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Authors: Agatha Christie

Tags: #Intriga, #Policiaco

Un puñado de centeno (3 page)

BOOK: Un puñado de centeno
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—Baydon Heath 3400.

—Quisiera hablar con la señora Fortescue, o la señorita...

—Lo lamento. No están en casa ninguna de ellas.

Aquella voz le pareció ligeramente alcohólica.

—¿Es usted el mayordomo?

—Sí.

—El señor Fortescue se encuentra gravemente enfermo.

—Lo sé. Telefonearon avisando, pero yo no puedo hacer nada. El señorito Val está en el norte y la señora Fortescue ha ido a jugar al golf. La esposa del señorito Val ha ido a Londres, pero volverá a la hora de comer, y la señorita Elaine ha salido con su pandilla.

—¿No hay nadie en la casa con quien pueda hablar de la enfermedad del señor Fortescue? Es importante.

—Pues... no lo sé. —El hombre dudaba—. Está la señorita Ramsbatton... pero no habla ni siquiera por teléfono. Y la señorita Dove... es lo que pudiera llamarse el ama de llaves.

—Hablaré con la señorita Dove.

—Iré a buscarla.

A través del teléfono oyó sus pasos que se alejaban, y aunque no pudo percibir otros que se acercaran, al cabo de un par de minutos oyó la voz de una mujer.

—Soy la señorita Dove.

Era una voz grave y bien modulada, de pronunciación clara y cortante. El inspector Neele se formó un favorable concepto de la señorita Dove.

—Siento tener que comunicarle que el señor Fortescue ha muerto en el Hospital de San Judas, hace poco. Se sintió repentinamente enfermo en su despacho. Tengo interés en poder comunicarme con Sus familiares...

—Es natural. No tenía idea... —Se interrumpió. Su voz no demostraba agitación, pero estaba sorprendida. Al fin pudo continuar—. ¡Qué desgracia! Debe usted ponerse en contacto con el señor Percival Fortescue. Él es quien ha de disponer lo que ha de hacerse. Puede encontrarle en el Hotel Midland de Manchester o tal vez en el Grand de Leicester, o en la razón social Shearer y Bonds, de Leicester. No sé cuál es su número, de teléfono, pero sé que tenía que visitar a otra firma que puede informarle de dónde puede encontrarse hoy. La señora Fortescue vendrá a cenar, aunque es posible que llegue a la hora del té. Será un gran golpe para ella. Debe haber sido muy repentino, ¿verdad? El señor Fortescue se encontraba perfectamente bien cuando salió de aquí esta mañana.

—¿Le vio usted antes de salir?

—¡Oh, sí! ¿Qué ha sido? ¿El corazón?

—¿Es que sufría del corazón?

—No... no. No lo creo... Pero como ha ocurrido tan de repente... —Se detuvo—. ¿Habla usted desde el Hospital? ¿Es usted el médico?

—No, señorita Dove, no soy el médico. Le hablo desde el despacho del señor Fortescue. Soy el detective-inspector Neele e iré a verla tan pronto como pueda llegar hasta aquí.

—¿Detective-inspector? ¿Qué quiere decir... qué es
lo
que significa?

—Se trata de un caso de muerte repentina, señorita Dove; y hemos de hacer acto de presencia cuando ocurre uno de esos casos, especialmente si el difunto no ha sido visitado por un doctor desde hace tiempo y como me figuro habrá ocurrido ahora.

Era sólo una ligera suposición, pero la señorita Dove respondió rápidamente.

—Lo sé. El señorito Percival le procuró hora para el doctor un par de veces, pero no quiso ir. Fue muy poco razonable... y todos estuvieron muy preocupados.

Interrumpiéndose, volvió a adquirir su tono firme.

—Si la señora Fortescue llegara aquí antes que usted, ¿quiere que se lo comunique?

—Dígale sólo que en casos de muerte repentina debemos hacer algunas averiguaciones. Meros trámites rutinarios.

Capítulo III

Neele colgó el teléfono y miró de hito en hito a la señorita Griffith.

—De modo que han estado preocupados por él últimamente, y querían que viera a un médico, usted no me lo dijo.

—No he pensado en ello —repuso la señorita Griffith—. A mí nunca me pareció
enfermo
precisamente...

—¿Pues qué?

—Sólo extraño. Distinto. Se comportaba de un modo especial.

—¿Cómo preocupado por algo?

—¡Oh, no!
Éramos
nosotros los que estábamos preocupados...

El inspector Neele aguardó pacientemente.

—La verdad, es difícil de explicar, ¿sabe usted? Alborotaba sin ton ni son. Con franqueza, un par de veces, pensé que había bebido... Gritaba contando las historias más extraordinarias, que estoy segura no eran ciertas... Durante la mayor parte del tiempo que llevo aquí siempre estuvo pendiente de sus negocios... sin dejar perder nada; pero últimamente estaba muy cambiado, expansivo, y... bueno... tirando el dinero. Cosa muy contraria a su natural modo de ser. Cuando el señorito Percival tuvo que ir al funeral de su abuela, el señor Fortescue le llamó y dándole un billete de cinco libras le dijo que lo apostara al segundo favorito y luego echóse a reír a carcajadas. Eso... bueno... eso no era propio de él. Eso es todo lo que puedo decirle.

—Tal vez sufriera alguna perturbación mental.

—No. Era como si aguardara algo desagradable y... excitante...

—Conque eso le preocupaba, ¿no es así?

La señorita Griffith asintió con algo más de convicción.

—Sí, sí; pero yo quiero decir mucho más que eso. Como si ya nada le importara. Estaba excitado, y venían a verle gentes muy extrañas para asuntos de negocios. Personas que no habían venido nunca por aquí. Eso preocupaba mucho al señorito Percival.

—Conque eso le preocupaba, ¿eh?

—Sí. El señorito Percival siempre había gozado de la confianza de su padre, ¿sabe? Pero últimamente...

—Últimamente no se llevaban tan bien.

—Bueno, el señor Fortescue hacía un montón de cosas que el señorito Percival consideraba poco acertadas. El señorito Percival siempre fue cuidadoso y prudente, pero de pronto su padre no quiso escucharle más y por eso estaba preocupado.

—¿Y tuvieron una fuerte disputa por todo eso?

El inspector Neele seguía tanteando.

—No creo que
discutieran
... Claro que ahora me doy cuenta de que el señor Fortescue debía estar fuera de sí... para gritar de aquel modo.

—¿Gritó? ¿Qué es lo que dijo?

—Vino a la sala de las mecanógrafas...

—¿De modo que todas lo oyeron?

—Pues... sí.

—¿Y se puso á insultar a Percival... soltando juramentos...? ¿Qué es lo que había hecho Percival?

—Pues al parecer era por lo que no había hecho... le llamó empleadillo miserable. Dijo que carecía de visión amplia, que no sabía realizar negocios en gran escala. Y le gritó: «Voy a traer a Lance a casa otra vez. Vale diez veces más que tú... y se ha casado bien. Lance tiene entrañas, aunque una vez se arriesgara a ser perseguido por la justicia... ¡Oh, Dios mío, no debiera haber dicho eso! —La señorita Griffith, bajo la dirección experta del señor Neele, había ido demasiado lejos, como tantos otros, y sentíase presa de confusión.

—No se preocupe —dijo el inspector para consolarla. —Lo pasado, pasado.

—¡Oh, sí!, eso fue hace mucho tiempo. —El señorito Lance era muy joven y alegre y no se daba cuenta de lo que hacía.

El inspector Neele había oído palabras parecidas en otras ocasiones y no estaba de acuerdo, pero se dispuso a hacer nuevas preguntas.

—Cuénteme algo más de los empleados.

La señorita Griffith apresuróse a disimular su indiscreción dándole toda clase de informaciones acerca de las distintas personalidades de la sociedad. El inspector Neele le dio las gracias y pidió volver a hablar con la señorita Grosvenor.

El agente detective Waite afiló su lápiz, haciendo observar a Neele lo elegante del lugar. Su mirada apreció los enormes butacones, el inmenso escritorio y la iluminación indirecta.

—Y todas estas personas tienen asimismo nombres altisonantes —dijo—. Grosvenor... eso tiene algo que ver con un duque. Y Fortescue... también es un nombre de primera.

El inspector Neele sonrió.

—Su padre no se llamaba Fortescue... sino Fortescu... y procedía del Centro de Europa. Supongo que este hombre pensó que Fortescue sonaba mejor.

El agente detective Waite miró a su superior con respeto.

—¿De modo que sabe todo lo concerniente a su persona?

—Sólo he echado un vistazo a algunas cosas, antes de venir.

—No tendrán su ficha, ¿verdad?

—¡Oh, no! El señor Fortescue era demasiado listo. Tuvo ciertas relaciones con el mercado negro, y verificó un par de transacciones que tendrían mucho que discutir, pero siempre ha estado dentro de la Ley.

—Ya —dijo Waite—. No era un hombre escrupuloso.

—Retorcido —aclaró Neele—. Pero no tenemos nada contra él. Los inspectores de impuestos le han estado siguiendo durante mucho tiempo, pero siempre fue más listo que ellos. Era un verdadero genio financiero.

—¿De la clase de hombres que puede tener enemigos? —preguntó Waite.

—¡Oh, sí! Enemigos acérrimos, pero recuerde que le envenenaron en su propia casa. O por lo menos eso parece, ¿sabe Waite? He imaginado una especie de diseño... como uno de esos viejos retratos familiares. Percival, el niño bueno. Lance... el malo... con atractivo para el sexo femenino La esposa más joven que el marido y que no se sabe exactamente a qué campo de golf ha ido a jugar. Todo resulta muy corriente. Pero hay una cosa que choca mucho.

El agente detective Waite iba a. preguntar: «¿El qué»?, cuando se abrió la puerta dando paso a la señorita Grosvenor, dueña otra vez de su pose y segura de su atractivo, que preguntaba con altivez:

—¿Deseaba usted verme?

—Quisiera hacerle algunas preguntas acerca de su jefe... tal vez será mejor que diga su antiguo jefe.

—Pobre hombre —dijo la señorita Grosvenor en tono poco convincente.

—Quisiera saber si últimamente ha notado alguna cosa extraña en el señor Fortescue.

—Pues, sí. A decir verdad, la he notado.

—Por ejemplo...

—Pues no puedo decirlo exactamente... Decía muchas cosas que carecían de sentido. La verdad es que no podría creer ni la mitad de lo que dijo. Y además perdía el control de sus nervios con gran facilidad... sobre todo con el señorito Percival. Conmigo no, porque desde luego, yo
nunca
discuto. Sólo digo «Sí, señor Fortescue», por extrañas que sean sus palabras... quiero decir.

—¿Se... bueno... se propasó alguna vez con usted?

—Pues no, no puedo decir que se
propasara
.

—Otra cosa, señorita Grosvenor. ¿Tenía costumbre de llevar grano en el bolsillo?

La señorita Grosvenor demostró viva sorpresa.

—¿Grano? ¿En el bolsillo? ¿Quiere decir para dar de comer a las palomas o algo así?

—Pudo haber sido para eso.

—¡Oh, no!, estoy segura. ¿El señor Fortescue dando de comer a las palomitas? ¡Oh, no!

—¿Podría haber llevado hoy cebada... o centeno por alguna razón especial? ¿Tal vez una muestra? ¿Algún negocio?

—¡Oh, no! Esta tarde esperaba a los de la Compañía Asiática de Aceites, y al presidente de la Sociedad Constructora Atticus... A nadie más.

Neele despidió a la señorita Grosvenor con un gesto.

—Tiene unas piernas preciosas —dijo el agente detective Waite, con un suspiro—. Y qué medias de nylon...

—Sus piernas no me interesan —replicó el inspector Neele—. Me he quedado con lo que ya tenía. Un puñado de centeno... y sin poder explicarme la razón de su presencia.

Capítulo IV

Mary Dove se detuvo, mientras bajaba la escalera, para mirar a través del gran ventanal. Acababa de detenerse un automóvil del cual se apearon dos hombres. El más alto permaneció unos momentos de espaldas a la casa contemplando los alrededores. Mary Dove les observó pensativa. Debía ser el inspector Neele con uno de sus subalternos.

Apartándose de la ventana fue a contemplarse en el gran espejo colocado en el rellano... viendo una figura menuda vestida de gris, con el cuello y puños de un blanco inmaculado. Sus cabellos oscuros partidos sobre la frente y cubriendo sus sienes con ondas suaves se recogían en un moño sobre la nuca... Usaba un lápiz de labios color rosa pálido.

En conjunto, Mary Dove estaba satisfecha de su aspecto, y con una ligera sonrisa en los labios continuó descendiendo por la escalera.

El inspector Neele, mientras inspeccionaba la casa, decíase:

—¡Mira que llamarla Villa! ¡Villa del Tejo! ¡Qué afectados son los ricos!

Una casa que, según él, era una verdadera mansión. Sabía perfectamente lo que era una villa. ¡Había crecido en una! Una casita junto a la verja de Hartington Park, aquella vasta mansión palaciega con sus veintinueve dormitorios, que ahora pertenecía al Trust Nacional. La villa era pequeña y atrayente desde el exterior, pero húmeda, incómoda y falta del más rudimentario sistema sanitario. Por fortuna estos factores habían sido aceptados de buen grado por los padres del inspector Neele. No tenían que pagar alquiler y todo el trabajo consistía en abrir y cerrar las verjas cuando era necesario y había muchos conejos y faisanes que llevar a la olla. La señora Neele nunca llegó a conocer los placeres de la cocina eléctrica, las estufas, alacenas ventiladas, agua caliente y fría saliendo del grifo, y el que se encendiese la luz con sólo hacer girar el interruptor. En invierno los Neele tenían una lámpara de aceite y en verano se acostaban antes de que oscureciera. Eran una familia saludable y feliz, y continuaron siéndolo a través de los tiempos.

De modo que cuando el inspector oía la palabra villa, recordaba los días de su infancia. Mas aquel lugar llamado pomposamente Villa del Tejo era la clase de mansión que los ricos se construyen y luego hablan de «su casita de campo». Tampoco aquello era el campo, según la idea que el inspector Neele tenía del mismo. La casa era grande y sólida, construida con ladrillos rojos; más ancha que alta, con demasiados faldones y un gran número de ventanas cuadradas. Los jardines eran completamente artificiales... a base de parterres con rosales, pérgolas y laguitos, y daban nombre a la casa gran número de setos formados con tejos recortados.

Había gran cantidad de tejos para cualquiera que deseara materia prima para obtener taxina. En la parte derecha, tras la pérgola de los rosales, había un gran árbol que conservaba su forma natural... de esos que uno asocia con los claustros de un convento, con sus ramas sujetas por estacas, como un Moisés del mundo vegetal. Aquel árbol debía estar allí desde mucho antes de que las nuevas construcciones de ladrillos rojos se extendieran por aquellos alrededores... y antes que los campos de golf y los arquitectos de moda señalaran a sus ricos clientes las ventajas de los solares. Y puesto que era una antigüedad valiosa, aquel árbol había sido incorporado al nuevo escenario, y tal vez para dar nombre a la nueva residencia; Villa del Tejo. Y posiblemente los frutos de aquel mismo árbol...

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