Authors: John Varley
—Por supuesto, ha sido una gran vergüenza para toda la nación que les hayamos derrotado, pero la tripulación de la Armonía no está demasiado molesta, porque saben que no ha sido culpa suya. Pero ofrecernos una comida tan mala... de eso sí que están muy avergonzados.
—A mí no me pareció tan mala —dije.
—Ni a mí —dijo Travis—. Raciones espaciales. ¿Qué creían que esperábamos, pato a la pekinesa? Vete a saber, ¿eh? La cultura china es diferente.
—Pues no quiero ni pensar en lo que habrá sido para ellos atracarse de naranjas —dijo Dak.
—Ya, pero eso no les importa tanto. Buen trabajo, Alicia.
Estábamos reunidos en la sala común, al cabo del día. Todos los demás estaban agradablemente exhaustos por el trabajo hecho. Yo, que no había hecho nada en todo el día aparte de aburrirme y pensar, estaba más despierto que un yonqui de dos dólares. Pero era agradable sentarse con alguien y hablar de las cosas del día. De lo que más hablamos fue del comisario Chun.
Después de la cena, cuando llegó la hora de corresponder a la visita que los tripulantes de la Armonía Celestial que nos habían ofrecido, Travis provocó una especie de incidente internacional.
—Capitán Xu, ¿es usted miembro de las fuerzas armadas chinas? —preguntó, sabiendo que no lo era. A continuación se volvió hacia Chun—. Doctor Chun, como oficial político de la Armonía Celestial debo pedirle respetuosamente que se abstenga de visitar nuestra nave más allá de las zonas comunes. Hay cosas en ella que no puedo permitir que vea el representante de una potencia extranjera. Estoy seguro de que lo comprenderá.
Xu empezó a sonreír, lo disimuló, y tradujo sus palabras a Chun.
Este respondió con un comentario seco que Xu no tradujo y luego dijo que esperaría fuera. Travis se negó a permitir que Chun esperara en el exterior del Trueno Rojo, señalando que no quería que pudiera examinar detenidamente el motor. Chun estuvo a punto de explotar. De nuevo, Xu no tradujo sus palabras, y tampoco hizo falta.
—Manny, ¿quieres hacerle compañía al doctor Chun un rato? —preguntó Travis.
—Claro.
Maldito Travis. ¿Qué se suponía que debía hacer si Chun trataba de salir? ¿Detenerlo por la fuerza? ¿Darle un golpe en la cabeza? Me decidí a hacer lo que fuera necesario mientras los demás subían a la cubierta de control, pero Chun se limitó a permanecer sentado en su silla. Me miró, esbozó una sonrisa vaga y a continuación empezó a mover las cascaras de naranja que tenía delante, sobre la mesa. Nunca había visto un hombre tan cansado y tan deprimido en toda mi vida.
Casi sentí lástima por él. O sea, a mí me habían bastado unas horas de soledad en el viejo y confortable Trueno Rojo, con mis amigos a pocos kilómetros de distancia, para crisparme los nervios, y según me había contado Alicia, a ella le había pasado lo mismo el primer día de guardia. El amigo más próximo de Chun, suponiendo que los comisarios tuvieran amigos, se encontraba a más de ciento cincuenta millones de kilómetros de distancia.
Y además, era todo una farsa. ¿Secretos? Y una mierda. No había ningún secreto en los controles del Trueno Rojo.
—No he podido resistirme a pincharlo un poco —admitió Travis aquella tarde—. ¿Os disteis cuenta de que trataba de asomarse por debajo de la nave, para echar un vistazo al motor? Casualmente, como quien camina por el parque... Bueno, causalmente yo estaba en medio.
—Podría haber sido más cruel que sí le dejaras ver el motor —dijo Dak—. ¿Qué iba a averiguar, de todas maneras?
Más tarde, saqué a colación el tema en el que llevaba pensando todo el día, nuestra falta de cualificación para explorar Marte.
—¿Qué quieres que te diga, Manny? —preguntó Travis—. Tienes razón. Ninguno de nosotros puede decir que se ha "ganado" el derecho a estar aquí, a ser el primero. Supongo que es la suerte del principiante. Si fuéramos a ser los únicos en pisar el planeta, yo diría que todo esto no ha sido más que un buen truco publicitario. Pero lo hacemos por una buena causa, y además, pensad en esto: dentro de un año, habrá cientos de geólogos recorriendo esta bola de roca, y nosotros seremos los tíos que abrieron el camino. Jubal lo ha hecho posible, y también nosotros. Si os preocupa lo que digan de vosotros los libros de historia, acordaos de eso.
Al día siguiente, Día M4 para nosotros, nos reunimos al borde del cañón y partimos en dirección este. Cada medio kilómetro nos deteníamos para que el doctor Li Ching pudiera tomar muestras. Esta vez me tocó a mí montar en el asiento del copiloto, pues Kelly se había quedado a cuidar del tenderete mientras los demás salíamos a divertirnos. Alicia y yo la pusimos en guardia sobre la soledad y le advertimos que podía llegar a provocar pánico.
—No os preocupéis. En ese caso, fumaré un poco más de hierba —dijo, y por un momento pensé que lo decía en serio. Entonces nos empujó hacia la compuerta, prometiendo que estaría bien y que sabría cuidarse sola.
Llegamos a una región de los Valles que no se diferenciaba demasiado de otra cualquiera, al menos a mis ojos, y Li mandó parar al capitán Xu. Dak aparcó a su lado y vimos que Li se acercaba al borde del acantilado, se detenía allí, con las manos en las caderas, y miraba hacia abajo.
—¿Qué busca? —preguntó Dak.
—Las... estriaciones, los estratos —nos dijo Xu—. Estaba buscando una formación como esta, pero es demasiado profunda, demasiado empinada. Está frustrado por eso.
Todos salimos y miramos lo que Xu estaba señalando.
La noche anterior no podía dormir, así que había ido a la sala común y había encendido el lector de DVD. Habíamos traído con nosotros una biblioteca de referencia bastante aceptable. Encontré algunos artículos sobre el Gran Cañón del Colorado y estuve leyendo y viendo fotografías hasta que empecé a bostezar.
Es fácil darse cuenta de que el Gran Cañón y los Valles Marinensis no tienen demasiado en común, aparte del hecho de que los dos son anchos y profundos. Los artículos decían que hay rocas cerca del fondo del Gran Cañón que tienen más de dos mil millones de años. Puedes ver los estratos, como un pastel de cumpleaños de un millón de capas, formados de materiales diferentes que se han ido acumulando en épocas diferentes. Con el tiempo, el terreno se onduló a causa de los movimientos de las placas tectónicas y comenzó la erosión.
¿Se habían formado los Valles Marinensis de aquel modo? Nadie lo sabía con seguridad. Si era así, ¿qué se había hecho del agua? ¿Se había evaporado hacia el espacio? ¿Se había hundido en el subsuelo? ¿Sería suficiente si los humanos decidían venir a Marte en gran número?
Muchos geólogos —o areólogos, como ellos prefieren que se les llame— creían que los Valles eran producto de acción erosiva de aguas corrientes, al igual que el Gran Cañón.
Hasta aquí había llegado yo. Así que, en términos generales, sabía de qué estaba hablando el doctor Li. En Marte la sedimentación era diferente. Pero al final todo se reducía a la cuestión del agua. Hasta el momento, Li no había encontrado tierras ni suelos con presencia de agua, que era lo que estaba buscando.
—Allí en el fondo, ¿lo ve? —dijo Li, traducido por Xu—. Sedimentación, causada por un mar muy antiguo. Luego... más arriba, nuevos estratos de sedimentos, que parecen sugerir que las aguas volvieron a cubrir el área, con... intervalos de tiempo muy largos. Las aguas volvieron. Luego deben de estar todavía aquí... en alguna parte.
Los estratos de los que hablaba se veían en la ladera, que tenía unos sesenta grados de inclinación, aunque mucho más abajo.
—Una teoría... de la que Li es partidario, afirma que el agua todavía está presente a doscientos metros de profundidad. La presión podría mantenerla congelada. Conforme aumentaba la presión, puede que el agua se viera forzada a... ¿cuál es la palabra?... lateralmente, por los estratos de roca. Luego hay en un lugar como este, en el que ese estrato ha sido erosionado. El agua sale al aire, donde se congela. Se forma un tapón. Cuando la presión es suficientemente alta, el tapón revienta y sale un chorro de roca, hielo y un poco de agua, formando una pista de derrubios como esa que vemos que se extiende a partir de la capa que tenemos debajo, a unos doscientos metros. Li querría tomar muestras de aquella zona.
—Joder —dijo Dak—, pues se le baja hasta allí y que las coja.
Cuando Li comprendió que el Trueno Azul estaba equipado con una torno a motor y mil metros de cable retráctil de alta resistencia, se puso a bailar de tal forma que temí que se hiciera daño. Travis no lo tenía muy claro, pero creo que quería ayudar a los chinos a recuperar parte del crédito perdido, así que accedió.
Atamos a Li al cable y lo bajamos por la pared de roca. En quince minutos estaba donde quería. Estuvo un rato sacando muestras y entonces nuestras radios se llenaron con su voz excitada. Xu esbozó una sonrisa inmensa.
—¡Ha encontrado hielo! —dijo—. Justo donde esperaba encontrarlo.
De modo que, al final, la tripulación del Trueno Rojo puso su granito de arena en el monumento de la ciencia. Aparte de encontrar alguna prueba de la existencia de vida marciana, era el descubrimiento más importante que nadie podía pedirnos.
Cuando regresamos, Kelly estaba llorando. La abracé un rato, hasta que dejó de temblar y pudo recobrar la compostura.
—Me siento como una estúpida —dijo—. He actuado como una niña de seis años.
—Así fue como yo me sentí —dijo Alicia.
—Lo mío fue más una depresión —dije yo.
—¿Por qué no nos has llamado por radio? —le preguntó Travis—. Habríamos venido a buscarte.
—Por eso. Porque habríais venido. No dejaba de repetirme que todo andaba bien, pero entonces me echaba a temblar de nuevo. Era incapaz de parar. —Se sonó la nariz—. Casi había decidido salir a buscaros. Siguiendo las huellas del vehículo.
—Eso es una locura —dijo Travis con tono amigable.
—Precisamente eso es lo que estoy diciéndote, Travis. He perdido la cabeza. No había estado tan asustada en toda mi vida.
Travis decidió que, a partir del día siguiente, empezaríamos a hacer las guardias por parejas. Nadie volvería a quedarse solo. Como su decisión de dejar en todo momento a alguien dentro de la nave era inapelable, eso significaba que solo tres de nosotros podrían salir a explorar.
—Qué diablos —dijo Dak—. También yo haré los turnos. Cualquiera de vosotros puede conducir el Trueno Azul... casi la mitad de bien que yo. Pero como yo soy dos veces mejor piloto de lo que hace falta, supongo que no pasa nada.
Alicia le tiró un corazón de manzana.
No fue hasta la mañana siguiente, Día M5, cuando nos dimos cuenta de que Travis no tenía previsto hacer extensivo a él el programa de guardias por parejas.
—Podré soportarlo, no os preocupéis por mí —dijo.
En el Trueno Rojo estaban permitidas las discusiones hasta que Travis las atajaba, así que estábamos debatiéndolo cuando alguien llamó a la puerta. Quienquiera que fuese debía de estar golpeando el costado de la nave con una llave inglesa o algo por el estilo.
—Me pregunto quién puede ser —dijo Kelly.
—¿Marvin el Marciano? —sugerí.
Todavía faltaba media hora para que nos encontráramos con los chinos para un nuevo día de exploración. Travis frunció el ceño y consultó su reloj. Alicia introdujo unos códigos en el ordenador y en un monitor apareció la vista de una de las cámaras exteriores. Había un chino en la plataforma de la entrada. El vehículo de superficie de la Armonía Celestial estaba aparcado a unos pasos de la rampa, y no había nadie en él.
—¿Quién llama a nuestra puerta? —preguntó Dak.
—Soy el capitán Xu, señor Sinclair. ¿Puedo pasar? Es una emergencia.
Nos miramos. Travis se encogió de hombros y bajó. Oímos el ruido de la cámara de descompresión y luego unas voces demasiado bajas para entender lo que decían. Travis gritó: "¡No!", y todos corrimos hacia la escalerilla.
—Ha ocurrido hace unas ocho horas —estaba diciendo Xu. Travis levantó la mirada hacia nosotros.
—Xu dice que el Ares Siete ha explotado.
Aunque la noticia no era completamente inesperada, nos dejó igualmente horrorizados.
—Aparentemente, la tripulación supo que algo andaba mal —prosiguió Xu—. Declararon una emergencia y, tres minutos más tarde, cesó la telemetría. Pero la señora Oakley nos informó de que al menos tres cosmonautas seguían vivos.
—Holly está viva —dijo Travis con un hilo de voz.
—Bueno... eso ya no parece muy probable.
—Probable o no, vamos a ir a buscarlos —dijo Travis.
Esta vez le tocó a Xu el turno de asombrarse. El Trueno Rojo poseía la capacidad de convencer a astronautas veteranos, al menos en parte. Podía conseguir que comprendieran, casi de forma subconsciente, lo mucho que la creación de Jubal había cambiado las reglas del viaje espacial.
—Sí... sí, claro. Si hay algo... es decir, si podemos ayudar.
—¿Tienen alguna unidad de maniobra, un traje propulsado o una unidad con cohetes de baja potencia, que podamos utilizar para maniobras EVA si podemos encontrar...?
—Discúlpeme... ¿qué es EVA?
—Extra-Vehicular-Activity... Actividad-Extra-Vehicular. Una de esas palabrotas de la NASA. Significa salir de la nave por algún tiempo.
—Sí, tenemos un aparato así, y con mucho gusto lo pondré a su disposición.
—¿Podemos ir a buscarlo? Cuanto antes. El tiempo apremia.
—Desde luego.
—Tripulación, quiero despegar en menos de una hora. Cerrad todas las compuertas. Aseguradlo todo... ya conocéis el procedimiento. Capitán Xu, vamos.
—Tardaré una hora en guardar el Trueno Azul, cap... —Dak vio la expresión de Travis y se le escapó el aire de los pulmones—. Perdone, capitán. No sé en qué estaba pensando. Es que detesto tener que dejarlo aquí. Capitán Xu, tienen mi permiso para utilizarlo cuando nos hayamos marchado.
—Llévalo a medio kilómetro de aquí y deja las llaves puestas, Dak —dijo Travis. Lo de las llaves era broma—. Volveremos dentro de unos meses a recogerlo.
La idea hizo que Dak se animara y se reunió con Travis y Xu en la cámara de descompresión.
Dak regresó de mal humor.
—Uno de los cables de las mantas eléctricas se ha soltado —dijo—. Una de las ruedas se ha convertido en confeti negro. No le va a servir de nada al capitán Xu ni a nadie y no he traído repuestos.
Frustrado, le dio una patada a una silla.
Travis y Xu regresaron con el aparato de propulsión espacial.