Read Tormenta de sangre Online
Authors: Mike Lee Dan Abnett
Malus atravesó lentamente la cubierta para acercarse a la primera oficial. La cara de la corsaria estaba concentrada, con el ojo sano fijo a lo lejos, mientras calculaba las fuerzas del viento y el mar por el temblor del casco y la curvatura de las velas en lo alto. A pesar de eso, Malus vio que también reparaba en su presencia y seguía sus movimientos con la misma intensidad con que calibraba el viento, las olas y la posición de los barcos en torno al
Saqueador
.
El noble se acercó al timón hasta tenerlo a la distancia del brazo extendido, y se detuvo a un lado de la primera oficial, a sotavento, para que sus palabras le llegaran con facilidad.
—¿Qué hay de nuevo? Pensaba que no íbamos a reunimos con ningún otro de nuestros compañeros hasta bien entrada la noche.
—Hay una escuadra de la guardia costera bretoniana que anda de cacería al sur de aquí —replicó la oficial con voz ronca, que se oyó con facilidad por encima del viento y las olas—. Eso hizo que el
Cuchillo Ensangrentado y
el
Bruja Marina
se alejaran de la zona de la patrulla y vinieran hacia nosotros. Los capitanes subieron a bordo hace poco, y están hablando en el camarote de Bruglir.
Malus frunció el ceño mientras miraba las agitadas olas color pizarra. ¿Se habían topado con ellos por casualidad?
—¿Hay algún problema?
Ella se encogió de hombros.
—Podría ser parte de una trampa en combinación con otra escuadra que se encuentre al norte, para reunimos y acorralarnos contra la costa. —La primera oficial abandonó la vigilancia por un momento, para lanzarle a Malus una mirada malévola—. No dudo de que todos los guardias de la costa, desde Lyonnesse hasta Cabo Ancho, están llamando a la guardia costera al vernos pasar juntos, de esta manera. Es probable que piensen que somos una flota de invasión.
—¿Los bretonianos pueden darnos alcance?
La corsaria volvió a encogerse de hombros mientras escrutaba el frente de tormenta que se extendía por el horizonte occidental.
—Los bretonianos pueden interpretar el tiempo atmosférico tan bien como nosotros —replicó—, y sus gordas chalanas viejas pueden apañarse un poco mejor que nosotros en estos mares. Es posible, si los capitanes nos tienen las ganas suficientes y son lo bastante osados.
—No pueden ser más osados que Bruglir y sus capitanes —declaró Malus con certidumbre, y le dirigió a la primera oficial una mirada apreciativa—. Tanithra Bael —dijo lentamente, usando el nombre completo de la oficial—, tú misma eres una oficial de no poca reputación. Oí mencionar tu nombre más de una vez cuando estaba reclutando mi propia tripulación en Ciar Karond el año pasado. Sin embargo, sirves como segunda de Bruglir. Creí que capitaneabas tu propio barco.
La expresión de Bael no cambió, pero Malus vio que se le tensaba ligeramente la espalda.
—Las mujeres pueden navegar con los corsarios, pero las capitanas aún son raras. Si me hiciera a la mar por mi cuenta, tendría dificultades para reunir una tripulación, incluso con mi reputación. Bruglir me ha prometido el próximo barco que quede disponible, y escogeremos a los tripulantes uno a uno de entre toda la flota. —En ese momento sonrió, al imaginar la nave que cada noche navegaba en sus sueños—. ¡Entonces, el gran capitán y yo teñiremos los mares de rojo!
El noble asintió, pensativo.
—Pero hace más de siete años que sirves como oficial de Bruglir. Es mucho tiempo para esperar un barco, ¿no?
La sonrisa de Tanithra se desvaneció.
—Se requiere tiempo para construir buenos barcos —replicó—. El
Saqueador
permaneció en la cuna durante casi diez años mientras los constructores lo dotaban de su brujería. Ya llegará mi momento.
—Por supuesto, por supuesto —convino Malus—. Pero ahora está el asunto de su hermana...
—¿Qué pasa con ella? —preguntó Tanithra, acalorada, y esa vez se volvió a mirarlo, aunque sus manos no soltaron el timón—. Se divierte con ella durante unas pocas semanas mientras yo me quedo en el barco para supervisar las reparaciones. A mí no me importa lo que haga en tierra firme. En el mar, es mío. Si Yasmir hubiese intentado apartarme de su lecho en lugar de quedarse con mi camarote, habrías visto en quién recae el verdadero afecto de Bruglir.
Malus asintió con la cabeza. En realidad, le había sorprendido un poco que Yasmir no intentara precisamente eso. ¿Tal vez ella también había percibido la verdad y se negaba a aceptarla? «Es algo que vale la pena considerar», pensó.
—De todos modos —continuó—, ahora ella sabe de tu existencia. No se puede esperar que una noble orgullosa y mimada como Yasmir deje pasar sin respuesta un insulto semejante. Y en Hag Graef cuenta con el favor de muchos nobles poderosos. Podría hacer que a Bruglir le resultara realmente muy difícil cumplir con la ambición de suceder a su padre.
Tanithra lo miró con expresión cautelosa y preocupada.
—Tal vez —dijo, y luego se encogió de hombros—, pero eso será en los años futuros. Para entonces, tendré mi barco, y el resto ya se verá.
El noble asintió con la cabeza, aunque por dentro sonrió astutamente.
—Estoy seguro de que tienes razón —dijo—. Siempre y cuando, desde ahora y hasta entonces, Yasmir no haga nada para envenenar la mente de Bruglir en contra de ti, o para hallar un medio de asesinarte, o de provocar cambios en casa que obliguen a su amado a abandonar los mares, tu posición está completamente a salvo.
La primera oficial asintió, y luego Malus vio cómo su expresión se ensombrecía cuando todo el peso de lo que acababa de decirle se hacía sentir. Ella se volvió hacia el timón con expresión concentrada. Malus se permitió una breve sonrisa visible mientras observaba cómo arraigaba la semilla que acababa de sembrar.
Justo en ese momento se oyó un débil grito procedente de la proa, pero las palabras se deshicieron en el fuerte viento. Tanithra se puso alerta de inmediato y olvidó las preocupaciones. Pasado un instante, un marinero situado en mitad de la cubierta repitió el grito para transmitir el mensaje a la popa.
Malus se inclinó hacia adelante con el fin de captar las palabras.
—¿De qué está hablando?
—¡De mozas! —le espetó Tanithra, murmurando una fuerte maldición—. Velas cuadradas..., barcos bretonianos avistados a proa. —Buscó al alférez que andaba por la cubierta, y lo llamó con voz clara y penetrante—. ¡Toca a batalla! ¡Que los masteleros suban y se preparen para largar velas!
El alférez se detuvo en medio de un paso al oír la voz de Tanithra y, sin vacilar ni un instante, se llevó a los labios un cuerno de plata y tocó una aguda nota gimiente que reverberó en los huesos de Malus. Casi de inmediato, la cubierta de abajo se estremeció: los tripulantes de la nave corsaria saltaron a la acción y corrieron a sus puestos sobre o bajo cubierta. Al cabo de poco, Malus oyó misteriosos ecos del toque del cuerno que viajaban con el viento: los otros barcos de la flota habían oído el toque de guerra del
Saqueador
o habían visto ellos mismos el peligro, y se preparaban para la acción.
Figuras de oscuro ropón salían por las escotillas como pájaros enfurecidos, y algunos trepaban por los aparejos ribeteados de escarcha mientras otros se ponían en guardia con lanzas y escudos, o retiraban los hules que cubrían los amenazadores lanzadores de virotes situados a proa y popa. Con su único ojo sano, Tanithra miró a Malus con la expresión fría y dura de un cuervo de tormenta.
—Ahora es cuando sabremos de qué están hechos esos bretonianos —dijo al mismo tiempo que una sonrisa de lobo hambriento aparecía en sus labios.
—¡Ahí llega otro! —gritó uno de los vigías druchii al mismo tiempo que señalaba hacia popa, a uno de los barcos bretonianos.
Sólo unos pocos marineros de la cubierta del castillo de popa giraron la cabeza, pero Malus no pudo evitar quedarse mirando con horrorizada fascinación mientras el punto negro describía un arco ascendente desde la proa del barco humano que iba en cabeza y parecía subir perezosamente por el aire.
El punto era una esfera de granito pulimentado lanzado por una catapulta de asedio que iba montada en la proa del barco de guerra bretoniano; se trataba de máquinas tan grandes que sólo cabía una por barco, o al menos eso afirmaban los corsarios, y dominaba la proa de los barrigones buques de cabotaje. Eran una reciente innovación de la guardia costera, y si bien los corsarios tenían en poca consideración las artes marineras de los bretonianos, sentían un reacio respeto por su puntería. Los vigías de popa siguieron el vuelo de la roca con temerosa atención, y Malus vio que el punto parecía inmovilizarse durante apenas un segundo, para luego aumentar de tamaño con aterradora rapidez. Parecía que aquella bola de piedra del tamaño de su pecho y pesada como tres hombres iba dirigida directamente hacia él, y a Malus se le secó la boca. Luego, en el último momento, vio que el disparo se quedaría corto, y la bola cayó silbando en la estela del barco, a menos de diez pasos del casco, con un sonoro golpe que alzó una alta y estrecha columna blanca.
—Esa ha sido la que ha estado más cerca, de momento —comentó Hauclir, que se encontraba de pie justo detrás del hombro izquierdo de Malus.
Cinco minutos después de oír el toque del cuerno, había subido corriendo a cubierta, completamente acorazado y preparado para la lucha. El guardia de lo alto de la escalerilla que ascendía hasta el castillo de popa había intentado cerrarle el paso, pero el antiguo capitán de la guardia lo había inmovilizado en el sitio con una funesta mirada fija de oficial, y se había reunido con su señor para observar la larga persecución que se había anunciado durante la tarde.
Bruglir había llegado al castillo de popa pocos minutos después del toque del cuerno, tras enviar a los capitanes visitantes a sus naves, y había oído los informes de los vigías. En cuanto los capitanes se alejaron en las canoas, había ordenado que las señales de banderas ordenaran a la flota virar hacia el norte para alejarse de la escuadra de los humanos. Al parecer, los bretonianos tenían sólo cinco barcos; las naves de doble palo, con velas cuadradas de color zafiro o rojo, mantenían una formación escalonada que se alejaba hacia babor, pero daba la impresión de que Bruglir no tenía ninguna intención de presentar batalla ni de arriesgarse a que la flota sufriera daños, no cuando el puerto seguro más próximo se encontraba a centenares de leguas de distancia y no había posibilidades de dirigirse allí de inmediato. El capitán corsario abrigaba la esperanza de permanecer por delante de los bretonianos hasta la caída de la noche, cuando las negras naves podrían quitarse fácilmente de encima a los perseguidores en medio de la oscuridad. Por desgracia, al navegar en contra de un fuerte viento y luchar contra un mar picado, los barcos de los druchii podían sacarles poca ventaja. Las olas golpeaban los flancos de los cascos corsarios en forma de cuchillo y hacían su avance más lento, mientras que los buques de ancho vientre de la guardia costera se bamboleaban como viejos patos gordos por encima de las olas y continuaban tenazmente adelante, acortando distancias con lentitud, pero de modo constante. Malus miró el cielo nublado. Faltaba poco más de dos horas para el anochecer. Al haber invertido el curso, el
Saqueador
y sus gemelos, el
Bruja Marina
y el
Cuchillo Ensangrentado
, formaban una fila en la retaguardia de la flota corsaria, y eran los más próximos a los buques bretonianos que se aproximaban. El noble intentó calcular la relación entre el avance de las naves humanas y el paso de las horas, y se encontró con que no podía determinar con certeza quién ganaría la carrera.
—Esperan poder acertarle a uno de nuestros mástiles o al timón —dijo Bruglir a la vez que miraba hacia atrás para observar el avance de los buques bretonianos.
El capitán se encontraba cerca del timón, del que se había hecho cargo un alférez. Tanithra se había marchado al castillo de proa, su puesto habitual durante las batallas.
—Los bretonianos ya han medido la distancia de disparo... Ahora sólo es cuestión de que ganen unos pocos metros más y dejen que el destino siga su curso.
Malus frunció el entrecejo.
—Y si no nos aciertan en ningún punto vital, ¿podremos mantener la distancia hasta el anochecer?
El capitán frunció el ceño, y el largo bigote casi le tocó el peto esmaltado.
—No, no es probable. —Con expresión acongojada, Bruglir se volvió a mirar a Urial, que se encontraba cerca de sus hombres, con el hacha en la mano—. ¿Tienes algún hechizo que pueda darnos velocidad?
Urial contempló al capitán con expresión inescrutable.
—No —replicó—. Los caminos del Señor del Asesinato no se prestan a la huida.
—Por supuesto que no —dijo Bruglir con un bufido despectivo—. Que la Madre Oscura no quiera que el templo se preste a otra cosa que no sea la mutilación.
Ni siquiera Malus pudo evitar que una expresión de sorpresa aflorara a su rostro ante la burla cruda que había en la voz de Bruglir. «Me temo que los años pasados en el mar te han mantenido fuera de las despreciables enemistades de casa, pero apenas si te han preparado para las realidades políticas de Hag Graef —pensó Malus—. Serás un vaulkhar de vida rearmen te corta si te enemistas con el templo de Khaine.»
—¿Por qué no les disparamos? —preguntó al mismo tiempo que señalaba los lanzadores de virotes que había cerca de la popa.
Bruglir negó con la cabeza.
—El viento es demasiado fuerte, y de todas formas, un proyectil no lograría ralentizar mucho a esos cuervos marinos —replicó.
—¿No tenéis fuego de dragón a bordo?
El capitán lo miró con expresión ceñuda.
—Tenemos unos cuantos, sí, pero no los dispararé a menos que deba hacerlo. Cada disparo es como lanzar una bolsa de oro al mar, y tengo la sensación de que los necesitaremos mucho más en el sitio al que vamos —replicó con tono sombrío—. No, contamos con otra opción. —Señaló el frente de tormenta que había al oeste, entonces mucho más cercano porque la flota había estado alejándose de la costa lenta pero constantemente—. Nos dirigiremos hacia la línea de la lluvia y los perderemos en la tormenta.
—¿Y eso no será peligroso?
Bruglir se encogió de hombros.
—Un poco. Tan peligroso para ellos como para nosotros, ciertamente, y no podrán ver a más de una docena de metros en ninguna dirección. La flota se dispersará, pero eso no me preocupa. Mientras no nos estrellemos contra nadie en medio de la tormenta, deberíamos ser capaces de escapar sin problemas.