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Authors: George R. R. Martin

Tags: #Ciencia ficción

Una canción para Lya (5 page)

BOOK: Una canción para Lya
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De pronto olvidé lo que quería preguntarle, pero Lyanna acudió en mi ayuda:

—¿Conocen humanos Unidos? —dijo.

Él hizo una mueca.

—Todos los Unidos son uno —dijo.

—Oh —dije—. Claro, pero ¿conocen alguno que se parezca a nosotros? Alto, me comprende, con cabello y piel rosado o marrón o algo así —me detuve aquí, dudando de cuánto terráqueo conocería el viejo shkeen, y mirando su greeshka con un poco de aprensión.

Su cabeza se movió de un lado a otro.

—Los Unidos shon todos diferentes, pero todos shon uno, todos el mishmo. Algunos shon como tú, ¿Quieren Unirse?

—No, gracias —dije—. ¿Dónde puedo encontrar un humano Unido?

Cabeceó un poco más.

—Los Unidos cantan y tañen y recorren la ciudad shagrada.

Lya había estado leyendo.

—No sabe —me dijo—. Los Unidos vagan tocando las campanas. No hay patrones para su movimiento, nadie se fija. Es todo casual. Algunos viajan en grupos, otros solos, y nuevos grupos se forman cuando se encuentran entre sí.

—Tendremos que buscar —dije.

—Coman —dijo el shkeen.

Buscó en la canasta que se hallaba en el suelo y sacó dos empanadas humeantes.

Apretó una en mi mano y otra en la de Lya.

La miré con dudas.

—Gracias —le dije. Tiré de Lya con mi mano libre y nos fuimos juntos. Los Unidos nos hicieron muecas mientras nos íbamos, y volvieron a tañer las campanas nuevamente cuando nos encontrábamos a media calle.

Todavía tenía la empanada en la mano. La corteza quemaba mis dedos.

—¿Debo comer esto? —pregunté a Lya.

Dio un mordisco a la suya.

—¿Por qué no? Las comimos anoche en el restaurante, ¿no es así? Estoy segura que Valcarenghi nos habría avisado si la comida shkeen fuese intoxicante.

Eso tenía sentido, así es que me llevé la empanada a la boca y di un mordisco mientras caminaba. Estaba caliente, muy caliente, y no se parecía en nada a las empanadas que habíamos probado la noche anterior. Aquéllas eran unas cosas doradas y escamosas, suavemente sazonadas con especias de Baldur. La versión shkeen era crujiente, y la carne de su interior chorreaba grasa y quemaba mi lengua. Pero sabía bien, y yo tenía hambre. La empanada no duró mucho.

—¿Has captado algo más en la lectura del tipo bajito? —pregunté a Lya con la boca llena de empanada.

Ella tragó y asintió.

—Oh, sí. Estaba contento, más que los demás. Es mayor. Se acerca a la Unión Final, y está emocionado por eso.

Ella habló con su lenguaje sencillo y habitual: los efectos posteriores a la lectura de los Unidos parecían haberse desvanecido.

—¿Por qué? —yo estaba pensando en voz alta—. Va a morir. ¿Qué lo pone tan contento?

Lya alzó los hombros.

—Me temo que no estaba pensando con gran detalle analítico.

Chupé mis dedos para limpiar la grasa. Nos encontrábamos en un cruce de calles, con los shkeen moviéndose en todas las direcciones, y podíamos oír más campanas al viento.

—Más Unidos —dije—. ¿Quieres echar una mirada?

—¿Qué encontraríamos que no sepamos ya? —dijo—. Necesitamos un humano unido.

—Tal vez alguno del grupo sea humano.

Me encontré con la mirada mordaz de Lya.

—Tal vez sí, tal vez no.

—De acuerdo —concedí. Ya era avanzada la tarde—. Tal vez nos convenga regresar, y empezar más temprano mañana. Además, Dino nos estará esperando para cenar.

La cena, esta vez, se servía en la oficina de Valcarenghi, luego de agregar algún mobiliario adicional. Según supimos, sus oficinas se encontraban en la planta inmediata inferior, pero él prefería llevar a sus invitados arriba para que pudieran aprovechar la magnífica vista desde la Torre.

Éramos cinco, ya mencionados: Lya y yo, Valcarenghi y Laurie, más Gourlay. Laurie se encargó de la cocina, supervisada por el cocinero jefe Valcarenghi. Hubo bistecs de carnes criadas en Shkea pero originarias de la Antigua Tierra, además de una fascinante mezcla de vegetales, que incluía setas de la Antigua Tierra, pipas de tierra de Baldur y campanillas dulces de Shkea. A Dino le gustaba experimentar y el plato era una invención suya.

Lya y yo informamos acerca de las aventuras del día, interrumpidos únicamente por las agudas y perspicaces preguntas de Valcarenghi. Luego de la cena, nos desprendimos de las mesas y los platos y nos sentamos a beber Veltaar y a conversar. Esta vez Lya y yo formulamos las preguntas, y Gourlay proveyó el grueso de las respuestas. Valcarenghi escuchaba desde un almohadón en el suelo, con un brazo alrededor de Laurie y el otro sujetando su vaso de vino. No éramos los primeros Talentos que visitaban Shkea, nos dijo. Ni los primeros en afirmar que los shkeen eran parecidos al hombre.

—Supongamos que sea así —dijo—. Pero no lo creo. No son hombres. No señor. Son mucho más sociales, por una parte. Grandes constructores de ciudades desde tiempo inmemorial, siempre viviendo en poblados, siempre rodeándose de otros. Y también son más comunalistas que los hombres. Cooperan en toda clase de cosas, y son magnánimos a la hora de compartir. El comercio, por ejemplo, lo ven como un compartir mutuo.

Valcarenghi rió.

—Puedes repetir eso. Acabo de pasar todo el día tratando de establecer un contrato con un grupo de granjeros que nunca habían comerciado con nosotros. No es fácil, créanme. Ellos nos dan la parte que queramos de su producción que ellos no necesiten o que no haya sido pedida por otro antes. Pero ellos quieren recibir lo que ellos pidan en el futuro. Esperan eso, de hecho. De modo que cada vez que negociamos tenemos la opción: o le damos un cheque en blanco, o nos metemos en una increíble ronda de negociaciones que terminan con su convencimiento de que somos totalmente egoístas.

Lya no estaba satisfecha.

—¿Qué pasa con el sexo? —preguntó—. Por lo que traducías anoche, tengo la impresión de que son monógamos.

—Tienen cierta confusión acerca de las relaciones sexuales —dijo Gourlay—. Es muy extraño. El sexo también es compartir, y es bueno compartir con todos. Pero el compartir tiene que ser real y lleno de contenido. Y eso crea problemas.

Laurie intervino.

—He estudiado el problema —dijo con rapidez—. La moralidad shkeen insiste en que ellos aman a todos. Pero no pueden hacerlo, son demasiado humanos, demasiado posesivos. Se enrollan en relaciones monogámicas porque compartir el sexo realmente profundo con una persona es mejor que un millón de estrechos y limitados contactos sexuales, en su cultura. El shkeen ideal compartiría el sexo con todo el mundo, tratando de hacer profunda cada unión. Pero ese ideal no puede ser alcanzado.

Fruncí el ceño.

—¿No había ningún culpable anoche para traicionar a su mujer?

Laurie asintió con énfasis.

—Sí, pero la culpa era porque las otras relaciones llevaron a la disminución en el compartir con la esposa. Eso era la traición. Si hubiera sido capaz de manejarlas sin herir su relación más antigua, el sexo no hubiera tenido tanta importancia. Y si, además, todas las relaciones hubieran sido de compartir amor, esto hubiera sido un punto a favor. Su esposa hubiera estado orgullosa de él. Para el shkeen es un logro importante el estar en una unión múltiple que funcione bien.

—Y uno de los mayores crímenes shkeen es dejar a otro solo —dijo Gourlay—.

Emocionalmente solo. Sin compartir.

Me quedé pensando en ello, mientras Gourlay proseguía. Los shkeen tienen pocos crímenes, decía, en particular crímenes violentos. No hay asesinatos, no hay castigos, no hay prisioneros ni guerras en su larga y vacía historia.

—Son una raza sin asesinos —dijo Valcarenghi—. Lo que puede explicar algo: en la Antigua Tierra, las culturas que tenían la mayor tasa de suicidios a menudo tenían las tasas más bajas de asesinatos. La tasa de suicidios de los shkeen es del cien por ciento.

—Matan animales —dije.

—No son parte de la Unión —contesto Gourlay—. La Unión abarca todo lo que piensa, y sus criaturas no pueden ser muertas. No matan ni shkeen, ni humanos, ni greeshka.

Lya me miró, y luego se dirigió a Gourlay.

—Los greeshka no piensan —dijo—. Traté de leerlos esta mañana y no capté nada más que las mentes de los shkeen que los llevan. Ni siquiera un «sí, estoy vivo».

—Sabemos eso, pero el tema siempre me ha traído de cabeza —dijo Valcarenghi, poniéndose de pie. Fue al bar a por más vino, trajo una botella, y llenó los vasos—. Un parásito carente de mente por completo, pero que esclaviza a una raza inteligente como los shkeen. ¿Por qué?

El nuevo vino era bueno y helado, un camino frío que bajaba por la garganta. Lo bebí, y asentí, recordando el torrente de euforia que nos había invadido más temprano ese mismo día.

—Droga —dije, especulando—. Los greeshka deben producir una droga orgánica de placer. Los shkeen se someten voluntariamente a ellos y mueren contentos. El júbilo es real, creedme. Lo sentimos.

Lyanna tenía dudas, sin embargo, y Gourlay meneó la cabeza con firmeza.

—No, Robb, no es así. Hemos hecho experimentos con los greeshka y…

Debe haberse dado cuenta de mi expresión de sorpresa. Se detuvo.

—¿Qué opinan los shkeen acerca de eso? —pregunté.

—No les dijimos nada. No les hubiera gustado nada. Los greeshka son sólo un animal, pero para ellos es su Dios. No hay que jugar con Dios. Hemos repetido esto durante mucho tiempo, pero cuando se pasó Gustaffson, el viejo Stuart quiso saber. Fueron órdenes suyas. No conseguimos nada. No había evidencias de que hubiese una droga, ni secreciones ni nada. De hecho, los shkeen son la única especie nativa que se somete tan fácilmente. Capturamos un quejador, y lo atamos, y luego dejamos que se adhiriera un greeshka. Unas dos horas más tarde, lo desatamos. El maldito quejador estaba furioso, chirriando y aullando, y atacaba la cosa en su cabeza. Casi se arranca el cráneo a zarpazos antes de desprendérselo.

—Tal vez sólo los shkeen sean susceptibles —dije. Un débil intento.

—No sólo —dijo Valcarenghi con una pequeña y fina sonrisa—. Estamos nosotros.

Lya estaba extrañamente callada en el ascensor. Casi apartada. Supuse que estaría pensando acerca de la conversación. Pero la puerta de nuestra suite apenas acababa de cerrarse detrás nuestro cuando se volvió hacia mí y me rodeó con sus brazos.

Estiré el brazo y le acaricié el pelo, un tanto sorprendido por el gesto.

—¡Eh! —murmuré—. ¿Qué pasa?

Me dirigió su mirada de vampiro, con ojos grandes y frágiles.

—Hazme el amor, Robb —dijo con una suave y súbita urgencia—. Por favor, hazme el amor ahora.

Sonreí, pero era una sonrisa preocupada, no mi habitual lascivia. Lya por lo común se torna traviesa y cruel cuando siente deseo, pero ahora se la veía confusa y vulnerable. Yo no entendía muy bien.

Pero no era la hora de preguntar, y no pregunté nada. Sólo la atraje hacia mí sin decir nada y la besé con fuerza y luego caminamos juntos hasta la cama.

E hicimos el amor, realmente hicimos el amor, más de lo que los pobres normales pueden hacerlo. Unimos nuestros cuerpos en uno, y sentí a Lya tensarse cuando su mente encontró la mía, y mientras nos movíamos juntos yo me iba abriendo a ella, hundiéndome en el torrente del amor, necesidad y miedo que brotaba de ella.

Luego tan rápido como había comenzado, terminó. Su goce me recorrió como una violenta ola roja, y yo me uní a ella en la cresta, y Lya me estrechaba con fuerza mientras sus ojos sé empequeñecían y todo su cuerpo era el que bebía.

Después yacimos en la oscuridad y dejamos que las estrellas de Shkea volcaran su luz tenue a través de la ventana. Lya se acurrucó junto a mí, con su cabeza sobre mi pecho, mientras yo la acariciaba.

—Estuvo bien —dije, con una voz soñolienta, sonriendo en la penumbra.

—Sí —contestó. Su voz era suave y baja, tan baja que apenas si la escuché—. Te amo, Robb —susurró.

—Uh-huh —dije—. Y yo te amo a ti.

Se zafó de mi mano y se desplazó un poco, apoyando su cara en un mano para mirarme y sonreír.

—Lo sé —dijo—. Lo leí. Y tú sabes cuánto te quiero, ¿no es cierto?

Asentí, sonriendo.

—Seguro.

—Tenemos suerte, sabes. Los normales sólo tienen palabras. Pobres normales.

¿Cómo pueden decir, sólo con palabras? ¿Cómo pueden conocer? Siempre están separados uno del otro, tratando de alcanzar al otro y fallando. Aún cuando hacen el amor, aún cuando llegan al clímax, están siempre separados. Deben estar muy solos.

Había algo… preocupante… en eso. Miré a Lya, a sus ojos brillantes y felices, y pensé acerca de ello.

—Puede ser —dije, por fin—. Pero no lo pasan tan mal. No conocen otra manera, y lo intentan, tratan de amar. A veces salvan la distancia.

—«Sólo una mirada y una voz, y luego la oscuridad y el silencio otra vez» —citó Lya, su voz sonó triste y tierna—. ¿Tenemos más suerte, no es así? Tenemos mucho más.

—Tenemos más suerte —repetí. Y me volví para leerla. Su mente era como una neblina de satisfacción, con un toque ligero de solitaria melancolía. Pero había algo más, muy abajo, ya casi retirado, pero aún detectable.

Me senté despacio.

—¡Eh! —dije—. Tú estás preocupada por algo. Y antes, cuanto terminamos, tú estabas asustada. ¿Qué sucede?

—No lo sé, de verdad —dijo ella. Sonaba preocupada y estaba preocupada; pude leerlo—. Estaba asustada, pero no sé por qué. Los Unidos, supongo. Sigo pensando lo mucho que me amaban. No me conocían siquiera, pero me amaban tanto, y comprendían… era casi como lo hacemos nosotros. Y eso… no sé. Me molestaba. Quiero decir, nunca pensé que podría ser amado de esa manera, salvo por ti. Y ellos estaban tan próximos, tan juntos. Sentí como una especie de soledad, al estar sólo cogidos de la mano y hablando. Quería estar cerca tuyo de aquella manera. Después de ver la manera en que ellos compartían todo, estar sola me parecía una especie de vacío. Y me asustaba, ¿sabes?

—Lo sé —dije, tocándola con suavidad, con la mano y la mente—. Comprendo.

Nosotros nos comprendemos el uno al otro. Estamos casi tan juntos como lo están ellos, como nunca pueden estarlo los normales.

Lya asintió, y sonrió y me abrazó. Nos dormimos abrazados.

Nuevos sueños. Pero otra vez, al amanecer, la memoria me los ocultó. Era algo fastidioso. El sueño había sido agradable, cómodo. Lo quería de nuevo, y ni siquiera podía recordar de qué se trataba. El dormitorio, inundado por la ruda luminosidad de la mañana, me parecía oscuro respecto de los esplendores de mi perdida visión.

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