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Authors: John Varley

Trueno Rojo (12 page)

BOOK: Trueno Rojo
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»Y Boudreaux le dice: "no digo tal cosa, Broussard. Todo el mundo sabe que Broussard no es ningún tonto. Y saben que Broussard no pone luces en el árbol. Pero mira esto, Broussard". Y entonces fue cuando Boudreaux le enseñó a mi papá el árbol con todos los adornos navideños.

»Mi papá dice que tuvo un momento de debilidad. Satán debió de hablarle al oído, porque se llevó el árbol lleno de adornos en lugar de los cinco dólares que Boudreaux le debía todavía".

Jubal se rió con ganas y yo me reí con él, porque, sencillamente, me encantaba su forma de contar la historia. No me reí de su extravagante acento cajún, sino de su capacidad de hacerme escuchar con más atención a cada palabra que decía.

—Mi papá trajo el árbol y lo dejó en el suelo y todos aquellos adornos cayeron al suelo. Eran luces, con sus cables... y todos nos echamos a reír, ¡porque no teníamos luz eléctrica!

»Había angelitos ahí, y mi papá se los dio a mi hermanita Gloria y le dijo que los colgara del árbol donde le pareciera bien. Y había cintas plateadas. Y había cuatro o cinco docenas de bolitas redondas, de todos los colores. Se me cayó una y se rompió... sí, se rompió.

»Y entonces mamá le ató unas velas al árbol de Navidad, seis o siete de ellas, y dijo que era la cosa más bonita que había visto nunca.

Guardó silencio un instante. Creo que estaba paladeando el recuerdo.

—A la hora de irse a la cama, mamá apagó las velas. Mon père salió a cazar ciervos con Fontenot y Hebert. El joven Hebert, no Alphonse.

»Y yo salí de la cama y volví a encender las velas, para que Santa Claus pudiera encontrar la casa. ¿Y sabes lo que pasó? Que el árbol se quemó y prendió fuego a toda la casa. Aquel invierno tuvimos que dormir en tiendas de campaña, hasta que construyeron la casa nueva. —Volvió a reírse entre dientes. Esta vez no sentí la tentación de reírme con él.

»Cuando papá llegó a casa, vio su vieja cabaña humeando y a su familia allí, vestida con la única ropa que tenía. Nos dijo: "esto es lo que el Señor Todopoderoso piensa de los árboles de Navidad, hijos. Se acabó la Navidad."

»Y entonces me dio un buen trompazo en la cabeza.

Volvió a sonreír y, por primera vez, pude ver, bajo la luz que incidía sobre él, que tenía una abolladura en un lado de la cabeza. Hasta entonces había creído que Dak exageraba. Estaba oculta parcialmente por algunos mechones de cabello lacio y blanco, pero podría haber metido tres dedos en ella.

Me quedé sin palabras. Estaba claro que la historia había terminado, pero Jubal no había respondido a mi pregunta. Y ya no estaba muy seguro de querer que lo hiciera.

—Bueno, ¿y qué son? —le preguntó Dak, señalando el tarro con la cabeza—. ¿Un nuevo tipo de adorno de Navidad?

Jubal no dijo nada. Simplemente le quitó la tapa al tarro y le dio una burbuja a Dak.

... a quien se le escurrió inmediatamente de la mano. Se agachó rápidamente para tratar de impedir que chocara contra el suelo, pero la burbuja se quedó allí flotando.

Los ojos de Dak se abrieron como platos y sonrió. Pero su sonrisa no duró demasiado. Durante los diez minutos siguientes mantuve la boca cerrada mientras Dak repetía los mismos experimentos que yo ya había llevado a cabo. Finalmente abandonó y me miró con el ceño fruncido. Imagino que se sentía como un tonto. Yo, al menos, me había sentido así.

—Bueno, ¿qué es esto y para qué sirve, Jubal?

—Ya te he dicho que no le he puesto nombre. Podrías colgarlo de un árbol de Navidad.

—¿Y qué más? —pregunté. Estaba tratando de ser cuidadoso, recordando lo que Dak me había contado sobre las limitaciones de Jubal en materias prácticas.

Nos miró a ambos, y entonces sonrió como un chiquillo con un secreto.

—Tengo algunas ideas. Venid a ver. —Nos llevó a otra mesa de trabajo, situada al otro lado de la habitación. Había otra máquina allí, hecha con dos mandos de consola de videojuegos. Uno de ellos tenía un par de pequeñas palancas adaptadas para los pulgares y el otro una empuñadura de pistola. Estaban unidos con alambre de cobre enrollado y trozos de cinta aislante. Alguien había pegado pequeñas etiquetas plásticas sobre los diferentes botones de función.

La única etiqueta que pude leer se encontraba sobre una de las ruedas de control y decía, ASTRUJAR y DES-ASTRUJAR, con una flecha hacia la izquierda bajo la primera palabra y otra hacia la derecha bajo la segunda.

—La Navidad es la razón por la que construí el Estrujador —dijo—. Quena construir una bola plateada que no se rompiera tan fácilmente. Empecé leyendo sobre óptica, índices de refracción, cosas así... —Puso cara de concentración y a continuación se rascó la cabeza alrededor de la terrible lesión y por un momento pareció confuso, como si no pudiera recordar dónde se encontraba. Entonces volvió a sonreír.

—Y entonces se me ocurrió esta idea. Y, mirad, vamos a ganar un puñao de dinero con ella.

—¿Así que se llama Estrujador? —le preguntó Dak.

—¿Ah, sí? ¿Quién lo ha dicho?

—Tú.

Jubal lo pensó un momento y entonces se echó a reír.

—Supongo que sí. ¿Os gusta? El Estrujador. Supongo que está bien. Y ahora, mirad.

Sacó una de las burbujas del tarro y la puso en el aire. Se quedó allí, flotando en las corrientes aleatorias. Pero Jubal manipuló algunos de los controles de su máquina y la burbuja, con una sacudida, se desplazó hacia la izquierda.

Movió la máquina adelante y atrás pero la burbuja se quedó allí, como clavada en la punta de una espada invisible.

—Muy chulo, Jubal —le dije.

—No te rías. Mira esto. —Giró una de las ruedas del mando y la burbuja menguó hasta adquirir el tamaño, primero de una canica y luego de un perdigón—. No queremos hacerla demasiado pequeña, no —dijo Jubal—. Seguro que la perdíamos.

Dak se acercó a la burbuja y la miró como si la encontrara ofensiva.

—¿Por esto lo llamas el Estrujador? —preguntó.

—Por eso. Y ahora apártate, cher. —Dak lo hizo. Jubal pulsó el gatillo del otro mando...

... y supongo que di un respingo. Sonó como un disparo de escopeta.

—Santo Dios del Cielo, como solía decir mi abuela —resolló Dak—. Ha sido toda una afirmación.

Jubal se echó a reír. A los niños les encanta dar sustos cuando uno no se lo espera y eso es lo que él había hecho.

—¿Adónde ha ido? —le pregunté.

—No tenía ningún sitio al que ir —dijo—, porque, para empezar, nunca ha estado aquí.

—Vuelve a repetir eso, Jube —dijo Dak.

—¿No debería dejar... una piel o algo así? —pregunté—. Como un globo pinchado.

—¡Pero es que no es un globo! —replicó Jubal. Parecía estar disfrutando muchísimo.

—Bueno, es algo, ¿no? —preguntó Dak. Jubal cruzó los brazos y sonrió.

—Como ya he dicho, no estaba aquí así que no se ha podido ir.

—Bueno, eso explica dónde está... o dónde no está. Pero, ¿qué no es?

—Eso depende de tu definición de no ser, cher.

Finalmente logramos que nos dijera que la burbuja era una especia de campo. Nada podía penetrar en él.

—Entonces, amigos, ¿creéis que alguien querría comprar uno de estos?

Dak y yo nos miramos.

—¿Cuál, uno de los monstruitos o una de las burbujas?

Jubal, que seguía sonriendo como un niño, señaló el Estrujador.

—Yo lo compraría sin dudarlo —dije—. Si tuviera dinero.

—No creo que lo venda muy caro.

—Lo que tú digas, Jube —dijo Dak—. Si eres capaz de fabricar un robot de tamaño humano a bajo coste, ¿por qué no ibas a poder fabricar...? Joder, Jubal, ¿qué es? ¿Para qué sirve?

Pero Jubal cruzó los brazos y nos dio la espalda.

—Será mejor que os marchéis, amigos.

Tardé un momento en comprender que nos estaba echando. Dak ya me lo había advertido, pero a pesar de ello me pilló por sorpresa. Una cosa así suele venir después de una discusión o de algún insulto. Dak y yo estábamos completamente estupefactos.

—¿Jubal? ¿Estás bien? Porque no pretendía...

—Largaos de aquí, ¿queréis? No puedo hablar con vosotros ahora.

—Pero Jubal...

—Volved luego. Dentro de unos días, por ejemplo.

Cogí a Dak del codo y tiré de él. No se resistió pero siguió mirando atrás hasta llegar la puerta.

—¿Es por algo que he dicho?

—Eso creo —le dije—. Travis me dijo algo sobre los insultos en su presencia.

—Ya, y por eso he tenido cuidado. Mientras estaba cerca de él, no he dicho un solo... Espera un segundo. ¿Crees que nos ha echado porque he dicho joder?

—Eso creo.

—Bueno, jod... —se detuvo—. ¿Pero cómo esperas que hable sin decir... esa palabra?

—Será difícil —asentí—. Pero podemos hacerlo.

—Jod... maldición, Manny. Conozco a algunos tíos que no son capaces de formar una frase sin decir hijo de pu...

—Ya sabes que eso también me molesta a mí.

—... tres veces. Si te digo la verdad, no es que sea mi favorita, pero hace mucho tiempo que no significa ya nada. Llamarle a alguien hijo de... HP, es una cosa, pero la mayoría de la gente lo usa solo como un una coletilla, sin significado alguno, "HP esto, HP aquello, HP lo de más allá".

—No tienes que venderme la moto, Dak. Yo estoy de acuerdo. Pero parece que si vamos a pasar algún tiempo cerca de Jubal, tendremos que vigilar en serio nuestro vocabulario.

—Qué locura, tío. Qué puta locura.

—¿Qué es una locura?

Me sobresalté y, al levantar la mirada, vi que Travis, Alicia y Kelly venían por el camino del lago. Las chicas tenían el pelo revuelto, aunque no recordaba que soplase mucho viento mientras nosotros estudiábamos. Debían de haberse meneado mucho en el bote de Travis, el que habíamos oído alejarse hacía varias horas. Traían el rostro lustroso y cubierto de rubor a causa del sol, el viento y el protector solar.

¿Pescando? Lo dudaba mucho. Estaba tan celoso que hubiera podido escupir.

Dak le dijo a Travis lo que había pasado y este asintió mientras dejaba la caña, el anzuelo y la cesta en la gran mesa del patio.

—Es así, chicos. Jubal no tolera blasfemias, maldiciones, juramentos ni obscenidades en su presencia. Es algo que aprendió en la cuna. Algunas palabras malsonantes puede ignorarlas con un mal gesto, pero cualquier cosa peor que "joder" le provoca una depresión silenciosa que a veces puede durar entre tres y cuatro días.

—Joder... —empecé a decir.

—Cuidado —me advirtió Travis. Me tapé la boca con la mano.

—¿Quieres decir... —Dak tuvo que hacer una pausa para tratar de concebir la enormidad de lo que estaba escuchando— que "joder" no es el fondo de la escala? ¿Que no es la... palabrota más inofensiva?

—Yo que tú no correría el riesgo, Dak —dijo Travis mientras cogía la gran cesta de mimbre que Kelly llevaba sobre el hombro—. Por mi parte, yo prefiero evitar los «maldición», «mierda» y «¡hostia». Jubal cree... o, para ser más precisos, el padre de Jubal creía, que no eran más que eufemismos para decir «coño», «joder» y me «cago en Dios». Y no estoy diciendo que una palabra como «eufemismo» haya tenido cabida nunca en la cabeza de la ignorante, santurrona, brutal e hipócrita rata de pantano que es Avery Broussard.

—Y entonces, ¿qué podemos decir? —quise saber—. Supongo que habrá que prescindir de todas las interjecciones que utilizamos normalmente.

—No es mala idea. Lo que yo hago es sustituirlos por palabras inofensivas. Pero tú sabes, y todo el mundo sabe, que hay veces en que no se puede evitar de una buena invectiva. Como cuando te das un martillazo en el dedo. —Puso su pulgar sobre la mesa y fingió que se daba un martillazo en él—. ¡Cago en Dios...!, que me ama, lo sé, porque la Biblia lo dice así...

Todos nos echamos a reír. Travis no era el mejor cantante del mundo.

Elaboramos una lista con las palabras que podíamos usar sin peligro cuando quisiéramos decir algo que normalmente expresaríamos con una maldición o un juramento. Palabras como "caramba", "demontre", "cáspita" y "gloria bendita".

Pero eso fue más tarde, porque Travis abrió la cesta y dejó seis grandes peces gato, todavía vivos, sobre la mesa. Dak trató de no vomitar y de aparentar entereza.

—¿No hay ninguna lubina? —preguntó.

—Lo hemos echado al agua de nuevo —dijo Alicia—. Decidimos dejar que crecieran un poco más.

—Bueno... ¿y cómo se cocinan estos bichejos?

—He pensado que podíamos hacerlos rebozados con harina de maíz, cariño —dijo Alicia, y a juzgar por la cara que puso Dak, no debió de gustarle la idea. Es posible que a mí me pasara lo mismo, porque en aquel momento me di cuenta de que estaba famélico.

Alicia y Travis se encargaron de limpiar el pescado... y de casi todo lo demás, porque el resto no éramos muy buenos cocineros. Hecho esto, Travis puso seis platos a la mesa. Los llenamos de crujientes y dorados filetes de pez gato, puré de patatas, quimbombo y pan de trigo muy dorado. Al ver que Kelly se disponía a empezar, le di una palmadita en la mano y, cuando levantó la mirada, sacudí la cabeza. Tenía una corazonada. Travis me vio y dio unos golpecitos a su copa de vino blanco.

—No es por mí, chicos, pero el hecho es que Jubal no probará la comida a menos que otra persona que no sea él la haya bendecido. Lo haré yo, a menos que alguno de vosotros tenga algo que quiera decir.

Incliné la cabeza y entonces, para mi sorpresa, escuché la voz callada de Alicia. Tan callada, de hecho, que no pude oír sus palabras, aunque su tono me pareció sincero. Escuché el cierre:

—"... y la sabiduría para notar la diferencia". Bendice estos alimentos. Amén.

—¿No va a bajar a comer, Travis? —pregunté.

—Me temo que no, Manny. Pasará el resto del día encerrado ahí.

Me levanté y recogí el plato. Travis me cogió de la camisa cuando pasaba a su lado y me dijo al oído:

—No va a cogerlo, pero no lo dejes en el porche. Atrae a los mapaches.

Caminé hasta el cobertizo, sin saber si había hecho bien presentándome voluntario. Pero a pesar de todo llamé a la puerta de Jubal y él me respondió por un altavoz en el que no había reparado hasta entonces.

—La comida, Jubal.

—Muchas gracias, Manny. ¿La ha bendecido Travis?

—No. Alicia.

—Entonces dale las gracias a ella también. Manny, no me siento demasiado bien. Dale las gracias al cocinero, si eres tan amable.

—Lo haré, Jubal. Y, Jubal... lo sentimos. No volverá a pasar.

—No es culpa vuestra, no habéis sido vosotros. Es que estoy un poco loco.

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