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Authors: Jim Thompson

Tags: #Novela Negra

Una mujer endemoniada (7 page)

BOOK: Una mujer endemoniada
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Prefería tomar las cosas así. Después de todos los miserables que acostumbraba a tratar, había encontrado a una persona que sabía ser agradecida.

Le dije que todo iba estupendamente. No quería que se preocupara esta noche que iba a llegar tarde.

—Y esa pistola que tiene tu tía —dije arrancando el coche—, ¿dónde la guarda?

—En el piso de arriba, en su cuarto… Dolly…

—¿Siempre lleva la llave encima? Muy bien. Ahora arréglate un poco la ropa y te llevaré al supermercado.

—Dolly —dijo, empezando a estirarse la ropa—, ¿cómo lo vas a hacer? ¿Tengo que saber si…?

—Nada de eso —dije—. No necesitas saber nada. Si lo supieras, a lo peor, sin querer, podrías estropearlo. Así que olvídate de ello.

—Pero es que…

—¿Me has oído? Olvídalo —dije. Lo único que tienes que hacer es estar en casa el lunes entre las ocho y media y las nueve.

—¿Entre las ocho y media y las nueve?

—O las diez —dije.

—La otra noche empezaste a preguntarme por Pete Hendrickson. ¿Va a hacer algo él?

—Nada —dije, y no parecía que le estuviera mintiendo con respecto a eso. Pete no tendría nada que ver con aquello—. Y ahora deja de hacerme preguntas, porque voy a pensar que no te fías de mí.

—Lo siento. Sólo me estaba preguntando si…

—Tienes que bajarte aquí —dije, y le tendí la bolsa con la compra—. Ahora vuelve a casa en seguida y no te preocupes de nada. Todo saldrá bien, ya verás.

Abrió la puerta del coche y, antes de salir, se volvió hacia mí.

Me incliné hacia delante y la besé.

—Y ahora lárgate en seguida —dije—. ¿Me has oído, cariño? Quiero ver cómo corres.

Sonrió. Se alejó. Yo volví a dar otro par de vueltas por el barrio chino, pero nada. Parecía como si Pete se hubiese esfumado. Comí algo y compré otro medio litro y volví a casa.

Creo haber contado antes que donde vivíamos tenía las vías del tren por un lado y un descampado por el otro, ¿no fue así? Bueno, pues lo repito porque cuando volví a casa aquella noche había unos cuantos vagones en la vía muerta. Y pensé, esta noche no voy a poder pegar ojo. A las seis se pondrán a cargar esos vagones y… Tragué saliva. De una furgoneta abandonada del descampado se bajó un tipo enorme que avanzaba en mi dirección. No podía distinguir quién era porque estaba oscuro.

Se detuvo a unos seis pasos de mí.

—¿Dillon? —dijo—. ¿Es usted Dillon?

—¿Eres Pete Hendrickson? —pregunté.

10

Había cogido los cinco dólares que le di la noche anterior y anduvo de juerga con unos compinches por Salt Creek. Bebieron litros de vino y Pete no se despertó hasta esta noche, y necesitando un trago como un niño necesita a su madre. Un trago, algo de comer y un sitio donde meterse. Y sólo había un tipo del que pudiera pensar que le echaría una mano. Yo había sido «tan amable» con él. Le había dado los cinco dólares y había hablado de comer algo, conque…

Se aclaró la voz incómodo, interpretando mal mi silencio.

—No quise llamar a la puerta, Dillon, por si su mujer… Porque usted tiene mujer, ¿verdad? Tuve miedo de asustarla, no son horas para que un vagabundo como yo venga a llamar a una puerta. Así que esperé hasta que oí su coche y…

La voz le vaciló.

—Me alegra que hayas venido —dije—. Quería verte. Entra y…

—Será mejor que no. Con esta pinta su mujer a lo mejor… Si me pudiera prestar un dólar o dos. Sólo hasta que encuentre trabajo.

—Necesitas mucho más dinero que ése —dije yo cogiéndole del brazo—. Entra, Pete, y hablaremos de ello. Y no te preocupes por mi mujer, está de viaje.

Le hice entrar. Me fijé que las persianas estaban bajadas y encendí la luz y le pasé la botella de whisky.

La terminó de un trago, se encogió de hombros y suspiró. Le pasé la otra botella y le di un pitillo.

Tomó otro trago, dio una larga calada al pitillo, se echó hacia atrás en el asiento y suspiró de nuevo.

—Me ha salvado la vida, Dillon —dijo.

—Tal vez no la vida entera —dije—, sólo cuarenta años de ella. Creo que es el castigo por violar a una menor en este Estado.

Tomó otro trago. Se secó la boca y dijo que yo era una persona muy agradable. Dijo que era un caballero y un buen amigo. Y luego preguntó:

—¿Cómo dice? ¿Violación? —y se echó hacia delante en la silla.

—Ya me has oído —dije yo—. A la sobrina de la vieja Farrell.

—Pero… —titubeó—. Pero…

—¿Pero qué?

—Eso es mentira —tragó saliva y evitó mis ojos—. Claro que estuve con la chica. ¿Y por qué no? Trabajaba y era parte de mi paga. Ella no se oponía.

—Conque no, ¿eh? —dije.

Y pensé, ¡maldito hijoputa! ¡Jodido mentiroso de mierda! ¡Espera y verás!

—Bueno —empezó él—. Ya le he dicho cómo era. Yo trabajaba y ella era mi paga.

—Y es menor. Una niña a los ojos de la ley.

—¡No lo es! ¡No puede serlo! Y en cualquier caso, no la forcé.

—La vieja dice que es menor —le repliqué—. Asegura que amenazaste con matarla a ella y a la chica.

—Pero… pero…

Agarró la botella nuevamente. Me miró con ojos asustados.

—Creo que no le ha dicho la verdad, Dillon.

—Me parece que sí.

—Pero ¿por qué? Yo no soy el primero, ha habido muchos más.

—Vamos a dejarlo —dije—. Yo creía que te podría proporcionar cierta ayuda, pero como piensas que miento, será mejor que lo olvidemos.

Me puse de pie y saqué la cartera. Extraje un par de dólares e hice que los viera, y luego los guardé y le enseñé un billete de cinco. Se lo tendí.

—Y llévate también la botella —dije—. Será mejor que agarres una buena antes de que te atrapen.

—Pero si… —dejó el dinero—. No quería hacer nada malo. De verdad.

—Entonces, ¿por qué no llamas a la vieja? —dije—. Ahí tienes un teléfono. Pregúntale lo que piensa hacer contigo.

—Pero es que yo no…

—¿No decías que era mentira?

La cara se le puso gris. Tomó un larguísimo trago que dejó temblando la botella.

—Dillon —dijo—. ¿Qué puedo hacer?

Me senté delante de él. Le miré directamente a los ojos y me puse a hablar.

A lo mejor era verdad que no había sido el primero que estuvo con Mona, pero ¿cómo lo podía demostrar? ¿Y podía demostrar que no era menor y que la vieja se mostró de acuerdo con el trato? Era su palabra contra la de las mujeres. Y tenía antecedentes y fama de borracho.

¿Por qué le hacía la vieja aquello? Bueno, porque era un mal bicho (
él asintió
) y estaba cabreada con él, ¿no se acordaba? Habían tenido un follón espantoso antes de que él dejara de trabajar para ella (
volvió a asentir
) y quería vengarse.

Pete asintió una vez más y luego dijo, enfadado:

—Pero ¿por qué? No desconfío de usted, Dillon, pero por qué se lo contó ella…

—Porque creyó que estaba de parte suya —mentí—. Fui a su casa tras tu pista por el asunto aquel del almacén. Yo no estaba nada enfadado contigo y te lo demostré. Pero la vieja se imaginó que lo estaba y yo le seguí el juego. Y así, cuando me iba me dijo que volviera para contarle si todavía seguías en el vivero.

»Bien, pues como te digo, yo no estaba enfadado contigo. Creo que soy un buen amigo tuyo y te lo demostré, ¿no? (
dudó y luego asintió con firmeza
). De modo que volví y le conté que ya no trabajabas en el vivero y luego le pregunté qué tenía en contra tuya.

»Me parece que entonces empezó a sospechar de mí porque dijo que no importaba y que la policía te encontraría. Pero yo seguí haciendo como si estuviera muy cabreado contigo y con ganas de ayudarla, y por fin me contó lo que maquinaba…

Tosí y volví la cabeza tratando de contener la risa. El tipo se había asustado de verdad.

—Bueno, yo tenía miedo de volver a hablar con ella —continué—. La vieja a lo mejor se había dado cuenta de que era tu amigo porque parecía dispuesta a llamar a la policía de inmediato. Así que dije que muy bien, que estaba completamente de acuerdo, pero a lo mejor no conseguía que la pasma te echara el guante. Que sería lo mejor que me encargara de buscarte y de llevarte allí. Ya sabes, tomaría unos tragos contigo y luego te invitaría a una fiesta. Te encerraríamos, llamaríamos a los maderos y…

Sí, aquello resultaba increíble, pero el tipo era bastante torpe. Y supongo que ya había tenido más de un encuentro con la policía. Me miraba con los labios tensos y la cara se le puso verde por debajo del gris. Tosí y miré hacia otra parte una vez más.

—¿Todavía me queda tiempo, Dillon? No podría dejar la ciudad antes de…

—¿Y cómo lo ibas a conseguir? —dije—. La policía te tiene fichado. Te cogerían en muy poco tiempo.

—Entonces que…

—Ahora te lo cuento —dije—. Ella me dio de plazo hasta el lunes por la noche, que es cuando te tendría que llevar. Yo iré primero y le diré que a los pocos minutos volveré contigo, y entonces tú te metes en el porche mientras le cuento que me estoy arriesgando mucho y que necesito cierta compensación. Le diré que me deje pasar un rato con la chica: de hecho la vieja ya me lo propuso. Añadiré que para estar seguro de que no me va a engañar, tendrá que darme algo por escrito que demuestre que la chica está de acuerdo con el trato y que tiene más de veintiún años y que ya lo ha hecho en otras ocasiones… Oye, ¿qué te pasa?

Estaba haciendo muecas. Le miré con dureza y se aclaró la voz.

—Suena un poco raro. ¿De verdad cree que ella va a aceptar?

—Claro que sí, no hay ninguna duda. Seguro que pica.

—Entonces, ¿por qué debo de estar allí yo?

—¿Por qué? —dije. Y durante un minuto no supe qué decir—. Maldita sea, Pete, ¿es que voy a tener que explicártelo?

—Si no quiere… Es que estoy hecho un lío y…

—Mira, la vieja es capaz de echarse atrás. ¿Te das cuenta de lo que quiero decir? Puede pensar que quiero engañarla, así que le diré que te he llevado, y entonces apareces y yo insisto para que me dé el papel. Y que o me lo da o rompemos el trato. Amenazaré con contártelo todo y con informar a la policía de que se trata de una trampa, y entonces ella tendrá graves problemas.

Asintió, se le iluminó la cara. Vaciló.

—No cree que sería mejor que yo mismo fuera a la policía ahora y…

—Ya pensé en eso —dije—. Pero no funcionaría. Lo más probable es que te encerraran antes de que puedas llegar al fondo del asunto. Aunque no te acusasen de violación, te verías metido en un lío de mil demonios.

—¡Pero si yo no la violé! Se lo juro, Dillon.

—Sin embargo quedan un par de cosas de las que te podrían acusar.

Suspiró. Volvió a asentir.

—Tiene razón, amigo. Si sigue queriendo hacerme este gran favor…

—Te lo debo, Pete —dije—. Hice que te echaran del trabajo y ahora sólo intento repararlo. Y además siempre será un placer fastidiar a esa vieja puta.

Volvió a decirme que era muy amable y un «caballero». Miró la botella que estaba en el borde de la mesa. Se puso de pie.

—Ha hecho tantas cosas por mí que me da vergüenza pedirle…

—Siéntate —dije—. Te vas a quedar aquí hasta que hayamos terminado con todo este asunto.

—Pero… —se volvió a sentar; era evidente que no iba a necesitar insistir—. Es demasiado.

—Nada de eso —dije—. Me alegra tener compañía. ¿Y ahora qué tal unos huevos con bacon?

Los ojos se le iluminaron.

—Amigo mío —dijo—. Mi buen amigo —y se pasó la manga por la nariz.

—Pero hay algo importante —dije—. Tienes que mantenerte escondido, ¿entiendes? No salgas de casa y que nadie se entere de que estás aquí. No nos iría nada bien si la vieja sospecha que somos amigos y va con la copla a la policía.

—Muy bien, haré lo que dice.

Le preparé algo de comer.

Salí y compré más whisky.

Hice que se acostara en la cama y yo me tumbé en el sofá.

Me dormí en seguida, pero hacia las tres de la mañana me desperté notando que alguien me estaba tapando.

Era Pete que me echaba encima las mantas. Primero pensé en devolvérselas, pero en seguida me puse a pensar en Mona y en que aquel tipo había abusado de ella.

Que aquel hijo de puta se congelara. Ya se calentaría en el sitio al que iba a ir.

11

El día siguiente era domingo y fue el día más largo de toda mi vida.

Pete casi se había recuperado de su curda. Tenía la mente más despejada y se puso a hacerme preguntas sin parar. Y francamente, yo no tenía la mente demasiado despejada. Todo me resultaba confuso.

Me dediqué a atiborrarle de whisky de inmediato. Saqué algunas órdenes de pedido e hice como que estaba trabajando. Pero aquello no se podía soportar. No paraba de soltar «¿por qués?» y «¿cómos?» y estuve a punto de liquidarlo allí mismo.

—Ya te lo expliqué —le dije—. Maldita sea, Pete, ¿cuántas veces te lo voy a tener que decir? Conseguiré ese papel y ella estará jodida.

—Pero… —sacudía la cabeza—, pero resulta muy raro. Casi parece una película. Es difícil de creer que ella…

—Bueno, pues lo hará. Espera y ya verás si lo hace o no.

—Con todo —seguía moviendo la cabeza—, es muy raro. ¿Por qué va a estar tan enfadada conmigo? ¿Por qué le contó a usted sus planes?

—Muy bien —dije—. Te estoy mintiendo, Pete. Pero ¿por qué coño te iba a mentir?

—Por favor, amigo mío. No quería decir…

—¿Qué querías decir entonces?

—Bueno. Sólo me preguntaba. Simplemente quería saber por qué…

No, no me parecía que desconfiase. Le había vendido perfectamente que él y yo éramos muy buenos amigos. Más bien parecía que estaba asustado.

Y así siguió haciendo preguntas hasta que no pude más. Fue como una hora después de la cena. Había salido a comprar algo de comer pensando que una buena cena le dejaría fuera de combate. Pero mientras cenábamos no dejó de hacer preguntas. Y no paraba.

Las palabras empezaron a darme vueltas en la cabeza. ¿
Por qué, por qué, por qué
? —y cada vez más deprisa—. ¿
Por qué, por qué, por qué
?

Y de repente empecé a decirle que tenía
razón
, que todo era una puñetera mentira. Que la vieja tenía un montón de pasta, cien mil dólares. Que quería hacerme con el dinero y que pareciera que había sido él.

—Perdone —me dio unos golpecitos en el hombro—. Es que estoy preocupado y hablo demasiado, pero no diré nada más.

—Te estoy explicando —dije— que preparaba una trampa. Así que lo mejor que puedes hacer es largarte de aquí y olvidar todo el asunto.

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