Mientras tanto, la habilidad y la paciencia del facultativo había llevado a término un feliz
accouchement
. Había sido un intervalo fatigoso, muy fatigoso, tanto para la paciente como para el doctor. Todo lo que podía hacer la habilidad quirúrgica se hizo y la valiente mujer había ayudado virilmente. Sí que había. Había combatido el buen combate y ahora estaba feliz, muy feliz. Aquellos que nos han precedido, aquellos que se han ido por delante de nosotros, son felices también al contemplar desde lo alto, sonriendo sobre la conmovedora escena. Reverentemente miran hacia ella, allí reclinada con la luz de la maternidad en los ojos, ese anheloso afán de unos deditos infantiles (¡qué bello espectáculo es verlo!), en la primera floración de su reciente maternidad, exhalando una silenciosa plegaria de acción de gracias al Ser de lo alto, al Marido Universal. Y mientras sus ojos amorosos observan a su niñito, ella sólo desea otra bendición más, tener allí con ella a su querido Doady para compartir su alegría, y poner en sus brazos ese pedacito del barro divino, el fruto de sus lícitos abrazos. Él ya va avanzando en años (lo podemos decir en voz baja entre nosotros) y está un tanto encorvado de hombros, pero con el rodar de los años una grave dignidad ha ido posándose sobre el concienzudo contable segundo del Banco del Ulster, sucursal College Green. ¡Ah, Doady, amada de antaño, fiel compañero de la vida ahora, nunca podrá volver aquel lejano tiempo de las rosas! Con el mismo antiguo sacudir de su linda cabeza, ella recuerda aquellos días. Oh Dios, ¡qué hermosos ahora a través de la niebla de los años! Pero sus hijos están agrupados en su imaginación junto a su lecho, los hijos de ella y de él, Charley, Mary Alice, Frederick Albert (si hubiera vivido), Mamy, Budgy (Victoria Frances), Tom, Violet Constance Louisa, el pequeñito Bobsy (a quien habían dado su nombre por el famoso héroe de la guerra de Sudáfrica, Lord Bobs de Waterford y Candahar), y ahora esta última prenda de su unión, un Purefoy como no hay otro, con la auténtica nariz Purefoy. Esa joven esperanza se bautizará como Mortimer Edward, por el influyente primo tercero del señor Purefoy en la oficina de la Tesorería del Gobierno, Dublin Castle. Y así pasa volando el tiempo: pero el padre Cronos aquí ha andado con mano ligera. No, no dejes escapar ningún suspiro de ese pecho, querida y dulce Mina. Y Doady, tú, sacude las cenizas de tu pipa, el aculotado brezo que todavía conservarás cuando suene por ti el toque de cubrefuego (¡ojalá esté lejos el día!), y extingue la luz a la que lees en el Sagrado Libro, pues el aceite se está agotando, así que a reposar con corazón tranquilo. El sabe y te llamará en la hora apropiada. Tú también has combatido el buen combate y has desempeñado lealmente tu papel de hombre. Amigo, he aquí mi mano. ¡Bien hecho, tú siervo bueno y fiel!
Hay pecados o (llamémoslos como los llama el mundo) malos recuerdos que el hombre oculta en los lugares más sombríos del corazón, pero que permanecen allí aguardando. Él quizá permita que su memoria se oscurezca, los deje estar como si nunca hubieran sido y llegue a persuadirse de que no fueron o al menos de que fueron de otro modo. Sin embargo, una palabra casual los evocará repentinamente y se levantarán a encararse con él en las circunstancias más variadas, en visión o en sueño, o mientras el cémbalo y el arpa apacigüen sus sentidos o entre la fresca tranquilidad argentina del atardecer o en la fiesta a medianoche cuando ya esté lleno de vino. No para insultarle vendrá la visión, como a quien está bajo el peso de su ira, no por venganza, para separarle de los vivos, sino amortajada en la triste veste del pasado, silenciosa, remota, llena de reproche.
El forastero seguía considerando en el rostro que tenía delante una lenta retirada de esa falsa calma impuesta, al parecer, por hábito o por algún estudiado truco, sobre palabras tan amargadas como para acusar en quien las pronunciaba algo malsano, un
flair
por las cosas más crudas de la vida. Una escena se delinea en la memoria del observador, evocada, se diría, por una palabra de familiaridad tan natural como si aquellos días siguieran realmente presentes ahí (como algunos pensaban) con sus placeres inmediatos. Un bien cuidado terreno con césped en un suave atardecer de mayo, el bien recordado bosquecillo de lilas en Roundtown, violeta y blanco, fragantes y esbeltas espectadoras del juego, pero con mucho interés auténtico en las bolas cuando ruedan lentamente por la hierba o chocan y se detienen, una junto a otra, con un breve golpe alerta. Y más allá, en torno a esa ánfora gris donde a veces fluye el agua en pensativo riego, se veía otra fragante hermandad, Floey, Atty, Tiny y su compañera más morena con no sé qué de fascinante en su actitud, Nuestra Señora de las Cerezas, una graciosa arracada de ellas pendiente de una oreja, haciendo contrastar tan delicadamente el exótico calor de la piel contra el fresco fruto ardiente. Un mozuelo de cuatro o cinco años vestido de bombasí (es la estación florida pero se estará a gusto junto al acogedor hogar cuando dentro de no mucho se recojan y enfunden las bolas) se ha erguido sobre el ánfora, sostenido por ese círculo de cariñosas manos doncelliles. Está un poco ceñudo, igual que ahora este joven, con un disfrute quizá demasiado consciente del peligro, pero no puede dejar de lanzar una ojeada de vez en cuando hacia donde su madre le vigila desde la
piazzetta
que da al parterre con una leve sombra de distanciamiento o de reproche
(alles Vergängliche)
en su alegre mirada.
Observad esto también y recordadlo. El fin llega de repente. Entrad en esa antecámara del nacimiento donde están reunidos esos estudiosos y fijaos en sus rostros. Nada, según parece, de precipitado o de violento en ellos. Más bien quietud de custodia, como conviene a sus dignidades en esa casa, la vigilante vela de pastores y de ángeles en torno a un pesebre en Belén de Judá hace mucho. Pero así como antes del relámpago las acumuladas nubes tempestuosas, cargadas de rebosante exceso de humedad, túrgidamente distendidas en hinchadas masas, abarcan tierra y cielo en un solo vasto dormitar, suspenso sobre campo reseco y agostada vegetación de matojos y verdura, hasta que en un instante un destello hiende su centro y con el retumbo del trueno el temporal vierte su torrente, así y no de otro modo fue la transformación, violenta e instantánea, al ser pronunciada la Palabra.
¡A Burke! Va en cabeza mi señor Stephen, lanzando el grito, y detrás de él una comitiva y turbamulta de todos ellos, el ganapán, el chimpancé, el gallito, el matasanos, el puntual Bloom pisándoles los talones, con una rebatiña general de monteras, bastones, espadines, jipijapas, tahalíes, alpenstocks de Zermatt y quién sabe qué más. Un dédalo de gallarda juventud, estudiantes, todos ellos nobles. La enfermera Callan, sorprendida en el pasillo, no puede detenerlos, ni el sonriente cirujano, bajando las escaleras con la noticia de la placentación terminada, una libra corrida. Le gritan atención. ¡La puerta! ¿Está abierta? ¡Ah! Salen fuera tumultuosamente, por piernas, a la carrera, todos valientemente a zancadas. Burke, en la esquina de Denzille y Holles, es su meta ulterior. Dixon les sigue imprecándoles pero él también arroja un juramento y adelante. Bloom se queda con la enfermera un instante para enviar una afectuosa palabra a la feliz madre y al recién nacido, allá arriba. Doctor Dieta y Doctor Reposo. ¿No parece otra ahora ya? La historia de las noches en vela está escrita en su palidez desteñida. Habiéndose ido ya todos, con ayuda de un toque de ingenio natural, susurra de cerca al marchar: Señora mía, ¿cuándo vendrá para vos la cigüeña?
El aire, fuera, está impregnada de humedad de rocío de lluvia, celestial esencia de vida, reluciendo sobre la piedra de Dublín, allí, bajo
caelum
fúlgido de estrellas. El aire de Dios, el aire del Padre Universal, al aire chispeante cedible circumambiente. Aspíralo dentro de ti profundamente. Por los cielos, Theodore Purefoy, ¡habéis cumplido una alta tarea, sin chanza! Vos sois, a fe mía, el más notable progenitor, sin exceptuar a nadie en esta farragosa y omniincluyente crónica en desorden. ¡Asombroso! En ella yacía una preformada posibilidad, estructurada por Dios, dada por Dios, que tú has fructificado con tu porción de trabajo masculino. ¡Apégate a ella! ¡Sírvela! Sigue esforzándote, labora como un verdadero mulo y que se vayan al demonio sabihondos y malthusianos. Tú eres todos los papaítos de ellos, Theodore. ¿Te encorvas bajo la carga, abrumado por las cuentas del carnicero en el hogar y por los lingotes de oro (¡no vuestros!) en la casa de banca? ¡Alta la cabeza! Por cada nuevo engendrado recogerás tu celemín de trigo maduro. Mira, tu vellón está rociado. ¿Envidias a ese Filemón con su Baucis? Una urraca hipócrita y un chucho legañoso son toda su progenie. Puaf, te digo. Él es un mulo, un gasterópodo muerto, sin fuerza ni tripas, que no vale ni un ochavo partido. ¡Copulación sin población! ¡No, digo yo! La degollación de los inocentes de Herodes sería su nombre más verdadero. ¡Verduras, en verdad, y cohabitación estéril! ¡Dale filetes, rojos, crudos, sangrantes! Esta es un canoso pandemonium de males, glándulas hinchadas, paperas, anginas, juanetes, fiebre del heno, llagas de la cama, impétigo, riñón flotante, bocio, verrugas, ataques biliosos, cálculos de vesícula, pies fríos, venas varicosas. Tregua a los trenos y a los trigésimos y a las jeremiadas y demás música congénitamente difuntiva. Veinte años de eso, no los eches de menos nunca. Contigo no fue como con muchos que quieren y querrían y esperan y nunca… hacen nada. Tú viste tu América, la tarea de tu vida, y cargaste para cubrir como el bisonte traspontino. ¿Cómo habló Zaratustra?
Deine Kuh Trübsal melkest Du. Nun trinkst Du die süsse Milch des Euters
. ¡Mira! Se desborda para ti en abundancia. ¡Bebe, hombre, toda una ubre! Leche de madre, Purefoy, la leche de la especie humana, leche también de esas estrellas que brotan allá arriba, rutilantes en fino vapor de lluvia, leche en ponche, tal como engullirán esos juerguistas en la caverna de empinar el codo, leche de locura, la leche y miel de la tierra de Canaán. El pezón de tu vaca estaba duro, ¿y qué? Sí, pero su leche es caliente y dulce y hace engordar. No es cerveza aguanosa ésta, sino espesa y sustanciosa leche mantecosa. ¡Por ella, viejo patriarca! ¡Teta!
Per deam Partulam et Pertundam nunc est bibendum!
Todos allá a armar jaleo, del brazo, aullando por la calle abajo. Viajeros de buena fe. ¿Dónde durm anoch? Timothy el de la cholla cascada. A lo loco. ¿Paraguas viejos o chanclos en la casa? ¿Dónde se han metido el matasanos y el ropavejero? Siento mucho, yo nada saber. ¡Hurra ahí, Dix! Adelante a rienda suelta. ¿Dónde está Punch? Todo sereno. ¡Chico, mira el clérigo borracho saliendo del hostal de maternidad!
Benedicat vos omnipotens Deus, Pater et Filius
. Una perrita, caballero. Los golfos del callejón de Denzille. ¡Al demonio, malditos! Ahuecando. Eso, Isaacs, quítales de en medio a patadas. ¿Viene usté con nosotros, señor? No es hintromisión en la vida privada. Sel muy buen señol. Tós iguales por ay.
En avant, mes enfants!
Pieza número uno, fuego. ¡A Burke! ¡A Burke! Desde allí avanzaron cinco parasangas. Infantería montada de Slattery, ¿dónde está ese cabrón de chupatintas? ¡Párroco Steve, el credo de los apóstatas! No, no. ¡Mulligan! ¡A popa, vosotros! Empujar adelante. No perder de vista el reloj. Hora de echar a la calle. ¡Mulli! ¿Qué te pasa?
Ma mère m’a mariée
. ¡Bienaventuranzas Británicas!
Ratamplan Digidi Bum Bum
. Ganan los votos a favor. Para ser impreso y encuadernado en la Druiddrum Press por dos señoras diseñadoras. Encuadernación de becerro verde pis. La última palabra en matices artísticos. El libro más bonito que ha salido en Irlanda en mis tiempos.
Silentium!
¡Una metida! Tención. Avanzar a la bodega más próxima y requisar allí los depósitos de bebidas alcohólicas. ¡Mar! Porrom porrom porrom, los muchachos (¡el pecho fuera!) se mueren de sed. Bebida, buey, bufetes, Biblias, bulldogs, barcos de guerra, bujarrones, beaterías. Aun en el patíbulo. Bebidabuey pisotea las Biblias. Cuando por Irlanda her. Pisotea a los pisoteadores. ¡Puñeta! Seguir con el jodido paso milingtar. Nos caemos. El bar de bebidas del beato. ¡Alto! Arrimarse allá. Rugby. La
melée
. Sin tocar las patadas. ¡Ay, mis patitas! ¿Se ha hecho daño? ¡Lo siento enormemente!
Pregunta. ¿Quién paga aquí? Orgulloso posesor de todo el jodido mundo. Me declaro en indigencia. En las cuerdas. Yo no moni. Ni una perra la semana pasada. ¿Y tú? Hidromiel de nuestros antepasados para el
Übermensch
. Ídem de lienzo. Cinco Número Uno. ¿Y usted, caballero? Gaseosita. No te mata, el brebaje del cochero. Estimular el calórico. Dar cuerda a su patata. Se paró en seco para nunca volver a andar cuando el viejo. Ajenjo para mí, ¿entiende?
¡Caramba!
Tomar un ponche de huevo o una ostra con huevo. ¿Enemigo? Mi patatómetro está en el Monte. Menos diez. Muchísimas gracias. De nada. ¿trauma pectoral, no, Dix?
Pos fact
. Le pigó un abegorro guando se echó a dormir en su gardincito. Vive cerca del Mater. Anda encoñado. ¿Conoces a su doña? Pos claro, faltaría. Bien maciza. Verla en desevillé. Se desnuda que es una gloria. Una hermosa hermosura. Nada de esas flacuchas, ni hablar. Baja la persiana, amor. Dos Ardilauns. Lo mismo aquí. Deprisita. Si te caes no esperes para levantarte. Cinco, siete, nueve. ¡Vale! Tiene un buen par de delantera, no es broma. Y qué proa y qué popa. Hay que ver para creer. Tus ojos muertos de hambre y tu cuello enyesado me robaron el corazón, oh tarro de cola. ¿Caballero? ¿Patata contra el reuma? Todo monsergas, perdone que se lo diga. Para los
hoi polloi
. Me paguece que tú seg idiota. ¿Y entonces, doctor? ¿De vuelta de Laponia? ¿Su corporosidad va sagatizando a modo? ¿Cómo andan la gachí y los churumbeles? ¿Una a punto de soltar un chaval? A desembuchar se ha dicho. Santo y seña. Eso sí que es pelo. Lo nuestro es la blanca muerte y el bermejo parto. ¡Hola! ¡Escupe al aire y te cae encima, jefe! Telegrama del payaso. Copiado de Meredith. ¡Jesuficado orquítico polipúcico jesuita! Mi tiíta escribe a papi, Kinch: Ese niño malo Stephen extravía a Malachi tan buenecito.
¡Hurraaa! Agarra el balón, chaval. Pasa acá el espumante. Aquí, Jack, el valiente de las Highlands, aquí tienes tu aguachirle. Por muchus añus eche humu tu chimenea y hierva tu pucheru. Mi trago.
Merci
. A la nuestra. ¿Qué tal eso? Jodida la entrepierna. No me manches los calzones nuevos. Un pellizco de pimienta, eh tú. Agárralo. El comino está en camino. A ver si me entiendes. Gritos de silencio. Cada fulano con su fulana. Venus Pandemos.
Les petites femmes
. Moza descarada del pueblo de Mullingar. Dile que yo preguntaba por ella. Agarrando a Sara por la panza. En el camino de Malahide. ¿Quién, yo? Si la que me sedujo me hubiera dejado por lo menos su nombre. ¿Qué quieres por nueve peniques? Machree, Macruiskeen. Molly la cochinilla para la danza del colchón. Y tira allá juntos.
Ex!