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Authors: George R. R. Martin

Tags: #Ciencia ficción

Una canción para Lya (2 page)

BOOK: Una canción para Lya
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Valcarenghi y Gourlay nos esperaban, y Valcarenghi se ocupó del bar personalmente.

No reconocí el brebaje, pero era fresco, sabroso y aromático, bien picante. Lo bebí con gusto. Por algún motivo sentía que necesitaba un estímulo.

—Vino shkeen —dijo Valcarenghi, sonriendo, en respuesta a una pregunta no formulada—. Tienen un nombre para él, pero todavía no puedo pronunciarlo. Dadme tiempo. Sólo he estado aquí dos meses, y el idioma es duro.

—¿Está aprendiendo shkeen? —preguntó Lya, sorprendida.

Yo sé por qué. El shkeen es muy duro para las gargantas humanas, pero los nativos aprendían Terráqueo con increíble facilidad. La mayoría de la gente aceptaba el hecho gustosa y se olvidaban de las dificultades de dominar el idioma extraño.

—Me permite comprender mejor la forma en que piensan —dijo Valcarenghi—. O por lo menos así dice la teoría.

Sonrió.

Leí nuevamente, aunque era más difícil. El contacto físico da mayor relieve a las cosas.

Ahora recibí sólo una emoción, cercana a la superficie: esta vez, orgullo. Con una mezcla de placer. Esto lo atribuí al vino. Por debajo, nada.

—Como sea que pronuncie el trago, me gusta —dije.

—Los shkeen producen una gran variedad de licores y materias alimenticias —intervino Gourlay—. Hemos declarado exportables a varios, y estamos estudiando otros. El mercado les sería propicio.

—Tendrá la oportunidad de probar otros productos locales esta noche —dijo Valcarenghi—. He arreglado una visita a la ciudad, con una parada o dos en la ciudad shkeen. Para una colonia como la nuestra, la vida nocturna es bastante interesante. Yo seré su guía.

—Suena prometedor —dije. Lya también sonreía. Una excursión era una propuesta poco frecuente. La mayoría de los Normales se sienten incómodos con los Talentos, de modo que corren a ocuparse de sus propios asuntos, despachándonos lo más rápido posible. Por cierto que no socializan con nosotros.

—Ahora bien, el problema —dijo Valcarenghi, bajando su vaso e inclinándose hacia adelante en la silla—. ¿Han leído acerca del Culto de la Unión?

—¿Una religión shkeen? —dijo Lya.

—La religión shkeen —corrigió Valcarenghi—. Cada uno de ellos es un creyente. Éste es un planeta sin herejes.

—Leímos los materiales que nos envió —dijo Lya—. Junto con lo demás.

—¿Qué piensan ustedes?

Me encogí de hombros.

—Que es cerrada. Primitiva. Pero no mucho más que otras religiones. Los shkeen no son muy avanzados, después de todo. Hubo religiones en la Antigua Tierra que incluían el sacrificio humano.

Valcarenghi sacudió la cabeza, y miró a Gourlay.

—No, usted no entiende —comenzó Gourlay, dejando su vaso en la alfombra—. He estado estudiando su religión durante seis años. No se parece a ninguna otra en la historia. No hay nada parecido en la Antigua Tierra, no señor. Ni en ninguna otra raza que hayamos encontrado. Y la Unión, bien, es erróneo compararla a los sacrificios humanos, sencillamente erróneo. Las religiones de la Antigua Tierra sacrificaban una o dos víctimas involuntarias para calmar a los dioses. Mataban a un puñado para obtener clemencia para millones. Y el puñado por lo general protestaba. Los shkeen no actúan de esa manera. La Gresshka se los lleva a todos. Y van voluntariamente. Marchan hacia las cuevas como conejitos de la India a ser comidos vivos por esos parásitos. Cada shkeen se Une a los cuarenta años, y marcha a la Unión Final antes de cumplir cincuenta.

Me sentía confuso.

—De acuerdo —dije—. Supongo que veo la diferencia. Pero ¿y qué? ¿Es ése el problema? Me imagino que la Unión es dura para los shkeen, pero que es su problema.

Su religión no es peor que el canibalismo ritual de los Hrangans, ¿no es cierto?

Valcarenghi terminó su trago y se levantó, dirigiéndose al bar. Mientras llenaba otra vez su vaso, dijo, de manera casual:

—Hasta donde yo sé, el canibalismo de los Hrangan no ha declarado ninguna conversión humana.

Lya estaba sorprendida. Yo también. Me senté y dije:

—¿Qué?

Valcarenghi volvió a su asiento, con el vaso en la mano.

—Conversos humanos se han estado uniendo al Culto de la Unión. Ya hay docenas de ellos Unidos. Ninguno ha llegado a la Unión plena todavía, pero es una cuestión de tiempo.

Se sentó y miró a Gourlay. Hicimos lo propio.

El desgarbado asistente rubio siguió con el relato.

—El primer converso fue hace siete años. Casi un año antes de que yo llegara, y dos años y medio después que Shkea fuese descubierto e implantada la colonia. Un tipo llamado Magly, psi-sico que trabajaba estrechamente vinculado a los shkeen. Lo fue durante dos años. Luego otro en el 08, y más al año siguiente. La cifra ha seguido aumentado desde entonces. Hubo uno importante: Phil Gustaffson.

Lya parpadeó.

—¿El administrador planetario?

—El mismo —dijo Goulay—. Hemos tenido muchos administradores. Gustaffson llegó después que Rockwood desistiera de quedarse más tiempo. Era un tipo grande y bronco.

Todos lo querían. Había perdido su mujer y sus hijos en su último puesto, pero uno nunca lo sabía por él. Era siempre campechano y lleno de alegría. Pues bien, se interesó por la religión shkeen, comenzó a hablar con ellos. Habló también con Magly y algunos de los otros conversos. Incluso fue a ver a Greeshka. Eso lo impresionó bastante por un tiempo.

Pero al final se repuso, y volvió a sus investigaciones. Trabajé con él, pero nunca advertí lo que se proponía. Poco más de un año más tarde, se convirtió. Ahora está Unido. Nadie ha sido aceptado tan rápido. Escuché decir en la ciudad de los shkeen que puede ser aceptado para la Unión Final. Pues bien, Phil fue administrador aquí más tiempo que nadie. La gente le quería, y cuando se pasó, muchos de sus amigos le siguieron. La cifra es elevada en estos momentos.

—No llega al uno por ciento, pero sigue subiendo —dijo Valcarenghi—. Parece poco, pero recuerde lo que significa. El uno por ciento de las personas en asentamiento está eligiendo una religión que incluye una forma muy desagradable de suicidarse.

Lya pasó de él a Gourlay y volvió a Valcarenghi.

—¿Por qué no se ha informado acerca de esto?

—Debería haberse hecho —dijo Valcarenghi—. Pero Stuart sucedió a Gustaffson, y estaba demasiado asustado con la posibilidad de un escándalo. No hay leyes que impidan a un humano adoptar una religión alienígena, de modo que Stuart lo definió como un no-problema. Informó acerca de la tasa de conversiones de manera rutinaria, y nadie de más arriba se molestó en efectuar la correlación y recordar a qué se estaban convirtiendo esas personas.

Terminé mi bebida, y la dejé.

—Continúe —le dije a Valcarenghi.

—Yo defino la situación como un problema —dijo—. A mí no me preocupa cuántas personas están involucradas; lo que me alarma es la idea de que haya personas que permiten que Greeshka las consuma. He tenido un equipo de psicos sobre el asunto desde que asumí el cargo, pero no están consiguiendo nada. Necesitaba Talento. Quiero que averigüen por qué esa gente se está convirtiendo. Sólo así podré encarar la situación.

El problema era extraño, pero el planteamiento parecía bastante claro. Leí a Valcarenghi para estar seguro. Sus emociones eran un poco más complejas esta vez, pero no mucho. Confianza, sobre todas las cosas: estaba seguro de que podríamos manejar el problema. Había allí una preocupación honesta, pero no miedo, ni una brizna de decepción. Una vez más, no pude captar nada bajo la superficie. Valcarenghi mantenía sus conflictos interiores bien ocultos, si es que los tenía.

Miré a Lyanna. Estaba sentada en su silla en una postura incómoda, y sus dedos aferraban con fuerza su copa de vino. Leía. Luego se soltó, me miró y asintió.

—De acuerdo —dije—. Creo que lo podemos hacer.

Valcarenghi sonrió.

—Nunca dudé de eso —dijo—. La cuestión era saber si lo harían. Pero ya basta de negocios por esta noche. Les he prometido una noche en la ciudad, y siempre trato de cumplir con mis promesas. Los encontraré en el vestíbulo, abajo, en media hora.

Lya y yo nos cambiamos, eligiendo algo más formal en nuestras valijas. Yo cogí una túnica azul oscuro con unos pantalones blancos y una bufanda de malla haciendo juego.

No era la última moda, pero tenía la esperanza de que Shkea estuviese algunos meses retrasada al respecto. Lya se enfundó una apretada malla de seda blanca con un trazado de finas líneas azules que fluían sobre su cuerpo trazando sensuales dibujos en función del calor corporal. Las líneas eran decididamente lascivas, y acentuaban su delgada figura con una determinación fija. El atuendo se completaba con un impermeable.

—Valcarenghi es cómico —dijo, mientras le abrochaba el traje.

—¿Sí? —Yo estaba luchando con el cierre de mi túnica, que se negaba a cerrar—. ¿Has advertido algo mientras leías?

—No —dijo ella.

Terminó de acomodarse la capa y se admiró a sí misma ante el espejo. Luego se me aproximó, con la capa ondulando detrás.

—Es eso. Él estaba pensando lo que decía. Oh, sí, había variaciones en las palabras, pero nada importante. Su mente estaba en lo que discutíamos, y detrás de eso, había una pared —sonrió—. No pesqué ni uno solo de sus más oscuros secretos.

Por fin dominé el cierre.

—Tsk —dije—. Bueno, tendrás otra oportunidad esta noche.

Esto me ganó una mueca.

—No tendré un demonio. No leo a la gente fuera del trabajo. No es justo. Además, es agotador. Ojalá pudiera leer pensamientos tan fácilmente como tú lees sentimientos.

—Es el precio del Talento —dije—. Tú tienes más Talento, tu precio es mayor.

Removí el equipaje buscando una capa de lluvia, pero no encontré nada que fuese bien, así que decidí no ponerme nada. De cualquier forma las capas estaban pasadas de moda.

—Yo tampoco conseguí mucho de Valcarenghi. Podrías haber leído lo mismo con sólo observar su cara. Debe tener una mente muy disciplinada. Pero lo perdonaré. Sirve buen vino.

Lya asintió.

—¡Cierto! Eso me hizo bien. Me sacó el dolor de cabeza con el que me levanté.

—La altura —sugerí. Nos dirigimos hacia la puerta.

El vestíbulo estaba desierto, pero Valcarenghi no nos hizo esperar demasiado. Esta vez él conducía su propio aerocoche, una negra chapuza maltratada con la que debió andar muchos años. Gourlay no era del tipo sociable, pero Valcarenghi llevaba una mujer con él, una impactante visión de cabellos rojizos llamada Laurie Blackburn. Era aún más joven que Valcarenghi: unos veinticinco años, por la apariencia.

Era el ocaso cuando salimos. Todo el horizonte lejano era una extraordinaria tapicería de rojo y naranja, y una brisa fresca soplaba desde la planicie. Valcarenghi apagó la refrigeración y abrió las ventanillas del coche, de modo que pudimos observar cómo la ciudad se oscurecía en el crepúsculo.

La cena era en un elegante restaurante con decoración de Baldur, para hacernos sentir a gusto, supuse. La comida, sin embargo, era muy cosmopolita. Las especias, las hierbas, el estilo de cocinar era todo balduriano. Las carnes y la verdura eran locales. Se prestaban para interesantes combinaciones. Valcarenghi escogió para los cuatro, y nos enrollamos probando cerca de doce platos distintos. Mi favorito fue un pequeño pájaro que cocían en una salsa agria. La porción no era grande, pero lo que había sabía delicioso. También dejamos limpias durante la comida tres botellas de vino: de la misma clase que habíamos probado por la tarde, una garrafa de Veltaar helado, de Baldur, y algo de verdadero Burgundia, de la Antigua Tierra.

La conversación se animó en seguida; Valcarenghi era un conversador nato y un oyente igualmente bueno. En un momento la conversación derivó naturalmente hacia el tema de Shkea y los shkeen. Era el terreno de Laurie. Hacía seis meses que estaba en Shkea, trabajando en una tesis de doctorado de antropología. Trataba de descubrir por qué la civilización shkeen había quedado congelada por tantos milenios.

—Son anteriores a nosotros —nos dijo—. Tenían ciudades antes que nosotros utilizáramos herramientas. Deberían haber sido astronautas shkeen los que tropezaran con hombres primitivos, y no al revés.

—¿No hay algunas teorías al respecto? —pregunté.

—Sí, pero ninguna de ellas es universalmente aceptada —dijo—. Cullen cita la falta de metales pesados, por ejemplo. Ése es un factor, pero ¿responde por completo a la pregunta? Von Hamrin pretende que entre los shkeen no hubo la competición necesaria.

No había grandes carnívoros en el planeta, de modo que nada generaba agresividad entre estos seres. Pero se le ha criticado duramente: Shkea no es tan idílica; si lo fuera, los shkeen no hubieran alcanzado nunca el nivel actual. Además, ¿qué es Greeshka sino carnívoro? Se los come, ¿no es así?

—¿Y tú qué piensas? —preguntó Lya.

—Creo que es algo que tiene que ver con la religión, pero aun no lo he elaborado. Dino me ayuda a hablar con la gente, y los shkeen son bastante abiertos, pero la investigación no es fácil. —Se detuvo de pronto y miró con intensidad a Lya—. Por lo menos, para mí.

Me imagino que debe ser más fácil para ustedes.

Habíamos escuchado eso antes. Los Normales a veces piensan que los Talentos gozamos de ventajas injustas, lo cual es perfectamente comprensible. Lo hacemos. Pero Laurie no sentía resentimiento. Planteó su afirmación en un tono melancólico y especulativo, en lugar de lanzarla con acidez.

Valcarenghi se inclinó hacia ella y la rodeó con el brazo.

—Hey —dijo—. Basta de hablar de negocios. Robb y Lya no deberían preocuparse por los shkeen hasta mañana.

Laurie lo miró, y trató de sonreír.

—De acuerdo —dijo con un suspiro—. Me dejo llevar por el tema, lo siento.

—Está bien —le dije—. Es un tema interesante. Danos un día y es probable que nosotros también nos entusiasmemos.

Lya estuvo de acuerdo, y agregó que Laurie sería la primera en saber si en nuestro trabajo encontrábamos algo que justificara su teoría. Yo apenas escuchaba. Sé que no es muy cortés leer a los Normales cuando uno se reúne con ellos para pasar el rato, pero hay veces que no puedo resistir. Valcarenghi tenía el brazo alrededor de Laurie y la atraía hacia él amablemente. Sentí curiosidad.

Así es que di una rápida y culposa ojeada. Él estaba muy contento, un poquitín borracho, supongo, y se sentía muy seguro de sí, protector y dueño de la situación. Pero Laurie era un revoltijo: inseguridad, rencor reprimido, un vago indicio de miedo. Y amor, confuso pero fuerte. Dudé de que fuera por mí o por Lya. Ella amaba a Valcarenghi.

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