Trueno Rojo (28 page)

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Authors: John Varley

BOOK: Trueno Rojo
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Se dio cuenta de que se había extraviado un poco con lo de la estrella de neutrones y volvió a inclinarse hacia delante.

—Pero también podría ser algo peor que la bomba de hidrógeno. Lo único bueno que tienen las bombas atómicas es que son complicadas de fabricar, además de caras. ¿Y si todo el mundo pudiera crear en su casa algo igual de potente? ¿Y si un Estrujador cayera en manos de un crío demente al que hubieran suspendido el último curso del instituto?

—Dicho así, parece que lo mejor sería pegaros un tiro a Jubal y a ti.

Travis no sonrió.

—No creas que no habría quien llegara a la misma conclusión —dijo—. Solo que con eso no bastaría. Odio decir esto, Sam, pero vuestros hijos saben demasiado.

No fui capaz de seguir conteniéndome.

—Es culpa mía —dije con voz ahogada—. Nunca debería haber cogido esa maldita cosa. —Para mi espanto, sentí que resbalaban lágrimas por mis mejillas.

Mamá puso cara de consternación e hizo ademán de levantarse. La detuve con un ademán. Nada hubiera podido completar mi humillación más que dejar que mami viniera a consolarme. Supongo que se dio cuenta de ello, porque, aunque de mala gana, volvió a sentarse. Kelly me rodeó con el brazo.

—Tuya no, Manny —dijo Jubal—. Mía. Mía y de esta... cosa que he creado. No podía dejar las cosas estar, no.

—No es culpa vuestra, Manny —dijo Travis en voz baja—. Puedes echármela a mí si quieres. Si hubiera estado prestando atención, habría estado con Jubal cuando hizo el descubrimiento.

—No sirve de nada buscar un culpable —dijo Sam—. Lo hecho, hecho está. —Pues a mí no me importaría buscarlo —dijo mamá con los dientes apretados.

—Vamos a oír lo que quiere hacer, Betty —sugirió Sam.

—Gracias, Sam. He pensado en hacerlo público. Eso podemos hacerlo en cualquier momento, a menos que antes lo descubran y nos lo quiten. La alternativa es ir a Marte.

—Eso es una estupidez —dijo mamá.

—No, Betty, la estupidez sería ir a Marte para llegar antes que los chinos. Sé que eso fue lo que primero nos hizo adentrarnos por este camino absurdo, pero hasta Jubal reconoce que no es razón suficiente para ir. Una razón mejor es estar allí si ocurre lo que Jubal dice que puede ocurrir. Salvar vidas. Pero tampoco es suficiente y Jubal no puede asegurar que vaya a ocurrir.

»Necesito una plataforma. Un lugar al que subirme mientras le grito la noticia al mundo. Ahora mismo, ¿qué soy? Un astronauta caído en desgracia y un borracho. ¿Y qué es Jubal? Un inventor, un hombre con un problema de comunicación que la gente interpretará como un retraso mental. Nadie escuchará a los chicos y nadie os escuchará a vosotros.

»Pero las primeras personas que pongan el pie en Marte... a ellos sí que los escucharán.

Hizo una pausa para tomar un trago de su refresco. La tía María se levantó y fue a la cocina, y vi que estaba sacando nachos, alubias y cerdo prensado del frigorífico para hacer carnitas. Al menos ella había decidido que valía la pena escuchar a aquel gringo y que por tanto era digno de probar su comida. Pero antes de empezar sirvió un vaso de la sangría barata que solía tomar la mayoría de las noches y se lo llevó a Travis.

—Vamos, seguid. Desde aquí lo oigo todo —dijo. Travis probó la bebida y sonrió como si fuese el mejor de los vinos franceses.

—Un vaso —dijo Alicia con firmeza. Travis la saludó levantando la sangría.

—La única esperanza que le veo al asunto —prosiguió Travis—, es hacerlo público. El hecho de que existe, así como sus peligros y posibilidades... Y tenemos que hacerlo de una manera llamativa, extravagante, para que los medios de comunicación se interesen por ello y la gente nos escuche. No creo que un país, o más concretamente, un pequeño grupo de personas en un país, deba controlarlo, porque lo clasificarían como Máximo Secreto. No creo que un solo país deba controlarlo.

Se reclinó en su asiento, apuró el vaso de sangría y cruzó los brazos.

—Ojalá te pudras en el Infierno, Travis Broussard —dijo mi madre en voz baja.

—Sí, señora.

—¿Es que crees que soy una estúpida? Vienes aquí y nos dices que necesitas la ayuda de mi hijo para construir esa máquina absurda. Hablas de lo mucho que necesitas ir a Marte... ¡A Marte, por el amor de Dios! No haces más que decir tú esto, tú aquello. ¿Creías que no era más que una cateta que dirige un motel de tres al cuarto y que sería fácil engañarme?

»¿Creías que no íbamos a darnos cuenta de que planeas llevarte a nuestros hijos?

—¿Es eso cierto, Travis? —preguntó Sam.

—Lo único que he venido a deciros esta noche es que quieren ayudarme a construir la nave y que hemos de hacerlo con discreción.

—No me mientas —dijo mamá—. ¿Les has dicho que podían acompañarte?

—Solo con el permiso de sus padres —respondió Travis con un hilo de voz.

—Vete al Infierno.

—Ojalá ya estuviera allí —admitió Travis.

Capítulo 19

Travis no fue el único que pasó un infierno aquel día. Por la mañana, en cuanto nos dijo en el centro de visitas del Cabo que le íbamos a pedir permiso a nuestros padres, Alicia se levantó de la mesa y se marchó. Sin pronunciar palabra, sencillamente se fue. Kelly se acercó a Dak.

—¿Qué pasa con los padres de Alicia, Dak?

—No lo sé. Siempre que sale el tema se cierra en banda. No dice nada. Ni siquiera sé si están vivos o muertos.

—Ni yo —dijo Kelly—. Quizá debería...

—No, yo lo haré —dijo Dak. Se levantó y corrió tras ella. Los observamos durante un rato, aunque estábamos demasiado lejos para oír lo que se decían. Dak la había rodeado con el brazo y estaba hablando. Ella se limitaba a sacudir la cabeza, sin siquiera mirarlo.

—No sé cuál es su problema —dijo Kelly—. Pero os digo una cosa, no es justo.

—No he dicho que lo fuera —dijo Travis—. Lo único que digo es que no estoy dispuesto a meterme en un asunto así sin siquiera consultarlo con vuestros padres. No puedo hacerlo.

—¡Travis, sé razonable! No tenemos edad suficiente para beber legalmente, pero sí para votar y servir en el ejército. Y ya no necesitamos el permiso de nuestros padres para nada. Ninguno de nosotros viene de una familia feliz. El padre de Manny murió y la madre de Dak lo abandonó. Mis padres están divorciados y mi padre se volvió a casar. ¿También quieres pedirle permiso a mi madrastra?

—Bastará con tu padre y tu madre.

—Entonces, ¿por qué no publicas un gran anuncio en el Herald? "¡Exastronauta va a Marte!". No tardará más en llegar a los periódicos si se lo cuentas a mi padre. Y te garantizo que las personas a las que se lo contará serán la policía, los medios y su abogado. Rectifico, sus abogados. Te maniatará tan fuerte que no podrás ni ir al cuarto de baño sin un permiso, y no digamos a Marte.

Intercambiaron una mirada furibunda y tuve miedo de que fueran a llegar a las manos, pero entonces oímos un grito de Dak por encima de los graznidos de las gaviotas. Todos nos volvimos hacia allí y vimos que estrechaba a Alicia entre sus brazos. Ello se resistió un momento, pero al final se rindió.

—¿Deberíamos hacer algo? —preguntó Travis.

—Déjalos tranquilos —dijo Kelly—. Muy pronto nos enteraremos.

Cuando regresaron a la mesa, Dak estaba abrazándola, como si quisiera protegerla de algo y Alicia caminaba muy tiesa y sin mirarnos.

—Alicia tiene algo que deciros —dijo Dak.

—Y no es que sea asunto vuestro —dijo Alicia con una carcajada áspera—. Si quieres hablar con mi padre, Travis, tendrás que conducir un buen trecho. Está en Railford, cumpliendo veinticinco años por el asesinato de mi madre.

—Oh, Dios —gimió Kelly, y me apretó el brazo. Entonces se levantó y corrió hacia Alicia, seguida por Jubal. Travis y yo nos quedamos donde estábamos, mirándonos.

Su primer recuerdo era el de su padre pegando a su madre.

—Papá trabajó como taxista hasta que perdió la licencia por un número excesivo de pequeños accidentes. Entonces se convirtió en borracho a jornada completa. Mamá era bailarina de striptease. Ganaba bastante dinero sin necesidad de prostituirse. Era muy guapa, mucho más que yo. Era negra, no sé si os lo he dicho. De un color casi tan claro como el mío. Papá era blanco.

»Yo tenía cinco años. La noticia obtuvo cinco párrafos en el periódico. La verdad es que no hubo nada diferente en la pelea de aquella noche. Se lo había oído decir mil veces: "¡un día de estos voy a coger mi pistola y te voy a volar la cabeza, negra!". La única diferencia fue que aquella noche sí que cogió la pistola y le voló la cabeza.

»Yo estaba sentada en el porche. Entré en la casa. Me apuntó con la pistola y apretó el gatillo. La bala me atravesó por aquí. —Se bajó el elástico de los pantalones cortos unos centímetros por debajo de la cintura. Tenía una cicatriz redondeada—. Casi ni lo sentí. Por aquel entonces estaba un poco gorda. El arma era una .25 que había comprado en una casa de empeños. Me sorprende que disparara. ¿He dicho un poco gorda? ¡Ja! ¡Era una vaca! Pesaba cien kilos.

»Me disparó tres veces más. Recuerdo el odio que se veía en sus ojos. No solo contra mí. Odiaba al mundo entero. Quería destruir la parte que le correspondía.

»El arma no tenía más balas.

»Miró a mi madre, allí tirada, y entonces empezó a gritar y se llevó el arma a la cabeza, así, y disparó tres o cuatro veces más. Supongo que había olvidado que estaba vacía. Entonces se sentó en el suelo y acunó la cabeza de mamá en su regazo.

»"Será mejor que llames al cero noventa y uno, cariño" —me dijo—. Esas fueron las últimas palabras que me dijo.

»No estuve presente en el juicio. Nunca lo he visitado en la cárcel, y hace cinco años que está ahí. Me escribe cartas y las tiro. Lo único que me asusta, y me asusta mucho, es que viva lo suficiente para salir de Railford al acabar sus veinticinco años. Esta, amigos míos, es la última vez que os hablo de él. Travis, ¿quieres llevarme a Railford para pedirle permiso?

—No, por supuesto que no —dijo Travis, consternado—. Es evidente que ha perdido todo derecho paternal que pudiera tener.

—Gracias.

Travis bajó la vista a la mesa, pero no tan deprisa como para no reparar en la mirada furibunda que Kelly le lanzó. Kelly sabía que no era el momento, que no podía sacar sus problemas a colación frente a la escalofriante historia de Alicia... pero sus ojos dejaron bien claro a Travis que aquello no había terminado.

Mamá acompañó a Travis y a Jubal a la puerta. Hay ciertas cosas que deben hacerse, determinadas normas de educación que deben respetarse incluso con el enemigo. Pero no les ofreció un apretón de manos y, de forma casi enfática, no dio pie a un abrazo de despedida. La tía María se encontraba en la cocina, limpiando y tratando de quitarse de en medio de una escena de tensión tan densa que podía cortarse con un cuchillo. Y, a juzgar por su aspecto, Jubal nunca había necesitado tanto un abrazo. Así que me levanté y lo abracé. Luego se fueron.

—Tengo que estar levantado en unas pocas horas —dijo Sam—. No diré nada más hasta que haya tenido tiempo de pensarlo. La comida estaba excelente, María.

María salió de la cocina con un Tupperware.

—¿Cómo lo sabes? Si casi ni la has probado. Ten, llévate esto a casa.

Sam se rió y aceptó la comida.

—Voy contigo, papá —dijo Dak. Cruzó los dedos y me los mostró mientras seguía a su viejo hacia la puerta.

—Voy a ver a mi madre —me dijo Kelly.

La madre biológica de Kelly era una mujer encantadora, que ya había superado la vergüenza y la sorpresa por haber sido expulsada de su propia casa para hacer sitio a la novia de su marido, una antigua Miss Tennesse. Vivía en un estupendo apartamento, recibía una suculenta pensión todos los meses y estaba considerando la posibilidad de convertirse en agente inmobiliaria. Kelly pasaba más noches con ella que con su padre, y puede que más que conmigo. Nunca llevé la cuenta.

—¿Quieres que te acompañe?

—Esta noche no, Manny. Tengo que hablar de ciertas cosas con ella. Y no te preocupes, guardaré nuestro secreto. Alicia, ¿quieres venir conmigo? Me gustaría.

Alicia había estado casi tan cabizbaja como Travis. Al oír aquello se animó un poco.

—Sí, a mí también. Gracias.

Así que nos quedamos los tres solos, y María no tardó en desaparecer.

—No puedo hablar de este asunto esta noche, Manuel —me dijo mi madre.

—Por mí no hay problema, mamá —le dije. Le di un beso en la mejilla y salí pitando.

No veía el momento de escapar de aquella olla a presión y regresar a mi cuarto.

Naturalmente, no pude dormir.

No era el único. Al cabo de una hora, alguien llamó a mi puerta.

—Está abierta —dije, y me senté en la cama. Mamá entró y se sentó a mi lado. No dijimos nada durante un buen rato.

—¿Hay alguna manera de disuadirte de esa locura? —preguntó.

Yo sabía cuál era su problema. Sam Sinclair lo había dicho, justo antes de marcharse:

—Tal como yo lo veo, es esto o cualquier otra cosa. Me puse a morir cuando Dak empezó a participar en carreras de motocross. Cada vez que se caía, me salían cien canas más. Pero sabía que tenía que elegir entre permitir que lo hiciera, y que siguiera respetándome, o impedirlo mientras pudiera, y que él me detestara.

—¿Crees lo que ha dicho Travis? —me preguntó mamá.

—¿Y tú?

—Quiero creerlo, porque si es verdad, no vas a ir a Marte ni a ningún otro sitio.

Al final, Travis sabía que no iba a ganar ningún concurso de popularidad, así que se limitó a presentar los hechos tal como eran.

—Así es como yo lo veo —había dicho—. Uno, podemos empezar a construir una nave espacial... y fracasar por completo. Creo que es lo más probable. No estoy seguro de que treinta ingenieros pudieran hacerlo.

»Dos, podemos construir la nave... y llegar tarde. Los chinos aterrizan antes que los americanos, y entonces tendremos que empezar a pensar en otra forma de atraer la atención suficiente para que el gobierno no se quede con esto.

»Tres, construimos una nave... y no es segura. Os juro aquí y ahora por todo lo que es sagrado para mí, que nunca permitiré que esa nave se levante un solo centímetro del suelo a menos que esté convencido de que puede llevarnos allí y de regreso sin peligro. Creedme, no tengo ninguna gana de poner mi viejo pellejo en peligro, ni tampoco el de vuestros preciosos hijos. Os aseguro que nunca accedería a pilotar esa nave a menos que estuviera dispuesto a llevar a mis propias hijas en ella. Una tiene seis años y la otra ocho. Puede que algún día las conozcáis. —Consultó su reloj—. De hecho, voy a marcharme, y pasarán varios días antes de que volvamos a vernos, porque mi visita mensual empieza mañana y estaré en Nueva Jersey, donde viven en casa de sus abuelos mientras mamaíta está de viaje en Marte.

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