueron menos desconsolados y solitarios.

Cuando al día siguiente la subieron a cubierta en silla de ruedas para que tomara un poco el sol, Maia descubrió que no era la única pasajera convaleciente a bordo. Media docena de mujeres vendadas yacían en diversos estados de mejoría, bajo la vigilancia de un par de milicianas. La joven clon de Naroin (se llamaba Hullin) le dijo que otras descansaban abajo, demasiado enfermas para poder ser trasladadas.

Los hombres heridos viajaban por separado, naturalmente, a bordo del
.León Marino
, que podía verse siguiendo un rumbo paralelo, tan esbelto y poderoso que casi mantenía el ritmo de esta veloz fragata. Hullin no pudo darle ninguna información sobre qué miembros de la tripulación del
.Manitú
habían sobrevivido al combate en el Santuario Jellicoe, aunque prometió averiguarlo. Sabía que no eran muchos. Las doctoras, inexpertas en el tratamiento de las heridas de bala, habían perdido a varios en la mesa de operaciones.

Esa noticia hizo que Maia se quedara contemplando el agua azul, deprimida, hasta que una presencia se situó a su lado.

—Hola, virgie… Me alegro de verte.

La voz era una sombra de su melifluo y persuasivo tono de antes. La piel casi negra de la líder rad tenía ahora un aspecto manchado, casi pálido por la enfermedad y la anemia.

—Ése no es mi nombre —le contestó Maia a Kiel—. Y el resto no es de tu incumbencia. Nunca lo fue.

Kiel asintió, aceptando la reprimenda.

—Hola pues, Maia.

—Hola. —Haciendo una pausa, Maia lamentó su dura respuesta—. Me alegra ver que lo conseguiste.

—Mm. Lo mismo digo. Dicen que la supervivencia es la única lisonja de la Naturaleza. Supongo que es cierto, incluso para prisioneras como nosotras.

Maia no estaba de humor para filosofías amargas, y demostró lo que sentía guardando silencio.

Con un pesado suspiro, Kiel se alejó unos pasos, dejándola contemplar en paz el océano. Sabía que había preguntas que sin duda tendría que hacer. Tal vez lo hiciera dentro de poco. Pero en aquel preciso momento su mente permaneció rígida, como su cuerpo, demasiado inflexible para rápidos cambios de inercia.

Poco antes del almuerzo, el aburrimiento empezó a restarle atractivo incluso al mal humor. Maia releyó la carta de Brod y Leie unas cuantas veces más, empezando a preguntarse qué se escondía entre las líneas apresuradamente garabateadas. Había allí tensiones y alianzas, tanto manifiestas como implícitas. ¿Policías locales y sacerdotisas? ¿Actuando independientemente de sus jefas oficiales, en Caria? ¿Se habían unido a los Pinniped sólo para eliminar a una banda de piratas? ¿O su intención iba más lejos?

¿Y los clanes defensivos especiales y secretos que también habían llegado a Jellicoe para asegurar la base oculta? Que ya no lo era, después de todo. Y también estaban las radicales de Kiel, en tierra. Y las Perkinitas, por supuesto. Todas tenían sus propios planes. Todas se sentían en peligro ante cualquier posible cambio en el orden social de Stratos.

Podría haber sido una situación fraguada con más violentos peligros, quizás el riesgo de una guerra abierta, si el objeto de su litigio no se hubiera evaporado en el aire ante los ojos de todas. Eliminada la pieza central de la lucha, el frenético ambiente de excesos tal vez se hubiera aliviado. Al menos las muertes habían cesado, por ahora.

Era demasiado complicado para concentrarse en ello durante mucho tiempo. Se alegró cuando una asistenta la llevó de regreso a su habitación, donde comió y luego echó una larga siesta. Más tarde, cuando Naroin apareció, Maia se sentía algo mejor, con la mente un poco más en camino de elaborar pensamientos racionales.

La ex contramaestre llevaba un puñado de delgados volúmenes encuadernados en cuero.

—Los enviaron antes de que zarpáramos, para cuando te sintieras mejor. Un regalo del comodoro Pinniped.

Maia miró a Naroin. El acento de la detective se había suavizado bastante. No es que ahora fuera refinado, ni de lejos. Pero había perdido gran parte de su duro tono náutico.

Los libros se encontraban junto a la cama. Maia acarició el lomo de uno, lo tomó, y abrió las finas páginas blancas.

.Vida. Reconoció el tema al instante y suspiró.
.¿Quién la necesita?

Sin embargo, el papel era un placer para el tacto. Incluso su olor era voluptuoso. Breves miradas a las ilustraciones, que contenían incontables muestras de diminutas casillas y puntos, parecieron tirar de un rincón de su mente igual que una luz brillante y brusca podría iniciar los principios de un estornudo.

—Siempre he creído que para algunos hombres era, bueno, casi adictivo, como una droga. ¿Es lo que tú sientes? —Naroin parecía sentir respeto y una auténtica curiosidad.

Maia apartó el libro. Tras varios segundos, asintió.

—Es agradable. —Tenía la garganta demasiado pastosa para decir más.

—Mm. Con todo el tiempo que he pasado entre marineros, se podría pensar que a mí también me gusta. —Naroin sacudió la cabeza—. No puedo decir que así sea. Me gustan los hombres. Me llevo bien con ellos. Pero supongo que algunas cosas están más allá del gusto o la repulsa.

—Supongo.

Hubo un momento de silencio, y entonces Naroin se acercó para sentarse en el borde de la cama.

—Por esto estaba en el viejo
.Wotan
la primera vez que subiste a bordo, en Puerto Sanger. Mi experiencia como marinera me da cobertura para mi misión. El barco carbonero haría muchas paradas a lo largo de la costa. Me permitiría buscar pistas en los lugares adecuados.

—¿Para encontrar a un alienígena perdido?

—¡Lysos, no! —Naroin se echó a reír—. Oh, ya lo habían secuestrado entonces, pero mi clan no fue llamado a intervenir. Nuestras madres sabían que había pasado algo sucio, claro. Pero una agente de campo como yo se ciñe a su misión… al menos hasta que encuentre un motivo claro para cambiar de pista.

—El polvillo azul, entonces —dijo Maia, recordando el interés de Naroin por los acontecimientos de Lanargh.

—Eso es. Sabíamos que un grupo había empezado a distribuir la droga otra vez, a lo largo de la costa fronteriza. Sucede cada dos o tres generaciones. A menudo gastamos unas cuantas barras de monedas para localizarlas.

Allí estaba otra vez, el cambio de perspectiva que separaba a las vars de las clónicas. Lo que una veraniega había visto como urgente debía parecer menos acuciante desde el paciente punto de vista de las colmenas stratoianas.

—El polvillo existe desde hace tiempo, entonces. Déjame adivinar. Cada aparición es un poco menos preocupante que la anterior.

—Cierto —asintió Naroin—. Después de todo, las potenciaciones de invierno no tienen ningún efecto genético.

Sólo se producen nuevas variantes en verano, cuando los esfuerzos del hombre se recompensan con auténticos retoños. Los varones que reaccionan menos a la droga son un poco más tranquilos y transmiten mejor esa tendencia. Cada aparición es un poco más suave, más fácil de reprimir.

—¿Entonces por qué es ilegal el polvillo?

—Tú misma lo has visto. Causa accidentes, violencia durante la época de tranquilidad. Da a los clanes ricos ventajas injustas sobre los pobres. Pero hay más. El polvillo se inventó con un propósito.

Maia parpadeó una, dos veces, entonces comprendió.

—A veces… puede ser útil tener hombres…

—Calientes como el fuego, incluso en mitad de la estación de la escarcha. Eso es.

—El Enemigo. Usamos esa droga durante la Defensa.

—Eso es lo que yo pienso. Lysos respetaba a Mamá Naturaleza. Si quieres que una tendencia pase a segunda fila, muy bien, pero eso no quiere decir que haya que olvidarla. Es mejor ponerla en un estante, de donde pueda volver a cogerse algún día.

Los pensamientos de Maia ya se habían desbocado.
.Las legisladoras del Consejo debieron de inundar Stratos con la droga durante la batalla para expulsar la nave del Enemigo
.

Imagina a cada guerrero varón. Casi de la mañana a la noche, podría haber multiplicado la fuerza de la colonia, completando la habilidad y planificación femenina con una furia sin parangón en el universo.

.¿Pero qué sucedió después de la victoria?

Los hombres buenos (los que podrían haber sido dignos de confianza en cualquier mundo del Phylum, incluso antes de Lysos) habrían renunciado voluntariamente al polvillo. O al menos conservado la cabeza hasta que se agotara.
.Pero hay todo tipo de hombres. No es difícil imaginar una plaga como la Revuelta de los Reyes estallando durante el caos posterior a la guerra. Sobre todo con toneladas de droga flotando alrededor
.

.¿Fue causa suficiente para traicionar a los Guardianes de Jellicoe?

Maia sabía que el Consejo no hacía las cosas sin un motivo.

—Supongo que tu misión cambió la siguiente vez que nos vimos —espoleó a Naroin.

La pequeña morena se encogió de hombros.

—Oí algunas cosas raras. Mercenarias conocidas recibían ofertas por toda la costa. Se informó de la presencia de agentes radicales deambulando por Grange Head. No fue difícil averiguar dónde podía echar un vistazo de cerca a lo que pasaba.

Maia frunció el ceño.

—No sospechaste que Baltha…

—¿Su traición, al pasarse a las saqueadoras? ¡No! Sabía que había tensión, por supuesto. Ahora que lo pienso, tal vez debería haberlo deducido… —Naroin se detuvo, sacudió la cabeza—. Haz caso a lo que te dice una experta, muchacha. No merece la pena echarte la culpa por algo que no puedes impedir. No mientras lo intentes.

Maia apretó los labios. Eso era exactamente lo que se había estado diciendo. Por la expresión en los ojos de Naroin, no se volvía mucho más creíble a medida que te hacías mayor.

Esa noche se enteró de quién había podido sobrevivir, y de quién había muerto.

Thalla, el capitán Poulandres, Baltha, Kau, la mayoría de las rads, la mayoría de las saqueadoras, casi todos los tripulantes del
.Manitú
, incluido el joven navegante que había ayudado a Maia y a su gemela a encontrar el camino en la deslumbrante complejidad de la pared-mundo. La cifra era sorprendente. Incluso la endurecida Naroin, que había visto muchas batallas formales e informales, apenas podía creer que hubiesen encontrado tantísimos cadáveres en Jellicoe.
.¿Es así la guerra?
, pensó Maia. Por primera vez le pareció comprender, no sólo de modo abstracto, sino visceralmente, lo que había impulsado a las Fundadoras a tomar decisiones tan drásticas.

Sin embargo, estaba decidida a no dejar que las propagandistas Perkinitas se aprovecharan de aquel episodio.
.Si conservo alguna libertad de acción, voy a asegurarme de que se sepa. Poulandres y sus hombres fueron obligados a luchar. Esto fue algo más que un simple caso de hombres convertidos en salvajes
.

¿Qué era, pues? Sin duda alguna considerarían a Renna culpable, un transmisor de plagas cuya sola presencia, y la amenaza de traer a más de los de su especie, inflamó lo peor en varios sectores de la sociedad de Stratos. Para Maia, aquello era como echar la culpa a la víctima. Sin embargo, podrían utilizar tales argumentos.

Después de cenar, mientras Hullin la llevaba a cubierta, Maia se encontró con Kiel por segunda vez. En esta ocasión vio más claramente a la otra mujer, no a través de una cortina de resentimiento por cosas que ya eran historia. La agente rad lo había perdido todo: a sus amigas, su libertad, la esperanza de su causa. Maia fue más amable con su antigua compañera de vivienda. Apesadumbrada, extendió la mano para consolar y perdonar.

Agradecida, la fuerte e indomable Kiel se vino abajo y se echó a llorar.

Más tarde, mientras anochecía, el horizonte occidental empezó a titilar. Maia contó cinco, seis… y finalmente diez faros que cortaban rítmicamente los kilómetros de océano con tranquilizadora constancia. Por los mapas estudiados en su juventud, reconoció sus frecuencias y colores y supo sus nombres: Conway, Ulam, Turing, Gardner… famosos santuarios-faro de la costa de Méchant. Y, más allá del Faro Rucker, una gran extensión de suaves diamantes que cubrían una bahía y las colinas cercanas. El panorama nocturno de la gran Ursulaborg.

BOOK: Tiempos de gloria
9.14Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

The Dead Tracks by Tim Weaver
The Angels' Share by Maya Hess
Dark Parties by Sara Grant
The Twelve by William Gladstone
Old Records Never Die by Eric Spitznagel
Come Juneteenth by Ann Rinaldi
Heaven's Fire by Patricia Ryan