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Authors: Mike Lee Dan Abnett

Tormenta de sangre (27 page)

BOOK: Tormenta de sangre
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Bruglir asintió.

—Es exactamente lo que yo pensaba. Pero una cosa así es más fácil decirla que hacerla. —Se reclinó contra el alto respaldo de la silla y cruzó los brazos—. No eres el primer noble que intenta exterminar a esas alimañas; incluso yo lo intenté hace varios años. Nadie lo ha logrado, por dos razones. La primera, porque toda la zona es como un avispero: cada escondite de las islas está a un día de navegación de otro, así que la noticia de un ataque se propaga con rapidez. Cada escondite mantiene al menos una nave tripulada y a punto para zarpar de inmediato. Escapará ante la primera señal de peligro para dar la alarma, y al cabo de dos días, los mares que rodean la isla estarán llenos de barcos de los skinriders en busca de venganza. La segunda, y más importante, es el problema de la plaga. Los barcos ya son bastante malos, pero los escondites son pozos negros donde hierven todas las enfermedades imaginables. Si subes al barco una simple hoja de pergamino que encuentres allí, la tripulación será diezmada en cuestión de días.

—Hablé con Urial antes de salir del Hag, y me aseguró que tiene un medio para combatir la pestilencia de los skinriders —dijo Malus—. ¿Puedes garantizar que serás capaz de impedir que cualquier barco escape durante el saqueo?

Bruglir frunció los labios, pensativo.

—Tengo suficientes barcos para acordonar una isla pequeña —replicó—, y los skinriders son unos marineros mediocres, en el mejor de los casos. Nada es seguro, pero creo que tenemos buenas probabilidades de lograrlo.

—Muy bien —asintió Malus, no del todo contento con la respuesta—. ¿Tienes alguna isla en mente?

Un dedo con cicatrices dio unos golpecitos sobre un punto de tinta de la carta.

—Ésta —replicó Bruglir—. Puede ser que los skinriders tengan un nombre para ella, pero no es más que un bulto de roca que aflora del mar, de tal vez cinco kilómetros de largo. Durante años han mantenido allí un pequeño puesto de escala porque se encuentra muy cerca de nuestras rutas septentrionales de saqueo. Tendremos que aproximarnos con cuidado a la isla; habrá exploradores y patrullas regulares en la zona, así que tengo planeado dividir la flota en tres pequeñas escuadras, que seguirán rutas distintas. El
Saqueador
, el
Dragón Marino
y el
Navaja Negra
son los más veloces, así que navegarán juntos. Podemos llegar a la isla en dos días.

—¿Y estás seguro de que allí habrá cartas de navegación?

—¿Acaso soy un skinrider? Claro que no estoy seguro —gruñó Bruglir—. Pero es el mejor sitio que se me ocurre para buscar.

—En ese caso, habrá que conformarse —dijo Malus al mismo tiempo que se ponía de pie. Acabó el vino y dejó la jarra sobre la mesa—. Le diré a Urial que comience los preparativos. —A medio camino de la puerta, el noble se detuvo y se volvió a mirar al capitán—. Tal vez te interese también darles a los ballesteros un poco de tiempo para practicar. El hombre al que le ordenaste asesinarme durante el abordaje tiene una puntería terrible.

Los ojos de Bruglir se agrandaron ligeramente.

—¿Alguien intentó asesinarte, hermano? No tenía ni idea. Tal vez fue Tanithra; no ha hablado de otra cosa que de cortarte el cuello desde que trajiste a bordo a nuestra querida hermana.

Malus sonrió.

—La suya es una amenaza ociosa, hermano. Puede ser que no le guste a tu primera oficial, pero no ganaría nada con mi muerte. Es más probable que intente acabar con Yasmir, no conmigo. Tú, por otra parte, tienes muchas cosas que ganar con mi muerte, y la menor de ellas no es el hecho de quedar libre del poder de hierro. —El noble rió entre dientes—. Y en cuanto a Tanithra, yo que tú me preocuparía más por mi propia salud. Tiene que saber que, antes o después, Yasmir va a forzar las cosas entre vosotros tres, y de la elección que te veas obligado a hacer dependen muchísimas cosas para ella. Escoge sabiamente. Yo diría que tu vida depende de eso.

Sin aguardar respuesta, Malus giró sobre los talones y salió del camarote, acompañado por el suave golpeteo de las botas sobre la crujiente cubierta. Hauclir, que había permanecido recostado contra el mamparo del exterior del camarote, salió de su ensoñación y siguió al noble.

—¿Le hablaste de la saeta de ballesta? —preguntó Hauclir.

—Sí —replicó Malus por encima del hombro, sin hacer esfuerzo alguno por ocultar la irritación que sentía.

—¿Qué dijo?

—Lo negó, tal y como yo esperaba. Pero eso me permitió sembrar la semilla que quería respecto a Tanithra. ¿Qué le has sonsacado a la tripulación?

—Algunas cosas interesantes, de hecho —replicó Hauclir, que inspeccionó el pasillo por delante y detrás de ellos para ver si había algún fisgón potencial—. Si hace tres semanas les hubiera preguntado a estos pájaros marinos a quién seguirían en lugar de a Bruglir, habrían respondido que a Tanithra, sin dudarlo.

Malus se detuvo.

—¿Y ahora?

—Ahora no les gusta mucho la animadversión que siente hacia Yasmir. Parece que a estos cuervos se les ha metido en la cabeza que es una especie de santa, por su belleza y su extraño comportamiento, y por la forma en que acabó con esos bretonianos durante la tormenta. ¿Has visto la puerta de su camarote últimamente? Los marineros se han puesto a tallar pequeñas plegarias en la madera, para pedirle su protección durante el viaje.

—¿De verdad? Ésa sí que es una noticia interesante. —Malus se dio golpecitos en el mentón con un largo dedo índice—. Parece que ha enamorado a alguien más que a mis hermanos. Así pues, ¿no les gusta mucho la ira de Tanithra?

—No, mi señor. Piensan que al conspirar contra Yasmir los pone en peligro a todos.

El noble meditó lo que acababa de oír y sonrió.

—Excelente. Echa más leña al fuego, Hauclir. Haz correr la voz de que Urial teme que si asesinaran a Yasmir, la venganza del propio Khaine caería sobre la tripulación.

Hauclir miró a Malus con recelo.

—¿Así que ya has decidido cómo vas a jugar las cartas?

—Casi —respondió el noble—. Pero no te preocupes, Hauclir —dijo al mismo tiempo que se volvía y le daba unas palmadas en un hombro a su guardia—. Todavía tienes posibilidades. Aún podría matarte antes de que acabe todo esto.

Dos lunas tendían un manto de plata sobre el inquieto mar. Respiró el aire que olía a podredumbre, un hedor fétido que se le metía en los pulmones como una niebla espesa y se enconaba en ellos. Sentía la piel floja y grasienta sobre la carne y los huesos.

A lo lejos veía un alto mástil y una negra vela triangular que se alzaba como un espantoso estandarte en el horizonte.

El aire onduló como agua, se volvió gris y frío, y no pudo respirar. En torno al cuello tenía manos huesudas que lo inclinaban hacia atrás para sumergirlo en un charco de aguas legamosas. Se debatía y pataleaba, gruñía y escupía repugnante líquido. Empujó con todas sus fuerzas para enderezarse y se encontró, cara a cara, con una horrenda criatura, cuya forma putrefacta estaba envuelta en capas de piel manchada de pus que le colgaban del cuerpo como un ropón mal cosido. Sintió que la pulposa carne de los dedos de la criatura exudaba sangre putrefacta al apretarle el cuello. Sus ojos eran poco más que globos de moho verde grisáceo que ardían de odio en las profundidades de una capucha sin rostro hecha de piel humana podrida. Abrió la boca para hablar, pero se le llenó de un hedor de cadáveres descompuestos que ahogó las palabras con un vómito de amarga bilis.

Otra criatura enferma se unió a la primera, lo aferró por los hombros y lo inclinó hacia el agua. ¡Iban a ahogarlo en la sentina del barco! Otras manos lo cogieron por los brazos, la cintura y las piernas, y lo alzaron del suelo. Su cabeza se sumergió en la inmunda agua fría. Se debatía en aquella presa fétida, pero lo sujetaban con firmeza...

Malus cayó de la mesa de mapas con un grito estrangulado, enredado en sábanas empapadas de sudor. Impacto sobre la cubierta con un doloroso golpe, y un codo se le estrelló contra la pulimentada madera. Sin embargo, el tremendo dolor hizo poco por disipar la sensación de vértigo y la visión borrosa que le causaban mareo y confusión.

—¡Maldición! —Malus rodó hasta quedar de espaldas, cerró los ojos con fuerza y apretó los dientes ante las olas de desorientación que lo recorrían—. ¡Despierta, demonio! ¡Ayúdame!

Tz'arkan se deslizó contra sus costillas.

—Pero, Malus, ya he hecho todo lo que podía. Debes hallar por ti mismo la salida de este laberinto. —El demonio rió cruelmente para sí mismo, como si le hiciera gracia algún chiste privado.

El noble gruñó y se golpeó la parte posterior de la cabeza contra la cubierta, hasta que el dolor libró a su mente del mareo. Pasado un momento, abrió los ojos, con los dientes desnudos en una mueca de sufrimiento. Era tarde, y un rayo de luz azul plateado de las lunas gemelas que se encontraban bajas en el cielo entraba por el ojo de buey que estaba situado sobre el improvisado lecho.

Estudió la pálida luz, y lo inundó una poderosa sensación de terror. Se levantó, se puso las botas y el cinturón de la espada, y subió a cubierta.

La noche era fría y ventosa, y la cubierta del barco se encontraba en silencio, salvo por el restallar de las velas y el crujir del casco del
Saqueador
, que bogaba velozmente hacia el norte. Hacia estribor, vio la gallarda silueta de uno de los barcos hermanos de la nave corsaria, cuya esbelta proa hendía sin esfuerzo las aguas gris acero. El noble permaneció junto a la borda durante un tiempo bastante largo, mientras sus ojos se esforzaban por penetrar la oscuridad del horizonte. Finalmente, renunció y avanzó hacia la cubierta del castillo.

La cubierta superior de proa era el doble de grande que la de popa. Tenía cuatro lanzadores de virotes en lugar de dos, además de cuerdas enrolladas y rematadas por garfios de abordaje colocadas junto a la borda. Ruuvalk, el segundo oficial del barco, se encontraba allí, fumando en una pipa de caña larga mientras supervisaba ociosamente a los vigías de proa. El marinero le lanzó a Malus una mirada suspicaz.

—¿Vienes a hacer la guardia de lobos con nosotros?

—Allá fuera hay un barco —dijo Malus—. Un mástil alto con una vela negra triangular.

Ruuvalk se tensó y repentinamente se puso alerta.

—¿Dónde?

—No..., no lo sé.

El noble miró hacia el mar; estaba exprimiéndose el cerebro por recordar la imagen del barco del sueño que acababa de tener. Comparó la imagen mental con la que tenía delante, mientras miraba hacia estribor desde la proa.

—Allí —dijo, y señaló con un dedo—. Allí, en alguna parte.

Los vigías del lado de estribor se volvieron en la dirección indicada, incapaces de resistirse al tono autoritario del noble. Ruuvalk miró con fijeza a Malus y negó lentamente con la cabeza.

—Perdóname, temible señor, pero ¿estás borracho?

—¡Una vela! —Uno de los vigías extendió un brazo para señalar hacia el nordeste—. Cuatro cuartas a proa.

Los ojos de Ruuvalk se agrandaron. Tras lanzarle a Malus una mirada de despedida, corrió hasta la borda y se metió entre los vigías.

—¡Maldita sea mi alma! ¡Un triángulo negro! —murmuró al mirar hacia la oscuridad—. Un explorador de los skinriders, ya lo creo. ¿Nos han visto?

—Es muy probable —replicó el vigía, ceñudo—. Ha virado de repente. Da la impresión de que se preparan para atacarnos.

—¡Maldición! Pensaba que podríamos acercarnos más antes de que se diera la alarma —murmuró Ruuvalk—. Pero el mar está en calma y tenemos buen viento. Esos perros apestados aún no han huido. —Se apartó de la borda y miró hacia popa—. ¡Vela negra a estribor de proa! —le bramó Ruuvalk al suboficial de la cubierta—. ¡Toque de batalla! Largad todas las velas y virad tres cuartas a estribor.

Cuando las tres lúgubres notas del cuerno de guerra resonaban en el aire de la noche, Ruuvalk se volvió hacia Malus.

—Si no hubiésemos sabido dónde mirar, no lo habríamos visto. Podría haber dado media vuelta y haber desaparecido tras el horizonte sin que nadie se hubiese dado cuenta. ¿Cómo supiste que estaba allí?

Malus sostuvo la fija mirada del marinero mientras consideraba infinidad de respuestas posibles. Finalmente, se encogió de hombros y decidió decirle la verdad.

—Lo vi en un sueño.

En otros tiempos, el barco de los skinriders había sido un vagabundo de Lustria, o así lo llamaron los marineros: de cubierta baja y popa ancha, largo, de doble palo, pero provisto de afiladas velas triangulares en lugar de las cuadradas que usaban los bretonianos. Era bastante veloz, como un bailarín ante los corsarios druchii, pero no podía hender las aguas como los negros cascos de sus perseguidores y, poco a poco, los barcos druchii iban acortando distancia como un trío de lobos hambrientos.

Hauclir gruñó quedamente al ajustar el último conjunto de hebillas de la armadura de Malus. El noble movió con lentitud los brazos para comprobar qué tal se le ajustaba; luego le hizo un breve asentimiento de cabeza al guardia y regresó al grupo de druchii que observaban la persecución desde la proa. Bruglir y Tanithra se encontraban lado a lado ante la borda, a cierta distancia de los vigías de estribor, y de vez en cuando, se hacían el uno al otro observaciones en voz baja de cariz profesional. Habían retirado el hule que cubría los lanzadores de virotes de estribor y los habían preparado, y entonces los marineros que estaban al cargo permanecían ociosos, cerca de la base. El avance de Malus hacia la borda se vio momentáneamente interrumpido por un trío de marineros que gruñían al transportar un barril lleno de agua, sin tapa. Del barril sobresalían tres largos virotes que tenían la punta de acero envuelta en algodón y sumergida en el agua sucia. Los marineros avanzaban con suma lentitud, atentos a los explosivos virotes de aliento de dragón que llevaban. Incluso con las puntas de acero y los globos de vidrio protegidos por capas de algodón, el resplandor verdoso del componente mágico teñía el agua de color esmeralda brillante.

De repente, uno de los vigías señaló con una mano.

—¡Flechas! —gritó.

Las flechas de negras plumas agitaron momentáneamente el agua que mediaba entre ambos barcos. Tras dos horas y media de persecución, los corsarios se habían aproximado ya lo suficiente como para quedar a tiro. Las lunas se habían ocultado, y el pálido resplandor que precedía a la aurora iluminaba el cielo oriental.

—¿Cuánto falta? —preguntó Malus, apoyándose en la borda, a la derecha del capitán.

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