Tormenta de Espadas (161 page)

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Authors: George R. R. Martin

Tags: #Fantástico

BOOK: Tormenta de Espadas
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—¿A todos? —preguntó Arya sin poder contenerse.

—Bueno, Ser Gregor se quedó con la Cabra para divertirse un rato.

—¿El Pez Negro sigue en Aguasdulces? —intervino Sandor.

—Por poco tiempo —respondió Polliver—. Ha empezado el asedio. El viejo Frey ahorcará a Edmure Tully a menos que rinda el castillo. Ahora mismo sólo se está luchando de verdad en el Árbol de los Cuervos. Los Blackwood y los Bracken. Los Bracken están de nuestra parte.

El Perro sirvió una copa de vino para Arya y otra para él, y se la bebió mientras contemplaba la chimenea.

—Así que el pajarito consiguió escapar, ¿eh? Bien por ella, joder. Le dio por culo al Gnomo y salió volando.

—Darán con ella —le aseguró Polliver—, aunque haga falta la mitad del oro de Roca Casterly.

—Según dicen, es una muchacha preciosa —dijo el Cosquillas. Chasqueó los labios y sonrió—. Dulce como la miel.

—Y cortés —asintió el Perro—. Toda una damita. No como su maldita hermana.

—A ella también la encontraron —le dijo Polliver—. A la hermana pequeña. La van a casar con el bastardo de Bolton.

Arya bebió un sorbo de vino para que no le pudieran ver la boca. No entendía de qué hablaba Polliver. «Sansa no tiene ninguna otra hermana.» Sandor Clegane se echó a reír.

—¿Qué os hace tanta gracia? —quiso saber Polliver.

—Si quisiera que lo supierais, os lo habría dicho. —El Perro no miró a Arya ni por un momento—. ¿Hay barcos en Salinas?

—¿En Salinas? ¿Cómo voy a saberlo yo? Tengo entendido que los mercaderes han vuelto a la Poza de la Doncella. Randyll Tarly se apoderó del castillo y encerró a Mooton en una celda de la torre. No he oído nada de Salinas.

—¿Os haríais a la mar sin despediros de vuestro hermano? —preguntó el Cosquillas inclinándose hacia delante. A Arya le dio escalofríos oírle formular la pregunta—. Él preferiría que volvierais con nosotros a Harrenhal, Sandor, estoy seguro. O a Desembarco del Rey...

—Que le den por culo a la ciudad. Que le den por culo a él. Que os den por culo a vosotros.

El Cosquillas se encogió de hombros, se irguió y se llevó una mano a la parte trasera de la cabeza para rascarse el cuello. Fue como si todo sucediera a la vez; Sandor se puso en pie de un salto, Polliver desenvainó la espada, y la mano del Cosquillas se movió como un relámpago y envió un rayo plateado que cruzó la sala común. Si el Perro no se hubiera estado moviendo, el cuchillo le habría cortado en dos la nuez de la garganta; en vez de eso sólo le arañó las costillas antes de clavarse vibrante en una pared cerca de la puerta. Sandor se echó a reír, con una risa tan fría y hueca como si viniera del fondo del más profundo de los pozos.

—Estaba deseando que hicierais alguna tontería.

Sacó la espada de la vaina justo a tiempo para detener el primer golpe de Polliver.

Arya retrocedió un paso cuando empezó la canción del acero. El Cosquillas saltó del banco con una espada corta en una mano y una daga en la otra. Hasta el rechoncho escudero de pelo castaño se había levantado y se buscaba el puño de la espada. Arya cogió la copa de vino y se la tiró a la cara. Tuvo mejor puntería que en Los Gemelos, la copa le acertó de pleno en la enorme espinilla blanca y el chico cayó de culo.

Polliver era un combatiente serio y metódico; presionaba a Sandor hacia atrás con firmeza y manejaba la espada con precisión brutal. Las estocadas del Perro eran más torpes, sus quites apresurados y sus movimientos lentos y descoordinados.

«Está borracho —comprendió Arya con desaliento—. Ha bebido demasiado sin meterse comida en la barriga.» Y el Cosquillas se deslizaba ya junto a la pared para situarse tras él. Cogió la segunda copa de vino y se la tiró, pero fue más rápido que el escudero y agachó la cabeza a tiempo. La mirada que le lanzó estaba llena de promesas gélidas. «¿Dónde está escondido el oro de la aldea?», le oía preguntar. El idiota del escudero se estaba agarrando al borde de la mesa para incorporarse sobre las rodillas. Arya empezaba a sentir el sabor del pánico en la garganta. «El miedo hiere más que las espadas. El miedo hiere más...»

Sandor dejó escapar un gruñido de dolor. Tenía el lado quemado de la cara rojo desde la sien a la mejilla y le faltaba el muñón de la oreja. Aquello lo había hecho enfadar. Hizo retroceder a Polliver con un ataque salvaje, lanzando golpes con la vieja espada mellada que había conseguido en las colinas. El barbudo cedía terreno, pero ninguno de los tajos lo llegaba a rozar. Y en aquel momento el Cosquillas saltó sobre un banco rápido como una serpiente y con el filo de su espada corta lanzó un tajo contra el cuello del Perro.

«Lo están matando.» Arya no tenía más copas, pero sí algo mejor que lanzar. Sacó la daga que le habían robado al arquero moribundo y trató de lanzarla contra el Cosquillas tal como había hecho él. Pero no era lo mismo que tirar una piedra o una manzana. El cuchillo cabeceó y le dio con el puño. «Ni siquiera lo ha notado.» Estaba demasiado concentrado en Clegane.

Cuando lanzó la puñalada, Clegane se movió a un lado, con lo que consiguió un instante de respiro. La sangre le corría por la cara y por el corte del cuello. Los dos hombres de la Montaña lo atacaron sin miramientos, Polliver le lanzaba tajos a la cabeza y a los hombros mientras el Cosquillas trataba de apuñalarle la espalda y el vientre. La pesada jarra de vino seguía sobre la mesa. Arya la cogió con ambas manos, pero justo cuando la levantaba, alguien la agarró por el brazo. La jarra se le resbaló entre los dedos y se hizo añicos contra el suelo. Se retorció hacia un lado y se encontró frente a frente con el escudero.

«¡Serás idiota, te has olvidado de él!» Vio que se le había reventado la espinilla blanca.

—¿Tú eres el cachorro del cachorro?

El chico tenía la espada en la mano derecha y el brazo de Arya en la izquierda, en cambio ella tenía las manos libres, así que se sacó el cuchillo de la vaina y lo volvió a envainar en su vientre, retorciéndolo. Él no llevaba cota de mallas, ni siquiera coraza, así que la hoja entró igual que cuando había matado con
Aguja
al mozo de cuadras de Desembarco del Rey. Los ojos del escudero estaban muy abiertos cuando le soltó el brazo. Arya se dio media vuelta hacia la puerta y arrancó de la pared el cuchillo del Cosquillas.

Polliver y el Cosquillas tenían arrinconado al Perro detrás de un banco, y uno de ellos le había hecho un buen corte en el muslo. Sandor estaba apoyado en la pared, sangrando y jadeante. No parecía que pudiera tenerse en pie, y mucho menos luchar.

—Dejad la espada y os llevaremos a Harrenhal —le dijo Polliver.

—¿Para que pueda matarme Gregor en persona?

—Tal vez os deje en mis manos —dijo el Cosquillas.

—Si me queréis, venid a por mí.

Sandor se apartó de la pared y se acuclilló a medias tras el banco, con la espada cruzada ante el cuerpo.

—¿Creéis que no lo haremos? —bufó Polliver—. Estáis borracho.

—Es posible —replicó el Perro—, pero vosotros estáis muertos.

Lanzó una patada repentina hacia el banco, que fue a chocar contra las espinillas de Polliver. El barbudo consiguió mantenerse en pie, pero el Perro se agachó para esquivar su tajo y alzó la espada en un salvaje revés. La sangre salpicó el techo y las paredes. La hoja había acertado a Polliver en medio de la cara, y cuando el Perro la liberó de un tirón se llevó con ella la mitad de su cabeza.

El Cosquillas retrocedió. Arya olió su miedo. De repente, la espada corta que él llevaba en la mano parecía casi un juguete comparada con la larga hoja que blandía el Perro, y tampoco llevaba armadura. Se movía deprisa, con los pies ligeros, sin apartar los ojos de Sandor Clegane. Por eso a Arya no le costó nada ponerse tras él y apuñalarlo.

—¿Dónde está escondido el oro de la aldea? —le gritó mientras le clavaba la daga en la espalda—. ¿Plata, piedras preciosas? —Lo apuñaló dos veces más—. ¿Hay más comida? ¿Dónde está Lord Beric Dondarrion? —Estaba encima de él y lo seguía apuñalando—. ¿Qué dirección tomó? ¿Cuántos hombres llevaba? ¿Cuántos caballeros, cuántos arqueros, cuántos hombres de a pie, cuántos, cuántos, cuántos, cuántos, cuántos? ¿Dónde está escondido el oro de la aldea?

Cuando Sandor consiguió apartarla de él, ya tenía las manos rojas y pegajosas.

—Basta —fue lo único que dijo.

Él mismo sangraba como un cerdo degollado y arrastraba una pierna al caminar.

—Hay uno más —le recordó Arya.

El escudero se había arrancado el cuchillo del vientre y trataba de detener la hemorragia con las manos. Cuando el Perro lo puso en pie empezó a gritar y a lloriquear como un bebé.

—Piedad —lloró—, por favor. No me matéis. Madre, ten piedad.

—¿Tengo cara de ser tu madre? —La cara del Perro ni siquiera parecía humana—. A éste también lo has matado —le dijo a Arya—. Le has perforado las tripas, no hay nada que hacer. Pero va a tardar mucho en morir.

—Yo venía por las chicas —sollozó el muchacho, que parecía no oírlo—. Polly dijo que me harían un hombre... Oh, dioses, por favor, llevadme a un castillo... A un maestre, llevadme a un maestre, mi padre tiene oro... Sólo venía por las chicas... piedad, ser.

El Perro le dio una bofetada que lo hizo gritar de nuevo.

—A mí no me llames «ser». —Se volvió hacia Arya—. Éste es tuyo, loba. Encárgate tú.

Arya sabía a qué se refería. Fue hacia donde estaba Polliver y se arrodilló en la sangre del hombre para desatarle el cinto de la espada. Junto a la daga había otra arma más estilizada, demasiado larga para ser un puñal y demasiado corta para ser la espada de un hombre... pero en su mano era perfecta.

—¿Recuerdas dónde está el corazón? —preguntó el Perro.

Arya asintió. El escudero puso los ojos en blanco.

—Piedad.

Aguja
se deslizó entre sus costillas y se la concedió.

—Bien. —La voz de Sandor sonaba tensa de dolor—. Si estos tres venían aquí de putas es que Gregor domina el vado además de Harrenhal. Pueden llegar más animales de los suyos en cualquier momento y ya hemos matado a bastantes cabrones por hoy.

—¿Adónde vamos? —preguntó.

—A Salinas. —Le apoyó una mano enorme en el hombro para no caerse—. Coge un poco de vino, loba. Y todas las monedas que encuentres, nos van a hacer falta. Si hay barcos en Salinas podemos llegar al Valle por mar. —La boca se le retorció y le salió más sangre de donde había tenido la oreja—. Puede que Lady Lysa te case con su pequeño Robert. Menuda pareja ibais a hacer.

La risotada se le transformó en un gemido.

Cuando llegó el momento de marchar necesitó la ayuda de Arya para subir a lomos de
Extraño
. Se había atado una tira de tela en torno al cuello y otra alrededor del muslo. También había cogido la capa del escudero, que estaba colgada de un clavo junto a la puerta. La capa era verde, con el emblema de una flecha también verde en un arco blanco, pero en cuanto el Perro se la arrebujó contra la herida que quedaba donde había tenido la oreja, no tardó en tornarse roja. Arya tenía miedo de que se derrumbara en cuanto se pusieran en marcha, pero Sandor se mantuvo firme en la silla.

No podían correr el riesgo de encontrarse con quienquiera que fuera el que dominaba el Vado Rubí, así que en vez de seguir por el camino real se desviaron por el sudeste, entre campos llenos de hierbajos, bosques y cenagales. Tardaron horas en llegar a las orillas del Tridente. Arya vio que el río había vuelto mansamente a su cauce habitual, las lluvias se habían llevado todo su lodazal de rabia. «Hasta el río está cansado», pensó.

Cerca de la ribera encontraron unos sauces que crecían en medio de un montón de rocas erosionadas. Rocas y árboles formaban una especie de refugio natural donde podían protegerse sin ser vistos desde el río ni desde el sendero.

—Esto nos valdrá —dijo el Perro—. Abreva a los caballos y coge algo de leña para encender una hoguera.

Al desmontar tuvo que agarrarse a la rama de un árbol para no caerse.

—¿No nos delatará el humo?

—Si alguien nos quiere encontrar sólo tiene que seguir mi rastro de sangre. Venga, agua, leña. Pero antes tráeme el odre de vino.

Una vez hubo encendido la hoguera Sandor puso el yelmo entre las llamas, vació dentro la mitad del odre de vino y se dejó caer contra una piedra cubierta de musgo como si no pensara volver a levantarse. Ordenó a Arya que lavara la capa del escudero y la cortara en tiras. Luego las metió también en el yelmo.

—Si tuviera más vino bebería hasta perder el sentido. Tendría que mandarte de vuelta a aquella posada de mierda a buscar un par de odres más.

—No —replicó Arya.

«No se atreverá, ¿verdad? Si lo intenta, me iré a caballo y lo dejaré aquí tirado.»

Al ver el miedo reflejado en su cara Sandor se echó a reír.

—Era broma, niña lobo. Una broma de mierda. Búscame un palo, como así de largo y no muy grueso. Y límpialo de barro, no me gusta el sabor a barro.

Los dos primeros que le llevó no le gustaron. Cuando encontró uno que le pareció adecuado las llamas habían chamuscado el hocico de su perro hasta los ojos. Dentro el vino hervía a borbotones.

—Tráeme la taza de las alforjas y llénala hasta la mitad —le dijo—. Y ten cuidado. Como se te derrame te mandaré a buscar más. Luego me viertes el vino sobre las heridas. ¿Sabrás hacerlo? —Arya asintió—. Entonces, ¿a qué esperas? —gruñó.

La primera vez que llenó la taza rozó el acero con los nudillos y se quemó tanto que le salieron ampollas. Arya tuvo que morderse el labio para no gritar. El Perro utilizó el palo con el mismo objetivo, le clavó los dientes mientras ella le echaba el vino. Primero limpió el corte del muslo, luego el de la parte trasera del cuello, que era menos profundo. Mientras le curaba la pierna, Sandor apretó el puño derecho y dio golpes contra el suelo. Cuando le llegó el turno al cuello mordió el palo tan fuerte que lo rompió y tuvo que ir a buscarle otro. El terror se reflejaba en los ojos del hombre.

—Vuelve la cabeza.

Derramó el vino sobre la carne viva, la herida roja donde había tenido la oreja, y unos dedos de sangre oscura y vino tinto se le deslizaron por la mandíbula. Entonces, pese al palo, gritó y después se desmayó del dolor.

El resto Arya lo tuvo que improvisar. Sacó las tiras de la capa del escudero del fondo del yelmo y las utilizó para vendar las heridas. Cuando le llegó el turno a la de la oreja tuvo que envolverle la mitad de la cabeza para detener la hemorragia. Cuando terminó el sol se ponía ya sobre el Tridente. Dejó pastar a los caballos, luego los maneó y por último se acomodó como mejor pudo en un nicho entre dos rocas. El fuego siguió ardiendo un rato antes de consumirse. Arya contempló la luna entre las ramas del árbol bajo el que se refugiaba.

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