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Authors: Mike Lee Dan Abnett

Tormenta de sangre (28 page)

BOOK: Tormenta de sangre
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Bruglir apartó los ojos de Tanithra y lo miró con evidente desagrado, como si acabara de irrumpir en una escena privada.

—Unos pocos minutos más. Primero intentaremos partirles los aparejos y derribarles las velas, para luego situarnos a su lado y prenderles fuego.

Malus gruñó.

—Me sorprende que no den media vuelta e intenten presentar batalla.

El capitán se encogió de hombros.

—Es más importante dar la alarma. Cada minuto que pasen navegando es un minuto que podría acercarlos a otro barco de skinriders. Si pueden hacer correr la noticia, habrán ganado. No les importa nada más. —Bruglir se volvió a mirar a los marineros encargados de los lanzadores de virotes—. Haced un disparo de prueba, para ver hasta dónde podemos llegar.

Distraído, Malus observó cómo los marineros hacían girar la polea que tensaba los cables de acero y colocaban los virotes en los largos canales. Los skinriders dispararon otra lluvia de flechas, que también cayeron antes de alcanzar el barco druchii. Los lanzadores de virotes resonaron sobre sus soportes, y dos segundos más tarde uno de los proyectiles de dos metros de largo se clavó en los tablones de la popa de la nave de los skinriders. La madera produjo un gran estruendo al partirse.

Bruglir asintió con aprobación.

—Cambiad a cortadores de mástiles —ordenó.

De repente, Malus se puso rígido.

—Alarma... —murmuró. Luego se volvió y llamó a Hauclir con un gesto—. Ve a buscar a Urial y tráelo aquí.

Mientras los marineros de los lanzadores de virotes cargaban las armas, Malus tocó un hombro de Bruglir.

—Debemos capturar el barco de los skinriders —le dijo a su hermanastro.

Bruglir lo miró como si se hubiese vuelto loco.

—¿Esa vieja gabarra que hace aguas? Si quieres un botín valioso, hay poco que obtener de ese viejo cascarón plagado de gusanos.

—Al infierno con los botines valiosos —siseó Malus—. Ese explorador es nuestro pasaporte para entrar en el escondite de los skinriders. ¡Podremos acercarnos y entrar en el campamento sin provocar alarma ninguna!

El capitán negó con la cabeza.

—Ese barco es un nido de plaga...

—El escondite será aún peor. Lo dijiste tú mismo. Comprobar si Urial puede combatir esa pestilencia aquí es mejor que averiguarlo cuando ya estemos en tierra, ¿no crees? Envíame a mí con un grupo de abordaje, y apartaos. Si no podemos protegernos de la enfermedad que haya a bordo, sólo habrás perdido unos cuantos tripulantes. —«Y al hombre que mantiene el poder de hierro pendiendo sobre tu cabeza», pensó, pero no lo dijo en voz alta.

Tal vez Bruglir leyó el pensamiento secreto en los ojos de Malus, porque su expresión se volvió pensativa.

—¿Quién tomará el mando del barco capturado?

Tanithra los sorprendió a ambos.

—Lo haré yo. Permíteme escoger al grupo de abordaje, y lo llevaremos directamente a la ensenada de los piratas —dijo. La primera oficial miró al capitán, y luego se volvió para observar la nave de los skinriders con el ceño fruncido—. Probablemente sea lo más parecido a un comando real que pueda lograr nunca.

Si Bruglir captó la amargura de la voz de Tanithra, no lo demostró.

—Muy bien —dijo con brusquedad—. Reúne a los hombres, Tani. Tengo que darles la señal al
Navaja Negra
y al
Dragón Marino
.

El capitán se dirigió a la cubierta principal de popa, donde aguardaba el oficial de señales con el farol. Tanithra lo seguía de cerca y llamaba por su nombre a los hombres que se apoderarían del barco de los skinriders.

Los marineros que se encargaban de los lanzadores de virotes acabaron de tensar los cables de las armas, y los cargadores colocaron proyectiles especiales en los canales de disparo. En lugar de afiladas puntas de acero, estaban rematados por grandes hojas en forma de media luna, como las de las hoces. Eran capaces de infligirle daños terribles a la tripulación de un barco, pero su función primordial era cortar aparejos y rajar velas. A corta distancia, las hojas curvas podían cortar mástiles como si fueran arbolillos. Los lanzadores de virotes dispararon y los cortadores de mástiles describieron un arco por encima del agua. Uno cayó en algún punto de la cubierta, y el otro rozó el mástil posterior, del que hizo saltar un abanico de astillas, para luego alejarse girando como una destellante rueda de fuego y caer al agua por otro lado.

—¿Me has llamado?

Malus se volvió a mirar a Urial.

—Cuando estábamos en el Hag, dijiste que podías contrarrestar la pestilencia de los skinriders. Pues bien, tus poderes están a punto de ser puestos a prueba. —Señaló la nave con un gesto de la cabeza—. Vamos a subir a ese barco dentro de pocos minutos. ¿Puedes prepararte para entonces?

Urial asintió con la cabeza.

—Debo orar. Hazme llamar cuando llegue el momento —dijo, y se alejó, cojeando.

Malus devolvió la atención a la batalla en curso, justo a tiempo de ver otra salva de flechas que trazaban arcos en el aire a partir de la popa del barco enemigo. Los skinriders se encontraban más cerca esa vez, y las negras flechas golpetearon contra la cubierta y el casco. Un marinero retrocedió con paso tambaleante al mismo tiempo que lanzaba una maldición terrible y se aferraba el asta de la flecha que se le había clavado en un hombro.

Se hallaban ya tan cerca que Malus distinguía a los arqueros que estaban apostados junto a la borda; eran hombres anchos y deformes, rodeados de sucios vapores grises, que ponían flechas en oscuros arcos curvos hechos de tendones y hueso. Tenían el aspecto de las monstruosas criaturas de su sueño, ataviados con una sobrevesta andrajosa de piel toscamente cosida que les cubría los brazos, el pecho y gran parte de la cabeza. Arrugó la nariz al percibir el débil hedor que llegaba desde el barco explorador, que huía; era el nauseabundo olor dulzón de la carne putrefacta que se alza de un campo de batalla bajo el caliente sol.

Los lanzadores de virotes volvieron a disparar. Volaron astillas de la sección de babor, y luego saltaron al aire aparejos y obenques cercenados cuando el cortador de mástiles hendió la mitad inferior de la vela de popa. Malus aún no había apartado los ojos cuando el segundo proyectil pasó rozando la borda de popa y atravesó a los arqueros. Dos hombres heridos de lleno por la hoja curva estallaron en una lluvia de bilis verde y amarilla. Lo que horrorizó aún más a Malus fue otro hombre al que la hoja alcanzó de refilón y le abrió un tajo en el pecho. Un fluido espeso manó del cuerpo como una fuente de bilis verde. Retrocedió un paso, y luego se inclinó para recobrar la flecha que se le había caído, como si nada hubiese sucedido. Malus sintió que se le secaba la boca.

Con la mitad del velamen inutilizado, la nave exploradora perdió rápidamente velocidad.

—¡Lanzadores de virotes! Preparados para disparar garfios de abordaje —ordenó Tanithra, que atravesaba con decisión la cubierta del castillo. Detrás de ella, ascendieron por la escalerilla numerosos hombres, algunos armados con ballestas y otros con lanzas, espadas y escudos. Los que llevaban escudos avanzaron hasta la borda, mientras los ballesteros se acuclillaban y comenzaban a cargar las armas. Entre los druchii, anhelantes ante la batalla en perspectiva, se propagó un estado de tensión.

Otros skinriders ocuparon posiciones en la proa y se pusieron a disparar flechas a tanta velocidad como les permitía la carga de los arcos. Los atacantes druchii se agachaban detrás de los escudos cuando llegaban las flechas. Pasados unos minutos, el
Saqueador
cayó sobre la nave de los skinriders como un halcón sobre la presa.

—Trae a Urial —le ordenó Malus a Hauclir—. Ya es casi la hora.

Tanithra se encontraba agachada junto a Malus. Llevaba un plaquín de malla ligera sobre un justillo de corcho; las armaduras eran útiles en la lucha, pero constituían una sentencia de muerte si el portador caía por la borda.

—¿Tu hermana de manos ensangrentadas no se unirá a nosotros? —preguntó ella con tono tétrico.

Malus se encogió de hombros.

—No es mía para darle órdenes, Tanithra. Últimamente, sólo Khaine sabe qué piensa.

Una agitación recorrió a los apiñados atacantes. Malus alzó la mirada y vio que Urial avanzaba entre ellos; iba tocando la cabeza de todos los hombres y murmuraba una corta frase al pasar. Cada marinero al que tocaba se sacudía como un perro, y luego éste observaba con expresión de temor y reverencia al hombre cojo que se alejaba.

Tanithra se alzó un poco para mirar por encima de la muralla de escudos.

—¡Lanzadores de virotes, preparados! ¡Apuntad! ¡Fuego!

Ambas armas dispararon a la vez, y los pesados cabos de abordaje se desenroscaron con un frenético siseo. Malus también se irguió, y vio que los skinriders se apiñaban a lo largo de la borda, blandían espadas y hachas herrumbrosas, y provocaban a los druchii en un áspero idioma ronco. Los cabos con los garfios volaron en línea recta hacia el casco de la nave enemiga, y las puntas se hundieron profundamente en la sección de babor.

La primera oficial se volvió a mirar al grupo de abordaje.

—¡Tensad los cabos! —ordenó Tanithra.

Los hombres corrieron hacia un par de grandes molinetes de madera situados justo a popa de los lanzadores de virotes, y comenzaron a hacerlos girar a la máxima velocidad posible. Un poco después, los cabos de abordaje se tensaron y los dos barcos comenzaron a acercarse inexorablemente el uno al otro. Al mismo tiempo, los ballesteros avanzaron hasta la borda para disparar contra cualquier skinrider que intentara soltar los cabos o cortarlos con el arma.

Malus sintió que las puntas de unos dedos le rozaban la frente, y una voz murmuró palabras que restallaron en el aire de la mañana. De inmediato, lo bañó una ola de calor; por un instante, el frío toque del demonio se desvaneció y se sintió vibrante y poderoso. «Soy invencible», parecía decir su cuerpo; pero luego los fríos zarcillos deTz'arkan le envolvieron el corazón una vez más, y el fuego encendido por Urial se amorteció hasta ser ascuas enfurruñadas.

—¡No puede tenerte! —dijo Tz'arkan con un apasionamiento sorprendente, aunque Malus no sabía si se refería a Urial o al propio Khaine.

Un miasma nauseabundo se posó sobre la cubierta del castillo de proa, como si el barco fuese barrido por el viento procedente de un matadero. El olor a sangre podrida, piel infectada y entrañas derramadas conformaba una fetidez que Malus casi podía ver físicamente. En el aire había un zumbido discordante. Al principio pensó que se trataba del sonido de voces distantes, pero luego se dio cuenta de que procedía de enjambres de enormes moscas negras que volaban por encima de la basura que atestaba la cubierta del barco de los skinriders.

A esa distancia, el intercambio de proyectiles era feroz. Un espadachín druchii cayó inerte sobre la cubierta, con una flecha clavada en un ojo. Otro lanzó un alarido y retrocedió con paso tambaleante, mirando con conmoción y sorpresa la flecha que había atravesado el escudo y el brazo con que lo su jetaba. Las saetas de ballesta también caían como granizo sobre los tripulantes del barco enemigo, y se clavaban en los cuerpos con un sonido glutinoso que arrancaba agudos gritos de cólera y dolor. La imagen del skinrider que se había recuperado de inmediato de la herida del cortador de mástiles permanecía en la mente de Malus. ¿En qué se había metido esa vez? Se volvió hacia Tanithra.

—¿Se rendirán si matamos al capitán?

La druchii echó atrás la cabeza y rió.

—Los skinriders no se rinden —dijo—. La lucha acaba cuando muere el último. Y no olvides asegurarte de que los has matado: aplástales el cráneo o córtales la cabeza. Con estas cosas, no hay ninguna otra acción segura.

Justo en ese momento, los dos barcos se unieron con un golpe estremecedor. Malus fue lanzado hacia adelante y paró la caída al extender un brazo, pero Tanithra se puso ágilmente en pie de un salto.

—¡Adelante, hermanos! —gritó, y con un atronador coro de alaridos, los corsarios se apresuraron a obedecer.

16. El grupo incursor

Los ballesteros que se encontraban ante la borda dispararon una salva de saetas y luego se arrodillaron. Tanithra y el primer grupo de atacantes saltaron por encima de la borda y cayeron sobre el barco de los skinriders; las armas destellaban en la débil luz matinal. Casi de inmediato, los sonidos de batalla se alzaron de la cubierta del barco enemigo. Malus avanzó con el segundo grupo, comprobó que tenía la espada bien sujeta y saltó ágilmente hacia la borda.

A menos de cuatro metros más abajo, se libraba una batalla desesperada. La salva de saetas de ballesta había matado o herido a un puñado de skinriders, pero el resto había continuado junto a la borda, esperando con inhumana determinación la acometida de los druchii. Tanithra y sus corsarios habían caído literalmente sobre ellos desde lo alto y se habían puesto a repartir tajos y estocadas, pero los skinriders no habían retrocedido ni un centímetro. La primera oficial luchaba contra dos de los putrefactos enemigos, de cuyos golpes se protegía con desesperadas paradas de la pesada espada, mientras la hacían retroceder hacia la borda paso a paso.

Malus calculó la distancia necesaria para caer junto a uno de los enemigos que acometían a Tanithra, y con un rugido de guerra, saltó por encima de la borda. Mientras caía, sin embargo, otro enemigo acometió a la mujer druchii con una podadera de mango corto dirigida hacia una de sus piernas, y se situó directamente en el camino de Malus. Los pies del noble golpearon la encapuchada cabeza del skinrider, y tanto él como el enemigo cayeron sobre la cubierta en medio de un estruendo de armas y corazas.

Los tablones de la cubierta olían a podredumbre y estaban cubiertas de charcos de fluidos marrones y amarillos, y montones de porquería en estado de putrefacción. A Malus se le atascó en la garganta un gruñido furioso al inhalar el miasma que ascendía del putrefacto barco. Resbaló sobre los grasientos fluidos al intentar ponerse de pie; mientras, el skinrider sobre el que había caído sacó del cinturón una daga oxidada y saltó sobre él con un grito gorgoteante.

Malus alzó una bota para detener la acometida del enemigo, al que golpeó con el tacón en un hombro. El cuchillo del skinrider chocó contra el peto del noble; la punta de la hoja se partió, pero el enemigo simplemente apuñaló con más fuerza, en busca de un punto débil que le permitiera clavar el arma en el pecho del elfo.

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