LAS GUIRNALDAS: Dulces son los dulces. Dulzuras del pecado.
BLOOM: Tengo el espinazo un poco dolorido. ¿Sigo o vuelvo? ¿Y estas cosas de comer? Comerlo y ponerme todo pringado. Qué absurdo soy. Desperdicio de dinero. Un chelín y ocho peniques de más.
(El sabueso le roza contra la mano su frío hocico baboso, agitando la cola.)
Qué extraño cómo les da por mí. Hasta ese bruto de hoy. Mejor hablarle primero. Como a las mujeres, les gustan los
rencontres
. Apesta como una mofeta.
Chacun son goût
. Podría estar rabioso. Leal. Inseguro en sus movimientos. ¡Buen chico!
¡Garryowen! (El perro lobo se tiende sobre el lomo, retorciéndose obscenamente con zarpas pedigüeñas, colgándole la lengua negra.)
Influencia de su ambiente. Darle y acabar con esto. Con tal que nadie.
(Con palabras de estímulo se echa atrás con paso de cazador furtivo, acosado por el setter a un oscuro rincón hediondo. Desenvuelve un paquete y va a dejar caer el pie de cerdo suavemente pero lo retiene y palpa el de cordero.)
Buen tamaño, por tres peniques. Pero lo tengo en la mano izquierda. Requiere más esfuerzo. ¿Por qué? Más pequeña por falta de uso. Bueno, dejémoslo caer. Dos chelines con seis.
(De mala gana, deja resbalar las patas de cerdo y de cordero, desenvueltas. El mastín ataca torpemente el paquete y devora con gruñidora avidez, haciendo crujir los huesos. Dos guardias con esclavinas se acercan, silenciosos, vigilantes. Murmuran juntos.)
LOS GUARDIAS: Bloom. De Bloom. Para Bloom. Bloom.
(Ambos ponen una mano en el hombro a Bloom.)
GUARDIA PRIMERO: Sorprendido
in fraganti
. Prohibido tirar desperdicios.
BLOOM:
(tartamudea)
Estoy haciendo el bien a los demás.
(Una bandada de gaviotas y de petreles de tormenta se levanta del fango del Liffey, hambrienta, llevando pasteles de Banbury en el pico.)
LAS GAVIOTAS: Quié quió caqueque Cacuqui.
BLOOM: El amigo del hombre. Amaestrado por las buenas.
(Señala con el dedo. Bob Doran, dejándose caer desde un taburete alto de bar, se tambalea sobre el perro de aguas que masca.)
BOB DORAN: Perrito. Dame la patita. Da esa pata.
(El bulldog gruñe, con los pelos del cuello erizados, y con una coyuntura de la pata de cerdo entre las muelas por donde gotea una salivaespuma de rabia. Bob Doran cae silenciosamente en la parte baja delante de un semisótano.)
GUARDIA SEGUNDO: Protectores de animales.
BLOOM:
(entusiasmado)
¡Un noble trabajo! Regañé a aquel conductor de tranvía en el puente de Harold’s Cross por maltratar al pobre caballo con la llaga debajo de las guarniciones. Buenos insultos recibí por mi trabajo. Claro que estaba helando y era el último tranvía. Todas esas historias de la vida del circo son altamente desmoralizadoras.
(El Signor Maffei, pálido de furor, en traje de domador de leones con botonadura de diamantes en la pechera, se adelanta llevando en la mano un aro de papel de circo, un ondulante látigo de cochero y un revólver con el que apunta al mastín, que se hincha de comer.)
SIGNOR MAFFEI:
(con una sonrisa siniestra)
Señoras y caballeros, mi galgo amaestrado. Fui yo quien domé a
Ayax
, el indomable potro, con mi silla de montar patentada, con puntas, para carnívoros. Dar latigazos bajo la tripa con una soga anudada. Un aparejo y una polea estranguladora podrán dominar a vuestro león, por rebelde que sea, incluso a este
Leo ferox
, el devorador libio de hombres. Una barra al rojo y un poco de frotación de linimento en la parte quemada produjo a Fritz de Ámsterdam, la hiena pensante.
(Sus ojos lanzan fulgores.)
Yo poseo el signo indio. El resplandor de mis ojos y estos relampagueos de mi pecho lo consiguen.
(Con una sonrisa embrujadora.)
Ahora les presento a Mademoiselle Ruby, el orgullo de la pista.
GUARDIA PRIMERO: Venga. Nombre y domicilio.
BLOOM: Se me ha olvidado en este momento. ¡Ah, sí!
(Se quita su sombrero alta calidad, saludando.)
Dr. Bloom, Leopold, cirujano dental. Ya habrán oído hablar ustedes de Von Bloom Pacha. Incontables millones.
Donnerwetter!
Es dueño de media Austria. Egipto. Primos.
GUARDIA PRIMERO: Pruebas.
(Una tarjeta cae de dentro de la badana del sombrero de Bloom.)
BLOOM:
(con fez rojo, manto de ceremonia de cadí con ancha faja verde, ostentando un distintivo falso de la Legión de Honor, recoge la tarjeta apresuradamente y la enseña)
Permítanme. Mi club es el Junior Army and Navy. Mis abogados: John Henry Menton y Compañía, 27 Bachelor’s Walk.
GUARDIA PRIMERO:
(lee)
Henry Flower. Sin domicilio fijo. Vagabundeo ilegal y entorpecimiento del tráfico.
GUARDIA SEGUNDO: Una coartada. Queda usted notificado.
BLOOM:
(saca del bolsillo sobre el corazón una flor amarilla arrugada)
Esta es la flor de Flower. Me la entregó un desconocido.
(Persuasivo.)
Ya conocen el viejo chiste, la Rosa de Castilla.
Bloom
, floración. El cambio de apellido Virag.
(Murmura en tono privado y confidencial.)
Estamos prometidos, comprende, sargento. Hay una señora por en medio. Una complicación amorosa.
(Da una palmada en el hombro al Guardia Primero.)
Claro que, sin embargo, a veces uno se encuentra su Waterloo. Vénganse por casa una tarde de éstas a tomar un vasito de viejo borgoña.
(Al Guardia Segundo, alegremente.)
Se la presentaré, inspector. Tiene mucho juego. Se le dará bien en menos que canta un gallo.
(Aparece una oscura cara mercurializada, guiando a una figura con velo.)
EL MERCURIO OSCURO: El Gobierno le busca. Fue degradado y expulsado del ejército.
MARTHA:
(con un espeso velo, un escapulario carmesí en torno al cuello, un ejemplar del
Irish Times
en la mano, en tono de reproche, señalando)
¡Henry! ¡Leopold! ¡Leopold! ¡Lionel, tú que te me perdiste! Lava mi honor.
GUARDIA PRIMERO:
(severamente)
Venga a la comisaría.
BLOOM:
(asustado, se pone el sombrero, da un paso atrás y luego, llevándose la mano al corazón y levantando el antebrazo derecho en ángulo recto, hace el signo masónico de defensa y confraternidad)
No, no, venerable maestro, luz del amor. Error de identidad. El correo de Lyon. Lesurques y Dubosc. Ya recuerda el asunto Childs, el fratricidio. Nosotros los de medicina. Matándole a hachazos. Se me acusa por error. Mejor que escape un culpable antes que condenar a noventa y nueve por error.
MARTHA:
(sollozando tras el velo)
Quebrantamiento de promesa. Mi verdadero nombre es Peggy Griffin. Me escribió que era muy desgraciado. Ya le contaré de ti a mi hermano, el defensa del equipo Bective de rugby, ya verás, seductor sin entrañas.
BLOOM:
(cubriéndose la boca con la mano)
Está borracha. Esta mujer está embriagada.
(Murmura vagamente el santo y seña de Efraín.)
Chist-volé.
GUARDIA SEGUNDO:
(con lágrimas en los ojos, a Bloom)
Debería estar absolutamente avergonzado de usted mismo.
BLOOM: Señores del jurado, permítanme explicarles. Es una pura mixtificación. Yo soy un hombre incomprendido. Me han hecho el chivo expiatorio de esto. Soy un respetable hombre casado, sin una mancha en mi reputación. Vivo en la calle Eccles. Mi esposa, soy la hija de un distinguido jefe militar, un valiente y eminente hombre de honor, cómo se llama, el Comandante general Brian Tweedy, uno de los combatientes británicos que más han ayudado a ganar nuestras batallas. Ascendió a comandante por la heroica defensa de Rorke’s Drift.
GUARDIA PRIMERO: ¿Qué regimiento?
BLOOM:
(volviéndose a la galería)
El Royal Dublin, muchachos, la sal de la tierra, conocido en todo el mundo. Me parece ver ahí entre ustedes algunos viejos camaradas de armas. El R. D. F., junto con nuestra policía metropolitana, custodios de nuestros hogares, los mozos más valientes y el más hermoso cuerpo militar, por lo que toca al físico, al servicio de nuestro soberano.
UNA VOZ: ¡Chaquetero! ¡Vivan los bóers! ¿Quién abucheó a Joe Chamberlain?
BLOOM:
(con la mano en el hombro del Guardia Primero)
Mi viejo papá también era juez de paz. Yo soy un británico tan sólido como pueda serlo usted, señor mío. Luché bajo la bandera por el Rey y la Patria en la guerra de los distraídos a las órdenes del General Gough en el parque y me dejaron inválido en Spion Kop y Bloemfontein; me citaron en partes especiales. Hice todo lo que podía hacer un hombre blanco.
(Con sentimiento contenido.)
Jim Bludso. Pon la proa contra la orilla.
GUARDIA PRIMERO: Profesión u oficio.
BLOOM: Bueno, me dedico a una actividad literaria. Escritor-periodista. Precisamente vamos a publicar ahora una colección de cuentos premiados de que yo soy el ideador, algo que es una orientación completamente nueva. Estoy relacionado con la Prensa británica e irlandesa. Si da un telefonazo…
(Se adelanta, a sacudidas, Myles Crawford, una pluma de ganso entre los dientes. Su pico escarlata refulge en la aureola de su sombrero de paja. Balancea en una mano una ristra de cebollas españolas y sostiene con la otra mano un auricular de teléfono junto a su oído.)
MYLES CRAWFORD:
(con sus barbas de gallo temblándole)
Aló, setenta y siete ocho cuatro. Aquí el
Orinal del Hombre Libre
y el
Limpiaculo Semanal
. Paralicen Europa. ¿Que usted qué? ¿Blu qué? ¿Quién escribe? ¿Es Bloom?
(El señor Philip Beaufoy, con rostro pálido, está de pie en la barra de los testigos, en impecable traje de mañana, el bolsillo en el pecho enseñando una punta de pañuelo, pantalones color lavanda con raya y botas de charol. Lleva una gran carpeta con la inscripción
Golpes maestros de Matcham
.)
BEAUFOY:
(con voz arrastrada)
No, usted no es. Ni de lejos, se lo digo yo. No lo veo así, eso es todo. Ningún caballero de nacimiento, nadie que tenga los más elementales instintos de un caballero se rebajaría a una conducta tan especialmente repugnante. Uno de ésos, señor presidente. Un plagiario. Un untuoso intruso disfrazado de
littérateur
. Está perfectamente claro que con su más personal bajeza ha saqueado algunos de mis libros de más éxito, material realmente estupendo, una gema perfecta, unos pasajes amorosos que están por debajo de toda sospecha. Las Obras de Beaufoy, sobre el amor y el gran mundo, que sin duda a Su Señoría le son familiares, tienen fama en todo el reino.
BLOOM:
(murmura con mansedumbre de perro apaleado)
Ese trozo sobre la risueña brujita, dándose la mano, yo objetaría, si se me permite…
BEAUFOY:
(arrugando el labio, sonríe desdeñosamente hacia el tribunal)
¡Burro ridículo, usted! ¡Es usted demasiado bestialmente absurdo para poder expresarlo! No creo que necesite usted molestarse excesivamente en ese sentido. Mi agente literario, señor J. B. Pinker, está aquí presente. Supongo, señor presidente, que recibiremos los usuales honorarios como testigos, ¿no? Estamos en considerables apuros por culpa de este asqueroso emborronador de papeluchos, este cuervo de Rheims, que ni siquiera ha pisado una universidad.
BLOOM:
(indistintamente)
La universidad de la vida. Mal arte.
BEAUFOY:
(grita)
Es una mentira repugnantemente sucia que demuestra la podredumbre moral de este hombre.
(Extiende su carpeta.)
Aquí tenemos pruebas incriminadoras, el cuerpo del delito, señor presidente, una muestra de mi arte más maduro desfigurado por la marca de la bestia.
UNA VOZ DESDE LA GALERÍA:
Moisés el profeta, el rey de Israel, se limpiaba el culo con el Daily Mail . |
BLOOM:
(valientemente)
Cheque sin fondos.
BEAUFOY: ¡Vil bribón! ¡Deberían tirarle al bebedero de los caballos, so podrido!
(Al tribunal.)
¡Ah, miren la vida privada de este hombre! ¡Lleva una cuádruple vida! Ángel en la calle y diablo en la casa. No se le debe nombrar en presencia de señoras. ¡El mayor intrigante de esta época!
BLOOM:
(al tribunal)
Y él, que es soltero, cómo…
GUARDIA PRIMERO: Procedimiento de oficio contra Bloom. Llamen a la testigo Driscoll.
EL UJIER: ¡Mary Driscoll, fregona!
(Se acerca Mary Driscoll, una criadita en chancletas. Lleva un cubo en el brazo doblado y un escobón de fregar en la mano.)
GUARDIA SEGUNDO: ¡Otra! ¿Pertenece usted a la clase desafortunada?
MARY DRISCOLL:
(indignada)
No soy una de esas malas. Tengo buena fama y estuve cuatro meses en mi última casa. Era una buena casa, seis libras al año y lo que cayera, y salir los viernes, y tuve que marcharme debido a sus enredos.
GUARDIA PRIMERO: ¿De qué le acusa?
MARY DRISCOLL: Me hizo una proposición pero yo me respeto a mí misma más que eso, pobre como soy.
BLOOM:
(en chaqueta de casa de lana peinada, pantalones de franela, pantuflas sin tacón, sin afeitar, el pelo ligeramente desordenado)
Te traté con guantes blancos. Te di recuerdos, elegantes ligas esmeraldas muy por encima de tu clase. Incautamente me puse de tu parte cuando fuiste acusada de hurtar. Hay un justo medio en todas las cosas. Juega sin hacer trampas.
MARY DRISCOLL:
(excitada)
¡Como que Dios me está viendo esta noche, que nunca he puesto la mano en esas ostras!
GUARDIA PRIMERO: ¿Y la infracción de que hay queja? ¿Ocurrió algo?
MARY DRISCOLL: Me sorprendió al fondo de las habitaciones, señoría, cuando la señora estaba de compras, una mañana, pidiéndome un imperdible. Me agarró y de resultas me quedé sin color en cuatro sitios. Y dos veces me enredó en la ropa.
BLOOM: Ella contraatacó.
MARY DRISCOLL:
(despreciativamente)
Tenía yo más respeto por el escobón, de veras. Le protesté, señoría, y él dijo: ¡No lo cuentes!
(Risas generales.)
GEORGES FOTTRELL:
(ujier del juzgado, con voz resonante)
¡Orden en la sala! El acusado hará ahora una declaración embustera.
(Bloom, declarándose inocente y sosteniendo en la mano un nenúfar bien abierto, empieza un largo discurso ininteligible. Iban a oír lo que tenía que decir el abogado en su conmovedor alegato a los jurados. El era hombre acabado, pero, aunque marcado como oveja negra, si así podía decir, pensaba corregirse para rescatar el recuerdo del pasado de un modo puramente sororal y regresar a la naturaleza como animal puramente doméstico. Nacido sietemesino, le había criado y nutrido cuidadosamente un anciano progenitor enfermo en cama. Podría haber habido debilidades de un padre equivocado, pero él quería pasar la hoja y ahora, cuando en fin de fines se encontraba a la vista de la picota, llevar una vida casera en el crepúsculo de sus días, empapado del afectuoso ambiente del palpitante seno de la familia. Aclimatado como británico, ese atardecer de verano desde la plataforma de una locomotora de la compañía de circunvalación mientras la lluvia se resistía a caer, había visto, como si dijera, a través de las ventanas de amorosas familias de la ciudad de Dublín y su distrito urbano, atisbos de escenas verdaderamente rústicas de felicidad de la tierra prometida con papel de pared Dockrell a uno con nueve peniques la docena, inocentes chiquillos británicos de nacimiento ceceando oraciones al Santo Niñito, juveniles estudiosos habiéndoselas con sus deberes, jóvenes damitas ejemplares tocando el pianoforte o al punto con fervor rezando el rosario en familia en torno al chisporroteante leño de Navidad mientras por los caminos en hondón y por los verdes senderos las zagalas con sus zagales paseaban a los sones del acordeón Britannia de voces de órgano armadura de metal con cuatro registros activos y fuelles de doce pliegues, una ganga, la mejor ocasión que jamás… Risas renovadas. Él masculla incoherentemente. Los reporteros se quejan de que no se oye.)