Read Trilogía de la Flota Negra 3 La Prueba del Tirano Online
Authors: Michael P. Kube-McDowell
Lando observó a su viejo compañero con bastante curiosidad, pero Cetrespeó llenó el silencio con un estallido de palabras saturadas de indignación antes de que Lando tuviera ocasión de expresar en voz alta lo que le estaba pasando por la cabeza.
—¡Esto es intolerable, amo Lando! Estoy totalmente seguro de que el amo Luke no pretendía que quedáramos a la deriva por el espacio en una nave que carece de escudos de rayos. No me extraña que mis circuitos funcionen con tanta lentitud y que Erredós se haya estado mostrando tan irritable. Esto podría tener las consecuencias más serias imaginables para nosotros. Tenemos que abandonar esta nave ahora mismo.
—¡Claro! —exclamó Lando, haciendo chasquear los dedos—. Ésa es la razón por la que no hay escudos de rayos fuera. En el casco no hay androides, ni ordenadores, ni sistemas electrónicos de ninguna clase..., sólo máquinas orgánicas con sensores orgánicos y mecanismos de reparación orgánicos. Reglas distintas... No lo sabíamos porque ésa era la primera ocasión en que veíamos el Vagabundo cuando estaba siendo atacado. Nuestra fragata se limitó a disparar por delante de su proa, y la fuerza expedicionaria del coronel Pakkpekatt nunca llegó a hacer ni un solo disparo. ¿Qué opinas, Lobot?
—Los problemas básicos que deben ser tomados en consideración en el caso de los sistemas biológicos expuestos a la radiación son el índice de daños en relación con el nivel de eficiencia de las reparaciones y la absorción calórica por unidad de área —dijo Lobot en un tono muy seco y desprovisto de inflexiones—. El sistema integumentario de algunos organismos puede proteger de manera efectiva a las estructuras internas de la radiación emitida por las partículas cargadas, y puede proporcionar una protección significativa contra las gamas J y C de la radiación fotónica.
Lando ya le estaba mirando con visible preocupación.
—¿Qué te ocurre, Lobot?
—¿Has detectado algún error en mi exposición?
—No estoy hablando de tu exposición, estoy hablando de ti —dijo Lando—. No te ofendas, viejo amigo, pero tu estilo conversacional está sufriendo una regresión al Mecánico Arcaico. Estás empezando a hablar como un programa experto que sólo piensa en hacer feliz a su usuario. Pero ya no consigo encontrar a Lobot en lo que dices, ¿entiendes? Sólo veo un muro de datos.
Lobot, sin mirarle a los ojos, cogió un guante que estaba flotando en el aire.
—Cabe la posibilidad de que me esté retirando a lo seguro y lo familiar como medio de obtener una confirmación tranquilizadora, o en un intento de reforzar mi convicción de que cierzo un control sobre las circunstancias.
—¿Qué clase de respuesta es ésa? Ahora pareces un androide recitando el resultado de una rutina de autodiagnóstico —dijo Lando—. Tengo la impresión de que si tus conexiones estuvieran abiertas no hablarías de esa manera. Vamos, compañero... ¿Qué te tiene tan preocupado?
Pasados unos momentos, Lobot dejó de ocuparse de su traje.
—Confieso que estoy experimentando bastantes dificultades para mantener una perspectiva positiva de la situación —dijo, con los ojos todavía clavados en el suelo—. Quizá podrías compartir conmigo algunas de las razones de tu aparente optimismo.
—¿No notaste cómo el Vagabundo viraba antes de que saltáramos al hiperespacio? Escapamos de la nave de los prakiths, y ahora nos dirigimos a un sitio en el que si tenemos amigos. Y además ahora disponemos de todo el aire que necesitamos para seguir con vida hasta que nos encuentren —dijo Lando—. Lo que es más, nos desplazamos por el interior de la nave yendo más o menos por donde nos place y hemos conseguido averiguar cómo funcionan los mecanismos de los qellas. Ah, y no olvides la guinda del pastel: en vez de ser perseguidos como intrusos, estamos siendo tratados como visitantes. La situación podría ser mucho peor.
—La situación ya es muy grave —replicó Lobot—. Nos dirigimos hacia un punto desconocido situado dentro de un volumen de espacio enorme viajando a bordo de una nave que ha conseguido evitar ser detectada durante años y más años. No tenemos alimentos y sólo disponemos de reservas limitadas de agua, y tanto a los androides como a los trajes les queda muy poca energía. Ninguno de los mecanismos que podemos operar nos permite controlar la nave o comunicarnos con ella. Estamos siendo guiados a través de espacios públicos y se nos impide entrar en los espacios de naturaleza privada. Si queremos llegar a controlar esta nave, necesitamos ser tratados como propietarios y no como visitantes.
—Admito que todavía no hemos encontrado ninguna puerta con un letrerito en el que esté escrito acceso restringido - sólo personal autorizado —dijo Lando—. Pero según el mapa que Erredós ha ido construyendo, no podemos estar a más de dos o tres compartimentos de distancia de la proa. Voto por que recojamos el equipo y sigamos buscando el centro de control.
—No existe ninguna razón para creer que el nexo de control se encuentre en la proa —dijo Lobot.
Lando le lanzó una mirada interrogativa.
—Eh, creía que eras tú quien nos había indicado esa dirección.
—Basándome en probabilidades generales derivadas de los diseños conocidos —replicó Lobot—. Pero esta nave no deriva de ningún diseño conocido. No ha sido construida por diseñadores e ingenieros que trabajaran dentro de los límites de un paradigma de diseño establecido. El Vagabundo es único. Y nunca lograremos desentrañar todos sus secretos, porque somos incapaces de pensar tal como pensaban los qellas.
—Me conformo con que los secretos vayan llegando de uno en uno —dijo Lando—. ¿Por qué estás tan seguro de que el puente no está en la proa?
—Echa un vistazo al mapa. Los compartimentos en los que hemos entrado durante los últimos días han ido definiendo gradualmente un espacio en el centro de la nave al cual no tenemos acceso.
—Pues entonces tendremos que seguir adelante, ¿no? —dijo Lando—. La conexión entre las dos zonas, y me estoy refiriendo a la compuerta sobre la que está escrito reservado a los oficiales, la llave al cubículo de las bebidas o el turboascensor que lleva al ático de lujo, podría estar en el próximo compartimento, o en el siguiente.
—O podría estar tan bien escondida que nunca la encontraremos. De hecho, incluso es posible que no exista ninguna conexión entre las dos zonas.
—Si no nos queda más remedio, siempre podemos crear una conexión —dijo Lando, curvando los labios en una fugaz sonrisa—. Pero de momento parece que tenemos una apuesta por resolver. ¿Llevas algo de valor encima?
—Disculpa, pero me temo que no te he entendido.
—Si tengo razón y tú estás equivocado, entonces quiero sacar algún beneficio de ello —dijo Lando—. No hay nada como una pequeña apuesta para mantener despierta a la gente cuando el dilema de la vida o la muerte empieza a estar un poco sobado. Así pues, ¿qué estás dispuesto a arriesgar para defender tu opinión de que moriremos aquí como ratas atrapadas?
Lobot le lanzó una mirada en la que se leía la más profunda incomprensión.
Un instante después su rostro, que normalmente estaba vacío de toda expresión, empezó a temblar y a convulsionarse. Su boca se retorció y sus ojos parpadearon velozmente. Finalmente dejó escapar una especie de balido cuya vacilante rigidez delataba una evidente falta de práctica y que se fue suavizando rápidamente para acabar convirtiéndose en una risita entrecortada.
—Estás loco, Lando —dijo—. Hacía años que quería decírtelo.
—Siempre hay una primera vez para todo —dijo Lando, todavía un poco sorprendido por un sonido que nunca había oído hasta aquel momento..., la risa de Lobot—. Pero no has respondido a mi pregunta. ¿Aceptas la apuesta?
Lobot agarró una bota que flotaba por el compartimento y se la lanzó a Lando.
—Te conozco demasiado bien para querer apostar contigo —dijo—. Bien, vamos a ver si encontramos ese nexo de control...
—Discúlpeme, amo Lando...
Lando estaba explorando la superficie interior de un nuevo compartimento con las manos mientras Lobot hacía lo mismo con la superficie exterior.
—¿Qué ocurre, Cetrespeó?
—Hay algo que no entiendo —dijo Cetrespeó—. Erredós insiste en que si esta nave no tiene escudos de rayos, entonces no debería haber ninguna interferencia susceptible de bloquear una señal de seguimiento en el espacio real.
—Tiene razón.
—Erredós también insiste en que aunque hubiera escudos de rayos, estos no serían capaces de interferir una señal de seguimiento hiperespacial.
—Y también tiene razón en eso.
—En tal caso, ¿podría explicarme por qué no hemos estado enviando una señal de seguimiento cada vez que la nave ha regresado al espacio real?
—Claro que puedo. No lo hemos hecho porque no disponemos de una baliza de rescate —dijo Lando.
—Comprendo —dijo Cetrespeó—. Si no le supone demasiada molestia, amo Lando, ¿podría explicarme cómo se las va a arreglar la armada para localizarnos?
—Se suponía que no debían llegar a perdernos en ningún momento —dijo Lando—. El equipo de incursión de Hammax había recibido órdenes de abrirse paso sin miramientos y lo más deprisa posible; sus hombres tenían que dejar incapacitado el Vagabundo antes de que pudiera huir o escapar del campo de interdicción.
—Entiendo. Pero usted logró convencer al coronel Pakkpekatt de que sería mejor que nos dejara probar suerte con un método de entrada más suave y menos violento.
Lando se encogió de hombros.
—Bueno, digamos que... Sí, más o menos eso es lo que hice.
Lobot enarcó una ceja ante aquella clara evasión.
—Ya, pero... ¿no pensó en trazar ningún plan de contingencia por si se daba el caso de que el desenlace no fuera el deseado? —insistió Cetrespeó—. La posibilidad de que el Vagabundo escapara tuvo que ser mencionada en un momento u otro de las discusiones sobre estrategia que mantuvo con el coronel Pakkpekatt.
—Por supuesto —replicó Lando—. Pero una baliza de rescate podría atraer la atención de gente a la que no queremos ver metida en este asunto. Después de todo, han sido diseñadas de esa manera: operan en todas las frecuencias, y envían su señal a todos los receptores. Recuerda que se trataba de una operación de la Nueva República. Controlar el Vagabundo sólo era una parte del objetivo, y el resto consistía en hacerlo de una manera lo más discreta posible. El equipo de Hammax tampoco contaba con una baliza, y sus hombres sólo iban equipados con comunicadores de corto alcance.
—Comprendo. Se le prohibió añadir una baliza a nuestro equipo.
—No —dijo Lando—. Fui yo quien tomó esa decisión. Pensé que si disponíamos de una baliza podíamos acabar usándola, y decidí eliminar la tentación.
—Le aseguro que no lo entiendo, amo Lando.
—Bueno... Verás, lo que pasa es que no dispones de todas las piezas del rompecabezas —dijo Lando—. Limitémonos a decir que mis órdenes y las de Pakkpekatt no coincidían del todo. No disponíamos de su permiso para abordar esta nave, y yo no tenía intención de entregársela..., por lo menos no inmediatamente.
—¿Por qué no?
—Porque entonces la nave habría desaparecido en algún agujero negro y nunca la habríamos vuelto a ver entera —replicó Lando—. La INR tiene en nómina a centenares de tipos que se dedican única y exclusivamente a desmontar armamento alienígena capturado en busca de ideas que robar. El hombre que me envió aquí, y al que llamaremos el almirante, sospechaba que esta nave podía ser algo más que eso. Creía que podía ser algo más que un arma, ¿entiendes? El almirante pensaba que el Vagabundo tal vez mereciese un destino mejor... Y, como es normal en él, parece que tenía razón.
—Comprendo —dijo Cetrespeó. Erredós emitió un corto trino electrónico que Cetrespeó escuchó con gran atención—. Pero parece que había algunas deficiencias en su plan —añadió unos momentos después.
Lando meneó la cabeza.
—La única parte del plan que ha salido mal es que le prometí que conseguiríamos hacernos con el control de esta nave, y por el momento todavía no lo hemos logrado.
—Amo Lando, a Erredós le gustaría saber si disponemos de alguna forma de enviar una señal a la armada.
—A distancias de años luz no. Pero no olvides que tampoco siento muchos deseos de ser rescatado por Pakkpekatt.
—Y en ese caso, ¿cómo pretende ponerse en comunicación con el hombre que le ha enviado aquí?
Lando frunció los labios.
—Dispongo de un hipercomunicador de banda ciega a bordo del
Dama Afortunada
.
Es uno de esos trastos supersecretos, desde luego, y no tengo ni idea de cómo funciona. Pero el almirante puede utilizarlo para seguir los movimientos de la nave, y eso le permite localizarla en todo momento sea cual sea su posición dentro del radio de alcance del transmisor..., el cual también es secreto, aunque me dijeron que las cifras son muy altas.
—Pero el
Dama Afortunada
ya no está adherido al casco del Vagabundo —dijo Cetrespeó—. Vimos cómo se alejaba de la escotilla. Incluso puede que haya sido destruido. ¿De qué nos sirve el transmisor? Nadie tiene la más minúscula e insignificante idea de dónde estamos. El amo Lobot tenía razón... Estamos perdidos. Ah, sí, estamos perdidos... Nos desvaneceremos en la nada y...
—¿Quieres dejar de decir tonterías de una vez? —le interrumpió secamente Lando sin tratar de ocultar su irritación—. Si hay un comerciante honrado en el universo, juro por él y por su madre que eres el androide más insoportable jamás construido.
—¡Oh! Qué grosería...
—Ya volvemos a empezar, ¿eh? —Lando metió la mano en uno de los bolsillos de su traje de contacto y sacó de él un cilindro plateado del grosor de su pulgar y tan largo como su palma—. Mira, Cetrespeó —dijo. Lanzó el cilindro hacia el techo, lo pilló al vuelo después de que hubiera dado un par de vueltas en el aire y lo volvió a guardar en su bolsillo—. Cuando necesiten hacerlo, serán capaces de localizarnos.
—¿Por qué? ¿De qué está hablando, amo Lando? ¿Qué es ese objeto con el que ha estado haciendo malabarismos?
—Es una baliza cuya señal direccional sirve para llamar al
Dama Afortunada
—dijo Lobot.
—¿Y usted conocía su existencia?
—Por supuesto.
Cetrespeó ladeó la cabeza.
—¿Es un transmisor? ¿Podemos pedir ayuda?
—Transmite la señal que activa los circuitos del yate espacial..., y gracias al almirante, ahora también puede transmitirla a través del hiperespacio —dijo Lando—. Una vez activados, los circuitos me obedecen y hacen que la nave venga hasta mí.