«En Villa Donnafugata, lo que ocurrió hace mucho nunca está demasiado lejos», escribe Marlena de Blasi, autora de best sellers, acerca del magnífico castillo, tal vez algo ruinoso, situado en las montañas de Sicilia, que ella encuentra por casualidad un verano, durante un viaje con su esposo, Fernando. Allí De Blasi entabla amistad con Tosca, la patrocinadora de la villa, una mujer de cierta edad, hermosa y elegante, que le cuenta la historia de amor de su vida con el último príncipe de Sicilia, descendiente de los Anjou, los aristócratas franceses.
Sicilia es una tierra de contrastes: grandeza y pobreza, belleza y sufrimiento, ilusión y franqueza. Con una voz luminosa y seductora,
Un verano en Sicilia
recrea la vida de Tosca, desde la pobreza de su infancia, pasando por su fantástica adopción y su iniciación en la vida fastuosa del palacio del príncipe, hasta los albores y el reconocimiento del amor correspondido. Sin embargo, cuando el príncipe Leo trata de mejorar las condiciones de vida de los campesinos, su desafío a la voluntad nefasta de la mafia local de mantener el desequilibrio histórico entre ricos y pobres le costará caro.
Un verano en Sicilia
, la maravillosa narración de De Blasi nos recuerdan que, para vivir una vida plena, uno debe aceptar tanto las tristezas de la vida como su belleza. Encontramos aquí un drama épico que conduce a los lectores desde las montañas remotas de Sicilia hasta el caótico Palermo de posguerra, desde las complejidades del amor prohibido hasta los estragos provocados por la cultura siciliana, siempre desconcertante.
«Hipnotizante, una historia real de esplendor, amor, y tragedia… Si quieres un verano perfecto no puedes prescindir de su lectura.»
Marlena de Blasi
Un verano en Sicilia
ePUB v2.0
Enylu & Mística31.05.12
Un verano en Sicilia
Título original:
That Summer in Sicily: A Love Story
Fecha de publicación: 06/04/2010
260 páginas
Idioma: Español
Traductora: Alejandra Devoto
Diseño/retoque portada: Mística
Editor original: Enylu & Mística (v1.0)
Segundo editor: Enylu & Mística (v2.0)
Corrección de erratas: Enylu y Mística
ePub base v2.0
Escribo estas líneas a principios de noviembre del 2007.
A finales de enero o principios de febrero del 2008,
Robin Rolewicz y Matthew Duchnowski tendrán una hija
y a ella, a esa criatura que aún no ha nacido,
dedico mi libro, con plegarias y amor,
para que Marlena Pi Duchnowski
tenga una vida hermosa.
Y para mis propios bebés hermosos,
Lisa Elaine y Erich Brandon
Per Fernando Filiberto Maria, l'amore mio.
Un verano en Sicilia
es la historia de personas reales y acontecimientos reales, pero también es un relato tejido a partir de escenas que me han descrito, a menudo en italiano, pero sobre todo en dialecto, con todos los blancos y las lagunas que caracterizan este tipo de narraciones. Como hacen los narradores de cuentos en todo el mundo, me he tomado algunas licencias poéticas: se han unido o agrandado algunos acontecimientos, se han cambiado nombres, se han pasado por alto o se han ampliado los marcos temporales para adecuarse a las necesidades de la narración. Además, para proteger a mis protagonistas y su modo de vida, he alejado la narración del entorno geográfico en el que se desarrollaron realmente estos acontecimientos.
Fechas de nacimiento
Simona:
1905
Leo:
1912
Cosimo:
1919
Tosca:
1930
Yolande:
1931
Charlotte:
1932
Mafalda:
1933
Nota sobre los orígenes de la palabra «Donnafugata»
Ayn as Jafat
es una expresión árabe que significa «fuente de la salud». Cuando los sarracenos dominaban Sicilia, este término se corrompió dialectalmente a la forma
Ronnafuata
. A lo largo de los siglos, se siguió corrompiendo hasta llegar al moderno
Donnafugata
y entonces cambió su significado original por su traducción literal: «mujer huida». Desde entonces, el término
donnafugata
ha dado nombre a diversas propiedades, tanto reales como ficticias, así como también a varios productos y empresas en Sicilia y en otros lugares del mundo.
Donnafugata
se llama a villa de veraneo de
El gatopardo
, de Lampedusa, y también es el nombre comercial de los vinos sicilianos que produce la familia Rallo, la cuarta generación de productores de vino de Belice, Pantelleria y Marsala.
Esta podría ser sólo una historia sobre Sicilia y Sicilia podría ser sólo una isla, menos por un capricho de la naturaleza que por su propia insolencia, como si hubiese podido abandonar Italia, de no haber nacido ya separada de ella. Sin embargo, esta historia no se refiere sólo a la isla, sino a una aldea situada en medio de aquella isla, en lo alto de la isla, una aldea hecha de piedras apiladas y amontonada en la hendidura de una montaña anacorética, bajo las ruinas de un templo. Por encima y alrededor de aquella aldea hay una alta meseta que es casi toda un trigal. En los prados resecos pastan ovejas y cabras. La única agua que hay por allí es una mancha metálica donde el cielo blanco se reúne con la tierra amarilla y no hay más olas que las del trigo, cuando sus tallos dorados tiemblan y rugen como el mar y retumban con los vientos que sopla la diosa. Desde la Edad de Piedra, marañas de mirtos, retamas, mejorana y tomillo silvestres se aferran al terreno escarpado y el único tintineo que rompe el silencio imponente es el espantoso rumor del siroco.
En este lugar, lo fundamental de la vida que se vivía hace tres milenios o a mediados del siglo XIX o, como en este caso, setenta años atrás puede parecer en esencia lo mismo que había ocurrido antes de ayer. No es mucho lo que se ha perdido u olvidado o dejado languidecer de tiempos anteriores al presente, de modo que reina aquí una apabullante continuidad tribal. El pasado antiguo, el pasado más reciente y el presente se congregan y permanecen juntos en esta continuidad. Dejando aparte la evidencia del capricho vacilante por algunos artículos e ideas de moda, costaría mucho adivinar un momento histórico determinado por su aspecto, la sensación y los sonidos que produce aquí, sobre todo si se trata de deambular al anochecer por los restos del templo de Deméter. Al pisar entre las grandes columnas acanaladas tendidas en el suelo y brillantes a la luz de la luna, nuestras botas aplastan el tomillo silvestre y la maleza me rasga el vestido. Un trocito de hilo blanco en una rosa de piedra.
Precisamente en estas montañas disertó en una ocasión la diosa griega del trigo, la fertilidad y la maternidad y, según los lugareños, lo sigue haciendo. Fue Deméter la que encendió la magia de sembrar las semillas bajo tierra, protegerlas, alimentarlas y hacerlas crecer hasta que maduraran. Resonancia de la condición femenina, de otras semillas plantadas en los oscuros rincones aterciopelados de un vientre. Prosperaron las cosechas de las tribus locales obedeciendo a la voluntad de Deméter, que invocaba al sol, la lluvia y las brisas para ellas, que, a su vez, la honraban con grandes hogueras bajo la luz intensa de la luna llena y con ofrendas rituales de pan y vino. Todo era Eliseo, hasta el día en que Plutón raptó a la hija de Deméter, Perséfone; cuando la niña recogía flores a orillas del lago Pergusa, junto a las murallas de Enna, el dios del inframundo la vio y quedó cautivado por ella y quiso desposarla. Plutón llevó a la niña a Hades y, tentándola con las semillas de una granada, obtuvo la autorización de Zeus para conservarla. Deméter atrapó al sol y mantuvo a oscuras las aldeas de la montaña y los fértiles campos y el mundo mismo hasta hacer un pacto con Zeus: durante la mitad de cada año, su hija le sería devuelta. Cuando Perséfone volvía a su lado, la diosa hacía renacer el sol y derramaba la lluvia cálida sobre la tierra y sólo dejaba de hacerlo cada vez que su hija regresaba con Hades.
Los aldeanos y los campesinos sicilianos cuentan la historia de Deméter y Perséfone con tanta frescura y preocupación como si acabara de ocurrir; la cuentan de la misma manera en que narran la historia de María y Jesús. Creen las historias con el mismo entusiasmo, porque les recuerdan su propia historia. Su lealtad no varía, sino que aumenta su cariño para abarcar a las dos madres: una con la corona de farfolla tejida y la otra envuelta en un tosco velo tejido. «¿Por qué vamos a rezarle a una sola si, para nosotros, las dos son iguales?
Le addolorate.»
Mujeres que sufren. En Sicilia, lo sagrado y lo profano son afines.
Como me ha pasado con otras aventuras mías, esta también comenzó con un encargo. Corría el verano de 1995 —llevaba casi nueve meses casada con el veneciano— cuando una revista mensual erudita me pidió que escribiera un artículo fundamental sobre las regiones interiores de Sicilia. Yo ya había escrito mucho sobre las maravillas de las ciudades y los pueblos costeros, las luminosas huellas de los griegos y los magníficos epitafios de los jeques sarracenos y los reyes normandos. Hasta había descrito los archipiélagos donde los vientos de Eolo todavía gimen y aúllan entre los violentos riscos de aquellos lugares del mundo tan remotos y pelados. En aquella ocasión tendría que dirigirme a los altos refugios de las montañas.
Ya me había parecido que, entre tantos periodistas cualificados que escriben en inglés, el editor no me había elegido a mí como primera opción e incluso antes de partir mis sospechas se vieron confirmadas brevemente: varias personas ya habían rechazado el trabajo y una de ellas era un redactor de la revista que había vivido en Sicilia durante más de una década. ¿Por qué? Por lo mismo que me advirtieron otros colegas y amigos: que el centro de la isla es un lugar distante y recóndito, cuyo silencio colosal se refleja en su gente, pero me dije que el silencio es el reconocimiento del misterio y que el misterio está bien, conque las advertencias, en lugar de abatirme, sólo sirvieron para despertar mi curiosidad.
No era Sicilia el único lugar que íbamos a recorrer aquel verano: mi esposo y yo pensábamos pasar tres o tal vez cuatro meses deambulando por todas las regiones al sur del Lacio, al sur de Roma, explorando e investigando para escribir un libro. A lo largo de las rutas meridionales encontramos una amabilidad casi sagrada. Había una comida buenísima hasta en las mesas más humildes y gente que dejaba a un lado la pala o la fregona, que descendía de un tractor o se apeaba de su mula para guiarnos, informarnos y alentarnos. Arrastrados por aquella generosidad, llegamos a las montañas desprevenidos.
Había hecho algunos planes esenciales por teléfono o por correo con docentes de museos, con catedráticos de historia del arte y arqueología, con escritores y periodistas, cocineros y panaderos o al menos eso creía. Tenía bastante garantizada mi bienvenida profesional. En cuanto llegué al primer destino y me hice una idea somera del lugar y de los pocos habitantes que se manifestaron, me di cuenta de mi error. A las horas concertadas en los lugares convenidos esperé inútilmente. Los teléfonos marcados sonaron infinidad de veces. No importa: vamos al lugar siguiente y después al otro; pero en el lugar siguiente siempre ocurría lo mismo que en el anterior.