Read Una canción para Lya Online

Authors: George R. R. Martin

Tags: #Ciencia ficción

Una canción para Lya (8 page)

BOOK: Una canción para Lya
12.53Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Pero, ¿lo soy? Robb, yo leo tus pensamientos. Sé cuando quieres que sea sexy, y así soy sexy. Veo lo que te excita, y lo hago. Sé cuando quieres que esté seria, y cuando quieres que bromee. Sé qué clase de chistes debo contarte, también. Nunca los incisivos, no te gusta eso, herir o ver herida a la gente. Tú te ríes con la gente y no de ellos, y yo río contigo, y te quiero por tus gustos. Sé cuando quieres que hable y cuando que me calle.

Sé cuando quieres que sea tu tigresa orgullosa, tu telépata leonada, y cuando quieres una niña pequeña para cobijar en tus brazos. Y yo soy esas cosas, Robb, porque tú quieres que lo sea, porque te quiero, porque puedo sentir el júbilo en tu mente ante cada cosa bien que hago. Nunca pensé en montarlo de esa manera, pero sucedió así. No me importaba. No me importa. La mayor parte del tiempo no era ni siquiera consciente. Tú haces lo mismo. Lo leo en ti. Tú no puedes leer como yo, a veces te equivocas: te haces el ingenioso cuando deseo una comprensión silenciosa, o actúas como el hombre fuerte cuando necesito un niño para hacer de madre. Pero a veces también la aciertas. Y tú siempre lo intentas, siempre. Pero, ¿eres realmente tú? ¿Soy realmente yo? ¿Qué sucedería si no fuese perfecta, si fuese tan sólo yo, con todas mis fallas y con las cosas que no te gustan a la vista? ¿Me amarías entonces? No lo sé. Pero Gustaffson sí, y Kamenz. Eso lo sé, Robb. Lo vi. Los conozco. Sus niveles… no existían. Los CONOZCO, y si volviera allí podría compartir con ellos más que contigo. Y ellos me conocen, mi verdadero ser, toda yo, creo. Y me aman, ¿lo ves?, ¿lo ves?

¿Lo veía? No lo sé. Estaba confundido. ¿Podría amar a Lya si ella fuera «ella misma»?

¿Pero, qué era «ella misma»? ¿En qué difería de la Lya que yo conocía? No lo sabía. Yo pensaba que amaba a Lya y que siempre la amaría, pero ¿qué si la Lya real no fuera mi Lya? ¿Qué había amado? ¿Él extraño concepto abstracto de un ser humano, o la carne, la voz y la personalidad que yo creía de Lya? No lo sabía. No sabía quién era Lya, ni quién era yo, ni qué significaba todo eso. Y estaba asustado.

Quizás yo no pudiera sentir lo que ella había sentido esa tarde. Pero yo sabía lo que estaba sintiendo entonces. Estaba sola, y necesitaba a alguien.

—Lya —dije—. Lya, intentémoslo. No nos demos por vencidos. Podemos llegar al otro.

Hay un camino, el nuestro. Lo hemos hecho antes. Ven, Lya, ven conmigo, ven a mí.

Mientras hablaba, la desvestía, y ella respondió y sus manos me ayudaron. Cuando estuvimos desnudos, comencé a acariciarla, lentamente, y ella a mí. Luego nuestras mentes se alargaron hacia el otro. Nos alcanzamos y sondeamos como nunca antes. Yo podía sentirla, dentro de mi cabeza, escarbando. Más y más hondo. Abajo. Y yo me abría a ella, me rendía, le entregaba todos los pequeños secretos que siempre había mantenido fuera de su alcance, o lo intentaba, ahora le ofrendaba todo lo que podía recordar, mis triunfos y mis vergüenzas, los buenos momentos y el dolor, las ocasiones en que herí a alguien, las ocasiones en que fui herido, las largas sesiones de llanto por mí mismo, los miedos que no admitía, los prejuicios que combatía, las vanidades que perseguí cuando el tiempo urgía, los tontos pecados de muchacho. Todo. Cada uno. No enterré nada. No escondí nada. Me abrí a ella, a Lya, a mi Lya. Ella tenía que conocerme.

Y así, ella también bajó las barreras. Su mente era un bosque a través del cual yo rugía, cazando briznas de emoción; el miedo, la necesidad y el amor encima, las cosas más pálidas debajo, los caprichos y las pasiones apenas delineados aún más abajo en la maraña. Yo no tengo el Talento de Lya, sólo leo sentimientos, nunca pensamientos. Pero esa vez leí pensamientos, por primera y única vez. Pensamientos que ella me arrojaba porque nunca los había visto antes. No podía leer mucho, pero algo capté.

Y mientras su mente se abría a la mía, su cuerpo hacía lo propio. La penetré, y nos movimos juntos, los cuerpos en uno, las mentes enlazadas, tan juntos como pueden estarlo los humanos. Sentí el placer recorrerme en oleadas gloriosas, mi placer, su placer, ambos juntos construyendo en el otro, y cabalgué sobre la cresta una eternidad mientras se aproximaba a una orilla distante. Y al final se estrelló contra esa playa, terminamos juntos, y durante un segundo, un frágil y veloz segundo, no pude distinguir cuál era mi orgasmo, y cuál el suyo.

Pero luego pasó. Yacimos, los cuerpos enlazados, en la cama. A la luz de las estrellas.

Pero no era una cama. Era la playa, la achatada playa negra, y no había estrellas arriba.

Un pensamiento me alcanzó, un pensamiento errante que no era mío. Era de Lya.

Estábamos en un llano, ella pensaba, y vi que tenía razón. Las aguas que nos llevaron hasta allí se han ido, han retrocedido. Sólo hay una vasta y chata oscuridad que se cierra por todas partes, con débiles sombras siniestras moviéndose en el horizonte. Estamos aquí como en una llanura misteriosa, pensó Lya. Y de pronto supe qué eran esas sombras, y qué poema había estado leyendo ella.

Nos dormimos.

Me desperté solo.

El cuarto estaba oscuro. Lya yacía en el otro costado de la cama, en un ovillo, durmiendo todavía. Era tarde, casi el amanecer, pensé. Pero no estaba seguro. Estaba inquieto.

Me levanté y me vestí en silencio. Necesitaba caminar, pensar, elaborar las cosas. ¿A dónde ir?

Había una llave en mi bolsillo. La toqué cuando me puse la túnica encima, y recordé.

La oficina de Valcarenghi. Estaría cerrada y desierta a esta hora de la noche. Y la vista me ayudaría a pensar.

Me fui, llegué a los tubos y subí, subí, subí hasta la cumbre de la Torre, el tope del desafío de acero humano a los shkeen. La oficina tenía las luces apagadas, y los muebles dibujaban formas oscuras en las sombras. Sólo había la luz de las estrellas. Shkea está más cerca del centro galáctico que la Antigua Tierra, o que Baldur. Las estrellas eran como un dosel ardiente a lo largo del cielo nocturno. Algunas de ellas están muy próximas, y arden como fuegos rojos y azules en la impresionante oscuridad celeste. En la oficina de Valcarenghi, todas las paredes eran de vidrio. Fui hacia una de ellas, y miré.

No pensaba. Sólo sentía. Me sentía frío, perdido y pequeño.

Entonces escuché una voz suave que me saludaba. Apenas la escuché.

Me di vuelta, alejándome de la ventana, pero otras estrellas saltaron hacia mí desde las otras ventanas. Laurie Blackburn estaba sentada en una de las sillas bajas, oculta por la oscuridad.

—Hola —dije—. No quería molestar. Pensé que no habría nadie aquí.

Ella sonrió. Una sonrisa radiante en un rostro radiante, pero sin humor. Su cabello caía en oleadas castañas más abajo de sus hombros, y vestía un camisón largo de gasa.

Podía ver sus suaves formas a través de los pliegues, y ella no hizo ningún esfuerzo para cubrirse.

—Vengo aquí a menudo —dijo—. De noche, por lo común. Cuando Dino duerme. Es un buen sitio para pensar.

—Sí —dije, sonriendo—. Lo mismo creo yo.

—Las estrellas son hermosas, ¿no es así?

—Sí.

—Para mí también. Yo… —hesitó. Luego se levantó y se acercó—. ¿Amas a Lya? —dijo.

Terrible pregunta. De una dudosa oportunidad. Pero la manejé bien, según creo. Mis pensamientos seguían en la conversación con Lya.

—Sí —dije—. Mucho. ¿Por qué?

Estaba parada junto a mí, mirándome a la cara, y detrás mío, a las estrellas.

—No sé. Me pregunto acerca del amor, a veces. Amo a Dino, sabes. Llegó aquí hace sólo dos meses, así es que no nos hemos conocido mucho. Pero ya lo amo. No he conocido a nadie como él. Es bueno, y considerado, y lo hace todo bien. Nunca lo he visto fallar en algo que intentara. Sin embargo no parece creído, como otros hombres. Te gana con tanta facilidad. Cree en sí mismo, y eso resulta atractivo. Me ha dado todo lo que podía pedirle, todo.

La leí. Capté su amor y su preocupación, e hice una conjetura:

—Excepto él mismo —dije.

—Olvidé que eras un Talento. Claro que lo sabes. Tienes razón. No sé por qué me preocupo, pero me preocupo. Dino es tan perfecto, sabes. Le he contado, bueno, todo.

Todo acerca de mí y de mi vida. Y él escucha y comprende. Es siempre tan receptivo, está allí cuando lo necesito. Pero…

—Todo va en una dirección —dije. Era una afirmación. Yo sabía.

Ella asintió.

—No es que guarde secretos. No lo hace. Él responde cualquier pregunta que le haga.

Pero las respuestas no significan nada. Le pregunto qué teme, y él dice nada, y hace que le crea. Es muy racional, muy calmo. Nunca se enoja, nunca se enojó. Le he preguntado.

No odia a nadie, piensa que el odio es malo. Nunca ha sentido dolor tampoco, o por lo menos dice que no lo ha hecho. Dolor espiritual, quiero decir. Sin embargo me comprende cuando hablo acerca de mi vida. Una vez dijo que su mayor defecto era la pereza. Pero no es perezoso, lo sé. ¿Es tan perfecto como parece? Me dice que siempre está seguro de sí mismo, porque sabe que está en lo cierto, pero sonríe cuando lo dice, de modo que ni siquiera puedo acusarlo de ser vano. Dice que cree en Dios, pero nunca habla al respecto. Si uno trata de hablar seriamente, él escucha con atención, o bromea, o dirige la conversación hacia otro tema. Dice que me ama, pero…

Asentí. Sabía lo que venía.

Y vino. Me miró con ojos suplicantes.

—Tú eres un Talento —dijo—. Lo has leído, ¿verdad? ¿Lo conoces? Dime. Dímelo por favor.

La estaba leyendo. Podía ver cuánto necesitaba saber eso, cuánto le preocupaba y temía, cuánto amaba. No podía mentirle. Sin embargo, era duro tener que darle la respuesta que pedía.

—Lo he leído —dije. Lentamente. Con cuidado. Midiendo mis palabras como un fluido precioso—. Y a ti también. Vi tu amor, la primera noche, cuando cenamos juntos.

—¿Y Dino?

Las palabras se trabaron en mi garganta.

—Él es… curioso, dijo Lya una vez. Puedo leer sus emociones de superficie con bastante facilidad. Debajo de ellas, nada. Es muy autocontrolado, tapiado por dentro. Casi como si sus emociones fueran las únicas que se permitiera sentir. He sentido su confianza, su placer. Lo he sentido preocuparse, pero nunca sentir miedo. Te tiene mucha afición, quiere protegerte.

—¿Eso es todo?

Como era de esperarse. Dolió.

—Me temo que sí. Está cerrado, Laurie. Se necesita a sí mismo. Sólo a sí mismo. Si hay amor en él, es detrás de esa pared, oculto. No puedo leerlo. Piensa mucho en ti, Laurie. Pero amor, bueno, eso es distinto. Eso es más fuerte y menos razonado y llega en torrentes imparables. Y Dino no es así, por lo menos hasta dónde puedo leerlo.

—Cerrado —dijo—. Está cerrado a mí. Yo me abrí totalmente a él. Él no. Siempre tuve ese miedo, incluso cuando estaba conmigo; a veces sentía que él no estaba allí para nada…

Sollozó. Leí su desesperanza, su total soledad. No sabía qué hacer.

—Llora si quieres —le dije, inútilmente—. A veces ayuda. Lo sé. He llorado bastante en un tiempo.

Ella no lloró. Miró hacia arriba, y rió ligeramente.

—No —dijo—. No puedo. Dino me enseñó a no llorar nunca. Dijo que las lágrimas no resuelven nada.

Una triste filosofía. Las lágrimas no resuelven nada, tal vez, pero son parte del ser humano. Quería decirle eso, pero en lugar de eso le sonreí.

Ella me devolvió la sonrisa, y ladeó la cabeza.

—Tú lloras —dijo de pronto, con una voz extrañamente encantada—. Es gracioso. Es un reconocimiento mayor que el que haya escuchado de Dino nunca. Gracias, Robb.

Gracias.

Y Laurie seguía sobre la punta de sus pies y mirando, expectante. Pude leer lo que esperaba, de modo que la tomé y la besé, y ella apretó su cuerpo fuerte contra el mío. Y todo el tiempo yo pensaba en Lya, diciéndome que no le importaría, que estaría orgullosa de mí, que comprendería.

Después me quedé solo en la oficina para ver el amanecer. Estaba agotado, pero contento. La luz que avanzaba lentamente desde el horizonte cazaba las sombras a su paso, y todos los miedos que parecían tan amenazadores durante la noche se veían tontos, irracionales. Los hemos superado, pensé. Lya y yo. Lo que fuera, lo hemos dominado, y hoy dominaremos a Greeshka con la misma facilidad, juntos.

Cuando volví al cuarto, Lya se había marchado.

—Encontramos el aerocoche en medio de Shkeentown —estaba diciendo Valcarenghi.

Era calmo, preciso, tranquilizador. Su voz me decía, sin palabras, que no había nada de qué preocuparse—. Tengo a mis hombres buscándola. Pero Shkeentown es un lugar grande. ¿Tienes alguna idea de a dónde puede haber ido?

—No —dije, desganado—. No realmente. Tal ver a ver a otros Unidos. Ella parecía… bueno, casi obsesionada por ellos. No lo sé.

—Bueno, tenemos una buena fuerza de policía. La encontraremos, estoy seguro de eso. Pero puede tardar un poco. ¿Tuvieron alguna pelea?

—Sí. No. Una especie de pelea, pero no de verdad. Fue extraño.

—Ya veo —dijo. Pero no lo veía—. Laurie me dijo que te vio aquí anoche, solo.

—Sí. Necesitaba pensar.

—De acuerdo —dijo Valcarenghi—. Así es que digamos que Lya se despertó, y decidió que ella también quería pensar. Tú viniste aquí. Ella salió a pasear. Tal vez quiera un día libre para recorrer Shkeentown. ¿Hizo lo mismo ayer, no es cierto?

—Sí.

—Así es que lo hará de nuevo. No hay problema. Ella volverá probablemente para la cena. —Sonrió.

—¿Por qué se fue sin avisarme, entonces? ¿Sin dejar una nota, o algo?

—No lo sé, pero no es lo que importa.

¿No era importante, sin embargo? ¿No lo era? Caí en la silla con la cabeza en mis manos y con el ceño en mi frente, y estaba sudando. Repentinamente sentía miedo, de algo que ignoraba. No debiera haberla dejado sola nunca, me decía a mí mismo. Mientras yo estaba allí arriba con Laurie, Lyanna caminaba sola por la habitación a oscuras y… y ¿qué? Y se fue.

—Mientras tanto —dijo Valcarenghi— tenemos trabajo. La excursión a las cavernas está esperando.

Lo miré con incredulidad.

—¿Las cavernas? No puedo ir allí, no ahora, solo.

Dio un suspiro de exasperación, exagerando para que se notase.

—Oh. Vamos, Robb. No es el fin del mundo. Lya estará bien. Parecía una chica muy centrada, y estoy seguro que puede cuidarse sola, ¿de acuerdo?

Asentí.

—Entonces, mientras esperamos, vamos a ver las cavernas. Sigo queriendo llegar al final de este asunto.

BOOK: Una canción para Lya
12.53Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Meeting Miss Mystic by Katy Regnery
Divided Hearts by Susan R. Hughes
Backfire by J.R. Tate
Uncle John’s Did You Know? by Bathroom Readers’ Institute
Samantha James by His Wicked Ways
A Just Deception by Adrienne Giordano