Un talento para la guerra (12 page)

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Authors: Jack McDevitt

BOOK: Un talento para la guerra
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—¿Usted no lo sabe, Jana?

—¿Y yo cómo iba a saberlo? «Confía en mí», me dijo él.

Hijo de puta.

—¿Usted conocía a Gabe Benedict?

—No —me contestó después de una pausa—. Yo no sabía siquiera que él viajaba. Quiero decir a otro mundo.

—¿No había estado nunca en Saraglia?

—No. —Se cruzó de brazos—. Nunca había salido de Rimway. Al menos es lo que yo creía; ahora no estoy tan segura.

—¿Pero usted sabía que él iba a estar fuera por un tiempo?

—Sí, lo sabía.

—¿No le dio explicaciones?

—Ninguna —contestó conteniendo el llanto—. Dios mío. Nunca tuvimos problemas de ese tipo, señor Benedict. Nunca, de verdad. Él me dijo que lo sentía mucho, pero que no podía explicármelo. Dijo que volvería en seis meses.

—¿Seis meses? Seguro que le preguntó usted.

—Claro que lo hice. «Ellos me han pedido que vuelva», me dijo. «Me necesitan y tengo que ir.»

—¿Quiénes son «ellos»?

—La Agencia. Era agente de seguridad. Retirado, pero eso no supone diferencia. Aún sigue colaborando como asesor. —Dudó acerca de la frase, pero no se corrigió—. Se había especializado en fraudes comerciales y usted sabe cómo abundan en estos días. —Parecía a punto de llorar—. No sé de qué se trataba, y eso me hace sentir peor. Él está muerto y yo no sé la causa.

—¿Averiguó algo en la Agencia?

—Ellos alegaron que no sabían nada. —Me miró fijamente—. Señor Benedict, él nunca me dio ningún motivo para no creerle. En todo el tiempo que vivimos juntos fue la única vez que me mintió.

Que a usted le conste
, pensé yo. Pero dije:

—¿Tenía algún interés en la arqueología?

—Creo que no. No. ¿El tal Gabriel era arqueólogo?

—Sí.

—No veo la relación.

Yo tampoco la veía.

—La verdad es —continuó con voz temblorosa, aunque tratando de mantener la compostura— que yo no sé qué hacía en esa maldita nave, adonde iba o qué planeaba hacer cuando llegara. Si usted tiene alguna idea, le agradecería que me lo dijera. ¿Qué clase de hombre era su tío?

Sonreí para disipar sus temores.

—Uno de los mejores que haya conocido, señora Khyber. Nunca hubiera arrastrado a su esposo a una situación peligrosa voluntariamente. No hubiera querido que usted se preocupara. —¿Por qué iría con un policía retirado? ¿Guardaespaldas, quizá? Parecía poco probable—. ¿Era piloto?

—No.

—Dígame, señora Khyber, ¿le interesaba a él la historia? ¿La época de la Resistencia en particular?

Una expresión sorprendida varió sus rasgos.

—Sí. Estaba interesado en cosas antiguas, señor Benedict. Coleccionaba libros viejos, estaba fascinado con los viejos buques navales y pertenecía a la Sociedad Talíno.

¡Bingo!

—¿Y qué es la Sociedad Talino? —pregunté, impaciente.

—No creo que esto nos lleve a ninguna parte —replicó, clavándome la mirada.

—Por favor —insistí—. Usted ya me ha ayudado. Dígame algo de la Sociedad Talino. Nunca la había oído nombrar.

—Es un club para beber, en realidad. Fingen ser historiadores, pero lo que hacen es ir ahí, se reúnen la última noche de cada mes en el Colíandium, para pasar un buen rato. —Parecía cansada—. Fue miembro durante veinte años.

—¿Usted también?

—Sí, iba con él habitualmente.

—¿Por qué la llamaban la Sociedad Talino?

—Señor Benedict, vaya y averigüelo —me dijo sonriendo.

Pasaron otras dos cosas el día en que hablé con Jana Khyber. Brimbury y Cía. me envió una compilación de activos. Había mucho más de lo que yo esperaba. Me di cuenta de que nunca más tendría que trabajar. Nunca. Sin saber muy bien por qué, me sentí culpable. Después de todo, era el dinero de Gabe. Y yo había sido poco amable con él. La otra noticia fue que Jacob descubrió una biblioteca que poseía una copia del
Cuaderno de notas
de Leisha Tanner. Inmediatamente requirió una transmisión, que llegó a la hora del almuerzo.

Yo había estado recibiendo llamadas todo el día de una gran variedad de ladrones y artistas de la estafa que pretendían haber estado asociados con mi tío y que estaban «deseosos» de continuar ofreciendo sus valiosos y costosos servicios. Había proveedores de vino, gestores de todo tipo, individuos que se presentaban como una fundación destinada a erigir monumentos a ejecutivos prominentes y diversos administradores. Y así sucesivamente. Tenía la esperanza de que fueran decreciendo sus solicitudes, pero sucedía lo contrario.

—Desde ahora —le dije a Jacob—, son tuyos. Encárgate de sacármelos de encima. Desaliéntalos. Que se vayan.

—¿Cómo?

—Usa la imaginación. Diles que el dinero está destinado a una causa noble. Inventa una cualquiera. O que me fui a vivir a la cima de una montaña.

Luego me dediqué al cuaderno de Leisha Tanner.

Las
Notas
cubrían los cinco años durante los cuales fue instructora de la Universidad de Khaja Luan, en el mundo del mismo nombre. Las primeras entradas databan de la época en que conoció al poeta Walford Candles. Concluía con su dimisión en el último año de la Resistencia. Originalmente pretendían ser notas sobre el progreso de sus estudiantes; pero, con los inicios de tensiones en Imarios, la revolución siguiente y la intervención catastrófica de Cormoral, se ampliaron para convertirse en un retrato social y político de un mundo pequeño que peleaba por mantener su neutralidad y, por lo tanto, su supervivencia en el tiempo en que Christopher Sim y su grupo de héroes necesitaban de la mayor colaboración.

Algunos de los retratos eran desconcertantes. Estamos acostumbrados a pensar en quienes se opusieron activamente a las pretensiones del Ashiyyur como patriotas: hombres y mujeres valientes que arriesgaron sus vidas y fortunas a través de cientos de mundos para persuadir a los gobiernos reticentes a intervenir durante la crisis. Pero veamos qué decía Tanner sobre la reacción al asalto de los mudos contra la Ciudad del Peñasco:

«En la ciudad, hoy, orador tras orador lanzaban diatribas contra el Gobierno y reclamaban una intervención inmediata. Había gente de la universidad, inclusive el viejo Angus Markhm, a quien nunca había visto enojado. Después se unieron a ellos varios políticos retirados y algunos artistas que creían seriamente que se debía enviar la flota entera a pelear contra el Ashiyyur. Ayer leí que la "flota" consistía en dos destructores y una fragata. Uno de los destructores necesita reparaciones importantes y los tres navíos están obsoletos.

»Había también personas que yo creía miembros de los Amigos de la Confederación, que han azuzado a los presentes, quienes a su vez han golpeado a un grupo que no compartía su punto de vista y probablemente a un par que sí lo compartía pero que no han conseguido apartarse lo bastante rápido. Luego han decidido cruzar la ciudad para marchar a las cámaras del Concejo. Pero, como Greenville Park está bastante lejos de avenida Balister, a lo largo del camino han volcado varios vehículos, han atacado a la policía y se han dividido en grupos pequeños.

»¡Maldito Sim, de todos modos! La guerra sigue y sigue y todo el mundo sabe que es fútil. Se rumorea que el Ashiyyur nos ha ofrecido
amorda.
Por el amor de Dios, espero que el Concejo sea lo suficientemente inteligente para suscribirlo.»

Busqué la palabra
«amorda».
Era una garantía de paz y autonomía para todo el que aceptara la soberanía del Ashiyyur. Me sorprendió descubrir que, por cada mundo que se unía a la Resistencia, dos permanecían neutrales. E incluso que algunos apoyaban a los invasores.

El
«amorda»
era una simple oferta, unos pocos centímetros cúbicos de tierra de la capital de uno, encerrada en una urna de plata pura, en señal de lealtad.

Avancé en la lectura: mientras el Concejo discutía los pasos a seguir, la hora de la Ciudad del Peñasco había llegado. El Ashiyyur destruyó sus defensas y sus fábricas aéreas. Ese centro de la cultura, símbolo de la literatura, la democracia y el progreso durante años a lo largo de la Frontera, había sido invadido con toda tranquilidad.

Tanner escribía:
«Un error de dimensiones imprevisibles. Uno se pregunta si el Ashiyyur no está creando las condiciones para que Tarien Sim forme una alianza contra él. De cualquier modo, la oportunidad para el Gobierno de Khaja Luan de declararse neutral, si es que alguna vez la hubo, ha pasado. Vamos a la guerra. Queda por saber cuándo.

»El ataque no es una sorpresa para nadie. La Ciudad del Peñasco y su pequeño grupo de aliadas son técnicamente neutrales, pero no es ningún secreto que sus voluntarios han estado peleando activamente con los dellacondanos. Es también del dominio público que Sim ha estado obteniendo provisiones estratégicas de sus fábricas aéreas. En ese sentido el Ashiyyur ha estado acertado, aunque mejor hubiera sido que se dominara. Esto puede desencadenar la entrada de la Tierra y de Rimway en la guerra. Si sucede eso, Dios sabe cómo terminará todo».

Tanner había estado desarrollando una clase de ética comparativa cuando llegaron las primeras informaciones. Comenta con tristeza:
«Discutiendo lo bueno y lo bello, mientras los hijos de Platón y Tulisofala se cortan el cuello unos a otros»
. El objetivo fue asaltado por una fuerza de varios cientos de naves que barrieron las bien construidas defensas. En horas todo estuvo devastado. Y esa noche,
«mientras la mayoría de nosotros nos dedicábamos a nuestro asado y nuestro vino, los malditos han cometido la felonía de disparar a varios rehenes. ¿Cómo puede una raza de telépatas juzgar tan mal la naturaleza de su enemigo?».

Las imágenes de Tanner eran insoportablemente penetrantes: un ciudadano enardecido pidiendo la guerra, un presuntuoso directivo universitario liderando una plegaria colectiva, un estudiante de intercambio proveniente del mundo destruido deshaciéndose en lágrimas, y sus propias expresiones de culpa frente «a este perverso estado de cosas ante el cual, nosotros, los que abogamos por una conducta racional, aparecemos de modo tan cobarde».

Varias veces se preguntaba en su diario, y supongo que a fin de cuentas, a todos nosotros:
«¿Cómo es posible que una raza que puede sostener los ideales de Tulisofala, componer música excelsa y construir exquisitos jardines de piedra, pueda comportarse de un modo tan bárbaro?».

Nunca daba una respuesta.

De otra parte, en el diario, en una ocasión similar (el colapso de los defensores en Randin'hal, creo), se refería con rabia al principio Bogolyubov.

Busqué el dato. Andry Bogolyubov vivió hace mil años en Toxicón. Era historiador, especializado en tratar de convertir la historia en una ciencia exacta, haciendo gala de la previsibilidad que caracteriza a todas las ciencias exactas. Desde luego, no tuvo éxito.

Su área primordial de interés era el procedimiento por el que potencias reticentes a tomar partido terminaban involucradas en el conflicto. Su tesis era que los antagonistas potenciales se complicaban en cierta clase de danza de guerra diplomática con características articulables específicas. Esta fase de la danza de guerra crea un estado psicológico que al final garantiza una confrontación armada, porque tiende a precipitar los acontecimientos. Decía que esto era particularmente cierto en las democracias. Este proceso, una vez iniciado, no se interrumpe con facilidad. Una vez que se ha derramado sangre, es casi imposible retroceder. Las ambiciones y los objetivos originales se pierden, cada bando pasa a creer nada más que en su propia propaganda, la economía se torna dependiente del ambiente hostil y las carreras políticas se arman en base al peligro común. En consecuencia, el ciclo de mercado de guerra se hace más tenso y no cede hasta que uno de los contendientes queda exhausto.

A menos que emerjan simultáneamente líderes en ambos lados que reconozcan la situación tal como es y posean el carácter y la capacidad para actuar, no puede haber otra solución que la militar. Por desgracia, los sistemas políticos rara vez son aptos para producir políticos capaces o siquiera concebir, mucho menos llevar a cabo, una estrategia de no ataque. Las posibilidades de que dos personas así surjan en momentos de crisis son más bien bajas, por decir algo.

Resulta difícil entender a tal distancia de los hechos la depresión que acompañó a la caída de la Ciudad del Peñasco, que para nosotros es únicamente un símbolo de grandeza perdida, como la Atlántida. Pero entre los habitantes de los mundos de la Frontera hace dos siglos era una fuerza viviente: en cierto sentido todos ellos eran sus habitantes. Su música y sus artistas y sus teóricos en política eran patrimonio común; por lo que la fuerza que la derribó supuso un ataque para todos. Tanner informaba que Walford Candles había dicho que
«Todos nos sentamos alguna vez en las mesas soleadas de sus amplias avenidas a beber buen vino»
. Debió de haber sido doloroso pensar que ese lugar maravilloso había sucumbido a manos de un conquistador.

Varios de los estudiantes de Tanner anunciaron su intención de dejar la escuela para ir a la guerra. Sus amigos estaban profundamente divididos. Habla de Matt Olander, un físico de mediana edad, cuya mujer e hija habían muerto dos años antes en Cormoral:
«Él salía ayer por la tarde de su clase. No supimos dónde estaba durante varias horas. La gente de seguridad lo encontró casi a medianoche tirado en un banco en Southpool. Esta mañana me ha dicho que iba a ir a ofrecer sus servicios a los dellacondanos. Pienso que se estará bien cuando pueda calmarse.

«Bannister trató de señalar ayer los peligros de la intervención, durante un encuentro de los varios comités de guerra que se han formado en estos días. "Mantengámonos firmes", les dijo. "Si nos dejamos llevar por las emociones, Khaja Luan no sobrevivirá ni dos semanas." Lo echaron.»

Olander nunca logró tranquilizarse. Resignado, invitó a Tanner a cenar unas horas más tarde para despedirse. Ella no da más detalles de su partida. Pero Khaja Luan, pese a todo, se mantuvo neutral. La inquietud continuó, habitualmente intensificada por las noticias de la guerra o por los informes ocasionales de los ciudadanos voluntarios que habían ido a morir junto con los dellacondanos. Fue un periodo muy doloroso, y el enojo de Tanner se volcaba hacia los dos bandos
«cuya intransigencia mata a mucha gente y nos amenaza a todos»
.

El pequeño círculo de amigos de la facultad se deshacía en disputas y oposiciones. Walford Candles vagaba en las noches como un frío fantasma familiar. Los otros escribían a favor o en contra de la guerra y se enviaban cartas.

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