Tiempos de gloria (90 page)

Read Tiempos de gloria Online

Authors: David Brin

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Tiempos de gloria
2.97Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Lejos del público, querrá decir. Para que la mayoría no supiera que asesinamos a cientos de miles de personas.

—Me dijeron que reaccionabas bastante rápido para ser un ratón —replicó Odo—. No eran ésas las únicas ideas para utilizar a tu amigo alienígena y su conocimiento.

Maia recordó a las radicales de Kiel, que esperaban alterar la biología y la cultura de Stratos tanto como las Perkinitas, aunque en direcciones opuestas. Maia sabía que Renna habría desaprobado ser utilizado por cualquier grupo.

—Déjeme pensar en las Beller. Su motivo era estrictamente económico, ¿no? Pero ustedes las Persim, las de sangre azul, tenían motivos propios.

Odo asintió.

—Su presencia en Caria se volvía… preocupante. El Consejo y la curia tenían asuntos vitales que discutir, pero se volvían impredecibles cada vez que él estaba cerca. Su tranquila contención durante el verano había desafiado nuestras expectativas; le había valido aliadas, y nos dimos cuenta de que aquello sólo podría empeorar con el invierno y la primera escarcha. ¡Imagina lo persuasivo que podría ser entonces un varón al antiguo estilo en pleno funcionamiento para las débiles de voluntad y mente! Eso describe a muchas de las llamadas «moderada». que escapaban rápidamente al control de nuestra facción.

.¿Qué?
—Maia se levantó—. Zorra altanera, ¿está diciendo que por eso…?

Odo alzó una mano y esperó hasta que Maia volvió a sentarse antes de continuar en voz baja:

—Tienes razón. Hay más. Verás, hicimos una promesa… una promesa que no pudimos cumplir.

Maia parpadeó.

—¿Qué promesa?

—Enviarle de regreso a su nave, por supuesto. Y entregarle nuevos suministros cuando su misión terminara.

Por eso bajó en una simple lanzadera de aterrizaje, en vez de hacer otras disposiciones. —La anciana resopló pesadamente—. Durante meses, aquellas que creyeron en él trabajaron para reparar las instalaciones de despegue, no lejos de aquí. La maquinaria funcionaba cuando se utilizó por última vez, hace unos cuantos siglos. Nuestros registros están intactos.

Odo se apresuró antes de que Maia pudiera interrumpir.

—Para empeorar las cosas, estaba en contacto permanente con su nave. Algunas querían eliminarlo ya para impedir que transmitiese información útil para futuros invasores. Esas demandas aumentaron cuando empezó a pedir amablemente inspeccionar nuestros preparativos de lanzamiento. Pronto, se vería obligado a informar de que Stratos ya no tenía acceso al espacio.

—Pero Renna…

—Una noche me confesó que los peripatéticos, correos interestelares, son considerados prescindibles. Con tantas vidas sacrificadas ya en la nueva cruzada que surca el espacio del Phylum, la que quiere volver a entablar contacto con los mundos homínidos perdidos, ¿qué importa otra? Irónico, ¿no? Sus propias palabras convencieron finalmente a mi clan y a otros para aliarse con las Perkinitas.

.Sí, así era Renna, desde luego, pensó Maia tristemente. La extraña mezcla de sofisticación e ingenuidad de su difunto amigo había sido una de sus características más atractivas, y más extrañas.

—Supongo que la nueva lanzadera de Jellicoe habrá hecho cambiar algunas opiniones.

La anciana clónica ladeó la cabeza.

—Eso crees, ¿no? De hecho, es complejo. Hay una marejada política en acción. El Gran Formador y sus instalaciones hermanas están siendo el origen de muchas disputas.

No me extraña. Ya veo que estás muerta de miedo.

—¿Por qué me cuenta todo esto? —preguntó Maia—. ¿Qué le importa lo que piense una var como yo?

Odo se encogió de hombros.

—Normalmente, no mucho. Pero resulta que necesitamos tu cooperación. Se te requerirán ciertas cosas…

Maia se echó a reír.

—En nombre de Lysos, ¿qué le hace pensar que yo haría algo por ustedes? .

Había una respuesta preparada. Odo sacó de su amplia manga una pequeña fotografía brillante. Los dedos de Maia temblaron cuando la cogió y vio en ella a Brod y Leie, de pie junto a un enorme y cristalino tubo en espiral: la boca del gran cañón lanzador de la isla de Jellicoe. La hermana de Maia parecía ocupada dibujando un boceto de una de las muchas partes de la máquina, mientras que Brod pasaba el dedo por un mapa cubierto de cifras, al tiempo que le decía algo a Leie. Sólo sus hombros encorvados revelaban la tensión que Maia sintió emanar de la foto. Cerca, al menos una docena de mujeres conversaban o posaban de manera informal para la fotógrafa. Casi una tercera parte de ellas eran clones del matriarcado al que pertenecía la mujer que estaba sentada ahora mismo frente a Maia.

—Pienso que te preocupas por la salud y el bienestar de tu hermana y de su actual compañero. Eso me permite suponer que nos harás un favor o dos.

La noble pareció ajena a la mirada de odio total de Maia.

—Como primera tarea —continuó Odo—, quiero que me acompañes esta noche. Vamos a ir a la ópera.

La elegancia de todo aquello no la pilló completamente por sorpresa. Había estado en el teatro Capital muchas veces, a través de teleemisiones y escenas en drama-clips. De niña, había imaginado vestir los hermosos trajes de las ricas clónicas, y asistir a magníficas producciones mientras, a su alrededor, las intrigas susurradas de las grandes casas se llevaban a cabo entre sonrisas falsas y abanicos protectores.

Las fantasías eran una cosa; otra muy distinta luchar con broches y cierres poco familiares, y enfrentarse a aquella ingente cantidad de tela cuya función no era otra que indicar la posición y el dinero de quien la vestía y de su casa. Finalmente, un par de mujeres jóvenes de la colmena de Odo acudieron para ayudarla a prepararse para su primera sesión de engaños. Consiguieron arreglar las mangas hinchadas y los pantalones plisados para que ocultaran la mayoría de sus recientes cicatrices, pero Maia se negó a usar maquillaje, que consideraba repulsivo.

Cuando llegó Odo, la anciana estuvo de acuerdo por motivos propios.

—Queremos que la reconozcan —ordenó—. Una pequeña magulladura o dos llamarán la atención. Además, ¿no tiene una figura soberbia?

Maia se volvió ante un precioso espejo de cuerpo entero, sorprendida por lo que veía. El atuendo reforzaba lo que apenas había advertido hasta entonces: que tenía un cuerpo de mujer. Era cuatro centímetros más alta y mucho más rotunda que la muchachita flacucha que había salido tímidamente de Puerto Sanger hacía unos meses.

Sin embargo, fue su propio rostro lo que le pareció más sorprendente: desde una fina cicatriz que sanaba bajo su oreja derecha, pasando por sus pómulos, ahora completamente libres de toda grasa infantil, hasta la maraña de pelo castaño, ahora peinado por una de las atentas criadas de Odo. Lo más sorprendente eran sus ojos. Seguían sin arrugas, aparentemente jóvenes e inocentes, hasta que los observabas bien. Levemente entornados, parecían a la vez escépticos y serenos, y de perfil reconoció la frente de su padre, señor de barcos y tormentas.

Era una imagen de sí misma que nunca había visto.

.¡Muy bien!, pensó, asintiendo.
.Toma las cosas tal como vienen. Y que estén atentas, si me dejan una sola oportunidad
.

Por desgracia, eso no parecía probable. Leie y Brod dependían de su buena conducta para conservar la vida.

De todas formas, Maia se volvió con una sonrisa para Odo.
.Has cometido un error al dejarme ver esto
.

Averigüemos cuántos errores más cometes.

El Gran Teatro se encontraba a poca distancia de la explanada de la acrópolis, cerca del Templo y la Biblioteca. Carruajes tirados por caballos, literas de lúgars, y más que unas cuantas limusinas motorizadas subían la pendiente, trasladando la capa superior de la sociedad de Caria al estreno de una ópera clásica,
.Wendy y Fausto
.

Altas sacerdotisas, consejeras, juezas y sabias subían las amplias escalinatas. En muchos casos, las matronas de los grandes clanes iban acompañadas de hijas y sobrinas clónicas, demasiado inexpertas para ejercer un poder real, pero de la edad adecuada para la procreación. Estas jóvenes, a su vez, escoltaban pequeños grupos de hombres, altos y erguidos, impresionantes con los uniformes de sus cofradías. La flor y nata invernal de los varones de Stratos acudía para ser mimada y entretenida.

Maia lo observaba todo desde el carruaje que compartía con Odo y media docena de mujeres mayores de varios clanes aristocráticos. Fue un viaje glacial. Parte del antiguo nerviosismo regresó ante su desprecio. Esa enemistad se basaba en una amplia gama de fanatismos, pero lo que hacía poderosas a estas mujeres era mucho más profundo, y llegaba hasta el núcleo de la sociedad establecida por Lysos hacía tanto tiempo.

Desde el momento en que se bajó del carruaje, Maia sintió que todas las miradas se volvían hacia ella.

Comentarios entre susurros la siguieron escalinatas arriba, a través del pórtico ornamentado y a lo largo de las ceremoniales escaleras hasta el palco donde Odo había dispuesto que se sentara, a la vista del público. Para alivio de Maia, las luces no tardaron en apagarse. La directora de orquesta alzó la batuta, y comenzó la obertura.

La ópera tenía sus alicientes. La partitura era hermosa. Sin embargo, Maia apenas prestó atención al libreto, que desarrollaba un tema manido: la antigua pugna entre el pragmatismo femenino y los espasmódicos y peligrosos entusiasmos de los machos a la vieja usanza. Sin duda el drama había sido revivido a instancias de ciertos partidos políticos, como parte de una campaña de propaganda contra la restauración del contacto con el Phylum. La presencia de Maia allí pretendía dar a entender su aprobación.

Durante el intermedio, las escoltas de Maia la condujeron al elegante vestíbulo, donde camareras var circulaban con bandejas de bebidas y dulces. Allí le habría resultado fácil eludir a sus guardianas… si Leie y Brod no hubiesen dependido de ella. Maia reprimió su frustración y trató de hacer lo que le habían dicho. Sonriendo, aceptó una bebida burbujeante que le ofrecía una asistenta, una var como ella, con la mirada baja.

La sonrisa de Maia se amplió con súbita sinceridad cuando vio acercarse a ella un tenso grupo de personas, dos de las cuales reconoció. La más baja de todas, pero también la más intensa, era la detective Naroin, que parecía fuera de lugar con un sencillo y oscuro vestido de noche. Junto a ella, el doble de alto, caminaba ceñudo Clevin, el comodoro de la Cofradía de Pinniped.
.Mi padre
, se dijo Maia. La realidad parecía tan apartada de sus sueños de infancia que era difícil detectar auténticas emociones, excepto para apreciar la luz de orgullo cuando sus ojos grises la vieron.

Dos mujeres acompañaban a Naroin y Clevin. Una de ellas era alta, de cabellos plateados, y elegante; la otra morena y hermosa, con misteriosos ojos verdes. A Maia nada le decían sus rostros.

Odo se colocó junto a Maia mientras el grupo se acercaba.

—Iolanthe, cuánto me alegro de volver a verte en sociedad. ¡Resultaba tan aburrido sin ti!

La mujer alta asintió. Llevaba un peinado sencillo; su cara, de huesos delicados, poseía un aire de tranquila inteligencia.

—La Casa Nitocri ha estado llorando por su amigo, que vino desde tan lejos, sólo para encontrar traición y al final la muerte.

—Una muerte cargada de ironía, y por su propia mano —señaló Odo—. Con el rescate a pocos metros de distancia, si lo hubiera sabido.

Maia habría matado a Odo en aquel momento, alegremente y sin remordimientos. Permaneció rígida e inmóvil, excepto para saludar con un rápido ademán de cabeza a Naroin y a su padre.

—¿Entonces te sientes liberada de tu crimen? —preguntó la mujer llamada Iolanthe, la voz severa, como la de una sabia—. Encontraremos otras testigos, otros testimonios. Un grupo tan grande de intereses tan diversos en tensión no puede aguantar. Practicas juegos peligrosos, Odo.

Odo se encogió de hombros.

—Puedo ser sacrificada en cualquier momento. En Macro Ajedrez, un bando puede perder muchas reinas, y al final ganar el juego. Así es la vida.

Clevin intervino entonces, para sorpresa de las dos mujeres que discutían.

—Mala metáfora —recalcó con una voz tersa y grave—. Vuestro juego no es la vida.

Odo se quedó mirando al hombre, como incapaz de dar crédito a su osadía. Finalmente, se echó a reír, despectiva. Detrás de Maia, otras miembros de la conspiración la imitaron. El comodoro Pinniped no pestañeó.

En su silencio, Maia sintió un argumento de más peso que todas sus burlas. Sabía lo que había querido decir, y así lo expresó con los ojos.

Naroin dio un paso hacia Maia.

—Te he echado de menos, pequeña var. Lo siento, no pensé que te cogerían así. Subestimé tu importancia una vez más.

Ésa era la parte que Maia no podía comprender aún.
.¿Qué hay en mí que sea tan importante?

—¿Estás bien? —concluyó Naroin.

—Muy bien —respondió Maia, casi en un susurro—. ¿Y tú?

—Bien. Dejándome llevar por los demonios por haber permitido que te cogieran. ¿Cómo iba yo a saber que te convertirías en una leyenda viviente?

La gente los observaba. Maia sintió sobre ella la atención no sólo de las impresionantes matronas, sino también de unos cuantos varones curiosos.

Iolanthe volvió a hablar.

—No servirá de nada, Odo. No puede seguir siendo vuestra prisionera. —La sabia se volvió hacia Maia—. Ven con nosotras, hija. No pueden impedirlo. Te protegeremos como si fueras nuestra, con poderes que no puedes imaginar.

De algún modo, Maia lo dudaba. Últimamente había visto fuerzas muy superiores a las que aquella pálida intelectual podía conocer. Aún más, así como la espada de Lysos rompía las simbólicas cadenas del reloj de las estatuas de Lanargh, los acontecimientos habían liberado todas las ataduras de su imaginación.

A otro nivel, sentía que la oferta era indudablemente sincera. Aunque el bando de Iolanthe estaba sin duda condenado en el conflicto político, casi con toda seguridad podría proteger a Maia. Todo lo que tenía que hacer era echar a andar.

.Hay muchos tipos de prisiones, pensó ácidamente.

—Muy amable por su parte —replicó—. En otra ocasión, tal vez.

La anciana sabia dio un respingo ante la negativa, pero Naroin no pareció sorprendida.

—Ya veo. ¿Te gusta estar en la Casa Persim? ¿Son tus amigas ahora?

Al principio, Maia pensó que Naroin expresaba su amargura. Entonces leyó algo en los ojos de la ex contramaestre. Un brillo feroz y conspirador. Su sarcasmo tenía otro objetivo.

Other books

Revolution by Deb Olin Unferth
Sir Thursday by Garth Nix
Forbidden Heat by Carew, Opal
Save the Date by Laura Dower
The Video Watcher by Shawn Curtis Stibbards