Ulises (28 page)

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Authors: James Joyce

Tags: #Narrativa, #Clásico

BOOK: Ulises
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Tiri tara tiri tara taró. Dios mío, aquí no debo canturrear.

—La glorieta O’Connell —dijo el señor Dedalus a los de alrededor.

Los blandos ojos del señor Power subieron a la punta del elevado obelisco.

—Reposa —dijo— en medio de su pueblo, el viejo Dan O’. Pero su corazón está enterrado en Roma. ¡Cuántos corazones rotos hay enterrados aquí, Simon!

—La tumba de ella está por ahí, Jack —dijo el señor Dedalus—. Pronto estaré tendido a su lado. Que el Señor me lleve en cuanto le plazca.

Abatido, empezó a llorar para sí mismo silenciosamente, tropezando un poco al andar. El señor Power le dio el brazo.

—Ella está mejor donde está —dijo bondadosamente.

—Eso supongo —dijo el señor Dedalus con un débil jadeo—. Supongo que está en el cielo si hay cielo.

Corny Kelleher se echó fuera de su fila y dejó que los del duelo le pasaran al lado lentamente.

—Momentos tristes —empezó cortésmente el señor Kernan.

El señor Bloom cerró los ojos e inclinó tristemente la cabeza dos veces.

—Los demás se están poniendo el sombrero —dijo el señor Kernan—. Supongo que también nosotros podemos. Somos los últimos. Este cementerio es un sitio traidor.

Se cubrieron la cabeza.

—El reverendo caballero leyó el servicio demasiado deprisa, ¿no le parece? —dijo el señor Kernan con reproche.

El señor Bloom asintió valientemente, mirando los ojos vivos, inyectados de sangre. Ojos secretos, ojos buscando secretos. Masón, creo: no estoy seguro. A su lado otra vez. Los últimos. En el mismo bote. Espero que diga algo más.

El señor Kernan añadió:

—El servicio de la Iglesia Irlandesa, usado en Mount Jerome, es más sencillo, más impresionante, debo decir.

El señor Bloom asintió prudentemente. La lengua naturalmente era otra cosa.

El señor Kernan dijo son solemnidad:


Yo soy la resurrección y la vida
. Eso le toca a uno el fondo del corazón.

—Eso es —dijo el señor Bloom.

Tu corazón quizá pero ¿qué le importa al tipo en el seis pies por dos con los dedos de los pies en las margaritas? Eso no lo toca. Sede de los afectos. Corazón partido. Una bomba después de todo, bombeando miles de galones de sangre por día. Un buen día se atasca y ya estamos. Montones de ellos yaciendo por aquí: pulmones, corazones, hígados. Viejas bombas oxidadas: al cuerno lo demás. La resurrección y la vida. Una vez estás muerto estás muerto. La idea del último día. Levantándoles a todos de un golpe de sus tumbas. ¡Sal fuera, Lázaro! Y salió el quinto y perdió el trabajo. ¡Levantaos! ¡El día final! Entonces cada quisque hurgando por ahí en busca de su hígado y sus tripas y el resto de sus asuntos. Encontrar todas sus malditas cosas por sí mismo esa mañana. Un pennyweight de polvo en una calavera. Doce gramos son un pennyweight. Medida Troy.

Corny Kelleher se le puso a su paso al lado.

—Todo ha salido de primerísima —dijo—. ¿No?

Les miraba con sus ojos soñolientos. Hombros de policía. Con el tororón tororón.

—Como debía ser —dijo el señor Kernan.

—¿Cómo? ¿Eh? —dijo Corny Kelleher.

El señor Kernan le tranquilizó.

—¿Quién es ese tipo detrás de Tom Kernan? —preguntó John Henry Menton—. Conozco esa cara.

Ned Lambert echó atrás una ojeada.

—Bloom —dijo—.
Madam
Marion Tweedy que era, mejor dicho, que es la soprano, es su mujer.

—Ah, claro —dijo John Henry Menton—. Hace tiempo que no la veo. Era una mujer muy guapa. Bailé con ella, espere, hace sus buenos quince o diecisiete años, en Mat Dillon, en Roundtown. Y bien que le llenaba a uno los brazos.

Echó una mirada atrás a través de los demás.

—¿Qué es él? —preguntó—. ¿Qué hace? ¿No andaba en cosas de papelería? Una noche tuve un disgusto con él, me acuerdo, en los bolos.

Ned Lambert sonrió.

—Sí que andaba —dijo—, en Wisdom Hely. Viajante de papel secante.

—Pero, por los clavos de Cristo —dijo John Henry Menton—, ¿para qué se casó ella con un desgraciado como ése? Entonces tenía mucho juego que dar.

—Todavía lo tiene —dijo Ned Lambert—. Él es agente de anuncios.

Los grandes ojos de John Henry Menton miraron fijamente al vacío.

El carretón dobló a una avenida lateral. Un hombre corpulento, emboscado entre las hierbas, se levantó el sombrero en homenaje. Los sepultureros se tocaron las gorras.

—John O’Connell —dijo el señor Power, complacido—. Nunca olvida a un amigo.

El señor O’Connell dio la mano a todos en silencio. El señor Dedalus dijo:

—He venido a hacerte otra visita.

—Querido Simon —dijo el administrador—. No quiero en absoluto que seas mi cliente.

Saludando a Ned Lambert y a John Henry Menton, avanzó al lado de Martin Cunningham, jugueteando con dos llaves a la espalda.

—¿Han oído —les preguntó— lo de Mulcahy el del Coombe?

—Yo no —dijo Martin Cunningham.

Inclinaron las chisteras en armonía y Hynes acercó el oído. El administrador colgó los pulgares en las curvas de la cadena del reloj de oro y habló en tono discreto hacia sus sonrisas vacías.

—Cuentan la historia —dijo— de que dos borrachos vinieron aquí un atardecer con niebla buscando la tumba de un amigo de ellos. Preguntaron por Mulcahy el del Coombe y les dijeron dónde estaba enterrado. Después de andar tropezando por ahí en la niebla encontraron la tumba, claro que sí. Uno de los borrachos fue leyendo el nombre: Terence Mulcahy. El otro borracho estaba mirando una estatua del Salvador que había hecho poner la viuda.

El administrador echó una mirada a uno de los sepulcros que dejaban atrás. Continuó:

—Y después de mucho mirar a la figura sagrada, dice,
No se parece a él ni pizca jodida. Ese no es Mulcahy
, dice,
lo haya hecho quien lo haya hecho
.

Recompensado por sonrisas se quedó atrás hablando con Corny Kelleher, recibiendo de éste unas fichas, repasándolas y examinándolas mientras andaba.

—Todo eso lo hace con una intención —explicó Martin Cunningham a Hynes.

—Ya sé —dijo Hynes—, ya lo sé.

—Para animarle a uno —dijo Martin Cunningham—. Es pura bondad de corazón: al cuerno lo demás.

El señor Bloom admiró el próspero volumen del administrador. Todos quieren estar en buenas relaciones con él. Un tipo decente, John O’Connell, de los buenos de verdad. Llaves, como el anuncio de Llavees; no hay miedo de que nadie se escape; no hay control de salida.
Habeas corpus
. Tengo que ver lo de ese anuncio después del entierro. ¿Escribí Ballsbridge en el sobre que cogí para tapar cuando ella me interrumpió mientras escribía a Martha? Espero que no la hayan echado a la oficina de cartas extraviadas. Estaría mejor si se afeitara. Barba gris y dura. Esa es la primera señal cuando el pelo sale gris y el carácter se empieza a agriar. Hebras de plata entre el gris. Imagínate ser su mujer. No sé cómo tendría cara para declararse a ninguna chica. Vente conmigo a vivir en el cementerio. Exhibírselo por delante. Al principio la podría emocionar. Cortejando a la muerte. Sombras de la noche cerniéndose aquí con todos los muertos tendidos por ahí. Las sombras de las tumbas cuando los cementerios bostezan y Daniel O’Connell debe ser un descendiente supongo quién es el que solía decir que era mariquita garañón gran católico sin embargo como un enorme gigante en la oscuridad. Fuego fatuo. Gas de las tumbas. Hace falta que ella no piense en eso para poder quedar embarazada. Las mujeres especialmente son tan delicadas. Contarle una historia de fantasmas en la cama para hacerla dormir. ¿Has visto alguna vez un fantasma? Bueno, pues sí. Era una noche negra como la pez. El reloj iba a dar la medianoche. Sin embargo capaces de besar como es debido si se las pone a punto. Las putas en los cementerios turcos. Aprenden cualquier cosa si se las pilla jóvenes. Podría uno encontrar una viudita joven aquí. Los hombres son así. Amor entre las lápidas. Romeo. Condimento del placer. En medio de la muerte estamos en vida. Los extremos se tocan. Dándoles envidia a los pobres muertos. Olor de filetes a la parrilla para muertos de hambre. Royéndoles las entrañas. Deseo de encandilar a la gente. Molly queriendo hacerlo en la ventana. De todos modos éste tiene ocho hijos.

Ha visto caer una buena porción en sus años, tendidos a su alrededor, campo tras campo. Camposantos. Más sitio si los enterraran de pie. Sentados o de rodillas no se podría. ¿De pie? Podría salirle un día la cabeza fuera en un deslizamiento de tierras con la mano señalando. El terreno debe estar como un panal: celdas alargadas. Y bien arreglado que lo tiene además, recorta la hierba y los bordes. Su jardín, así llama el Comandante Gamble a Mount Jerome. Bueno, pues sí lo es. Deberían ser adormideras. Los cementerios chinos con amapolas gigantes creciendo producen el mejor opio, me dijo Mastiansky. El Jardín Botánico está ahí mismo. Es la sangre hundiéndose en tierra lo que da nueva vida. La misma idea que esos judíos que dicen que mataron al niño cristiano. A cada cual su precio. Cadáver de caballero bien conservado gordo, epicúreo, valiosísimo para huerta. Una ganga. Por la carcasa de William Wilkinson, inspector y contable, tres libras con tres chelines y seis. Con agradecimiento.

Estoy seguro de que el terreno se pondría muy sustancioso con abono de cadáver, huesos, carne, uñas, fosas comunes. Terrible. Volviéndose verdes y rosados, descomponiéndose. Se pudren deprisa en tierra húmeda. Los viejos flacos más duros. Luego una especie de sebosa especie de queso. Luego empiezan a ponerse negros, rezumando una melaza. Luego secos del todo. Mariposas de los muertos. Desde luego las células o lo que sea siguen viviendo. Cambiándose. Viven para siempre prácticamente. Nada de qué comer comen de sí mismas.

Pero deben criar una cantidad endemoniada de gusanos. El terreno debe estar sencillamente hirviendo de ellos. Que un día os hierva la cabeza. Todas rizos y hoyitos, su belleza. Con todo eso él parece bastante alegre. Le da una sensación de poder viendo a todos los demás bajar primero. No sé cómo mirará la vida. Haciendo sus chistes también: le calienta las válvulas del corazón. El del boletín. Spurgeon salió para el cielo a las 4 esta madrugada. 11 de la noche (hora de cerrar). No llegó todavía. Pedro. A los muertos en todo caso a los hombres les gustaría oír de vez en cuando un chiste o a las mujeres saber qué está de moda. Una pera jugosa o un ponche para señoras, caliente, fuerte y dulce. Evitar la humedad. Hay que reírse a veces así que más vale hacerlo así. Enterradores en
Hamlet
. Muestra el profundo conocimiento del corazón humano. No se atreven a hacer chistes con los muertos por lo menos en dos años.
De mortuis nil nisi prius
. Primero quitarse el luto. Difícil imaginar su entierro. Parece una especie de chiste. Leer tu propio aviso de fallecimiento dicen que vives más. Te da cuerda otra vez. Nuevo arriendo de vida.

—¿Cuántos tiene para mañana? —preguntó el administrador.

—Dos —dijo Corny Kelleher—. Diez y media y once.

El administrador se metió los papeles en el bolsillo. El carretón había dejado de rodar. Los del duelo se dividieron poniéndose a los lados del hoyo, pisando con cuidado alrededor de las tumbas. Los enterradores trasladaron el ataúd y lo pusieron con la cabecera en el borde, enlazando las cuerdas alrededor.

Sepultarle. Venimos a sepultar a César. Sus idus de marzo o junio. No sabe quién hay aquí ni le importa.

Pero ¿quién es ese tío larguirucho de ahí con el
macintosh
? Pero ¿quién es? Me gustaría saberlo. Daría algo por saberlo. Siempre aparece alguien que uno no se imaginaba nunca. Uno podría vivir solo toda la vida. Sí que podría. Pero tendría que tener alguien para enterrarle cuando muriera aunque podría cavar su propia tumba. Todos lo hacemos. Sólo el hombre entierra. No las hormigas tampoco. Lo primero que le impresiona a cualquiera. Enterrar a los muertos. Dicen que Robinsón es como de verdad. Bueno pues entonces le enterró Viernes. Todo viernes entierra a un jueves, si bien se mira.

Oh mi pobre Robinsón
cómo fue tu solución.

¡Pobre Dignam! La última vez que se tumba en la tierra en su caja. Cuando se piensa en todos ellos parece un desperdicio de madera. Todo carcomido. Podrían inventar un bonito ataúd con una especie de panel corredizo descargarlo así. Ya, pero podrían objetar a ser enterrados, desde el de otro. Son tan picajosos. Sepultadme en mi tierra natal. Trozo de barro de Tierra Santa. Sólo una madre y un niño nacido muerto se han enterrado alguna vez en el mismo ataúd. Ya veo lo que significa. Ya veo. Para protegerle todo el tiempo posible incluso en la tierra. La casa del irlandés es su ataúd. Embalsamando en catacumbas, momias, la misma idea.

El señor Bloom se quedó atrás, lejos, sombrero en mano, contando las cabezas descubiertas. Doce. Yo soy el trece. No. El tipo del
macintosh
es trece. Número de la muerte. ¿De dónde demonios ha salido? No estaba en la capilla, lo juraría. Estúpida superstición la del trece.

Bonito paño suave tiene Ned Lambert en ese traje. Un toque de violeta. Yo tenía uno así cuando vivíamos en la calle Lombard West. Un tipo elegante era él en otros tiempos. Se cambiaba tres veces al día de traje. Tengo que hacer que Mesias me vuelva ese traje gris. Anda. Es teñido. Su mujer se me olvidaba que no está casado o su patrona le debía haber quitado esos hilos.

El ataúd se zambulló perdiéndose de vista, dejado resbalar por los hombres, con las piernas abiertas en las tablas de alrededor de la tumba. Se incorporaron con fatiga y se retiraron, y todos se descubrieron. Veinte.

Pausa.

Si de repente todos fuéramos alguien diferente.

Muy lejos rebuznó un burro. Lluvia. No hay tal burro. Nunca se ve uno muerto, dicen. Vergüenza de la muerte. Se esconden. También el pobre papá se marchó.

Suave aire dulce sopló con un susurro en torno a las cabezas descubiertas. Susurro. El muchacho junto a la cabecera de la tumba sostenía la corona con las dos manos mirando tranquilamente el negro espacio abierto. El señor Bloom se situó detrás del corpulento administrador. Una levita bien cortada. Quizá les sopesa para ver a quién le toca el siguiente. Bueno, es un largo descanso. No sentir más. Es el momento lo que se siente. Debe ser condenadamente desagradable. No se puede creer al principio. Un error debe ser: algún otro. Pruebe en la casa de enfrente. Espere, quería. Todavía no he. Luego cuarto fúnebre oscurecido. Luz quieren. Susurrando alrededor de uno. ¿Querrías ver un sacerdote? Luego divagando y delirando. Delirio: todo lo que escondiste toda la vida. La lucha con la muerte. Su sueño no es natural. Apretarle el párpado inferior. Observando si tiene la nariz afilada si se le cae la mandíbula si las plantas de los pies se le ponen amarillas. Echar a un lado la almohada y dejar terminar la cosa en el suelo puesto que está condenado. El diablo en esa estampa de la muerte del pecador enseñándole una mujer. Muriéndose de ganas de abrazarla en camisa. Último acto de
Lucia. ¿No te volveré a contemplar jamás?
¡Pam! expira. Se fue por fin. La gente habla de uno un poco: se olvidan. No os olvidéis de rezar por él. Recordadle en vuestras oraciones. Incluso Parnell. El Día de la Hiedra se está extinguiendo. Luego siguen ellos: cayendo en un agujero, uno tras otro.

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