Ulises (32 page)

Read Ulises Online

Authors: James Joyce

Tags: #Narrativa, #Clásico

BOOK: Ulises
2.05Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Eran caballeros de la naturaleza —murmuró J. J. O’Molloy—. Pero tenemos también el derecho romano.

—Y Poncio Pilato es su profeta —respondió el profesor MacHugh.

—¿Saben la historia del presidente del Tribunal de Cuentas, Palles? —preguntó J. J. O’Molloy—. Era en el banquete real de la Universidad. Todo marchaba estupendamente…

—Primero mi adivinanza —dijo Lenehan—. ¿Están preparados?

El señor O’Madden Burke, alto en abundante paño gris de Donegal, entró desde el vestíbulo. Stephen Dedalus, detrás de él, se descubrió al entrar.


Entrez, mes enfants!
—gritó Lenehan.

—Escolto a un suplicante —dijo melodiosamente el señor O’Madden Burke—. La Juventud guiada por la Experiencia visita a la Celebridad.

—¿Cómo estás? —dijo el director, tendiendo la mano—. Entra. Tu progenitor se acaba de ir.

? ? ?

Lenehan les dijo a todos:

—¡Silencio! ¿Cuál es la ópera que se parece a una línea férrea? Reflexionen, ponderen, excogiten, respondan.

Stephen entregó las hojas a máquina, señalando al título y la firma.

—¿Quién? —preguntó el director.

Trozo arrancado.

—El señor Garrett Deasy —dijo Stephen.

—Aquel viejo chocho —dijo el director—. ¿Quién lo ha roto? ¿Tuvo ganas de repente…?

Flameando en rauda vela
del sur, en tormenta loca,
viene, pálido vampiro,
a unir su boca a mi boca.

—Hola, Stephen —dijo el profesor, acercándose a atisbar por encima de los hombros de los dos—. ¿Glosopeda? ¿Te has vuelto…?

El bardo bienhechor del buey.

E
SCÁNDALO EN UN AFAMADO RESTAURANTE

—Buenos días, profesor —contestó Stephen, ruborizándose—. Esta carta no es mía. El señor Garrett Deasy me pidió que…

—Ah, ya le conozco —dijo Myles Crawford—, y conocí también a su mujer. La más jodida vieja avinagrada que ha hecho nunca Dios. Qué demonios, ésa sí que tenía la glosopeda, sin discusión. La noche que le tiró la sopa a la cara a un camarero del Star and Garter. ¡Jo jo!

Una mujer trajo el pecado al mundo. Por Helena, la fugitiva esposa de Menelao, diez años los griegos. O’Rourke, príncipe de Breffni.

—¿Está viudo? —preguntó Stephen.

—Sí, por ahora —dijo Myles Crawford, recorriendo con los ojos el texto a máquina—. Caballos del Emperador. Habsburgo. Un irlandés le salvó la vida en las murallas de Viena. ¡No lo olvidéis! Maximilian Karl O’Donnell, conde de Tirconnel en Irlanda. Mandó a su heredero a que hiciera del rey ahora un mariscal de campo austríaco. Va a haber problemas aquí algún día. Patos salvajes. Ah sí, a cada vez. ¡No olviden eso!

—La cuestión crucial es si lo ha olvidado él —dijo tranquilamente J. J. O’Molloy, dando vueltas a un pisapapeles en herradura—. Salvar príncipes es un trabajo por el que se reciben sólo las gracias.

El profesor MacHugh se volvió hacia él.

—¿Y si no? —dijo.

—Les diré cómo fue —empezó Myles Crawford—. Fue un húngaro, que un día…

C
AUSAS PERDIDAS

S
E MENCIONA A UN NOBLE MARQUÉS

—Siempre fuimos leales a las causas perdidas —dijo el profesor—. El éxito para nosotros es la muerte del intelecto y de la imaginación. Nunca fuimos leales a los que tuvieron éxito. Les servimos. Yo enseño la resonante lengua latina. Hablo la lengua de una raza cuya mentalidad tiene su cima en la máxima: el tiempo es dinero. Dominación material.
Dominus!
¡Señor! ¿Dónde está la espiritualidad? ¿El Señor Jesús? ¿Lord Salisbury? Un sofá en un club del West End. ¡Pero los griegos!

K
YRIE ELEISON
!

Una sonrisa luminosa aclaró sus ojos bordeados de oscuro y alargó sus largos labios.

—¡Los griegos! —dijo otra vez—.
Kyrios!
¡Palabra refulgente! Las vocales que no conocen los semitas y los sajones.
Kyrie!
La radiosidad del intelecto. Yo debería dedicarme al griego, la lengua de la mente.
Kyrie eleison!
El constructor del water-closet y el constructor de la cloaca nunca serán señores de nuestro espíritu. Somos leales súbditos de la caballería católica de Europa que se fue a pique en Trafalgar, y del imperio del espíritu, no un
imperium
, que se hundió con la flota ateniense en Egospótamos. Sí, sí. Se hundieron. Pirro, descaminado por un oráculo, hizo un último intento por salvar la suerte de Grecia. Leal a una causa perdida.

Se apartó de ellos hacia la ventana.

—Marcharon a la batalla —dijo en tono gris el señor O’Madden Burke—, pero siempre cayeron.

—¡Uuuuh! —lloró Lenehan con poco ruido—. Debido a un ladrillo en la cabeza en la segunda mitad de la
matinée
. ¡Pobre, pobre Pirro!

Luego susurró al oído de Stephen:

E
L EPIGRAMA DE
L
ENEHAN

Un tal MacHugh, de grave redondez,
lleva unos lentes negros como pez.
Y no sé para qué
pues casi siempre ve
doble. ¿Entiendes el chiste o la idiotez?

De luto por Salustio, dice Mulligan. Que se le acaba de morir su madre como una bestia.

Myles Crawford se metió las hojas en un bolsillo de la chaqueta.

—Ya está bien —dijo—. Leeré lo demás después. Está bien.

Lenehan extendió las manos protestando.

—Pero ¿y mi adivinanza? —dijo—. ¿Cuál es la ópera que se parece a una línea férrea?

—¿Ópera? —la cara de esfinge del señor O’Madden Burke readivinó.

Lenehan anunció alegremente:


The Rose of Castille
. ¿Comprenden la cosa?
Rows of cast steel
, hileras de acero fundido. ¡Je!

Le dio una suave metida al señor O’Madden Burke en el brazo. El señor O’Madden Burke se dejó caer hacia atrás con gracia sobre el paraguas, fingiendo un estertor.

—¡Socorro! —suspiró—. Siento una fuerte debilidad.

Lenehan, poniéndose de puntillas, le abanicó la cara rápidamente con las crujientes pruebas.

El profesor, regresando por al lado de las carpetas, rozó con la mano las corbatas desanudadas de Stephen y el señor O’Madden Burke.

—París, pasado y presente —dijo—. Parecéis de la
Commune
.

—Como tíos que hubieran hecho volar la Bastilla —dijo J. J. O’Molloy con tranquilo sarcasmo—. ¿O fuisteis vosotros los que matasteis a tiros entre los dos al lugarteniente general de Finlandia? Parece como si hubierais sido los autores del hecho. El general Bobrikoff.

—Lo estábamos pensando, nada más —dijo Stephen.

D
E TODO UN POCO

—Todos los talentos —dijo Myles Crawford—. El derecho, los clásicos…

—Las carreras de caballos —añadió Lenehan.

—La literatura, la prensa.

—Si estuviera aquí Bloom —dijo el profesor—. El amable arte de la publicidad.

—Y Madame Bloom —añadió el señor O’Madden Burke—. La musa vocal. La gran favorita de Dublín.

Lenehan tosió con ruido.

—¡Ejem! —dijo muy suavemente—. ¡Ah, una bocanada de aire libre! He pillado un resfriado en el parque. La verja estaba abierta.

«¡T
Ú PUEDES HACERLO

El director le puso la mano en el hombro a Stephen, nerviosamente.

—Quiero que escribas algo para mí —dijo—. Algo con garra. Puedes hacerlo. Te lo veo en la cara.
En el léxico de la juventud

Verlo en tu cara. Verlo en tus ojos. Perezoso intrigantuelo ocioso.

—¡Glosopeda! —gritó el director en desdeñosa invectiva—. ¡Gran reunión nacionalista en Borris-in-Ossory! ¡Qué mierda! ¡Avasallando al público! Darles algo con garra. Métanos dentro a todos, maldita sea. Padre, Hijo y Espíritu Santo y Water-Closet MacCarthy.

—Podemos todos proporcionar pábulo mental —dijo el señor O’Madden Burke.

Stephen levantó los ojos a su atrevida mirada desatenta.

—Te quiere para su pandilla de la prensa —dijo J. J. O’Molloy.

E
L GRAN GALLAHER

—Puedes hacerlo —repitió Myles Crawford, apretando el puño al enfatizar—. Espera un momento. Paralizaremos a Europa, como solía decir Ignatius Gallaher cuando andaba hecho un desastre, marcando tantos de billar en el Clarence. Gallaher, ése sí que era un periodista. Eso sí que era una pluma. ¿Sabes cómo dio el golpe? Te lo diré. Fue el número más listo de periodismo que se ha visto nunca. Fue el ochenta y uno, el seis de mayo, en la época de los Invencibles, un crimen en el Phoenix Park, antes de que nacieras tú, supongo. Te lo enseñaré.

Les dejó atrás a empujones para llegar a las carpetas.

—Mira aquí —dijo, volviéndose—. El
New York World
mandó un cable pidiendo un servicio especial. ¿Se acuerdan de aquellos tiempos?

El profesor MacHugh asintió.

—El
New York World
—dijo el director, echando atrás con emoción el sombrero de paja—. En el lugar del suceso. Tim Kelly, o mejor dicho Kavanagh, Joe Brady y los demás. Donde Desuellacabras llevó el coche. Todo el camino, ¿comprenden?

—Desuellacabras —dijo el señor O’Madden Burke—. Fitzharris. Tiene ese Refugio del Cochero, dicen, ahí abajo en el puente Butt. Me lo dijo Holohan. ¿Conocen a Holohan?

—¿Salta y lleva una, no? —dijo Myles Crawford.

—Y el pobre Gumley también está ahí abajo, según me dijo, cuidando piedras para el ayuntamiento. Vigilante nocturno.

Stephen se volvió sorprendido.

—¿Gumley? —dijo. ¡No me diga! Un amigo de mi padre, ¿verdad?

—Déjate de Gumley —gritó iracundo Myles Crawford—. Deja a Gumley que cuide las piedras, no se le vayan a escapar. Mire aquí. ¿Qué hizo Ignatius Gallaher? Te lo diré. Inspiración del genio. Telegrafió en seguida. ¿Tienen el
Freeman
semanal del 17 de marzo? Eso es. ¿Lo tienen?

Fue pasando atrás hojas de las carpetas y plantó el dedo en un lugar.

—Tomen página cuatro, digamos, el anuncio del Café Bransome. ¿Lo tienen ya? Muy bien.

El teléfono repiqueteó.

U
NA VOZ LEJANA

—Yo contestaré —dijo el profesor marchándose.

—B es la vera del parque. Muy bien.

Su dedo saltaba y se plantaba punto tras punto, vibrando.

—T es la residencia del virrey. C donde tuvo lugar el crimen. K es la entrada a Knockmaroon.

Se le agitaba la suelta carne del cuello como barba de gallo. La pechera mal almidonada se le salió: él se la volvió a meter en el chaleco con un gesto violento.

—¿Aló? Aquí el
Evening Telegraph
… ¿Aló?… ¿Quién es?… Sí… Sí… Sí…

—F a P es el camino por donde llevó el coche Desuellacabras para tener una coartada. Inchicore, Roundtown, Windy Arbour, Palmerston Park, Ranelagh. F, A, B, P. ¿Lo ven? X es la taberna de Davy en la calle Upper Leeson.

El profesor se asomó a la puerta interior.

—Bloom está al teléfono —dijo.

—Dígale que se vaya al demonio —dijo el director rápidamente—. X es la taberna de Burke, ¿ven?

L
ISTO, MUCHO

—Listo —dijo Lenehan—. Mucho.

—Se lo sirvió en caliente —dijo Myles Crawford—, toda la jodida historia.

Pesadilla de que jamás despertarás.

—Yo lo vi —dijo el director con orgullo—. Yo estaba presente. Dick Adams, el jodido de Cork de mejor corazón que Dios haya creado nunca, y yo mismo.

Lenehan hizo una reverencia a una figura de aire, anunciando.


Madam, I’m Adam
. Dábale arroz a la zorra el abad.

—¡Historia! —gritó Myles Crawford—. La vieja de la calle Prince llegó antes. Hubo llanto y rechinar de dientes por eso. Y todo por un anuncio. Gregor Grey hizo el croquis. Y eso le dio un punto de apoyo. Luego Paddy Hooper se trabajó a Tay Pay que le tomó en el
Star
. Ahora está con Blumenfeld. Así es la prensa. Así es el talento. ¡Pyatt! Ése fue el papaíto de todos ellos.

—El padre del periodismo sensacionalista —confirmó Lenehan—, y el cuñado de Chris Callinan.

—¿Aló?… ¿Está usted ahí?… Sí, aquí sigue. Venga para acá usted mismo.

—¿Dónde se encuentra ahora un periodista como ése? —gritó el director.

Dejó caer las hojas.

—Condenadagente intelimente —dijo Lenehan al señor O’Madden Burke.

—Muy listo —dijo el señor O’Madden Burke.

El profesor MacHugh salió del despacho interior.

—Hablando de los Invencibles —dijo—, han visto que unos vendedores ambulantes han ido a parar al juzgado…

—Ah sí, sí —dijo J. J. O’Molloy ávidamente—. Lady Dudley volvía andando a casa por el parque para ver todos esos árboles que derribó el huracán el año pasado y se le ocurrió comprar una vista de Dublín. Y resultó ser una postal conmemorativa de Joe Brady o del Número Uno o de Desuellacabras. Delante mismo de la residencia del virrey, ¡imagínese!

—No son más que una porquería —dijo Myles Crawford—. ¡Bah! ¡La prensa y el foro! ¿Dónde hay ahora un abogado como aquellos tíos, como Whiteside, como Isaac Butt, como O’Hagan, el de la lengua de plata? ¡Ah, qué jodida estupidez! ¡Gente de nada!

Siguió retorciendo la boca sin hablar en nerviosas curvas de desprecio.

¿Querría alguna esa boca para su beso? ¿Cómo lo sabes? ¿Por qué lo has escrito entonces?

R
IMAS Y RAZONES

Boca, roca. ¿Es la boca una roca de alguna manera? ¿O la roca una boca? Roca, loca, oca, toca, choca. Rimas: dos hombres vestidos igual, con igual cara, de dos en dos.

..............la tua pace
..........che parlar ti place
Mentre che il vento, come fa, si tace.

Las vio de tres en tres, muchachas aproximándose, de verde, de rosa, de bermejo, entrelazándose,
per l’aer perso
, de malva, de violeta,
quella pacifica orifiamma
, de oro de oriflama,
di rimirar fè più ardenti
. Pero yo viejos, penitentes, de pies de plomo, deoscurobajo de la noche; boca, roca; entre vientre.

—Hable por usted mismo —dijo el señor O’Madden Burke.

A
CADA DÍA LE BASTA

J. J. O’Molloy, sonriendo pálidamente, recogió el desafío.

—Mi querido Myles —dijo, echando a un lado la petaca—, usted ha interpretado falsamente mis palabras. Yo no ostento la representación, como se echará de ver de inmediato, de la tercera profesión en cuanto tal profesión, sino que son sus piernas de Cork, de corcho, las que le hacen correr demasiado. ¿Por qué no traer a colación a Henry Grattan y a Flood y a Demóstenes y a Edmund Burke? A Ignatius Gallaher le conocemos todos y a su jefe de Chapelizod, a Harmsworth el de la prensa de perra chica, y su primo americano, el del papelucho de alcantarilla de la Bowery, para no mencionar el
Paddy Kelly’s Budget
, el
Pue’s Occurrences
y nuestro vigilante amigo
The Skibereen Eagle
. ¿Por qué traer a cuento a un maestro de la elocuencia forense como Whiteside? A cada día le basta su periódico.

Other books

Seeing Julia by Katherine Owen
Ether by Ben Ehrenreich
Blood-Dark Track by Joseph O'Neill
Far Space by Jason Kent
Distractions by Brooks, J. L.
Little Round Head by Michael Marano
Dunaway's Crossing by Brandon, Nancy