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Authors: Jack McDevitt

Un talento para la guerra (8 page)

BOOK: Un talento para la guerra
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Comenzó a reírse. Era un sonido líquido, límpido.

—Tampoco te lo dijo, ¿me equivoco?

—No.

—¿Y no se lo dijo a nadie?

—No que yo sepa.

—Jacob podría saber algo, por lo menos.

—Le han practicado una lobotomía.

Miró el monitor, divertida. Aún permanecía allí la imagen de su deslizador.

—¿Quieres decir que nadie tiene idea de lo que ha estado haciendo en estos últimos meses?

—No hasta donde he podido averiguar —dije con creciente irritación.

—Registros —agregó ella, como si le estuviese explicando algo a un niño—. Debe de haber registros.

—Se perdieron.

Fue demasiado. Rió como un joven vikingo, sacudiendo los hombros y el cuello, moviendo la cabeza y tratando de hablar al mismo tiempo.

—Bueno —exclamaba entre espasmos—, que me aspen, pero esto es típico de él.

—¿No sabes nada? ¿Nada de nada?

—Tenía algo que ver con el
Tenandrome.
Me dijo que me haría rica. Y también que todo lo que había hecho anteriormente en su vida era trivial en comparación. «Esto va a conmover a la Confederación hasta sus cimientos», solía decir. —Se apretaba las mejillas con ambas manos mientras sacudía la cabeza—. Bueno, esta es la cosa más absurda en que recuerdo haber estado metida.

—Pero estabas implicada en ello. ¿Qué se esperaba que hicieras para ganar tu parte?

—Yo soy piloto de clase III. Aparatos pequeños, interestelares. Él me había contratado para realizar una búsqueda y para llevarlo a alguna parte, no sé adónde. Escucha, me siento un poquito incómoda con todo esto. Pero la verdad es que me dejó plantada en Saraglia después de que yo gastara una cantidad considerable de mi propio dinero.

—Saraglia. Hacia allí era adonde se dirigía el
Capella
cuando desapareció.

—Correcto. Se suponía que nos íbamos a encontrar allí.

—¿Y no sabes adónde quería ir después?

—No me lo dijo.

—Qué raro. —No me esforcé especialmente por disimular mi sospecha de que ella estuviera tratando de sacar ventaja de la muerte de Gabe—. Él tenía licencia desde hacía cuarenta años. Nunca había oído que confiara a otra persona su propio pilotaje.

Ella se encogió de hombros.

—No puedo responder a eso. No sé. Pero ese era nuestro trato. Contando el tiempo de viaje, menos un adelanto, me debe dos meses de sueldo más los gastos. Tengo todos los documentos.

—¿Hay algún contrato firmado?

—No —respondió—. Era un acuerdo.

—¿Pero nada por escrito?

—Escuche, señor Benedict. —Su voz se endureció—. Trate de entender. Su tío y yo llevábamos hechos una cantidad importante de negocios en los últimos años. Confiábamos el uno en el otro. Y nos llevábamos bien. No había razón para que hiciéramos contratos formales.

—¿Qué clase de investigación? —pregunté—. ¿Tenía que ver con el
Tenandrome?

—Sí. —Uno de los troncos cedió y resbaló dentro de las brasas—. Es una nave de Investigaciones. Estuvo en La Dama Velada hace unos pocos años y aparentemente vieron algo. —Dejó caer la cabeza sobre el respaldo de la silla, con los ojos entornados—. Gabe quería saber qué, pero nunca pudo averiguarlo.

Saraglia está en la frontera de La Dama Velada; es un mundo remoto, modular, de enormes dimensiones y gravedades variadas, el último punto de partida para las grandes naves de Investigaciones que inspeccionan y estudian el vasto Brazo Trántico.

—¿Y tú lo ibas a llevar a algún lado desde allí?

—Sí. A algún lado. —Se encogió otra vez de hombros.

—¿Qué sabías de tu destino? Debiste manejar alguna información. Zona, límites, tiempo de viaje… Algo. ¿Habías alquilado una nave?

Echó una mirada a la frase que me había escrito.

—¿Va a haber problemas con el pago?

—No —le contesté.

—Bueno. —Sonrió maquiavélicamente—. Yo ya había contratado una nave. Le pregunté adónde íbamos, pero me respondió que me lo diría cuando llegáramos. A Saraglia, me refiero.

—¿Esperaba él irse enseguida de Saraglia?

—Sí. Creo que sí. Yo tenía instrucciones de tener la nave lista. Era un viejo bote patrullero, una nave estupenda. —Sacudió la cabeza tristemente—. También me dijo que estaríamos fuera entre cinco y siete meses.

—¿A qué distancia situó el destino del viaje?

—Es muy difícil decirlo. Si se toman en cuenta las regulaciones, casi la mitad del tiempo debería utilizarse en el recorrido interestelar. Digamos tres meses, para hacer ambos caminos. La distancia es de aproximadamente ochocientos años luz. Pero si se ignoran las reglas, que en verdad son inaplicables fuera de aquí, y se hace el salto tan cerca cómo se pueda del objetivo, entonces estamos hablando de cinco meses en hiper, de un máximo de ciento cincuenta años luz.

—¿Qué averiguaste del
Tenandrome?

—No mucho, salvo que es un tema siniestro.

—¿Qué quieres decir?

—Las naves de Investigaciones, las grandes, habitualmente salen en misiones de cuatro o cinco años. El
Tenandrome
volvió un año y medio después. Y nadie desembarcó.

—¿Saraglia es la primera parada del vuelo de regreso?

—Para ese sector, sí. Tradicionalmente se detienen allí y el capitán en persona rellena un informe junto con el director del puerto. Se fijan en los aspectos logísticos, se remiten a las inspecciones de control del azar y después descansan unos días en una atmósfera carnavalesca. Sin embargo, cuando el
Tenandrome
regresó, las cosas fueron diferentes.

»El informe oficial, de acuerdo con los encargados del puerto que se dignaron hablar conmigo, fue destruido. Nadie descendió, ni nadie subió. La multitud que había en los alrededores, de pie cerca de la rampa, como suele hacer, esperó inútilmente. No sé si sabes algo acerca de Saraglia o no, pero las naves van directamente a las bahías de las ciudades. Las paredes son transparentes; así, la gente que había llevado a sus hijos de vacaciones pudo permanecer en la calle y ver al
Tenandrome
flotando sobre sus cables. Las luces dentro de la nave estaban encendidas y era posible ver a la tripulación moviéndose en el interior. Pero nadie salió por los tubos. Eso no había pasado nunca antes.

»Todos estaban disgustados, especialmente la comunidad comercial. Sentían que habían sido dejados de lado. La llegada de las naves constituye una parte importante de los ingresos locales.

—Pero no esa vez —dije.

—No esa vez. —Ella se estremeció—. Eventualmente, los rumores comenzaron.

—¿Como cuáles?

—Como que era una nave atacada por una epidemia. Pero si ese hubiese sido el caso, no los habrían dejado partir hacia La Pecera, la segunda parada.

—Y en La Pecera, ¿desembarcaron o no?

—Según Gabe, sí. Él dijo que revisaron la nave de manera rutinaria.

—¿Ese era el destino final?

—Investigaciones conserva sus cuarteles generales allí. Sí, fueron allí para reparaciones generales, instrucciones y preparación de nuevas expediciones.

—¿Cuántos eran a bordo?

—Seis de tripulación y dieciocho en los equipos de investigación. —La expresión de Chase se tornó pensativa—. El
Westover
arribó cuando yo estaba en Saraglia, y lo pasaron todos muy bien. Se quedaron un poco más de una semana, que creo que es la media. Disfrutaron de las mujeres y el alcohol: me maravilla siempre que alguien sea capaz de regresar a casa. El
Tenandrome
solo se quedó un día.

—¿Explicó Investigaciones por qué se había suspendido la misión?

—Dijeron que había una obstrucción en el mecanismo de transmisión armstrong, que el problema superaba la capacidad de reparación de Saraglia, lo que no era una aserción descabellada, por cierto, y que nadie descendió porque el tiempo era esencial.

—Tal vez fuera cierto.

—Tal vez. La nave fue revisada en La Pecera, y Gabe me dijo que los registros indicaban que el mecanismo requería un reacondicionamiento total.

—Entonces, ¿dónde radica el problema?

—Gabe no pudo encontrar a nadie que efectivamente trabajara en las unidades armstrong. E Investigaciones se molestó cuando averiguaron que él estaba tratando de averiguar aquello. Se le negó de manera oficial todo acceso a consultas.

—¿Cómo carajo pudieron hacer eso?

—Fácil. Lo declararon peligroso para la seguridad. Me hubiera gustado verlo. —Sonrió—. Yo estaba en Saraglia cuando sucedió. A juzgar por el tono de sus mensajes, estaba al borde de una apoplejía. Pero entonces me dijo que Machesney le había dado una pista y que iba a salir de allí para que nos reencontrásemos. Y que consiguiera una nave.

—¿Machesney?

—Eso dijo.

—¿Quién diablos es Machesney?

—No lo sé. Todo ese asunto de Christopher Sim. Tal vez se refiriera a Rashim Machesney.

Yo meneé la cabeza.

—¿Hay alguien involucrado en este asunto que no haya muerto hace cien años?

Rashim Machesney: el venerable anciano de la Resistencia. Genial, obeso, brillante, experto en la teoría de las ondas gravitacionales, recorriendo las legislaturas planetarias con Tarien Sim y volcando su enorme influencia en la causa confederada. ¿Cómo pudo «darle una pista»?

—No conozco a ningún otro Machesney —contestó Chase—. Incidentalmente, una vez que los arreglos se terminaron, Investigaciones no tardó en volver a enviar al
Tenandrome
a una nueva misión. El capitán y la mayoría de la tripulación original participaron.

—¿No sería un vuelo de regreso? ¿No estarían volviendo?

—No —respondió Chase—. Al menos creo que no. Su destino era un punto exterior a ciento ochenta años luz de distancia. Demasiado lejos. Si suponemos que Gabe sabía dónde habían estado y que allí era adonde se dirigía.

—¿Y el diario de a bordo? ¿No entra en los registros públicos? Estoy seguro de que los he visto publicados.

—Esta vez no. Se clasificó todo.

—¿Bajo qué pretextos?

—No lo sé. ¿Te los tienen que decir acaso? Yo sé que Gabe no podía tener acceso a ellos.

—¿Jacob? ¿Estás ahí?

—Sí —respondió.

—Por favor, comenta.

—No es en absoluto inusual retener información si, a juicio de alguien, su difusión podría dañar el interés público. Por ejemplo, si alguien es comido, los detalles no deben estar disponibles. Un ejemplo reciente de ausencia de una publicación ocurrió en el vuelo
Borlanget
, cuando un simbolista fue atrapado por alguna clase de carnívoro volador que se lo llevó consigo. Pero, entonces, solo fue reservada la parte del registro que contenía el incidente específico. Con el
Tenandrome
, por el contrario, casi parece como si la misión nunca hubiese tenido lugar.

—¿Tienes idea —le pregunté a Chase— de qué pudieron haber visto?

Ella se encogió de hombros.

—Pienso que Gabe sí lo sabía. Pero nunca me lo dijo. Y si alguien en Saraglia lo sabía, tampoco lo dijo.

—A lo mejor se trataba de un problema biológico —sugerí—. Algo que les preocupaba, pero que se resolvió antes de llegar a La Pecera.

—Supongo que es posible. Pero, si todo se solucionó, ¿por qué siguieron ocultando la información?

—Dijiste que había rumores.

Ella asintió.

—Ya te he contado lo de la plaga. El más interesante fue el de que se había producido un contacto. Escuché aproximadamente dos docenas de versiones, siendo la más frecuente que ellos apenas lograron escapar, que el Gobierno central temía que el
Tenandrome
hubiese sido perseguido y que tuviera que actuar la fuerza naval. Algunos dijeron que el
Tenandrome
que había vuelto no era el mismo que el que se había ido.

Era una versión deprimente.

—Otro relato sugería que había habido un desplazamiento temporal y que la nave y su tripulación habían envejecido cuarenta años. —Pareció considerar las profundidades de la ingenuidad humana—. Gabe consiguió hablar con uno de los miembros del equipo de búsqueda que parecía estar perfectamente bien. No sé quién era.

—Hugh Scott —suspiré—. ¿Dijo por qué habían suspendido la misión?

—A quienquiera que se le preguntase, respondía que la nave había tenido problemas en las unidades armstrong, que no podían ser reparadas sin un equipo especializado.

—Probablemente esa fue la razón —dije tras un nuevo suspiro—. Pero el hecho de que Gabe no pudiera encontrar a nadie que hubiera trabajado en las reparaciones no me parece en exceso significativo. Y es posible que el capitán estuviera ansioso de regresar a casa por razones personales.

»Sospecho que este complejo asunto tiene una serie de explicaciones simples.

—Quizá —dijo ella, asintiendo—. Pero, fuera quien fuese con quien Gabe hubiera hablado, Scott, cualquier otro, rehusó decirle quién más iba en el vuelo. —Se apretó el puño contra el labio inferior—. Es extraño.

La conversación se distendió un poco, y volvimos sobre lo hablado como si quisiéramos buscar algún detalle perdido. Cuando mencionamos a Machesney, ella se enderezó en su asiento.

—Gabe iba con alguien en el
Capella
—dijo—. Tal vez fuera Machesney.

—Tal vez —repetí. Me detuve a escuchar el crepitar del fuego y los crujidos de la vieja casa—. ¿Chase?

—¿Sí?

Jacob había traído queso y una nueva ronda de bebida.

—¿Qué piensas?

—¿De lo que vieron?

—Sí.

Lanzó un suspiro.

—Si no estuvieran aún ocultando la información, habría dejado toda esta historia de lado. Pero tal como están las cosas…, esconden algo. Y no hay ninguna evidencia más que esa: que no dieron a conocer los registros.

—A pesar de tal cosa, si me apuran, tendría que pensar que la imaginación de Gabe voló con él. —Ella mordió un pedazo de queso y comenzó a masticarlo con lentitud—. Lo romántico, desde luego, es llegar a la conclusión de que aquí existe alguna amenaza, algo bastante terrorífico. Pero ¿qué podría ser? ¿Qué podría haber asustado a la gente a una distancia de varios cientos de años luz?

—¿Y qué pasa con el Ashiyyur? Tal vez ellos hayan penetrado en La Dama Velada.

—¿Entonces qué? Supongo que eso le quitaría el sueño a más de un militar, pero a mí no me molesta. Y, de cualquier modo, no son más peligrosos fuera de lo que son en el Perímetro.

Más tarde, cuando ya Chase se había ido, solicité la lista de pasajeros para el
Capella.
Estaba el nombre de Gabe, por supuesto, Gabriel Benedict de Andiquar. No había ningún Machesney en el vuelo.

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