—Lo mismo decimos todos nosotros —dice Jack.
—Mil veces al año, Lambert —dice Crofton o Crawford.
—Eso es —dice Ned, levantando su whisky John Jameson—. Y salud para verlo.
Estaba yo echando una ojeada alrededor a ver a quién se le ocurriría la buena idea cuando, coño, ahí que entra ése otra vez haciendo como si tuviera una prisa del demonio.
—Me había dado una vuelta por el juzgado —dice—, a buscarle. Espero que no…
—No —dice Martin—, estamos listos.
Qué juzgado ni nada, con los bolsillos colgándole de oro y plata. Jodido tacaño miserable. Convida a un trago. ¡Qué demonio de miedo! ¡Buen judío está hecho! Todo para su menda. Listo el tipo como una rata de alcantarilla. Cien a cinco.
—No se lo diga a nadie —dice el Ciudadano.
—¿Cómo dice? —dice él.
—Vamos, muchachos —dice Martin, viendo que se iba a armar lío—. Vamos para allá.
—No se lo diga a nadie —dice el Ciudadano, soltando un aullido—. Es un secreto.
Y el jodido perro se despertó y soltó un gruñido.
—Adiós a todos —dice Martin.
Y los sacó de allí tan deprisa como pudo, a Jack Power y a Crofton o como se llame, y él en medio haciendo como si estuviera en las nubes, y hala con ellos al maldito cochecito.
—Tire adelante —dice Martin al cochero.
El delfín de láctea blancura agitó sus crines, y subiendo a la áurea popa, el timonel desplegó la panzuda vela al viento y zarpó adelante a todo trapo, amuras a babor. Numerosas ninfas garridas se aproximaron a estribor y a babor, y aferrándose a los flancos del noble navío, entrelazaron sus fúlgidas formas como hace el hábil constructor de ruedas cuando ajusta al cubo de su rueda los equidistantes radios, cada uno de los cuales es hermano de otro, y los sujeta a todos con un cerco exterior y da así celeridad a los pies de los hombres, bien sea que se apresuren a la lid o bien que rivalicen por la sonrisa de las bellas damas. Así propiamente llegaban y se disponían, esas propicias ninfas, las hermanas inmortales. Y reían, jugueteando en un círculo de su espuma, y el navío hendía las olas.
Pero coño apenas había posado yo el culo del vaso cuando veo al Ciudadano levantarse tambaleándose hacia la puerta, venga a resoplar como si reventara de hidropesía, y echándole encima las maldiciones de Cromwell, campana, libro y vela en irlandés, escupiendo y echando espuma, y Joe y el pequeño Alf a su alrededor como sanguijuelas a ver si le calmaban.
—Dejadme solo —dice él.
Y como llega hasta la puerta y ellos venga a sujetarle y él gritando a más no poder:
—¡Tres vivas por Israel!
Ea, siéntate en el lado parlamentario del trasero, por los clavos de Cristo, y no armes esta exhibición en público. Jesús, siempre hay algún jodido payaso organizando el fin del mundo por cualquier mierda. Coño, como para estropearle a uno la cerveza en las tripas, de veras.
Y todos los rufianes y las puercas del país alrededor de la puerta y Martin diciendo al cochero que tirara adelante y el Ciudadano aullando y Alf y Joe venga a decirle que se callara y él hecho una furia con los judíos, y los vagos pidiendo un discurso, y Jack Power tratando de sentarle en el coche y de cerrarle el pico, y un vago con un parche en el ojo empieza a cantar
Si el hombre de la luna fuera judío, judío, judío
, y una fulana le grita:
—¡Oiga, señor, que lleva la bragueta abierta!
Y dice él:
—Mendelssohn era judío y Karl Marx y Mercadante y Spinoza. Y el Salvador era judío y su padre era judío. Vuestro Dios.
—No tenía padre —dice Martin—. Basta por ahora. Tire adelante.
—¿El Dios de quién? —dice el Ciudadano.
—Bueno, su tío era judío —dice él—. Vuestro Dios era judío. Cristo era judío como yo.
Coño, el Ciudadano se mete otra vez en la taberna.
—Por Cristo —dice—, le voy a abrir la cabeza a ese jodido judío por usar el santo nombre. Por Cristo, le voy a crucificar, ya verán. Dame esa caja de galletas.
—¡Quieto! ¡Quieto! —dice Joe.
Una amplia y admirativa multitud de amigos y conocidos de la metrópoli y alrededor de Dublín se reunió, en el orden de varios millares, para despedir a Nagyaságos
uram
Lipóti Virag, ex-colaborador de Alexander Thom y Cía., Impresores de Su Majestad, con ocasión de su marcha hacia las lejanas regiones de Százharminczbrojúgulyás-Dugulás (Pradera de las Aguas Murmurantes). La ceremonia, que se desarrolló con gran
éclat
, se caracterizó por la más emotiva cordialidad. Un rollo miniado de antiguo pergamino irlandés, obra de artistas irlandeses, le fue ofrecido al distinguido fenomenologista en nombre de una amplia sección de la comunidad, acompañado por el regalo de un estuche de plata, ejecutado con exquisito gusto según el estilo de la antigua ornamentación celta, obra que contribuye al prestigio de sus realizadores, los señores Jacob agus Jacob. El ilustre viajero fue objeto de una cordial ovación, conmoviéndose visiblemente muchos de los presentes cuando la selecta orquesta de gaitas irlandesas atacó los conocidos compases de
Vuelve a Erin
, seguidos inmediatamente por la
Marcha de Rakóczy
. Se encendieron barriles de alquitrán y hogueras a lo largo de la orilla de los cuatro mares en las cimas del Monte de Howth, la Montaña de las Tres Rocas, el Pan de Azúcar, Brady Head, los montes de Mourne, los Galtees, los picos de Ox, Donegal y Sperrin, los Nagles y los Bograghs, las colinas de Connemara, los pantanos de Mac Gillicuddy, Slieve Aughty, Slieve Bernagh, y Slieve Bloom. Entre aclamaciones que desgarraban el éter, y a las que hacía eco una nutrida columna de forzudos en las distantes colinas cámbricas y caledonias, la mastodóntica embarcación de placer se alejó lentamente, saludada por un último tributo floreal de las representantes del bello sexo que estaban presentes en gran número, mientras, al avanzar río abajo, escoltada por una flotilla de embarcaciones, las banderas de la Capitanía del Puerto y la Aduana se desplegaban en su honor, así como las de la central eléctrica de la Pichonera.
Visszontlátásra, kedvés baráton! Visszontlátásra!
Partido pero no olvidado.
Coño, ni el demonio le sujetaba, hasta que agarró de todos modos la jodida caja de galletas y fuera otra vez con el pequeño Alf colgándole del codo y él venga a gritar como un cerdo pillado, igual que una función del Queen’s Royal Theatre.
—¿Dónde está ése, que le mato?
Y Ned y J. J. que no se podían mover de la risa.
—¿No te mata? —digo yo—, a ver en qué queda esto.
Pero suerte que el cochero ya le había dado vuelta al jamelgo para el otro lado y arre con él.
—Quieto, Ciudadano —dice Joe—. ¡Basta!
Coño, él estiró la mano y tomó impulso y allá que va. Gracias a Dios, tenía el sol de frente, que si no, le deja muerto. Coño, casi lo manda hasta el condado Longford. El jodido jamelgo se espantó y el viejo chucho se echó detrás del coche como un demonio y toda la plebe venga a gritar y a reír y la vieja carraca traqueteando calle abajo.
La catástrofe fue terrible e instantánea en sus efectos. El observatorio de Dunsink registró en total once sacudidas, todas ellas de quinto grado en la escala de Mercalli, sin que se haya registrado semejante disturbio sísmico en nuestra isla desde el terremoto de 1534, en los años de la rebelión de Thomas el Sedoso. El epicentro parece haber estado en la parte de la metrópoli que constituye el distrito del Inn’s Quay y la parroquia de San Michan, cubriendo una superficie de cuarenta y un acres, dos varas y un pie cuadrado. Todas las señoriales residencias cercanas al Palacio de Justicia quedaron demolidas y el noble edificio mismo, en que en el momento de la catástrofe estaban en curso importantes discusiones jurídicas, es literalmente un montón de ruinas bajo el cual es de temer que estén sepultados vivos todos los ocupantes. Por informes de testigos presenciales, parece ser que las ondas sísmicas fueron acompañadas por una violenta perturbación atmosférica de carácter ciclónico. Un cubrecabezas, que luego se ha comprobado que perteneciera al respetadísimo Canciller de la Corona, señor George Fottrell, y un paraguas de seda con puño de oro y las iniciales, escudo de armas y dirección del docto y venerable presidente de las audiencias trimestrales, Sir Frederick Falkiner, primer magistrado de Dublín, fueron descubiertos por brigadas de salvamento en partes remotas de la isla, respectivamente, aquél en el tercer estrato basáltico de la Calzada de los Gigantes, y éste incrustado, hasta una profundidad de un pie y tres pulgadas, en la arenosa playa de la bahía de Holeopen junto al viejo cabo de Kinsale. Otros testigos de vista han declarado que observaron un objeto incandescente de enormes proporciones lanzado a través de la atmósfera con trayectoria en dirección oeste-sudoeste. Se reciben continuamente mensajes de condolencia y sentimiento de todas partes de los diversos continentes, y el Sumo Pontífice se ha dignado graciosamente decretar que se celebre simultáneamente una
misa pro defunctis
especial a cargo de los ordinarios de todas y cada una de las iglesias catedrales de todas las diócesis episcopales sujetas a la autoridad espiritual de la Santa Sede, en sufragio de las almas de los desaparecidos fieles que tan inesperadamente se han visto llamados a partir de entre nosotros. Los trabajos de salvamento, remoción de escombros, restos humanos, etc., se han confiado a las empresas Michael Meade e Hijo, calle Great Brunswick 159, y T. C. Martin, North Wall 77, 78, 79 y 80, con asistencia de los soldados y oficiales de la infantería ligera del Duque de Cornwall, bajo la supervisión general de Su Alteza Real el contraalmirante honorable Sir Hercules Hannibal Habeas Corpus Anderson, Caballero de la Orden de la Jarretera, Caballero de la Orden de San Patricio, Caballero de la Orden Templaria, Consejero Privado de Su Majestad, Comendador de la Orden del Baño, Diputado del Parlamento, Juez de Paz, Doctor en Medicina, Cruz del Mérito Civil, Diplomado en Inversiones, Maestro de Caza del Zorro, Miembro de la Academia Irlandesa, Doctor en Derecho, Doctor en Música, Administrador de la Asistencia a los Pobres, Profesor del Trinity College de Dublín, Miembro de la Real Universidad de Irlanda, Miembro de la Real Facultad de Medicina de Irlanda, y Miembro del Real Colegio de Cirugía de Irlanda.
Ni en todos los días de mi vida he visto cosa semejante. Coño, si le llega a dar en la cholla ese envío, se iba a acordar de la Copa de Oro, ya lo creo, pero, coño, al Ciudadano le habrían metido en chirona por agresión violenta, y también a Joe por complicidad y ayuda. El cochero salvó la vida tirando adelante a toda prisa, tan seguro como que estamos aquí. ¿Cómo? Que se las piró, ya lo creo. Y el otro persiguiéndole con una ristra de tacos.
—¿Le he matado o qué? —dice.
Y venga a gritar al jodido perro:
—¡Hala con él,
Garry
! ¡Hala con él, muchacho!
Y lo último que vimos fue el jodido coche dando la vuelta a la esquina y el viejo cara de borrego gesticulando y el chucho detrás con las orejas tiesas a ver si le hacía pedazos. ¡Cien a cinco! Caray, se lo ha hecho pagar bien, os lo aseguro.
Cuando he aquí que en torno a ellos se hizo una gran claridad y contemplaron cómo el carruaje en que iba Él ascendía a los cielos. Y le contemplaron en el carruaje, revestido con la gloria de la luz, cubierto de un manto como hecho de sol, hermoso como la luna, y tan aterrador que por temor no osaban mirarle. Y he aquí que salió una voz de los cielos que llamaba:
¡Elías! ¡Elías!
Y Él respondió con un gran grito:
¡Abba! ¡Adonai!
Y le vieron, a Él, a Él en persona, Ben Bloom Elías, entre nubes de ángeles, ascender hacia la gloria de la claridad, con un ángulo de cuarenta y cinco grados, por encima de Donohoe, en la calle Little Green, como disparado de una paletada.
El atardecer estival había comenzado a envolver el mundo en su misterioso abrazo. Allá lejos, al oeste, se ponía el sol, y el último fulgor del, ay, demasiado fugaz día se demoraba amorosamente sobre el sol y la playa, sobre el altivo promontorio del querido y viejo Howth, perenne custodio de las aguas de la bahía, sobre las rocas cubiertas de algas, a lo largo de la orilla de Sandymount, y en último, pero no menos importante lugar, sobre la apacible iglesia de donde brotaba a veces, entre la calma, la voz de la plegaria a aquella que en su puro fulgor es faro sempiterno para el corazón del hombre, sacudido por las tormentas: María, estrella del mar.
Las tres amigas estaban sentadas en las rocas, disfrutando del espectáculo vespertino y del aire, que era fresco pero no demasiado frío. Más de una vez habían solido acudir allá, a ese rincón favorito, para charlar a gusto junto a las chispeantes ondas, comentando asuntillos femeninos, Cissy Caffrey y Edy Boardman con el nene en el cochecito, y con Tommy y Jacky Caffrey, dos chiquillos de cabeza rizada, vestidos de marinero con gorras haciendo juego y el nombre
H. M. S. Belleisle
en las dos. Pues Tommy y Jacky eran gemelos, y tenían apenas cuatro años, unos gemelos a veces muy revoltosos y consentidos, pero, sin embargo, niños riquísimos de caritas alegres, y con una gracia que conquistaba a todos. Estaban enredando en la arena con sus palitas y cubos, construyendo castillos, como les gusta a los niños, o jugando con su gran pelota de colores, todo el santo día felices. Y Edy Boardman mecía al nene regordete en su cochecito, de un lado para otro, mientras el caballerito se reía de gusto. No tenía más que once meses y nueve días, y aunque todavía andaba a gatas, empezaba ya a cecear sus primeras palabritas infantiles. Cissy Caffrey se inclinaba sobre él haciéndole cosquillas en la barriguita regordeta y en el delicioso hoyito de la barbilla.
—Ea, nene —decía Cissy Caffrey—. Dilo fuerte, fuerte: Quiero beber agua.
Y el nene la imitaba balbuceando:
—Teo bebé aba.
Cissy Caffrey dio un apretón al pequeñuelo, pues le gustaban enormemente los niños, y tenía mucha paciencia con los enfermitos, y a Tommy Caffrey nunca le podían hacer tomar su aceite de ricino si no era Cissy Caffrey quien le apretaba la nariz y le prometía la fina corteza de la hogaza de pan moreno con melaza dorada por encima. ¡Qué poder de persuasión tenía aquella chica! Pero claro que el niño era un pedazo de pan, una verdadera ricura, con su baberito nuevo de fantasía. Y Cissy Caffrey no era ninguna chica mimada, a lo Flora MacFlimsy. Una chica de corazón sincero como no se ha visto otra, siempre con risa en sus ojos gitanos y unas palabras de broma en sus labios rojos como cerezas maduras, una chica que se hacía querer de cualquiera. Y Edy Boardman se río también del gracioso lenguaje de su hermanito.