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Authors: Laura Gallego García

Tríada (4 page)

BOOK: Tríada
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La barrera se desmoronó, y los sheks se abalanzaron sobre él.

—¡¡SHAIL!! —chilló Victoria, al ver que se había quedado atrás.

Allegra ya iniciaba el hechizo de teletransportación.

Todo fue muy rápido. Jack, Christian, Victoria y Alexander se habían aferrado a ella, pues debían estar en contacto físico con la maga para que el conjuro los transportase a ellos también. Pero no podían apartar la mirada del joven hechicero que corría hacia ellos, y vieron cómo la primera de las serpientes se lanzaba sobre él y lograba aprisionar su pierna entre sus letales colmillos. Shail gritó y cayó al suelo cuan largo era. Victoria se desasió del contacto de Allegra y trató de correr hacia él, pero Jack la retuvo cogiéndola del brazo cuando ya se alejaba de ellos, y Allegra atrapó la mano del chico en el último momento. Victoria no se rindió, y tendió el báculo hacia su compañero caído. Shail logró aferrar la vara justo cuando el shek ya retrocedía, arrastrándolo consigo.

En aquel momento, Allegra finalizó el conjuro, y la Resistencia desapareció de allí.

2
Refugio

Jack chocó contra el suelo con estrépito. Su instinto le dijo que había peligro, y se levantó de un salto, ignorando el sordo dolor de sus costillas.

El hechizo de Allegra los había llevado a todos lejos de la Torre de Kazlunn.

A todos. Incluyendo al shek que se había aferrado a la pierna de Shail, y que ahora había soltado a su presa para alzarse sobre ellos, amenazadoramente.

Jack no se anduvo por las ramas. Blandió a Domivat y, aprovechando que la serpiente tenía la vista fija en Christian, que la observaba con cautela, en tensión, descargó un golpe, con toda su rabia, sobre el cuerpo escamoso de la criatura, que chilló de dolor.

La Resistencia en pleno acudió a ayudar a Jack, y con una fuerza nacida de la desesperación, lograron acabar por fin con el enorme reptil. Todos suspiraron aliviados, y Jack cerró los ojos y sonrió para sí. Algo en su interior había disfrutado lo indecible con la muerte de aquel shek. Pero, por alguna razón, no le pareció correcto exteriorizar sus sentimientos al respecto. Una parte de él se horrorizaba de que la muerte de otro le produjera tanta satisfacción; aunque ese otro fuera un shek.

Christian había permanecido aparte, sin intervenir en la lucha; y, cuando el cuerpo muerto del shek cayó a sus pies, se quedó mirándolo, pensativo, con una expresión indescifrable.

Victoria intuyó qué era lo que pasaba por su mente. Se detuvo junto a él y colocó una mano sobre su hombro.

—Lo siento —susurró.

—Da igual —respondió él, encogiéndose de hombros—. Tengo que, ir acostumbrándome a esto.

Pero había visto a Jack hundiendo su espada de fuego en el corazón del shek, y ambos sabían que, aunque Christian entendía y aprobaba aquella actitud, su instinto le empujaba a enfrentarse al muchacho, el dragón, su enemigo, para defender a la serpiente. Y el instinto era algo muy difícil de reprimir.

Jack había notado también la mirada que le había dirigido Christian entonces. Al pasar junto a él, aún con la espada desenvainada, lo miró a los ojos, como retándole a hacer algún comentario al respecto. Pero Christian no dijo nada, y Jack tampoco percibió odio en su mirada. Solo... una honda y sincera comprensión que no era propia de él, y que dejó a Jack sorprendido y confuso.

Victoria se había inclinado junto a Shail, preocupada por la herida de su pierna. El joven mago había perdido el conocimiento y deliraba, como atacado por una fiebre especialmente virulenta.

—Veneno shek-dijo Christian en tono neutro—. Tendrá suerte si sale con vida.

—Me sorprende que no sea un veneno de efecto instantáneo —dijo Jack, con un sarcasmo que pretendía enmascarar su rabia y su impotencia.

Christian le dirigió una breve mirada.

—Lo es —dijo—. La magia de Victoria lo ha protegido de una muerte inmediata, pero si no recibe tratamiento, no tardará en morir.

—¿Dónde estamos? —preguntó Victoria, angustiada, mirando en torno a sí, en busca de un refugio. —En los límites de Sur-Ikail —respondió Alexander, con gesto torvo—. No muy lejos de la Torre de Kaz1unn.

Señaló en una dirección determinada, y sus compañeros vieron, más allá de la amplia planicie de color púrpura a la que habían llegado, una fina aguja recortada a lo lejos, en el horizonte.

Allegra movió la cabeza, con un suspiro.

—No he podido llevaros más lejos. Lo siento.

—No importa —dijo Jack—. Por lo menos nos hemos alejado de ellos.

—No por mucho tiempo —intervino Christian, sombrío—. Habrán detectado ya la muerte de este shek. Saben dónde estamos y es cuestión de tiempo que nos alcancen.

—Poco tiempo —asintió Alexander, que iba, lentamente, recuperando su fisonomía humana—. No estamos en condiciones de avanzar muy deprisa.

—¿Avanzar hacia dónde? —dijo Victoria de pronto—. La Torre de Kazlunn ha sido conquistada por Ashran. Era el único refugio con el que podíamos contar —alzó la mirada y añadió—: ¿Por qué no volvemos atrás, a Nimbad?

Alexander iba a responder, pero Christian se le adelantó:

—No podemos. Ya lo he intentado, traté de abrir la Puerta interdimensional cuando nos rodearon los sheks al pie de la torre, pero no lo conseguí.

—¿Por qué? —preguntó Jack, inquieto ante la posibilidad de haberse quedado atrapado en aquel mundo.

—Porque Ashran ha bloqueado la Puerta, incluso para ti —intervino Allegra, mirando a Christian—. ¿No es así?

El joven asintió, sombrío.

—Nos ha dejado volver porque sabe que, sin mí, no tiene ninguna posibilidad de acabar con la Resistencia en la Tierra. No puede enviar sheks a través de la Puerta, y tardaría años en crear a otro híbrido como yo. Pero, ahora que estamos en Idhún, un mundo que él controla totalmente, no quiere dejarnos escapar.

—Entonces, no nos queda a donde ir —murmuró Jack.

—Queda el bosque de Awa —dijo Christian a media voz.

Allegra asintió.

—El bosque de Awa resiste todavía —dijo, cerrando los ojos un momento—. Puedo sentir que mi gente nos llama desde allí.

—El bosque de Awa está demasiado lejos —objetó Alexander, frunciendo el ceño.

—Ya lo sé. Pero ¿qué otra opción tenemos?

—Vanissar, el reino de mi padre, está mucho más cerca. Tal vez allí...

—Vanissar no es un lugar seguro para Victoria —cortó Christian, rotundamente.

Para él, todo se reducía a aquello: proteger a Victoria. Jack pensó que Christian podría ver morir a todos y cada uno de los miembros de la Resistencia sin lamentarlo ni un ápice, mientras la muchacha estuviera a salvo.

Victoria, ajena a la discusión que mantenían sus compañeros, se esforzaba por emplear su magia curativa con Shail.

—No puedo —dijo por fin, desalentada—. He conseguido paralizar la acción del veneno, pero no he podido hacerlo desaparecer. Estoy demasiado cansada. No sé si Shail aguantará el viaje —añadió, con un nudo en la garganta.

Christian, Allegra y Alexander cruzaron una mirada de circunstancias. Jack se dio cuenta de que dudaban de que Shail fuera a sobrevivir a la terrible herida infligida por la serpiente, pero no querían decirlo en voz alta. Y, a pesar de lo cansado que estaba, algo se rebeló en su interior ante la idea de rendirse tan pronto.

—Tenemos que intentarlo —dijo—. Tenernos que luchar hasta el final. Cuanto antes nos pongamos en marcha, antes llegaremos... a Vanissar o al bosque de Awa, me da igual. Lo importante es alejarnos de aquí.

Alexander lo miró un momento, pero finalmente asintió.

Comenzaron a caminar hacia oriente, Jack y Alexander cargando con Shail, pero avanzaban muy lentos, y pronto incluso Jack comprendió que no lograrían escapar. Sobre todo porque tras ellos, el horizonte comenzaba a cubrirse de largas siluetas amenazadoras.

Los sheks los perseguían, y no tardarían en alcanzarlos. Jack lo sabía, pero sencillamente no podía rendirse, no podía parar, a pesar de lo agotado que estaba, y esperar la muerte. De modo que seguía caminando, mientras las sombras del horizonte se hacían más grandes.

Christian y Victoria avanzaban tras ellos. Christian todavía cojeaba, y a veces tenía que apoyarse un poco en Victoria para poder andar. Jack evitaba volver la cabeza atrás para mirarlos. Intuía que la muchacha ya había elegido entre los dos y, por desgracia, no lo había elegido a él. Por eso se quedó sorprendido cuando Victoria apresuró el paso para colocarse junto a él, y le tomó la mano que tenía libre. Jack la miró, un poco perplejo. Victoria le devolvió la mirada, como intentando decirle algo importante, pero estaban rodeados de gente y aquél no parecía el momento más oportuno. Y, sin embargo, la sombra de las alas de los sheks cubría el horizonte, lo cual significaba que, probablemente, no habría otro momento para ellos. Nunca más.

Alexander echó una breve mirada atrás y dijo:

—No podemos seguir así. No tardarán en alcanzarlos. Tenemos que plantar cara y pelear, porque...

—... Es mejor que darles la espalda —completó Jack con una sonrisa.

Los miembros de la Resistencia cruzaron una mirada. Sabían lo que eso significaba. Si seguían caminando, los sheks los alcanzarían y los matarían. Si se detenían a luchar, los sheks acabarían por matarlos de todos modos. Hicieran lo que hiciesen, había llegado el fin para ellos.

—Es mejor que darles la espalda —repitió Victoria, alzando la cabeza con orgullo.

Los demás asintieron, sombríos. Sabían que aquella batalla sería la última, pero estaban dispuestos a librarla. De modo que prepararon las armas y esperaron a sus enemigos, y cuando los sheks se abatieron sobre ellos, las manos de Jack y Victoria se buscaron y se estrecharon, con fuerza, quizá por última vez.

Victoria alzó el báculo, lista para pelear. Sus ojos se detuvieron un momento en Christian, que aguardaba un poco más lejos, con la vista fija en los sheks que descendían sobre ellos. El joven percibió su mirada y se volvió hacia ella.

«Lo siento muchísimo, Christian —pensó Victoria—. Es culpa mía.» Él captó aquel pensamiento y le dedicó una media sonrisa.

«Fui yo quien tomé la decisión de traicionar a los míos, Victoria —respondió telepáticamente—. Y estoy aquí porque así lo he querido.»

A Victoria se le encogió el corazón. Por Jack, por Christian, por Shail, Allegra y Alexander, y por ella misma. Y alzó el báculo, dispuesta a morir luchando.

Pero entonces Christian entrecerró los ojos, alzó la cabeza, como escuchando algo que sólo él pudiera oír, y se volvió hacia el este, donde aparecían las primeras luces del alba.

—¡Allí! —exclamó.

Sus compañeros miraron en la dirección que él señalaba, y vieron unas formas doradas que volaban hacia ellos. Los ojos de Allegra se llenaron de lágrimas.

—Estamos salvados —dijo solamente.

Los momentos siguientes fueron muy confusos. Victoria sólo recordaría que la maga los había reunido a todos en torno a ella para realizar, una vez más, el hechizo de teletransportación. No llegarían muy lejos, y en otras circunstancias sólo habría servido para retrasar unos minutos más el enfrentamiento contra los sheks; pero la salvación se acercaba desde la línea del alba, y si tenían una oportunidad de alcanzarla, debían aprovecharla.

Victoria hizo funcionar el báculo, forzándolo a extraer toda la magia posible del ambiente, y ella y Allegra combinaron su poder para arrastrar a la Resistencia lo más lejos posible, en dirección al este. La muchacha recordaría haberse mareado, haber sentido que las fuerzas la abandonaban, haberse materializado un poco irás lejos, un kilómetro o dos, tal vez, y unas fuertes garras que la aferraron con fuerza y la levantaron en el aire. Victoria vio que el suelo se alejaba de ella... y perdió el sentido.

Cuando despertó, volaba a lomos de un enorme pájaro dorado. Tras ella montaba Jack, sujetándola entre sus brazos, lo que impidió que la muchacha se cayera del susto al verse en aquella situación. Tardó un poco en situarse; cuando lo hizo, se volvió para mirar a su amigo.

—¿Jack? ¿Qué ha pasado?

El muchacho la miró, sonriente a pesar del cansancio que se adivinaba en sus facciones. El viento revolvía su pelo rubio, y parecía claro que a Jack le encantaba aquella sensación.

—Volamos lejos de la torre. Han venido a rescatarnos, y hemos dejado atrás a los sheks. Mira.

Victoria miró a su alrededor. Había visto antes aquellos pájaros dorados, semanas atrás, cuando los magos idhunitas habían intentado rescatarla del Nigromante en la Torre de Drackwen. Ahora había cerca de una docena de aquellas aves, montadas por hechiceros de distintas razas. El pájaro que montaban Allegra y Alexander volaba cerca de ellos, y Victoria descubrió, un poco más allá, al ave sobre la que cabalgaba Christian, completamente solo.

—¿Dónde está Shail? —preguntó, inquieta, recordando que su amigo se debatía entre la vida y la muerte.

—Allí, míralo. Va montado en el pájaro que guía la bandada.

Victoria estiró el cuello para mirar hacia delante, y Jack instó a su montura a volar un poco más rápido, para llegar más cerca del primer pájaro. Victoria vio entonces a Shail, mortalmente pálido, inconsciente, en brazos de la persona que guiaba al ave, y que vestía una túnica verde y plateada. El jinete detectó su presencia, porque se volvió para mirarlos, y Victoria vio que se trataba de una mujer de piel de un suave color azul celeste y cuyo cráneo, ligeramente alargado, carecía de cabello. Sus ojos, de mi violeta intensísimo, se clavaron en Victoria un breve instante y después descendieron hacia el rostro inerte de Shail. La joven no sabía quién era ella, pero sí supo, de alguna manera, que su amigo estaba en buenas manos.

Volvieron a quedar un poco más rezagados, y Jack respondió a la muda pregunta de Victoria:

—Ella ha guiado a los magos hasta aquí. Me imagino que es una hechicera importante.

—No, no es una hechicera —negó Victoria, que había estudiado las costumbres de los distintos pueblos idhunitas con más interés que Jack—. Es una sacerdotisa, y por los colores de su túnica, creo que sirve a Wina, la diosa de la tierra.

—¡Una sacerdotisa celeste! Creía que el dios de los celestes era Yohavir, el Señor de los Vientos, ¿no?

—Sí, pero Yohavir pertenece a la tríada de dioses, y las mujeres no pueden entrar como sacerdotisas en la Iglesia de los Tres soles.

Mientras hablaba, Victoria buscó de nuevo a Christian con la mirada. Lo vio un poco más allá. Detectó que el pájaro dorado que montaba no parecía muy satisfecho con el jinete que le había tocado en suerte, pero no se atrevía a desobedecerle. La muchacha se estremeció; el ave había adivinado que cargaba con un shek, uno de sus enemigos. Y por primera vez se preguntó qué sucedería cuando los magos, y especialmente los sacerdotes de los seis dioses, descubrieran la verdadera naturaleza de Christian.

BOOK: Tríada
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