Trilogía de la Flota Negra 3 La Prueba del Tirano (37 page)

BOOK: Trilogía de la Flota Negra 3 La Prueba del Tirano
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—Las alimañas han destruido Negro Nueve en Prildaz.

El cuerpo de Tal Fraan se relajó de repente, renunciando a todo intento de oponer resistencia.

—Te ofrezco mi sangre como regalo para tu hijo —murmuró.

—Ya me habías ofrecido este regalo en una ocasión —dijo Nil Spaar—. Pero ahora lo aceptaré.

Su mano golpeó con tal violencia que la cabeza de Tal Fraan quedó totalmente separada del cuello y cayó sobre la mano del virrey mientras el cuerpo se desplomaba. Nil Spaar arrojó la cabeza al suelo con distraído desprecio, pasó por encima del cadáver y salió de la alcoba mientras el cuidador llegaba a la carrera.

—El sacrificio no es digno de ser consumido —dijo Nil Spaar—. Ni una sola gota de su sangre debe rozar a mis hijos. Utiliza sus despojos como alimento.

—Sí, virrey.

Nil Spaar avanzó por los pasillos con largas zancadas sin prestar ninguna atención a las manchas de sangre esparcidas sobre su coraza y su vestimenta, y el temible fuego de la ira y el deseo de venganza que ardía en sus facciones hizo que todos aquellos con quienes se encontraba huyeran ante él. Cuando llegó a sus aposentos, llamó a gritos a Eri Palle.

—¿Sí,
darama
? —murmuró el secretario, que había venido corriendo. Una sola mirada bastó para que comprendiera el estado en que se hallaba el virrey y Eri Palle se aseguró de que su genuflexión tenía lugar lo suficientemente lejos de Nil Spaar para que su mano no pudiera llegar hasta él—. ¿Cómo puedo serviros?

—Haz venir a Dor Vuull y dile que traiga sus cajas —dijo Nil Spaar, sumergiéndose en la reconfortante profundidad de los pliegues de su nido—. Y después tráeme a Han Solo... He de enviar un mensaje a la reina de las alimañas.

Por una vez, la sutileza y la astucia estuvieron totalmente ausentes de la transmisión de Nil Spaar..., y por una vez hubo un silencio absoluto en la sala de conferencias. Leia contempló la grabación con los brazos tensos alrededor del cuerpo y una mano tapando su boca. Cuando la grabación hubo llegado a su fin, Leia salió de la sala con el rostro muy blanco y los ojos vacíos de toda expresión.

Ackbar estaba casi tan afectado como ella a pesar de que había apartado la mirada de la pantalla durante los peores momentos. Alóle lloraba en silencio, y los lagrimones pintaban sus redondas mejillas con líneas de humedad. Las facciones de Behn-Kihl-Nahm estaban fruncidas en una mueca del más absoluto desprecio.

Drayson, a solas en su despacho, contemplaba la pared desde detrás de una máscara de rabia helada.

Habían visto cómo Nil Spaar golpeaba salvajemente a un Han atado durante casi veinte minutos..., y no sólo le golpeaba, sino que le daba patadas y lo lanzaba de un lado a otro de un compartimento vacío en un estallido de furia animal. La horrible paliza siguió y siguió hasta que Han estuvo sangrando abundantemente por la boca, la nariz y los cortes abiertos en su cara, sus brazos, su pecho y sus pantorrillas. La horrible paliza siguió y siguió hasta que la sangre de Han manchó los mamparos y el suelo y se esparció por los poderosos antebrazos de Nil Spaar. La horrible paliza siguió y siguió hasta que Han ya no fue capaz de mantenerse en pie ni siquiera teniendo una pared en la que apoyarse cuando el virrey volvió a incorporarle de un violento tirón.

Después Nil Spaar había permanecido inclinado sobre el cuerpo de Han durante unos segundos interminables. El virrey mantenía la espalda parcialmente vuelta hacia la lente, y no podían verle la cara. Pero sí podían ver cómo las placas de su tórax subían y bajaban lentamente, y cómo una mano se flexionaba amenazadoramente mientras una gran garra aparecía, desaparecía, reaparecía y volvía a desaparecer.

Nil Spaar se había erguido por fin y se había vuelto hacia ellos. Cuando lo hizo vieron que él también estaba sangrando, y pudieron distinguir los hilillos de sangre que brotaban de las dos hinchadas crestas carmesíes que coronaban sus sienes.

El virrey clavó la mirada en la holocámara, se limpió la sangre con el dorso de una mano y después lo chupó hasta haberlo limpiado.

Nil Spaar por fin había dejado muy claro cuál era su mensaje, aunque lo había hecho con una desusada economía de palabras...., porque durante todo aquel horror sólo había pronunciado cuatro palabras, que surgieron de sus labios bajo la forma de un ominoso gruñido lleno de furia:

—Marchaos inmediatamente de Koornacht.

8

Akanah fue la primera en descubrir la nave yevethana que orbitaba J't'p'tan.

En cuanto el
Babosa del Fango
salió del hiperespacio en la periferia del sistema de Doornik-628, Akanah se levantó y fue al compartimento de servicio. Una vez allí se sumió en una profunda meditación, sumergiéndose en la Corriente y buscando la presencia del Círculo.

Luke siguió sentado en la cabina y llevó a cabo un barrido general con los no muy potentes sensores del
Babosa del Fango
, y después cerró los ojos y entró en su propio trance, uniéndose a su nuevo entorno y buscando alguna perturbación local en la Fuerza.

Ni él ni el esquife hicieron ningún descubrimiento digno de mención, pero cuando Akanah volvió a reunirse con él enseguida le contó lo que había averiguado.

—¿Y cómo sabes que está ahí? —preguntó Luke en un tono bastante escéptico—. ¿Puedes ver esa nave?

—Resulta difícil de explicar. Deja que intente mostrártela...

—Dentro de un momento —la interrumpió Luke—. Antes quiero que me expliques cómo has detectado su presencia.

—¿Realmente crees que eso tiene importancia ahora? ¿Qué puede importar cómo he llegado a saberlo? Lo sé, y con eso basta.

—Si esperas que basemos nuestras acciones futuras en lo que me has dicho, sí que tiene importancia, y mucha —replicó Luke.

Las tensiones latentes que se remontaban a Utharis ya estaban totalmente despiertas.

—¿Es que te has convertido en un escéptico? —preguntó Akanah, y en su expresión había más pena que enfado—. ¿Ya no confías en mis dones?

—Akanah, sé que hay más de una fuente de conocimiento y más de una clase de verdad...

—¿Qué ocurre entonces? ¿Estás intentando decirme que los Jedi no quieren compartir la Fuerza? —preguntó Akanah—. ¿Tanto te molesta saber que yo puedo avanzar por un camino del conocimiento que no necesita tu presencia y que todavía no está abierto para ti? Al mismo tiempo que me pides que te enseñe, pareces tener la necesidad de dudar, e incluso de desacreditar lo que...

Luke había empezado a menear vigorosamente la cabeza.

—No... No, no es eso. La Fuerza es un río del que pueden beber muchos, y el adiestramiento del Jedi no es el único recipiente que puede contener sus aguas —dijo—. Si no lo sabíamos antes de nuestro encuentro con las brujas de Dathomir, puedo asegurarte que ahora sí lo sabemos.

—Bueno, eso ya es algo.

—Pero la verdad vive en el mismo universo que las mentiras, los errores y las trampas que nos tendemos a nosotros mismos..., que los sueños llenos de esperanza, los temores sin fundamento y los recuerdos equivocados —añadió Luke en voz baja y suave—. Y debemos tratar de distinguir una cosa de la otra. Lo único que te pido es que me ayudes a comprender la fuente de la que surge tu conocimiento. Eso me ayudará a saber qué peso debo otorgarle.

—Parece que el daño que sufrimos en Utharis sigue acompañándonos, ¿verdad? —murmuró Akanah con tristeza—. Esperaba que pudieras volver a confiar en mí.

—Hay muy pocas cosas en las que confíe en esta vida, Akanah..., yo mismo incluido.

—Sí, eso es verdad —admitió ella—. Muy bien... Intentaré explicártelo. —Akanah frunció el ceño mientras buscaba las palabras adecuadas—. Cuando la Corriente entra en contacto con cualquier forma de inteligencia se produce una diminuta ondulación..., al igual que ocurre cuando tú percibes una presencia mediante la Fuerza. La metáfora es más distinta que el medio.

—Pero yo no puedo percibir nada ahí fuera..., aparte de la energía de los ecosistemas del cuarto y el quinto planeta —dijo Luke—. No percibo ni un átomo de consciencia o voluntad.

—Lo que importa no es la consciencia o la voluntad, sino meramente la profunda esencia del ser —dijo Akanah—. Puedo percibir la presencia de la tripulación de la misma manera en que tu percibirías la presencia de un puñado de arena esparcido al otro lado de una piscina. Si estás lejos, a veces la causa te resulta invisible y sólo puedes ver el efecto. —Akanah sonrió—. Pero si quieres llegar a ver aunque sólo sea eso, tienes que estar muy quieto, porque tú también formas parte de la Corriente y estás rodeado por las ondulaciones de tu propio ser.

—Y me estás diciendo que lo que percibes es la tripulación de esa nave, ¿no?

—No sé si son tripulantes, carga o cautivos. Sólo sé que hay muchos miles de seres inteligentes en órbita alrededor de J't'p'tan, y que hay un número ligeramente inferior en la superficie.

—Colonos —dijo Luke—. Habrán venido a colonizar el planeta. Oí algunos rumores en Taldaak —añadió al ver que Akanah le lanzaba una mirada interrogativa—. Parece ser que los yevethanos están expandiendo su territorio mediante la conquista de los mundos habitables.

—Y confías en esos rumores porque...

Luke dejó escapar una seca carcajada.

—Porque procedían de la Flota. Conseguí acceder a un resumen táctico sobre la guerra.

—Así que ya sabías que había una nave ahí —dijo Akanah—, y no me dijiste nada.

—Sabía que una nave había estado aquí en algún instante —dijo Luke—. No te hablé de ello porque no podía hacerlo. Me tomo bastante en serio el juramento que tuve que pronunciar para poder acceder a los datos secretos, Akanah. Y tampoco les contaré tus secretos a ellos —añadió.

—¿Intentas decirme que no me estabas poniendo a prueba para averiguar si te había estado espiando?

—No era ninguna prueba —dijo Luke—. Sencillamente necesitaba saber cómo lo habías descubierto. ¿Qué me dices del Círculo?

Akanah meneó la cabeza.

—La esencia del ocultarse consiste en fundirse con lo que te rodea. Ni siquiera quienes mejor conocen los secretos de la Corriente podrían responder a tu pregunta desde esta distancia, y todavía me falta mucho para haber alcanzado ese nivel. Sólo oigo silencio..., y no sé qué significa ese silencio.

Forzando el
Babosa del Fango
hasta sus límites de navegación, Luke empezó a trazar una aproximación en espiral que mantendría la masa del planeta situada entre el esquife y el navío yevethano.

—Sería mejor para todos que nunca llegaran a vernos —dijo mientras calculaba el curso.

—Hecho —dijo Akanah, que estaba observándole desde detrás de la litera de vuelo de Luke.

Luke alzó la vista y le lanzó una mirada interrogativa.

—No puede ser tan fácil.

—¿Por qué no?

—Eh... ¿No necesitas saber de quién estás intentando esconderte?

—¿Por qué? —preguntó ella.

—Para poder contar con un foco alrededor del que centrar tu poder, y para saber a quién pertenecen los pensamientos que estás intentando desviar. El resultado se consigue mediante la precisión, y no mediante la fuerza bruta.

—Estás hablando de un sistema coercitivo —dijo Akanah—, y que además supone una invasión. Te introduces en otra mente y atas sus pensamientos, o colocas los tuyos dentro de ella.

—Bueno... Sí —admitió Luke—. Pero el uso de ese poder está sometido a ciertas restricciones. El propósito ha de ser lo suficientemente importante como para justificar la acción y sus consecuencias.

—Me parece que los Jedi siempre están encontrando razones para justificar su violencia —replicó Akanah—. Desearía que invirtieras el mismo esfuerzo en tratar de encontrar maneras de evitar que sea necesario llegar a emplearla.

—¿Violencia? ¿De qué violencia estás hablando? —protestó Luke—. Normalmente lo único que tienes que llegar a hacer es inducir un momento de descuido o reforzar una sospecha. Nadie sufre ningún daño. Un Jedi que sea consciente de lo que significan sus juramentos nunca... Oh, digamos que nunca haría que alguien se despeñara por un acantilado porque pensaba que iba a entrar en un puente.

Akanah meneó la cabeza en una enérgica negativa.

—Tú, que eres inmune a tus propios trucos... ¿Quién eres tú para poder juzgar el daño causado? Haces esas cosas en secreto para guiar a una mente sugestionable o para forzar a una mente que se te opone. ¿Realmente piensas que aquellos a los que has obligado a hacer lo que deseabas tienen el mismo concepto de la moralidad del acto que tú? Y además —añadió con un bufido—, es un método muy poco eficiente.

—¿Qué?

—Que es un método muy poco eficiente —repitió Akanah—. Te obliga a mantener un nivel de atención constante, y exige tu participación consciente en todo momento.

—Si conoces una alternativa, recuerda que soy tu estudiante y que ardo en deseos de aprender.

—¿Qué me dices de la manera en que ocultaste tu refugio cuando decidiste convertirte en un ermitaño?

Luke frunció el ceño.

—Eso era distinto. Lo creé a partir de sustancias elementales que poseen la cualidad de confundirse con la línea de la costa como si formaran parte de ella.

—Hiciste un trabajo excelente —dijo Akanah—. Cuando lo vi, enseguida supe que poseías el don de los fallanassis. Pero no llegaste lo suficientemente lejos y no aplicaste el principio hasta su conclusión definitiva.

—Que es...

—No limitarse a hacer que se parezca a lo que lo rodea, sino conseguir que se funda con ello —dijo Akanah.

Después cerró los ojos y respiró hondo. La joven permitió que el aire fuera escapando lentamente de sus pulmones mientras bajaba el mentón hacia su pecho..., y de repente Akanah ya no estaba allí.

—Que me... —Luke extendió la mano hacia el sitio en el que había estado Akanah, pero sus dedos sólo encontraron el vacío—. Un truco muy hábil —dijo, dando un paso hacia el cubículo sanitario y alejándose de la cubierta delantera—. Tiene que resultar muy útil a la hora de entrar en las bibliotecas sin ser vista o escapar de un matrimonio concertado por tus padres. ¿Dónde estás?

—Aquí —dijo Akanah desde detrás de él. Luke se volvió para encontrarla sentada de lado en el asiento derecho con los labios curvados en una sonrisita llena de orgullo—. ¿He tocado tu mente?

—No, o al menos si lo hiciste no he podido darme cuenta de ello.

Akanah asintió.

—Hace mucho tiempo, una de las grandes estudiosas del Círculo descubrió que cuando alcanzaba un estado de meditación o inmersión particularmente profundo los demás no podían verla. Era como si desapareciese de delante de sus ojos, ¿comprendes? Mucho tiempo después, aprendimos a llevarnos un objeto con nosotros y dejarlo allí.

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