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Authors: Jack McDevitt

Un talento para la guerra (9 page)

BOOK: Un talento para la guerra
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Y yo seguí preguntándome, ya muy tarde en la noche, por qué Gabe, que había navegado en toda clase de naves estelares, habría querido contratar un piloto.

4

«Es un patrimonio tremendo.»

Consultor jefe Wrightman Toomey, al escuchar que se estimaba que habría doscientos millones de mundos habitables en La Dama Velada.

El Departamento de Investigaciones Planetarias y Astronómicas era una agencia semiautónoma, establecida por el Tesoro central y un conjunto de fundaciones privadas. Estaba controlada por un consejo de dirección que representaba a los intereses asociados y a la comunidad académica. El rector era un cargo político, responsable ante las fundaciones, pero que en última instancia tenía que responder ante el mismo director. Todo lo cual quiere decir que, aunque Investigaciones era un ente científico, era muy sensible a las presiones políticas.

Las oficinas administrativas seguían estando en Andiquar, con el propósito de reclutar personal técnico para manejar las grandes naves y especialistas en proceso de datos que desearan participar en los equipos de investigación. También había una sección de divulgación pública.

Investigaciones compartía su edificio con varias agencias más. Todas ellas estaban en los pisos superiores de una estructura de piedra que alguna vez albergó al gobierno planetario en los años anteriores a la Confederación. El muro oeste se veía descolorido en el lugar en el que había explotado la bomba de un intervencionista en los primeros tiempos de la Resistencia.

La recepción era deprimente: desteñidas paredes amarillentas, mobiliario rústico, fotos de grupos de pilotos de un par de naves, otra de un agujero negro. No muy adecuada para las relaciones públicas.

Me levanté de la silla del fondo en la que estaba mientras un holograma salía presuroso de una habitación contigua. La imagen era la de un hombre joven y alegre, esbelto, sereno y eficiente. Un personaje repetido, a quien había visto ya en otras situaciones. La puerta se cerró tras él.

—Buenos días —dijo—. ¿Puedo serle útil en algo?

—Sí —respondí—. Espero. Mi nombre es Hugh Scott y volé con el
Tenandrome
en su última misión. En el equipo de Investigaciones. Dos de nosotros quisiéramos reunimos con los demás, pero hemos perdido contacto. Me pregunto si usted podría proveerme de una lista o decirme dónde puedo conseguirla.

—¿El último vuelo del
Tenandrome?
Veamos, ¿podría ser el XVII?

—Sí —dije, después de dudar un instante como para hacerle creer que estaba pensando.

La imagen, en cambio, estaba reflexionando profundamente. Tenía un espeso cabello castaño y una sonrisa agradable en una cara de nariz un tanto larga. Sin duda la gerencia trataba de lograr que congeniaran la inteligencia y la amabilidad. En algunas clases de negocios, como los de antigüedades, esas cualidades quedan muy bien, pero en este lugar anodino chocaban con el mobiliario.

—Comprobando —dijo.

Cruzó la habitación y se quedó de pie inspeccionando el agujero negro mientras esperaba que los ordenadores completaran la operación. Yo me crucé de piernas y cogí un folleto que me invitaba a considerar una probable carrera en la «agencia del futuro». Buen sueldo, decía, y aventuras en lugares exóticos.

El holograma se volvió hacia mí abruptamente, apretó los labios, reflejando la inminencia de un deber desagradable.

—Lo siento, doctor Scott —me notificó—. Esa información ha sido clasificada. Usted, desde luego, no va a tener dificultad en conseguirla. Puedo darle un formulario para completar, si desea solicitar una remisión. Puede hacerlo aquí, si lo desea, y yo me ocuparé de entregarlo en el lugar indicado. —Me indicó uno de los terminales—. Puede usar ese puesto. Necesitará identificación, claro.

—Naturalmente. —Comenzaba a incomodarme. ¿Estarían grabando la entrevista?—. ¿Por qué lo habrán clasificado?

—Me temo que el motivo también está clasificado.

—Sí —admití—. Así debe de ser. Bueno.

Me senté provisionalmente ante el terminal y justo en ese momento eché una mirada a un reloj de pared como si de pronto recordara una cita.

—Ahora estoy un poco apurado —dije dirigiéndome hacia la salida.

—Bien —replicó con amabilidad, dándome el número de código del documento—. Puede solicitarlo en cualquier momento. Siga las instrucciones.

Por los comentarios de Gabe me di cuenta de que no estaba en óptimas relaciones con el Centro de Estudios Acadios. Más aún, la mayor parte del trabajo arqueológico que se hacía fuera de Andiquar era coordinado desde esa venerable institución. Así que arreglé una entrevista y me encontré con una joven empleada inquieta y vivaz que sonrió tolerante cuando mencioné el nombre de Gabe.

—Usted tiene que entender, señor Benedict —dijo apretando su dedo índice contra su mejilla—, que nosotros no teníamos en realidad ningún contacto con su padre. Nos restringimos a operaciones planificadas profesionalmente, llevadas a cabo por instituciones reconocidas.

—Era mi tío —le corregí.

—Lo siento. En cualquier caso, no teníamos ningún contacto con él.

—Usted está insinuando —remarqué como de pasada— que el nivel de las actividades de mi tío no llegaba a su promedio de exigencia.

—No, no a mi promedio, al del centro. Por favor, entienda que su tío era un aficionado. Nadie va a negar que tenía talento. Pero así y todo no pasaba de aficionado.

—Schleimann y Champollion eran aficionados —dije, tornándome irascible—. Y también Towerman y Crane y varios cientos más. Es una tradición en la arqueología. Siempre lo fue.

—Por supuesto que sí —me respondió suavemente—. Y nosotros lo comprendemos. Alentamos a la gente como Gabriel Benedict por todos los medios informales a nuestro alcance. Y nos sentimos gratificados por sus éxitos.

Ese atardecer, estaba sentado, perdido en mis reflexiones, oyendo el crepitar del fuego, cuando las luces se atenuaron para luego apagarse. Un objeto blanco deslumbrante, más o menos del tamaño de una mano, apareció en el centro de la habitación cerca de la mesa de café. Era aproximadamente esférico, aunque resultaba difícil percibir el diseño exacto. Desde cada uno de sus lados escapaban chorros brillantes que se volvían sobre el centro, cubriéndolo. Una nube de luz iridiscente se expandía, se arremolinaba, tomaba nuevas formas. De pronto el objeto se alargó y adoptó una forma familiar: La Dama Velada.

—He pensado que sería apropiado para la ocasión, Alex. —La voz de Jacob sonaba curiosamente distante.

Llenó la mitad de la habitación en ese momento, girando lentamente alrededor de su propio eje, en un movimiento que, en tiempo real, habría llevado millones de años. Solo alguien muy imaginativo podría ver allí una forma femenina. Aun así, había indicios que sugerían la forma de un ojo, los pliegues de una falta de gasa entre las vastas nubes estelares.

Se creía que La Dama Velada contenía medio billón de soles, la mayoría de poca antigüedad y calientes. Los mundos habitables parecían ser abundantes, y la mayoría de los planificadores los vieron como la solución para la creciente superpoblación ciudadana de un futuro cercano. La proximidad entre unas estrellas y otras también sugería que los graves problemas derivados de las terribles distancias que separaban a los mundos de la Confederación podrían aliviarse. Eventualmente, sospechábamos, las viejas capitales serían abandonadas y los centros de poder transferidos a la nebulosa.

Era el objeto nocturno más brillante en los cielos australes de Rimway; más incluso que la luna gigante. Aunque nunca se podía observar desde Andiquar. Las pocas estrellas invernales situadas a doce grados del horizonte tenían sin embargo suficiente magnitud para resistir su luz.

—Hacia allí es adonde nos dirigimos, Jacob —dije—. A la larga.

—Estoy de acuerdo. —Asintió, malinterpretándome—. Solo queda que descubras tu lugar de destino.

Esa idea me resultó bastante imprevista. Pero me sugería que ya era hora de seguir trabajando. Le indiqué que reuniera todos los archivos nuevos que encontrara referidos al
Tenandrome.

—Ya he estado mirando —me comunicó—. No hay mucho. —La Dama Velada se desvaneció y en el monitor aparecieron unas pocas líneas—. Esto es lo primero.

Estación Saraglia, Mmb 3 (ACS): El CSS Tenandrome, corrientemente destinado a la exploración de regiones profundas en La Dama Velada, a más de mil años luz de Rimway, informó haber sufrido daños estructurales en las unidades armstrong, según consta en Investigaciones. Aunque aún se desconoce la extensión del daño, el informante ha indicado que no hay heridos y que la nave no corre peligro inminente. La Armada ha hecho saber que las unidades de rescate están atentas para auxiliar en caso de ser necesario.

Jacob destacó algunos artículos más: el anuncio oficial de que la nave regresaba a casa, una nota en el Registro de Embarcaciones y Comercio de su arribo a Saraglia y otra que recogía su entrada formal en La Pecera unas pocas semanas después.

—¿Hay algo más del final del viaje? ¿O cualquier detalle acerca de la partida?

—Solo el anuncio de rutina en el Registro —respondió—. No se especifica el itinerario.

—¿Y los nombres de los pilotos? ¿O de los pasajeros? —Únicamente el de la capitana: Sajemon Mclras. No es raro, por cierto, Nunca publican detalles. Algunas veces se hace un informe especial de los detalles, pero no es habitual.

—Tal vez haya material disponible fuera de los registros corrientes. —Si así fuera, no me sería fácil encontrarlo. Y parece que, si es que sucedió algo fuera de lo común, los nuevos servicios nunca averiguaron nada al respecto.

—Bueno. Quizá Mclras quiera decirnos algo. ¿Podemos conseguir su dirección?

—Sí. Vive en las Profundidades de Moira, y allí tiene su nave. He estado comprobando los registros de la casa. Gabe le envió dos sponders. Ella ignoró el primero. —¿Y el segundo?

—Unas pocas líneas: «Doctor Benedict: El viaje del
Tenandrome
, salvo por la rotura de una de las unidades armstrong, no tuvo incidentes. Los mejores deseos. Saje Mclras».

—Hagamos otro intento; miremos todos los vuelos de los últimos años, Allí debe de haber algún tipo de esquema. Así podremos imaginarnos al menos algo del área general donde estuvo el
Tenandrome.
De modo que Jacob extrajo los registros y estudiamos las misiones recientes de
Borlanget, Rapatutu, Westover
y el resto de la flota de la base de La Pecera. Pero el plan, si existía, no aparecía.

La superficie de destino era de aproximadamente tres trillones cúbicos de años luz. Quizá un poco menos.

—Queda Scott.

Jacob se quedó momentáneamente en silencio. Luego dijo:

—¿Quieres preparar un sponder?

—¿Cuánto tiempo tardaría en obtener una respuesta?

—Si contesta de inmediato, más o menos diez días. El problema es que su código aparece inactivo en las últimas cuatro lecturas. Al parecer no está respondiendo al correo.

—Compra un pasaje —dije desganado—. De cualquier manera, lo mejor es ir personalmente.

—Muy bien. Voy a tratar de informarle de que vas a verlo.

—No. Que sea una sorpresa.

5

«Uno se mira, a través de las paredes de Pellinor, en los ojos curiosos y grandes de las bestias marinas y se pregunta quién está realmente mirando desde fuera y quién desde dentro.»

Tiel Chadwick

Memorias

Tanto el mar como la ciudad se llaman Pellinor, en honor del capitán de la nave que descendió por primera vez en los pocos kilómetros cuadrados de superficie consistente, el único lugar en todo aquel océano global donde un hombre podía poner un pie en tierra firme. Pero para quien se haya parado alguna vez contra las ventanas de vidrio que dan al mar y haya mirado esas formas ondulantes que se deslizan en el agua verde brillante, el nombre con el que comúnmente se designa al lugar resultará mucho más apropiado:
La Pecera
.

Un mundo. Un amontonamiento de tierra en forma de hoz arrancado al mar. Un estado de la mente. A los habitantes les gusta decir que ningún otro lugar dentro o fuera de la Confederación lleva a pensar tanto en la finitud humana como La Pecera.

Con apenas la mitad de extensión de Rimway, el planeta es sin embargo denso, con una gravedad del noventa y dos por ciento de la estándar. Gira alrededor del antiguo sol de clase G, Gideon, que a su vez se mueve en una órbita de longitud centenaria alrededor de Heli, una fantástica gigante blanca.

Ambos soles tienen sistemas planetarios; cosa nada extraña en los binarios cuando hay unas distancias considerables que separan a los componentes principales. Pero este binario es único en un sentido sustancial: alguna vez albergó especies inteligentes. El cuarto planeta de Heli es Belarius, que conserva ruinas de cinco mil años de antigüedad y fue, hasta que entró en escena el Ashiyyur, la única evidencia de la humanidad de que alguna otra especie similar había visto las estrellas en algún tiempo remoto.

Belarius es un lugar increíblemente salvaje, un mundo de selvas exuberantes, humedad elevada, gases atmosféricos corrosivos, alta fuerza de gravedad, depredadores evolucionados y tormentas magnéticas impredecibles que dañan el equipamiento. No es un lugar como para ir de paseo con la familia.

La Pecera era el único mundo fácilmente habitable en el conjunto del sistema, así que desde el comienzo ocupó un lugar preponderante en los planes de Investigaciones. Cuando Harry Pellinor lo descubrió hace tres siglos, no le dio importancia por considerarlo poco valioso. Pero aún no había llegado a Belarius: el tan célebre desastre le aguardaba.

Fue esa última revelación la que aseguró a La Pecera su papel histórico como cuartel central administrativo, estación proveedora y punto de descanso y recreo para las misiones que siempre estaban intentando descubrir sus secretos.

Hoy día, desde luego, la investigación de Belarius hace tiempo que ha sido abandonada. Pero La Pecera es aún esencial en la administración de Investigaciones, como centro de operaciones regional. Es un lugar rico en recursos, que cuenta con una de las principales universidades, varias industrias intermundiales y un centro de investigaciones oceanográficas, el más avanzado de la Confederación. Cuando lo visité, vivían allí poco más de un millón de personas.

Una de ellas era Hugh Scott.

La estatua de Harry Pellinor se alza sobre la torre central de la Asamblea Ejecutiva. Es bastante alta, pues ha de quedar sobre el nivel del mar. La tradición local sostenía que había sido muy discutido el hecho de homenajear a un hombre a quien el mundo exterior asociaba de manera espontánea con el desastre y la partida precipitada, el hombre cuya tripulación había sido, lisa y llanamente, comida.

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